MI ABUELA ROSAURA
Publicado en Apr 05, 2012
Cuando abuelita Rosaura envejecía de nuevo cada atardecer, se hacía propietaria de las lluvias más frías y los más oscuros rincones de la casa de mi infancia.
Algunos de sus nietos le llevábamos almojábanas recién horneadas, no tanto para calmar su deseo, sino para escuchar su modo de agradecerle a Dios y a la vida, a su boca y su apetito, a sus ojos, el color, el sabor, el olor y la textura de las almojábanas. Abuelita Rosaura comulgaba comiendo almojábanas mientras nosotros le aprendíamos nuevas oraciones. Los nietos mayores le regalaban calendarios con imágenes de santos cristianos. Y abuelita Rosaura dialogaba con cada uno de ellos: San Ambrosio, San Arcadio, San Arsenio, San Celedonio, San Eulogio, San Gaspar, San Humilde, San Modesto, San Pedro Crisólogo, San Odón, San Zósimo. Se revelaban secretos entre sí. Para cada uno de ellos guardaba un pedacito de almojábana, aunque nos decía que eran para las aves que llegaban al patio de la casa. Abuelita Rosaura se dormía escuchando tronar. En mi región truena mucho, no llueve siempre pero esos truenos secos son propios de esta tierra. Abuelita Rosaura dormía mientras todos temblábamos bajo las camas, tratando de robarle un rayo de luz a los ojos del indiferente gato. Al día siguiente, menos envejecida, Abuelita Rosaura se iba para la montaña cuando había llovido, saltando charquitos. Nunca explicó para dónde iba y jamás la seguimos. Tres años ya y abuelita Rosaura no regresa de su última salida. Tampoco la buscamos. De algo estamos seguros: si vive, regresará. Y si está muerta…¡también!
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