Una mujer y un hombre son vecinos.  Tienen sus casas una frente a la otra y entre ambas crece una francesina. Salen a trabajar a la misma hora. Aunque siempre se encuentran y se miran y se saben vecinos y anticipan la ropa que vestirán al día siguiente, nunca se saludan.  
Al regresar, cada uno quisiera confiar al otro su ajetreo laboral. O aquello que quisiera soñar esa noche. A pesar de repetirse estos encuentros desde dos años atrás, se observan en silencio y siguen de largo hacia sus respectivas casas, mirando con ternura la francesina. Al volver al hogar, esta vez el hombre y la mujer se desorientan. Cada uno camina hacia la casa del otro. Al pretender abrir la puerta, descubren la equivocación y junto a la francesina hablan por primera vez:  -Señor, me quedé afuera, ¿puede prestarme la llave de su casa?-Señora, me quedé afuera, ¿puede prestarme la llave de su casa?  
Cada uno entrega la llave al otro. El hombre se marcha hacia la casa de la mujer, quien regresa apresurada hacia la del hombre. Entran. Las luces se encienden en la alcoba de uno de ellos.