RELACIÓN DEL CUENTO ATÓMICO
Publicado en Apr 06, 2012
Dentro de la minificción y sus reconocidas características de longitud textual, se presentan múltiples extensiones, circunscritas todas a las conocidas exigencias formales de tal género. Algunas de ellas, se arriesgan a experimentar con la máxima sinopsis del texto y de las ideas. Entre tales formas extremas del relato hiperbreve, destaca el que acordamos designar como Cuento atómico, que contiene de 0 a 20 palabras para contar una historia. El modelo propuesto es el del mítico “El dinosaurio”, del narrador guatemalteco Augusto Monterroso, brevísimo cuento de siete palabras al cual sólo aventaja, dentro de la literatura, en profundidad y en generar cada día más interpretaciones y estudios por todos los lugares del mundo, “El viejo estanque”, haiku del poeta japonés Matsuo Basho. Si lo escribimos como prosa, tal poema se convierte en un vigoroso minicuento, en un cuento atómico, expresión del punto de intersección de lo momentáneo con lo constante y eterno. La definición que André Bellesort hace del haiku, bien puede ser válida para aproximarnos a la de cuento atómico: “Exactitud disfrazada de ensueño; poesía de resplandores y de escalofríos; pequeñas chispas que comunican a los sueños vibraciones infinitas; preciosos abanicos que, en el mismo instante en que se los despliega y se los cierra, hacen pasar ante nuestros ojos el milagro de un gran paisaje” (Cit. Rodríguez, 1972). Sobre “El viejo estanque”, hay centenares de ensayos, interpretaciones y traducciones. Sólo al español, hemos reunido cerca de medio centenar de versiones. Un poema de 17 sílabas, sí, pero en esencia un texto literario de intensa y sugerente elipsis poética y filosófica. Un evento y un personaje, la rana. Tres versos centrífugos y centrípetos, con tanta trascendencia como las siete palabras que estructuran “El dinosaurio”. Con mi compañera, Leidy Bibiana Bernal R., directora de la minirrevista Minificciones, especializada en tal género narrativo, definimos como cuento atómico a los textos de microficción que tienen de 0 a 20 palabras, sin contar las del título, capaces de evocar, enfocar, visualizar y describir una situación determinada. El cuento atómico es minificción, y esta se caracteriza por su extrema “brevedad y la presencia de ironía literaria, todo lo cual propicia una estructura paradójica y una relectura cuidadosa”, según reconoce el teórico mejicano Lauro Zavala, notable estudioso del minicuento en lengua española. En su ensayo “El cuento ultracorto: hacia un nuevo canon literario”, Zavala propone tres tipos de cuentos breves: el cuento corto, de 1.000 a 2.000 palabras; el cuento muy corto, de 200 a 1.000 palabras, y los cuentos ultracortos, de 1 a 200 palabras. Explica Zavala: “Esta clase de microficciones tienden a estar más próximas al epigrama que a la narración genuina. El crítico alemán Rüdiger Imhoff señala en su estudio sobre las metaficciones mínimas que para su comprensión cabal es necesario desviar la atención de las consideraciones genéricas acerca de lo que es un cuento, y dirigirla hacia el asunto más fundamental, que es la escala, es decir, la extensión de estos textos”. Al cuento atómico lo identifica su brevísima extensión, que lo hace reconocible a simple vista. Luis Barrera Linares, ensayista venezolano y erudito investigador de la historia y la teoría del microrrelato, nombra como TU (texto ultracorto) a la “categoría literaria de diversa fisonomía discursiva que puede abarcar narraciones, poemas, epígrafes, epitafios, grafiti, adivinanzas, retahílas entre otros, pero cuya organización textual es completa (no fragmentaria) y no supera las cuatro líneas o las treinta palabras autosemánticas”. Para nosotros, como lo proponemos en este ensayo, el cuento atómico, para ser considerado como tal, debe ser un texto con fisonomía discursiva de relato, que no supere las 20 palabras en español. Es posible que, al traducirse a otra lengua uno de estos momentos narrativos, aumente o disminuya dicha cantidad. Cuando aumentan las palabras, deja de ser un cuento atómico. Los signos gramaticales no se cuentan. En sus anotaciones sobre el cuento, Julio Cortázar señaló que este es para el escritor una especie de sistema atómico con un núcleo en torno al cual giran los electrones. Estos relatos microscópicos son los electrones de la intuición, puestos a la vista por la palabra. De manera sintética, y exigiendo mucho del lector, quien puede leerlo con ligereza, sin ahondar en sus significados, o creer que es un simple chiste o una anotación ingeniosa, el cuento atómico es de notoria fluidez semiótica que transgrede y distiende las fronteras no sólo del cuento, sino de la minificción misma. En una o dos líneas, y en veinte o menos palabras, el cuento atómico posee una situación narrativa única, formulada entre los elementos de la conocida triada acción-espacio-tiempo. Algunos de los nombres que se aplican al minicuento, pueden servir también para el cuento atómico: brevicuento, cuento diminuto, microcuento, cuento en miniatura, cuento instantáneo, relato microscópico, texto ultrabrevísimo o ficción de segundos, entre otros, todos con igual capacidad de evocación. El cuento atómico no es una frase que se desprende de un texto determinado. Sus autores lo escriben como unidad independiente, autónoma en su historia, con un propósito definido, relatando un suceso que parece dejarse inconcluso para el lector, pero que para el cuentista ya está dicho dentro del cuento atómico. Este, cuando es una historia precisa, sucinta, en la cual algo le sucede a alguien, en un ámbito específico, es la intuición de una realidad más profunda y más amplia, más allá de los límites del lenguaje y de la cultura. John Barth, al referirse en un ensayo suyo a la vieja y nueva ficción, opina que esta puede ser minimalista en uno o varios aspectos, válidos para la justificación teórica del cuento atómico. Explica Barth: “Hay minimalistas de unidad, forma y escala: palabras cortas, frases cortas, párrafos cortos e historias supercortas… Hay minimalistas de estilo: un vocabulario despojado, una sintaxis desnuda que evita el período y la cadencia, los predicados múltiples, y las construcciones subordinadas complejas; una retórica desnuda que elimina por completo el lenguaje figurativo; un tono desnudo, sin emoción. Hay minimalismo de material: personajes mínimos, exposición mínima, mises en scéne mínimas, acción mínima”. Aquí se retrata el cuento atómico, semejante ciento por ciento al haiku, hermano en prosa del citado molde nipón. Los cuentos atómicos tienen como unidad básica, enmarcadora del texto, el renglón y, máximo, los dos renglones, donde la vista abarque en su mínima expresión posible, todo el cuento. Los ojos perciben de manera instantánea el principio, el desarrollo y el final. Los cuentos atómicos aquí incluidos, hacen parte de una amplia recopilación que hacemos desde el año 2002, con el propósito de mostrar la existencia de relatos microscópicos semejantes a “El dinosaurio”, que sin gozar del prestigio literario que acompaña a este texto, poseen igual fuerza narrativa, igual sugerencia y similar evocación, realismo y fantasía, y un lugar específico dentro de la literatura y el cuento. El cuento atómico, como producto y símbolo de la visión intuitiva de la realidad, es en sí mismo, cuando se escribe con conciencia tanto de la escritura en sí, como del contenido de la escritura, una experiencia espiritual por excelencia, donde el cuentista se libera de los límites del lenguaje. Es la experiencia del estado presimbólico donde importa no cuánto se dice sino lo que no se dice, pero que se esboza en las 20 o menos palabras del microrrelato. Es fundamental la intensa, desconceptualizada relación que mantiene lo dicho con lo no dicho, lo expresado con lo no expresado, lo visible con lo no visible. Ambos factores son básicos para el cuento atómico. El efecto de este tipo de relato, para valorar su condición estética y su validez narrativa, lo describe el filólogo español José Luis González al referirse al microrrelato, especificando que su autenticidad estriba “en que aguante el pulso de dos lecturas al menos. En una primera lectura una obra de estas comprimidas dimensiones puede apabullar la vista con el relumbrón de su final, de su concepción, de su extraña e inapresable coherencia y su segunda lectura, cuando está descubierta la magia, el truco, la parte de atrás del escenario, puede añadir luces que no habían destacado en la primera lección” (González, 2002). Como ninguno otro, un cuento atómico se puede leer muchas veces, sin fatiga, con creciente interés, puesto que con cada lectura se puede entender mejor, comprendiéndose sus significados y las sugerencias que contiene. Abre puertas para que el lector penetre con sus propias consideraciones, con sus emociones, sus interpretaciones individuales, pero sobre todo con la formación cultural y literaria que tenga. No es nuestra intención hacer aquí la historia del cuento atómico, citando libros y autores con textos que no superan las 20 palabras. Es amplia la bibliografía. Llamamos la atención, por ser uno de los pioneros, hacia Max Aub y sus Crímenes ejemplares, obra esta donde el cuentista incluye un centenar de microrrelatos con las características propias del cuento atómico. A su vez, la argentina Ana María Shua en el libro La sueñera tiene convincentes muestras de este, como sucede con el chileno Alejandro Jodorowsky en su obra El tesoro de la sombra, donde encontramos cerca de medio centenar de dichos relatos microscópicos, con alto contenido filosófico y místico. En Falsificaciones, del escritor argentino Marco Denevi, un clásico del minicuento latinoamericano, hay varios cuentos atómicos. El venezolano Rigoberto Rodríguez en Antifábulas y otras brevedades, reúne relatos que se inscriben dentro de la mejor muestra del cuento atómico. En otro libro, clásico del minicuento en lengua española y uno de los más representativos ejemplos del género, El gato de Cheshire, del argentino Enrique Ánderson Imbert, encontramos varios textos atómicos. Ánderson se refiere a sus textos así: “También mis cuentecillos son mónadas, átomos psíquicos en los que se refleja, desde diferentes perspectivas, la totalidad de una visión de la vida”. Si al vocablo atómico quisiéramos darle una raíz clara en el tiempo y la literatura, tal origen estaría en el prólogo que Enrique Ánderson le hace en 1965, al libro anotado. Sin embargo, no fue aquí donde nació este término. El argentino menciona, de manera metafórica, los átomos psíquicos. Para nosotros, cada cuento es un átomo físico concreto, una fuerza literaria comprimida, pronta al estallido narrativo cuando se escribe, en primer lugar; y cuando se lee, en segundo lugar. El cuento atómico lleva al extremo esa tendencia general del arte moderno donde se evitan las redundancias, es imperativo el rechazo de la ornamentación innecesaria, se eluden los desarrollos extensos, y se rechaza lo ampuloso para destacar las líneas puras, el concepto transparente y la idea directa dentro del relato. Para no alargar esta introducción, apliquemos al cuento atómico lo que Juan Armando Epple escribe sobre el cuento brevísimo: “…en todo caso, el criterio fundamental para reconocerlos como relatos no es su brevedad sino su estatuto ficticio, atendiendo específicamente al estrato del mundo narrado. Creemos que lo que distingue a estos textos como relatos es la existencia de una situación narrativa única formulada en espacio imaginario y en su decurso temporal” (Epple, 1996). El objetivo de todo cuento atómico será el despojamiento de lo superfluo para revelar lo necesario, lo esencial del relato. Un cuento atómico es holístico y fractal. Debe permitir una lectura satisfactoria como cuento o relato, permitiéndole al lector imaginar o recrear sentimientos, emociones, ensueños e ideas a partir de un evento sugerido, y esquemático hasta cierto punto. El dinosaurio Augusto Monterroso Guatemala Cuando despertó, el dinosaurio todavía estaba allí. Sicario Leidy Bernal Colombia Intentó varias veces suicidarse. No pudo. Entonces decidió asesinarse. Amenazas William Ospina Colombia -Te devoraré -dijo la pantera. -Peor para ti -dijo la espada. Navegante Alejandra Pizarnik Argentina Explicar con palabras de este mundo, que partió. Botánica y paternidad Vladimir Nabokov Rusia -¿Ese que está bajo un olmo es tu padre? -No es un olmo, es un roble -contestó Ada. La Noche 2 Eduardo Galeano Uruguay Arránqueme, señora, las ropas y las dudas. Desnúdeme, desdúdeme. Realidad José Raúl Jaramillo Restrepo Colombia Espantado, enfrentó su triste realidad cuando concluyó que era un fantasma, al no verse reflejado en el espejo. Idolatribu Guillermo Bustamante Zamudio Colombia Es extraordinario el poder de Dios: nos hace creer en su existencia, cosa que -como todos sabemos- es imposible. Cazadores Ana María Shua Argentina Huyamos, los cazadores de letras est´n aqu… El gato Javier Tafur Colombia El gato de porcelana dio un salto y huyó por la ventana. Confesión esdrújula Luisa Valenzuela Argentina Penélope nictálope, de noche tejo redes para atrapar un cíclope. Torres del silencio Nana Rodríguez Romero Colombia Me impusieron el silencio, y he sido confinada a las torres. Tras la bruma de la ciudad, las torres hablan. El castigo Umberto Senegal Colombia Cosas así, no perdona la ciudad a ningún hombre. Aviso Hugo Hernán Aparicio Reyes Colombia Salí para el hospital. No sé si regr Oportuno Alfonso Osorio Carvajal Colombia Justo a tiempo. Un minuto más y te privas de ver el fin del mundo. Bibliografía Ánderson Imbert, Enrique (1965). El gato de Cheshire. Buenos Aires: Editorial Losada. Arias García, Benito (2005). Grandes minicuentos fantásticos, selección. Bogotá: Alfaguara. Arreola, Juan José (1985). Confabulario personal. Bogotá: Oveja Negra. Aub, Max (1999). Crímenes ejemplares. Madrid: Espasa Calpe. Bernal Ruiz, Leidy Bibiana (2004). Minificciones, Revista latinoamericana de minicuento. Calarcá. 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Sebastin