ELLA SE FUE ENTRE LA LLUVIA
Publicado en Apr 03, 2012
estás llorando sin permiso de Mamá. Quienes regresen del cine van a mirarte y se extrañarán contigo. Van a creer que yo te traje temprano para que ellos pudieran burlarse de ti.
¿No crees que para Mamá fue suficiente cuanto lloraste adentro? La asustaste. No te condoliste de su frío sólo porque tú llorabas. Debiste hablar algo, decirle cualquier palabra. Al menos decirle que te perdonara. Eso al menos: "perdóname, Mamá; tengo miedo de morir cuando llueve. A nadie se lo digas, Mamá. Yo hubiera querido que fueras feliz. Te quería tanto. A ratos reía y aparentaba no tener frío para que creyeras que la vida es hermosa y contaras con alguien a tu lado, cuando estábamos tan solos, tan distantes los tres en aquella habitación". Has llorado desde que comenzó a llover y Mamá no se ha quejado. Debiste quedarte en tu cuarto, mirando llover a través de la ventana como Mamá nos lo mandó. Eres desagradecido. Mamá siempre, sin que tú se lo ruegues, te limpia el cristal de la ventana y se queda parada junto a tu sillón escuchándote sollozar, sin reprocharte nada, húmedos sus ojos cansados, atenta el agua quebrándose en el pavimento. No debiste salir sin decírmelo. Sabes que también yo necesito llorar. Lo sabes, ¿verdad? Mamá cree que en mí es un capricho. Dice que la atormento con mis capricho0s y que todas sus canas y toda la tristeza de su vida son por causa de mis caprichos. En cambio contigo... Llegábamos de la calle mojados de pies a cabeza. Mamá nos regañaba, a ti te secaba la cara y a mí me pegaba. Entonces yo me ocultaba bajo la cama, dejando correr silencioso las cucarachas sobre mi cuerpo y esperando que Mamá se marchara para misa. Luego salía corriendo hacia el espejo con la esperanza de no encontrarme allí con el rostro de papá. Por eso te envidié: te parecías desde pequeño a Mamá. Desnudo bajo este aguacero vas a enfermarte y después Mamá se enfada conmigo. ¿Recuerdas? Siempre es conmigo con quien se enfada. Eras el primero en escurrirte, sin ropa, por la puerta que conducía al patio. El patio... era nuestro mundo. T e sentabas en el mismo rincón, allí donde el agua que rodaba por la pared te bañaba en unos segundos la espalda. Allí, en aquel rincón donde mamá no podía oírte nunca llorar. Llorabas silencioso, temiendo despertarla. Siempre confundí tus sollozos con el gorgoteo del agua estancándose en el patio. Interrumpía mis tareas. Desnudándome también, me sentaba junto a ti con los brazos cruzados, con la piel menos amoratada que la tuya, no lo niego , mas con tu mismo frío y tu misma mirada, con una hilera de mudas frases, con sonrisas dolorosamente ocultas esperando una palabra tuya para romper a reír. No podías prescindir de mí. Si Mamá despertaba gritando, angustiándose allí sola y abandonada, sólo tenía que llamar: "Niños", y corríamos aterrorizados. A Mamá todo lo nuestro le disgustaba. Envidiaba la risa de los otros niños, los juegos de otros niños, los ojos de otros niños, el comportamiento y aún las lágrimas de otros niños. Hicimos lo imposible para que Mamá se enorgulleciera de nosotros y de nuestros sollozos pero ella se disgustaba. Y rezaba por nosotros. Yo también estuve un poco amiedado aunque nunca dije nada. Mamá sigue triste contigo y conmigo después de tantos años, después de tanto tiempo cuando ya para qué. No tuvimos profesor de lluvia. Aprendimos a llorar solos, a sentarnos en los andenes --- cuando llueve--- solos. Tanto hemos llorado que sería hora de correr donde Mamá y sonreírle y hablarle, decirle que los años no han pasado y que todo sigue igual, que papá pronto vendrá. " Estemos alegres, Mamá, por lo que más quieras estemos alegres que vivir es hermoso. No te asustes, Mamá, es sólo un disfraz: estamos disfrazados de ancianos. No te asustes que estamos alegres, ¿no es verdad? " Nadie es culpable de nuestra tristeza. Nadie es culpable de nuestra vida. La vejez no golpeó tan fuerte que ahora ni pensamos en obedecer a Mamá. No importa. Ya nada importa puesto que hemos cambiado. Uno se desconoce aunque Mamá pueda estar muerta y para nosotros no existe un hogar, una casa pequeña y desolada con un patio dónde llorar cuando llueve o una puerta. Siquiera una puerta por dónde escapar a la calle, a cualquier sitio de alguna calle donde se pueda llorar bajo la lluvia sin reproche de nadie. Mamá nunca supo que dejamos de ser sus hijos desde el momento en que inventaste los juegos para entristecernos. Pobre Mamá! Si te entras, abriremos la ventana de par en par. Que la lluvia conozca nuestra casa para que se sienta sola en ella. Y para que también llore junto con nosotros. Ven. Podrás abrir todas las ventanas, prender todos los bombillos y quedarte solo con tu lluvia. Yo le inventaré a Mamá que tienes una visita... ¿Por qué te has quedado mirándome así? T e extraña verme llorar. Años, lluvias, tanto abandono y tanta lágrima inútil y aún no puedes, no quieres acostumbrarte. Carne, rutina, tiempo, vida, nada nos diferencia. Un día creímos, qué jóvenes estuvimos ese día, ¿verdad?, que la vida era algo más que estar allí en el rincón del patio, húmedos, llorosos, esperando a Mamá que despertara y nos dijera: " niños", para correr así mojados y desnudos a consolarla... Nos lo creíamos de verdad. No era otro juego firmemente creíamos que la vida era algo más y sólo teníamos que hallarlo a la vuelta de cualquier lugar: en la oficina, en un libro, en un beso, en una calle, en un sótano, en una mirada, en un dolor, en la risa o en el silencio de Mamá. En tu desesperación o en la mía o en la de quienes nos rodeaban jugando a ser felices, a no caer sin esperanzas en medio de la calle. Tú mismo dijiste, no sé por qué, que vivir era grandioso. Imagínate a la vida, tan grandiosa con nosotros dos allí mojados, llorosos en un patio inundado, esperando a que escampara para seguir viviendo. Qué grandiosa la vida. Pero estábamos pequeños, éramos unos niños para Mamá y nos entreteníamos inventándole juegos a nuestra rutina. La misma vida, igual que ahora contigo tosiendo ahí sentado, tembloroso en el andén y conmigo hablándome más que hablándote porque nunca me creíste nada, la misa vida se divertía jugando a tener sentido y a ser grandiosa para con dos niños húmedos, reservados, silenciosos y para con una anciana dormida todo el día. ¿Recuerdas por qué creíamos que llovía? Lo olvidaste. No importa, yo todavía recuerdo la vez en que hablaste que si llovía era porque alguien lloraba al otro lado del mundo. Acaso dos niños bajo otra lluvia. O dos viejos bajo otra lluvia, desnudos en un andén o en el rincón de algún patio inundado. Míralo al celador. Viene de nuevo. Qué hipócrita: se sonríe con nosotros. Al menos no viene a molestarnos hoy con sus historias de cada noche. Si vuelve a ofrecerte cigarros dile que mamá te prohíbe fumar. Yo le diré que bajo la lluvia no acostumbro a fumar y él se irá dichoso. Cuando cobre su salario acaso esté feliz consigo mismo y con este mundo tan maravilloso. ---Mamá no se fue. ---Despertarás al vecindario. ---Quieres que te crea y olvide... ---No grites, por favor, van a pensar mal. ---Tú sabes que ella no se ha ido. ---Cállate, alguien puede pasar y escucharte. ---En casa eras tú quien hablaba. Sólo tú! ---Mamá se fue cuando dormíamos. ---Quieres hacérmelo creer. ---No, quiero creerlo yo. Mamá se fue entre la lluvia. Tuvimos miedo de tanto miedo y tanta soledad que olvidó llevar consigo. Ella se fue sin el paraguas, sin la camándula, sin empolvarse la cara ni despedirse. La lluvia, una tarde, se llevó a mamá. Y la extravío en las calles y en lo andenes de una gran ciudad, en todo el frío de esa ciudad y entre su gente presurosa, anónima, igualmente perdida. La lluvia nos extravío a mamá en otras lluvias que no la conocían y otras noches que no la dejaban dormir. El frío nos hace añorar a Mamá. Te dije que ella debía tener frío, mucho frío y que corriéramos a llamarla y le prometiéramos no volver a llorar, no volver a salir al patio sin su permiso. "Mamá, tampoco lo hallaras en la ciudad. Allí no hay nadie. Las ciudades están solas. Vuélvete, Mamá, por lo que más quieras vuelve las ciudades sí que están muertas. Vuélvete Mamá, las ciudades sí que están solas, regresa, sólo estábamos haciéndonos los dormidos. Vuélvete, Mamá, que aquí nadie ha muerto. Las ciudades están solas y allá nunca podrás encontrarlo". Le gritaste desde la ventana al decrépito cuerpo que se perdía entre el torrencial aguacero, pero no te escuchó. No podía escucharte. En realidad nunca quisimos que nos escuchara. Tal vez le guardábamos un poco de odio, un poco de rencor. Tal vez. Las calles inundadas, el agua filtrándose bajo las puertas, por entre el techo, por los resquicios de las paredes mientras inventábamos juegos ahora que por fin ella se había ido. El juego que más nos entristecía era aquel donde inventábamos una Mamá que se nos pareciera en cualquier cosa. Los otros niños construían barquitos de papel y se marchaban en ellos, calle abajo, hasta el desagüe, por donde desaparecían. Mamá nunca quiso que hiciéramos barquitos de papel porque le recordábamos a papá. Aquellos juegos nos hacían sentir abandonados, presos entre la humedad del piso, de las mohosas camas, de los desvencijados sillones que Mamá nunca utilizó, de los libros arrumados que ninguno leía y de su camándula olvidada sobre el nochero. Jugábamos, siempre jugábamos a creer que tenía sentido existir, vivir en medio de cuanto nos rodeaba. Si alguien hubiese golpeado equivocadamente a nuestra puerta... Te habían jubilado y le prometiste a Mamá comprarle una camándula nueva cuando recibieras el pago. Déjame sentar a tu lado. Abracémonos. Estrechémonos fuerte para que nos demos un poco de calor. Necesitaba hablarte aunque mis palabras nada te digan o las ahogue el ruido del aguacero sobre el pavimento. Yo también he deseado cambiar, romper todo esto. A mi edad, abandonarte y correr por la calle explicando a la gente que ahora sí estoy dispuesto a vivir, que 70 años nada significan cuando se está dispuesto a vivir, a comenzar de nuevo. Nada significan... también yo lo he soñado y he vuelto a llorar en el rincón de algún patio, a solas, donde ni siquiera tú pudieras verme. Si Mamá estuviera sentada en este andén, a nuestro lado, desnuda y llorosa como nosotros bajo la lluvia... si Mamá nos acompañara a esta hora de la madrugada algo nos consolaría, algún sentido tendría tanta lluvia y tanta vejez arrojada sobre el mundo. Podríamos engañarla diciéndole que hoy no hubo estudio o que... podríamos engañarla. Vamos a enfermarnos de nuevo y esta vez ninguno nos cuidará. Recuesta tu cabeza sobre mi hombro y duerme un poco, si quieres. Estás temblando. Aunque quisiéramos entrar a casa ya no podríamos. Alguien cerró la puerta. Debió haber sido Mamá y su manía por la seguridad. Lloverá toda la madrugada.
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