Si cojeas, no eres tú, madre; si resoplas, no eres tú, madre; si gruñes, no eres tú, madre; si arañas, no eres tú, madre, si te precipitas dentro del volcán, no eres tú, madre; si  rasgas y quemas los diccionarios, no eres tú, madre; si aúllas al amanecer, no eres tú, madre.

 Lo sé con certeza. No eres tú, madrecita querida, aunque pretendas hacérmelo creer.
Pero cuando dices: “Hijo, es hora de tomarte el tetero”, no hay la menor duda: eres tú.  Y yo soy yo, tu hijito mayor, a quien le hace falta el tetero como a ninguno otro en esta familia.