PLUMAS Y LECHE
Publicado en Apr 07, 2012
El que vino esta mañana mirándola sin temor desde el naranjo, tampoco le quitó su obsesión a mi abuela. Cumplirá 82 años y todavía pretende pintar de blanco los gallinazos. No se desprende de la brocha que conserva desde niña, cuando ocurrió lo del potrero. Manipula un invisible recipiente de pintura donde introduce la brocha para asperjar los gallinazos.
Ahora sólo agita la brocha sobre gallinazos que únicamente ella observa. Mi madre no quiere recordar esa parte del pasado de la abuela, quien camina por la casa con su vestido blanco, de primera comunión. Fue un domingo. En la finca quedó sola la mamá de mi abuela, mientras ella acompañaba a su padre al pueblo. Regresarían el miércoles. Al despedirse de ella, su mamá ordeñaba una de las vacas: Blanquita. Volvieron y la encontraron muerta. Rodeada de gallinazos en su labor carroñera. Abuela fue la primera en observar tal escena. “La olla con la leche estaba ahí”, repite aunque nadie le pregunte nada. Confunde las hojas que caen del árbol, con plumas de gallinazos. Desde entonces se obsesionó por pintarlos de blanco. Abuela tenía 12 años al ocurrir la tragedia. Acariciaba la cabeza de Blanquita cuando el estampido de la escopeta hizo volar asustados a los gallinazos. La niña regresó sola al pueblo.
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