Andenes (Poesía).
Publicado en Apr 17, 2012
En en interior de los caminos
vamos siendo actores de nuestro afán. Andamos como por andenes del sueño surgiendo en el fondo de nuestro ser... para saber quiénes somos o quienes parecemos en el éter de las sombras... Condenadas las épocas de los augurios llega la hora de andar andenes entre los márgenes de nuestras pasiones escritas en el rostro de nuestro caminar. Y andamos andenes con el retumbar de los cóncavos pasos hacia lo increíble, hacia aquello que creamos pisando andenes de secuencia inmaterial. Es entonces, cuando sabemos quiénes somos, que el insólito lugar es la apertura a las dimensiones exactas de nuestras horas. Un andar andenes sin diccionarios. Un expresar ideas sin vocabulario. Un palpitar incesante sin más razones que ese latir del alma creciendo en las horas sin reloj, en los relojes sin tiempo, en los tiempos sin más dimensiones que andar andenes caminando bajo el murmullo de las ondas. Nadie es ya posible que se duerma en la hora de estas verdades atendidas y, extensa entre andenes claroscuros, la luz avanza... y avanza nuestro andar andenes por las vigilias intensas, extensas, tensas... Se hace un silencio de emigrante que vence en la batalla del silencio y entonces grita este andar andenes a los hombres; a los humanos que se desfiguran en las sombras. Aparece ya una tierra sumergida en este andar andenes para crecer recordando algo... recordando a alguien... recordando que ayer estuvimos presentes y ahora andamos andenes bajo el ritmo del corazón ardiendo de presencias. Emigramos como jugando con las flores del Destino convertido en fiebre y al seguir de frente, al frente, de repente, un estallido toca el futuro. Andamos andenes cortando el tiempo como presencias de esa sed que alimenta nuestras voces. Y es cuando, en ese ser sediento, se produce el relámpago, la llama, ese fragor de trenes que circulan más allá... en la otra orilla donde hemos dejado el temor tendido en las cosas que rodean nuestras vidas. Una luz. Un foco de esperanza diferente. Un ser más ser andando andenes. Su pudiéramos crear otros poemas seríamos tal vez sólo personas... pero somos más... somos personas que caminan regresando siempre al mismo sitio: un hueco de existencia en la penumbra alumbrado de vivencias en el fondo; allí donde se elevan los clamores de nuestro andar andenes viendo pasar trenes que se alejan. Nuestro Destino es una sinfonía de cantos que redimen nuestra ausencia y nos hace presentes en el tiempo, en el lugar, en el espacio... de ese andar andenes con paciencia. En el fondo del túnel yace el misterio que hemos dejado prestado al alba y, andando andenes, aparecemos en el regreso a la luz. Más allá alguien escribe nuestra historia colectiva y caminante dibujando rostros, dibujando sueños, dibujando quizás hasta las almas mientras andamos andenes... andamos andenes sin descanso... buscando ese lugar de las verdades. Por cada verdad un camino. Por cada camino un sentido. Por cada sentido una presencia. Y andamos andenes... andamos andenes reconociendo esos instantes en que olvidamos las muchas paradas rebasadas, los muchos alientos revividos, las muchas esperanzas esperando mientras andamos andenes... andamos andenes en defensa de un vivir escuchado en las alturas más arriba de la supervivencia. Vivimos andando andenes... andenes camino de la luz del alba... y en medio del resplandor la conciencia de caminar pendientes del silencio se nos dibuja en la mirada, en las arduas horas del camino, en las largas esperas... largas... largas... largas... andando andenes como si cantáramos una esperanza llena de consuelo. Por el suelo las rayas diagonales de los largos... largos... largos... pasillos que nos hablan de pequeñas cosas anheladas, de tardes habladas entre las gentes, de los días y las noches y las madrugadas se nos convierten en poesía grabada en la piel de nuestro cuerpo sostenido por ese anhelo de pequeñas cosas que, de repente, se nos hacen grandes. Grandes distancias andando andenes y enterrando respuestas que no nos dieron nunca pero que vamos ya, en este amanecer, a obtener por los caminos. Y caminamos... siempre caminamos... cansancio junto a cansancio... esperanza junto a esperanza... futuro junto a futuro... andando andenes. Andar andenes es imaginar que viajamos cuando empieza la lenta agonía de la tarde... y en plena multitud de principios sólo tenemos un único fin inacabado: andenes... andenes... andenes... Se marchan los trenes hacia cualquier salida y nosotros distinguimos los rostros de las luces que huyen, que se escapan, que se cuelan por las rendijas del alma y nos hacen volver a ser más verdad... más verdad sobre el muro donde se ha fundido el atardecer. Podemos ya seguir el movimiento de las oleadas que inundan de miradas los pasillos. Y con el júbilo de sentirse algo tenemos el concepto rendido... prendido/aprendido/aprehehendido... de este andar andenes como siempre; hasta que llegamos a ser tan hondos y profundos que somos los aliados de una sola respuesta. ¿Qué pueden preguntarnos a nosotros si apenas sabemos más caminos que el andar andenes lentos... lentos... lentos hasta hasta cuajarnos de lejanías? Es tan pequeño el espacio que nos asiste que tras la búsqueda de nuestra verdad sólo nos queda caminar por ver... quizás por ver o por intuir... qué es la verdad de la que somos hechos como seres sin fronteras. El silencio no se habla con el silencio; por eso somos silencio único e irrepetible, silencio que alguien nos enhebra en el alma clavando un sentir en nuestro afán de seguir esperando a recordar lo ya olvidado. Y en este olvido de brújula sin rumbo llegaremos alguna vez... algún momento... algún instante...algún espacio... a ser respuesta y a ser nación de una sola propuesta liberada. Y así, andando andenes, en la superficie de este fantasmagórico llegar demasiado pronto seguimos nuestras propias huellas y las repetimos una, dos, hasta tres veces para volver siempre... siempre... siempre... a saber que hemos nacido para llegar. Y en breve desaparece la despedida de esta manera de partir hacia el afán desconocido que alguien nos ha colocado como guía y conocemos... ¡cómo conocemos!... el andar andenes sintiendo ese infinito de la indiferencia. Las sombras negras de los corredores alargan nuestras sombras y en lo hondo e inexorable de la niebla la conciencia es, en realidad, quien nos dictamina que este andar andenes somos nosotros mismos con la sombra alargada hasta el misterioso lugar interno de algún túnel. Sobre el sueño... más allá del sueño... fuera del sueño... los hombres retornamos otra vez a reconocernos inseguros y en voz baja mas, al fondo, muy al fondo, una inacabada ansia de esperanza cubre nuestras pisadas. Y las huellas firmes de nuestras propias intenciones nos hacen avanzar... siempre avanzar... metro a metro y distancia a distancia para volver a regresar... cuando ya nadie nos espera ni nadie nos va a dar aliento ni nadie vigila nuestro sueño. Y en esa luz que yerra en los pasillos de este andar andenes subterráneos... suburbanos... subterfugios... subordinados a la alegría ajena y al consuelo del espacio que queda entre los huecos del alma nos llenamos de este estallido mudo de caminar reunidos en un solo eco que repite hasta el valor de vernos andando andenes. Somos comos somos tal vez tan sólo como somos y... en ese liberado temor de saberlo hallamos una respuesta. Se abre el aroma del lugar soñado. ¿Abandonar ahora la búsqueda infinita? No abandonamos ahora esa infinita sensación de andar andenes desplazando este enorme peso de las conciencias para poder bajar todavía más... bajar con el ansia contenida... y luego subir un peldaño más, dos peldaños más, tres y hasta mil peldaños más, hasta poder recuperar de nuevo la mirada. Entonces vemos... ya vemos que andar andenes es algo que necesitamos para desalojar el hálito que se queda contenido en los cristales. Tras las ventanas nadie nos ve, ni nadie nos mira ni nadie nos aplaude, y así... esas flores que estallan nuevamente en nuestras memorias nos hacen seguir soñando... ¿Somos iguales? ¿Somos diferentes? Las innúmeras maneras de mirarnos son estas huellas que no se olvidan... estas huellas que hemos ido sembrando y dejando impresas en los zócalos de este andar andenes. Y, al subir al tren, ya somos existentes.
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