El producto de los recados (Diario).
Publicado en Apr 11, 2012
El Califa siempre se presentaba voluntario a hacer toda clase de encargos, mandados y recados con tal de ir sacando diez céntimos por aquí, otros diez céntimos por allá y hasta algunas monedas de más de diez céntimos, supongo que quizás de a peseta, de los bolsillos del pantalón de mi padre. ¿Qué hacía el Califa con toda aquella fortuna de céntimos y pesetas amasada de aquella manera tan servil?
Lo descubrí un día de esos en que yo estaba pensando en cómo poder conseguir que los ciclistas pudiesen tomar color pero con el tamaño apropiado para entrar de cuerpo casi completo en las chapas y poder dejar de jugar con los redondeles pintados con sus nombres. La respuesta estaba en las posesiones privadas del Califa; así que destapé el tarro de las sorpresas y apareció tal cantidad de cromos de ciclistas apropiados para las chapas que pensé que ya era la hora que estábamos esperando todos. Lo demás consistió en que el Gimi hizo el resto; o sea, forzar, a través de la intimidación y la amenaza, a que el Califa entregara todo aquel voluminoso lote de cromos de ciclistas para regocijo del Fantini que, por supuesto, en el reparto eligió al italiano Fantini. Yo busqué la mejor manera de quedarme con el mejor de todos, el belga Rick Van Stembergen y, de paso, apoderarme de Rudy Altig, un alemán que en aquellos años estaba en su apogeo. Fue espontáneo el descubrimiento que hice de todo aquel tesoro oculto de cromos de ciclistas que el Califa fue obligado por el Gimi a repartir entre los cuatro. Era, además, y a raíz de todo lo que sucedió después en las chapas de ciclistas, por lo que a veces los recogía de los periódicos y les recortaba las cabezas para ponerlas en otros cuerpos de cromos repetidos (como sucedió con el ruso Kapitonov y el mejicano Pedraza) o los pintaba directamente con colores (como sucedió ccn Sagarduy)... pero lo más asombroso fue cuando al cromo del belga Ludo Jansen lo hice pasar por el holandés Jan Janssens, a pesar de las continuas quejas del Califa. Como no dijeron nada en contra ni el Gimi ni el Fantini, la trampa coló y corrió el belga como si fuera el holandés. Pero lo más asombroso, porque los asombros eran cada vez mayores según pasaba el tiempo, fue cuando cogí el cromo del francés Jacques Anquetil y lo convertí en el francés Rohrbarch. El Califa sahora se quedó con la boca abierta pero ni él, ni el Gimi, ni tampoco el Fantini, se dieron cuenta del cambiazo; aunque bien sabían los tres que Rohrbarch no salía en ninguna colección de cromos. Pero es que en aquello de las chapas valía hacer toda clase de trampas -no sólo con el fútbol- para poder continuar la marcha. Para algo debía servir el producto de los encargos, mandados y recados que hacía el Califa cobrando unos diez céntimos por cada uno de ellos. Y mientras esto acontecía yo seguía pensando en buscar soluciones para poder escapar de aquel redil y, como la oveja negra que no quiere estar entre los corderitos blancos de la familia, comencé a liberarme del todo puesto que, al mismo tiempo, entendía que había algo mucho más interesante que el ciclismo de las chapas y que era el mundo de las chavalas guapas de Cima. A pesar de ello no renuncié todavía a los cromos y fuepor ello por lo que, cual bandolero salteador de Sierra Morena introducido en aquel Madrid de mis historias, atraqué al Gimi para poder renovar a todo el pelotón de aquellos ciclistas que ya estaban obsoletos. Así que decidí comprar la revista francesa con el billete (años después se lo devolví al tacaño y avariento Gimi) para ir dando por terminada la época gloriosa de las chapas. Era necesario, a partir de entonces, dar el asalto a las fortalezas femeninas, sin hacer caso a las feministas radicales, porque me apetecíán más la guapas de verdad. Si las feministas radicales creen que aquello era machismo que se lo crean pero es falso... porque yo sólo lo llamo Atracción Natural. Todos los que somos hombres normales así lo entendemos.
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