La Hija del Rayo (Alegora)
Publicado en Jul 22, 2009
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El sol dejaba caer sus últimos rayos, tiñendo de violeta las nubes que empezaban a cubrir de a poco las faldas del Monte Olimpo.  El Palacio que se erguía en su cumbre, parecía flotar, como en un sueño surrealista.  Ajena al hermoso atardecer, se encontraba Ambrosia, quien, apoyada en uno de los arcos de la torre principal, meditaba taciturna, sobre el problema que la afligía.  Sus alas de algodón, que conformaban el  suave plumaje de terciopelo, se estaban desprendiendo una a una  y caían en grácil movimiento, como copos de nieve, dejando a la princesa, insegura y débil.  Cada día se le hacía más difícil emprender vuelo.  Ya no podía recorrer largas distancias, persiguiendo a los pájaros de Estínfalo, para que no arruinaran las cosechas cercanas a palacio.  Ahora, debía pedirle a Eolo, el dios del viento, que la impulsara con un soplido, hasta alcanzar su afán.   Pero lo que más afligía a la princesa, era no poder competir en los próximos Juegos Olímpicos que se realizarían la próxima primavera.  Ambrosia se había entrenado durante años para la competencia más importante de Olimpia y sus alrededores.  Para su entrenamiento, le había rogado a su padre que le permitiera viajar hasta la isla de Creta, donde se encontraba Apolo, dios de la belleza, y un el primer gran vencedor de las antiguas Olimpíadas.  Finalmente, y gracias a la perseverancia de su hija, Zeus, aprobó el viaje.
Durante días, la princesa alada, caminó sin parar, por sendas inexploradas.   Escaló montes y nadó por bravos mares, hasta llegar a Creta, el lugar elegido para comenzar su entrenamiento y desarrollar todas sus capacidades.  Siete largos años, ejercitó sin interrupción, hasta quedar sin resuello.  Desarrolló grandes talentos.  Podía correr como una gacela, volar como un halcón, y sabía que, gracias a su gran esfuerzo, lograría  la victoria, tal como se lo había pedido a los dioses.
Cuando Ambrosia decidió que estaba lista, emprendió su viaje de retorno al Monte Olimpo.  Al llegar, su padre la estaba esperando.   Sabía del gran esfuerzo emprendido por su hija y se sentía orgulloso de ella.  Es por eso que, durante los años de ausencia de la princesa, Zeus ordenó a Poseidón, dios del mar, y a Apolo, dios de la luz y la cultura, que la protegieran y le entregaran parte de sus sabios poderes.
Sin embargo ahora, la extraña enfermedad que aquejaba a la princesa, le impediría cumplir con su sueño.  Con dificultad, alzó sus débiles alas y revoloteó hasta el lago Estínfalo, rodeado de bosques de Zumanques y gigantescos  pinos negros.  Era en ese idílico lugar, donde Ambrosia   solía buscar respuesta a todas sus inquietudes; donde rezaba a los dioses, mientras sumergía su cuerpo alado en el bálsamo color esmeralda de las mágicas aguas purificadoras.
Acongojada, la hija de Zeus, extendió sus alas enfermas y, suavemente se sumergió en el frío lago, sintiendo cómo su delicado ropaje se iba desprendiendo, al igual que el resto de las inmaculadas plumas, dejándola desnuda y sin fuerzas.  De pronto, sus largos cabellos fueron jalados, obligándola a nadar hasta las oscuras profundidades del lago.  Ambrosia se dejó llevar enceguecida, mientras cientos de manos la impulsaban hacia un lugar desconocido para ella, hasta que por fin, se encontró en el interior de una gigantesca gruta,  iluminada con destellos dorados y violetas.  No estaba sola.  Cientos de pequeñas sirenas danzaban a su alrededor, dejando estelas de hilos plateados que adornaban sus caderas y se enredaban entre sus suaves dedos.  Luego de la fiesta de bienvenida, las sirenas sentaron a la princesa sobre una gran caracola, y con extraños ademanes, le indicaron que se mantuviera inmóvil, mientras ellas trabajaban sobre sus alas.  Ambrosia obedeció y pacientemente se dejó acicalar.  Las horas avanzaban pacientes, meciendo el sueño de la hija de Zeus, mientras las inquietas sirenas, tejían su plumaje, reforzándolo con hilos de plata y oro, dejando reluciente y  majestuosa cada una de sus alas.  Por fin el trabajo estaba terminado.  La princesa despertó de su letargo y pudo ver su imagen reflejada en el palpitante cuerpo de una medusa perlada.  Su sorpresa fue tan grande que no podía quitar la mirada de sus hermosas nuevas alas.  Eran etéreas y brillaban como el más fino diamante.  Las sirenas la rodearon en una ronda majestuosa, y entre remolinos de alegría, Ambrosia emergió a la superficie, sacudió sus nuevos plumajes y, con un halo de orgullo y bríos, se elevó hasta las nubes y con movimiento seguro, se dirigió hacia el Palacio, donde su padre la aguardaba preocupado.
La princesa, contó su extraña y apasionante experiencia a Zeus, quien miraba asombrado la mejoría de su hija.  También le confirmó su presencia en las Olimpíadas que se llevarían a cabo próximamente. 
Durante los cinco días que duró la competencia, Ambrosia sobresalió por su gran destreza, en todos los deportes que se  llevaron  a cabo.
Al final del quinto día, la esforzada princesa, recibió de su propio padre la corona de ramas de olivo, transformándola así, en la gran vencedora del evento más importante de la época, los Juegos Olímpicos. Ambrosia logró salir victoriosa, derrotando a cientos de otros deportistas que competían por el mismo honor.
A partir de entonces, cuenta la leyenda, que Ambrosia, desde la torre más alta del Palacio del Monte Olimpo, observa y  envía halos de suerte, premiando así,   a los competidores que, con esfuerzo logran sus más anheladas metas.
 
 
 
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Foto del autor Maritza Miranda
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Descripción

Alegora que expresa la fuerza y perseverancia de una joven, para lograr sjus objetivos

Palabras Clave: Hija rayo alegora princesa Monte Olimpo mitologa

Categoría: Cuentos & Historias

Subcategoría: Fantasa



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Edgar Cabezas

Me encanto, gracias.
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June 25, 2011
 

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