PARSITO
Publicado en Apr 19, 2012
Lo primero que hace es observar somnoliento, con la modorra anudando sus largas zancadas, a la gente que reposa en el parque. Camina en múltiples direcciones saludando las palomas que lo reconocen por su forma de ondular y por el silbido con que atrae escarabajos. Ninguno parece ver al parásito. Los lustrabotas lo desconocen. En una reunión sindical aprobaron por unanimidad ignorarlo cuando anduviera por el parque. Miran de soslayo sus botas medievales en cuero de jabalí y escupen a su paso. El parásito selecciona una banca junto a la frondosa ceiba y bosteza ruidoso. Aunque silba tonadillas del folclor húngaro, rodeado por una nube de mosquitos, las personas que por allí pasan lo confunden con una rama seca, desgajada del árbol y que ninguno retira de la banca. En un pueblo que convive con todo tipo de fantasmas, la humana forma que adopta esta rama los deja indiferentes. El niño voceador del diario vespertino, grita para incomodarlo. Le desprende una flor del cabello y sigue de largo, sordo a las propuestas que saltan del parásito. “¡No eres mi padre, cabrón!”, responde el niño, gesticulando con sus dedos. Cuando el parásito termina de bostezar, extrae del bolsillo de su viejo abrigo de paño inglés la lista de libros alquímicos y recita despacio sus nombres. Es entonces cuando, engendros del ceremonial, mémoros, espectros, ilusivantes, soñazangros, presadillos, elucúbricos, imágiros y demás transparencias capaces de hacerse visibles, toman el lugar de los mosquitos en torno al parásito para arrancarle secretos. Es inofensivo. Desde cuando lo conocí me siento cerca de él y tomo notas de sus monólogos. Cuando regresa a su apartamento, lo sigo a prudente distancia, silbando tonadillas del folclor griego…
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