Un Viaje al Pasado
Publicado en Jul 22, 2009
UN VIAJE AL PASADO
El fin de semana pasado, entre las tareas que me propuse realizar en mi casa, estuvo la de convertir un pequeño altillo repleto de cachivaches, en una acogedora pieza de invitados. Quería darle una sorpresa a mi padre que, de vez en cuando viajaba desde el norte a visitarme. Las veces anteriores, lo hacía dormir en mi cama, y yo ocupaba el sofá de la salita, lo que era un poco incómodo para ambos. Se transformó en un verdadero desafío, la faena de trasladar pilas de polvorientas cajas y restos de muebles en desuso desde el altillo al garaje. Luego de una hora de trabajo ininterrumpido, me senté a descansar en una vieja mecedora enjuncada, donde mi madre, solía acunarnos siendo pequeños. Aún recuerdo sus dulces canciones infantiles. Junto a ésta, se erguía un pequeño baúl, raido por el tiempo y con la tapa rota, cuyo interior, albergaba rumas de antiguos álbumes, impregnados de un fuerte olor a humedad y cubiertos por una densa capa de polvo. Recordé de pronto, la afición de mi madre por las fotografías. Ella era la única en la familia que siempre estaba tomando fotos y, luego, colocándolas cuidadosamente en estos álbumes. Así, cuando estuviéramos viejos, decía ella, podríamos acordarnos de cada detalle vivido en el pasado. Olvidándome de que tenía que continuar con mi trabajo, me puse a hojear las páginas llenas de imágenes descoloridas por el tiempo, algunas conocidas, otras no tanto. Sin embargo, una de aquellas fotos me llamó mucho la atención. Era mi nona, mi abuela materna. Yo era su nieta regalona. Prácticamente vivía con ella. En la foto, aparecía en el patio de su negocio, rodeada de todos sus nietos, y con una sonrisa de orgullo en los labios. De pronto, retrocedí a la edad de nueve años, y me vi junto a ella, en la Fuente de Soda. Cada día, después del colegio, pasaba a ayudarla en su trabajo; bueno, eso creía yo. Ahora pienso que, más que trabajar, iba a disfrutar del cariño que ella me brindaba. Me encantaba estar ahí, observando cómo hacían los helados artesanales, viendo a los maestros pasteleros cómo fabricaban hermosas tortas de novia o exquisitas empanadas domingueras. Sin pensarlo dos veces, decidí ir a visitar el barrio donde crecí junto a mi nona. Tenía que estar muy cambiado, tomando en cuenta que habían pasado casi treinta y cinco años, desde que el negocio tuvo que venderse. Al día siguiente, dejando pendiente la pieza de alojados, salí temprano de mi casa, con dirección a la calle Victoria Nº 765; aún recordaba la numeración. Después de perderme varias veces, di con mi destino, pero todo estaba tan cambiado que me costó ubicar el negocio. Me estacioné dos cuadras antes, con la idea de caminar por las tiendas que ni nona solía visitar. Haciendo memoria, justo donde me encontraba parada, había una botica, donde trabajaba la señora Adriana. Mi nona pasaba a saludarla, cada vez que iba a la peluquería, la cual frecuentaba todas las semanas. La Señora Adriana nos hacía pasar a una sala interior de la botica, donde tenía cientos de frascos de vidrio llenos con líquidos multicolores que mezclaba con una pipeta. Me entretenía observar su trabajo. Al despedirse de nosotras, siempre me regalaba un paquete de gomitas de menta. Aún siento el olor refrescante de aquel lugar. Ahora, en reemplazo de la botica, se había instalado un pequeño restaurant, con mesas en la vereda. -¿Desde cuándo están aquí? – mi pregunta sorprendió al garzón, que afanosamente, sacaba brillo a unas copas de vino. -Hace dos años. Antes, esto era una panadería, pero quebró. ¿Le ofrezco el menú, señorita?- Me alejé sin responderle. Tenía que buscar la tienda de libros usados de la señora Clara. Mi nona solía llevarse prestadas una pila de novelas de Corín Tellado, las que devolvía cada semana, para elegir otras tantas que aún no leía. La señora Clara, era una mujer regordeta y de voz chillona. Siempre vestía un delantal blanco. Por supuesto, la vieja librería ya no existía, en su lugar, se levantaba una tienda de repuestos de autos. Mi supuesto viaje al pasado, estaba empezando a desilusionarme. Todo estaba tan cambiado. Tampoco encontré la carnicería del chinito, donde mi nona compraba la carne para los asados de los domingos, ni el almacén de la esquina que la surtía con abarrotes. Todo era ajeno para mí, hasta que, por fin, me encontré frente a la Fuente de Soda que una vez fue parte de mi niñez. La puerta de vidrio de vaivén con vano metálico, que en ese tiempo era la entrada principal al negocio, ahora se había transformado en un portón sucio y desgastado, con huellas de un pasado oscuro de bar de mala muerte. La puerta estaba entreabierta, así que me decidí a entrar. El interior terminó por desalentarme a tal punto que quise salir corriendo. Todas las imágenes que tenía en mi mente, de un pasado feliz, colmado de helados y galletas, de olor a vainilla y chocolate, de mesas pulcras y alegres que invitaban a los clientes a entrar. El recuerdo de mi nona acariciando mi pelo largo de niña y enseñándome a comer, o consolándome, cada vez que debía irme de vuelta a casa. Todo se opacó con la oscura realidad de un lugar extraño y deprimente. La voz gruesa de un hombre que apareció de la nada, me sobresaltó. -¿Busca a alguien?- -Vine en busca de algo, pero ya no quiero seguir buscando. Disculpe por entrar sin permiso, pero la puerta estaba entreabierta y……..- -No se preocupe, ¿la puedo ayudar?- -No gracias, ya debo irme, hasta luego- Salí de aquel lugar, cabizbaja y enrabiada conmigo misma por haber querido indagar en un pasado, cuyo presente era inexistente. ¿Por qué no me quedé con las hermosas imágenes de antaño, que mi mente, cuidadosamente había preservado?, Aquellas eran perfectas, nunca debí invadirlas. Corrí hasta el auto y huí si volver la vista atrás. De vuelta en mi casa, subí al altillo y busqué el álbum desde donde había sacado la foto de mi nona junto a sus nietos. Coloqué la foto de vuelta en su lugar y cerré el álbum. A la semana siguiente, la habitación de alojados estaba terminada. Mi padre se pondría feliz. Un lindo juego de dormitorio, alegres y coloridas cortinas y, junto a la mesita de noche, el viejo baúl de fotos, guardaba cuidadosamente, los recuerdos de mi pasado.
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raymundo
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