La luz del norte
Publicado en May 09, 2012
No hay mucha cerveza esta noche entre nosotros para pasarnos de mano en mano. Por ello los silencios descienden hasta el breve conjunto de figuras que formamos, como aves de la noche. Y repliegan sus alas en nuestros hombros, sobre las piernas. Esta tarde Josep ha corrido una prueba ciclista y, él sabrá porque, ha salido decepcionado de sus prestaciones, lo que le ha llevado a coger su automóvil e ir hasta Olot. Casi cien kilómetros para rescatar del recuerdo una novia primeriza perdida hace alo más de un lustro. Cuando ella le ha abierto la puerta se ha llevado un sorpresón de estos que no gustan nada, pues el pasado nunca vuelve. Y si parece que si es para amargarnos la tarde de un sábado. Como ha hecho Josep con esta chica, ya casada, ya volviendo a recordar la amargura padecida con mi amigo. Josep ha regresado tan humillado como deseaba, tan vencido como quería sentirse. Y ha llegado a nuestro lugar de encuentro más fumado de lo habitual, me ha sonreído como un idiota y nos ha relatado toda su aventura. Para luego echarse a llorar. Estas cosas siempre acaban así. Al cabo de un rato Jesús me ha explicado (una vez más) lo jodido que es competir en pruebas ciclistas: los riesgos, el cansancio, los escasos premios monetarios... He pensado para mis adentros (también una vez más): Probad con motos idiotas. Pero sé que soy injusto cuando a veces gasto mi ironía nada sutil con ellos, pues sé también que hay algo de agonístico en ese deporte que practican y que yo nunca he sentido dándole gas a mi máquina. Yo cazo el riesgo y lo disfruto. Y me paseo dibujando la palabra warning sobre otra mucho más grabada: velocidad. Pero ellos sacan un mayor botín de tragarse kilómetros y kilómetros. Lo agonístico, mientras diviso entre sombras a Josep hecho un ovillo, escondiendo el rostro de todo cuanto le pueda ver, me recuerda la relación sexual con la chica que tenía entre sus enseres una pequeña cuerda y cuando estábamos en la cama quería que ahorcara con ella justo el tiempo de correrme en su vagina. Deseaba llegar al extremo de placer y dolor bailando muy agarrados. Me daba las gracias después o me regañaba si durante aquellos instantes no había apretado lo suficiente. Cuando lo hizo conmigo pasé miedo. Pero ciertamente, en aquellas ocasiones mis corridas fueron sensacionales (cada uno tiene su media y, a partir de aquí, si eran sensacionales(lol)) y ambos nos derretíamos de placer viendo el disfrute común que lográbamos. En frío, reposado, meditaba: Algún día morirás como un puto ahorcado. Cuando perdí esta relación o la intercambié por Lluïsa, la delicadeza de ésta, su sobriedad en todo, la relación tan tenuemente progresiva, me hacía pensar que iba de un mundo a otro sin control. Jesús ahora delira. Siempre se mete más. Es un mierda! Siempre se mete más y debemos asistir al triste espectáculo de su derrumbe. Es como si un gran edificio se desplomara con todo su estruendo y peligro. Desciende a lo simiesco, se transforma en un tarado y durante horas resulta una carga para quienes lo amamos desde la niñez. El amor de la amistad no huye nunca cuando la persona apreciada falla, se equivoca, te decepciona, fracasa. El otro amor si huye. Son cosas distintas y decisiones distintas. Josep me vuelve a hablar de su ex-novia y hace una reflexión acerca del paso de los años, de lo que se pierde, de que la memoria debería ser olvidadiza y así no castigarnos con tanta asiduidad. Pasan las peores horas de la noche sobre nosotros. Luego alguien dice que hay un fiesta en la otra punta del barrio. Nos habíamos olvidado que es la noche de la verbena de San Pedro y por lo tanto lo que vamos a buscar ahora, andando sin ton ni son por una de las viejas aceras pateadas mil veces en nuestra infancia, debe ser una fogata. Y nosotros estamos muy quemados ya para arder en ella, entre el jolgorio y la alegría de los demás. Pero seguimos caminando. Buscando la luz que sin duda debe proceder del norte de nuestro pequeño mundo. Terrassa (Sant Pere Nord), junio de 2005.
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Sam