RETRATO URBANO
Publicado en Apr 04, 2012
El suicidio de una profesora universitaria, poetisa, mujer de amplias lecturas, académica de rigurosas investigaciones literarias. Era mi amiga y deseaba irse del mundo. Ya se fue y el mundo sigue igual. Sus familiares están vendiendo los libros. En octubre de 2011, le presté el Diario de Silvia Plath, un extenso volumen de 1.000 páginas con letra menuda. El 31, minutos antes de finalizar el año, me llamó exaltada y me dijo: "Senegal, con tu permiso o sin él, acabo de subrayar con rojo esto de Silvia que deseo leerte": "Tengo celos de los hombres. Una envidia profunda y peligrosa que puede corroer, imagino, cualquier tipo de relación. Una envidia nacida del deseo de ser activa y hacer cosas, no ser pasiva y solo escucharlas". Para nada le sirvió a mi amiga la poesía. Admiradora del escritor japonés Mishima, le encantaba escandalizar cuando estaba ebria de vino, diciendo y asegurando que si algún día se suicidaba lo haría al estilo de Mishima. "Tengo un joven amigo que cumpliría mi petición", decía, mientras escuchábamos música klezmer y agotábamos con parsimonia una botella de vino espumoso español (Cava) producido en el Penedés, cerca de Barcelona y del cual la mantenían debidamente dotada sus padres, residentes en la citada ciudad. Cava de Freixenet, con su reconocida botella negra esmerilada, Cordón Negro. Se suicidó igual que se suicidan quienes nunca leyeron poesía. Como aquellos suicidas que nunca conocieron un poema. Nunca escribieron un poema. Nunca significó nada, para ellos, la via de la poesía como afirmación apolínea o dionisiaca de la vida. Todas las palabras bellas, suyas o ajenas que había leído, la dejaron sola cuando preparó el veneno. A su agonía no acudió ninguno de los poetas idolatrados y desde cuyos poemas interpretaba, por laberintos lingüísticos de Derrida, la vida y la muerte, el ser y el no ser. Las únicas palabras que escuchó, cuando todavía podía escribir algunas frases sobre su experiencia final, y que sus familiares me permiten reproducir aqui, fueron las de un vendedor: -¡Helados de maní, helados de maní!
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