No me extraña tanto el prolongado desfile de hipopótamos, cruzando el rosado puente de seda. Comenzaron tan pronto finalizó el otoño y aún no terminan de pasar. Es normal sobre este abismo.  Algo semejante sucedió el anterior otoño, con los pesados y babosos golifétidos grises. Esto me llena de confianza. Aquí está la mano de la Santísima Virgen de los vacíos, guiando a estos hambreados animalitos.
Me inquieta mucho, pero mucho, ese enano esperándolos al final del puente. Nadie explica de dónde llega cada otoño. Mucho menos por qué tiene en sus manos un sextante. Sí, igualito al suyo. ¿El puente? Lo hicieron las tejedoras de mi pueblo, mujeres ancianas conocedoras del oficio como nadie. Tan pronto los hipopótamos terminen de cruzar, vendrán y remendarán las partes rotas.