La Seorita Grass (cuento)
Publicado en Jul 24, 2009
La Señorita Grass
Los pormenores de esta historia se los debo a Elizabeta Montini. Me los refirió en su villa de Lucca, en Toscana, una tarde que aún no olvido. Palabras más o menos, así fue su relato... "El sol de mayo se alzaba sobre las montañas espejando las aguas del Lago Maggiore. El cavaliere Di Tomasso bebía su té con la mirada perdida en el paisaje. Era un hombre maduro, tenía un buen pasar producto de algunos negocios afortunados, florecidos al calor de las relaciones políticas, y ahora vivía, solitario y tranquilo, en la pintoresca ciudad de Stressa. Luego de leer el diario, se acicaló y bien vestido abandonó su habitación. Descendió a la sala, ojeó la correspondencia, impartió algunas instrucciones al mayordomo y se encaminó hacia el auto, dispuesto a emprender el viaje hacia Vevey, en el cantón de Vaud. Cruzó la frontera Suiza por el Simplon Pass y cerca del mediodía estacionó frente al negocio de Mr. Delhaye, marchand de obras de arte, quien le había ofrecido una pequeña pintura de Egon Schiele. La secretaria lo introdujo en el despacho del mercader, quien estaba acompañado por una mujer de unos 35 años, elegante y bella, que le fue presentada como Angela Grass, propietaria del bonito cuadro que se exponía en un caballete junto a la ventana. El óleo del pintor austríaco estaba fechado en 1909 y consistía en una marina de colores apagados, donde los barcos con sus palos y cordajes, dormitaban anclados en aguas mansas, bajo un extraño cielo amarillento. Atento a que los papeles de propiedad estaban en orden, a que la obra aparecía debidamente autentificada y con un precio ligeramente por debajo de lo que establecía el mercado, el cavaliere cerró el trato. Firmó el cheque mientras alguien procedió a embalar el cuadro y acomodarlo en el baúl del Mercedes. Se despidió satisfecho por el negocio, dispuesto a emprender el camino de regreso, no sin antes almorzar en el restaurante del Hotel des Trois Couronnes, en la rue d´Italie, junto al lago. Al salir advirtió en el vestíbulo del hotel a la Señorita Grass. Se acercó a saludarla y se sorprendió cuando la dama aceptó tomar un café en su compañía. Era algo más joven de lo que imaginó al conocerla, y como no se hacía trampas a sí mismo, esperaba una negativa a su arresto, ya que las espinas del escepticismo habían crecido con el paso de los años y una natural perspicacia le permitió advertir que sus acciones en el mercado de grisettes descendían sin pausa. Al final de la charla, el cavaliere supo que la dama era escultora, que había estudiado en Viena, que vivía en las proximidades de Como, sin contar otros detalles menudos de la interesante biografía. Ella comentó que regresaría en tren, y él se puso a disposición de la Señorita Grass para llevarla en auto hasta donde vivía. El viaje fue apacible, y al llegar, se despidió amablemente no sin antes invitarla a pasear algún fin de semana, en el Strega, su yate, anclado en la marina de Santa Margherita Ligure. La rutina de los días acabó por esfumar el recuerdo de aquel encuentro, hasta que un viernes de mediados de julio recibió un llamado inesperado: --¿Cavaliere?... ¡Soy la Señorita Grass! ...¿Me recuerda?... Desearía hablar con usted, y tal vez, si es que su invitación sigue en pie, aprovechar para navegar un poco... --¡Naturalmente! --respondió el hombre, algo extrañado. La esperaría al día siguiente en el Hotel Imperiale de Santa Margherita." ******** "Cuando la dama avanzó hacia él, notó en su mirada un dejo de preocupación. Al cabo de media hora de conversación los propósitos de la mujer habían sido expuestos. Se había marchado de la casa de su amante, un hombre violento y de turbios antecedentes. No tenía ningún sitio seguro en donde refugiarse por el tiempo que la prudencia aconsejaba. Temía alguna represalia, razón por la que desistió de volver a su casa familiar en Viena. Por ese motivo pensó en él. En su orfandad, real o fingida, le solicitó asilo y protección hasta que se enfriara el asunto. El cavaliere no era hombre de amilanarse por los imprevistos y así, impulsado por el instinto, instaló a la joven en un cuarto vecino al suyo y dos días después partían en el Strega, a navegar algunas semanas hasta las Islas de Hyéres. Las escalas de Niza y St. Tropez facilitaron el encuentro amoroso y las gaviotas que los sobrevolaron durante el viaje los descubrieron tendidos al sol, sobre cubierta, como amantes solícitos. Las fotografías que el cavaliere guarda como recuerdo de ese periplo testimonian aquellos momentos dichosos. Pasados los ardores estivales, retornaron a la quietud Lago Maggiore. La Señorita. Grass instalada en la casona del cavaliere, adaptó una de las habitaciones como atelier y allí pasaba sus mejores horas, trabajando la arcilla o la piedra. Depositó una suma cercana a los cincuenta mil euros en una de las cuentas de su protector y cada tanto le solicitaba pequeños adelantos para sus gastos. En el garage dormía el pequeño cinquecento amarillo con el que ella se movilizaba. Cuando el cavaliere viajaba a Torino para atender sus negocios, a veces la señorita lo acompañaba. Aprovechaba el paseo para adquirir en la ciudad los enseres que su actividad requería. No era persona de molestar y se manejaba con autonomía. Parecía feliz y despreocupada, y a veces el cavaliere la escuchaba hablar en alemán. Al parecer telefoneaba a una hermana en Austria. A finales de enero, los rigores del invierno se hacían sentir y los Alpes soplaban su aliento gélido, encrespando las aguas del lago. El cavaliere, con desgano, debió ausentarse durante tres días para asistir a una serie de reuniones en Milano. Al telefonear a su casa, la mucama le comunicó que la señorita Grass había salido un par de horas después de su partida con destino desconocido. Mencionó que regresaría al día siguiente, pero eso jamás sucedió. Dejó todas sus ropas y el dinero depositado en el banco, para adentrarse en el misterio" ******* "El comisario Andolini tomó debida nota de la denuncia que el cavaliere realizó en el destacamento policial de Stressa. Como es de rigor en esos casos, se enviaron comunicaciones a los puestos fronterizos y a la INTERPOL, sin que dieran con el paradero de la Señorita Grass. El cinquecento amarillo apareció una semana después, abandonado en las afueras de Coblenza, sin ningún indicio ni testimonio que arrojara luz acerca del destino de su propietaria. Las respuestas de la policía austriaca fueron desconcertantes: "...no consta en nuestros registros persona alguna con ese nombre y descripción, y la oficina de pasaportes no posee constancias de emisión de documentos a ningún ciudadano de tales características." Por voluntad propia o ajena la enigmática señorita se había esfumado, sin dejar tras de ella siquiera una minúscula pista de su paradero. El cavaliere, sumido en la perplejidad y la pena, suele comentar en rueda de amigos, que todo ese asunto fue un sueño feliz con un triste despertar. Otras veces, conjetura que la bella golondrina voló hacia otros cielos, cálidos y luminosos, poniendo distancia con la incipiente vejez del amante. Por último, en las largas noches que el insomnio le prodiga, cavila pesaroso en la ocurrencia de alguna ignota desgracia y entonces se desespera. Lo cierto es que el dulce recuerdo de la Señorita, anima al cavaliere a pensar que la vida con sus cuitas y sorpresas, merece ser vivida. En esa inteligencia trata de disfrutar cada instante, pese a los persistentes achaques que lo acosan y que estoicamente sobrelleva. De cuando en vez, al contemplar en la sala el cuadro de Egon Schiele, la evocación sobreviene. Entonces percibe, muy en el fondo del corazón, la esperanza de que una tarde cualquiera, la Señorita Grass llamará a la puerta para proponerle, con su encantadora voz, de descender juntos a Santa Margherita y zarpar, con el Strega, para disfrutar las delicias del sol mediterráneo..."
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