Historia de una Vida (capitulo 2)
Publicado en May 17, 2012
MIS ABUELOS
Mis abuelos, Silverio y Dionisio, eran hermanos y mis abuelas, María Eustacia y María Antonia, también eran hermanas. Para poder casar a mis padres hubo que pedir una “dispensa papal”, por ser primos hermanos, primos segundos, y posiblemente hasta primos terceros, por eso yo me llamo Guillermo Sepúlveda y Sepúlveda Zuluaga y Zuluaga, amén de otros apellidos repetidos en muchos de mis antecesores. Recuerdo ahora que cuando Ximenez, humorista de El Tiempo, escribió una crónica sobre mi soneto “Este Pez”, se refirió “al joven poeta Sepúlveda y bis”, y otro columnista agregó que la gente de Caldas era muy bien nacida, pero quien no tuviera sino un apellido optaba por repetírselo. Yo le contesté que eso le pasaba también a los doctores José Restrepo Restrepo y Fernando Londoño y Londoño, para no citar sino a dos de los más ilustres caldenses. Vale la pena referir que cuando mis hijos visitaron la Ciudad de Los Ángeles, buscaron el Bulevar Sepúlveda y lo recorrieron hasta encontrar la calle Sepúlveda y Fernando se subió por el poste para que le tomaran una fotografía con los nombres del bulevar y de la calle. Un policía le iba a aplicar una multa, de la cual se salvó cuando le mostró el pasaporte. Nunca averigüé cual fue el Sepúlveda que mereció el honor de bautizarlos con su apellido. Silverio, que era de Rionegro, liberal y rezandero, resolvió venirse para el Quindío, donde compró unas mejoras y, con trabajadores del vecindario, empezó a reclamar la posesión de unos inmensos “baldíos”, talando a golpes de hacha, los árboles de las agrestes montañas que lo rodeaban. Al cabo de un tiempo regresó a Rionegro y se trajo toda la familia -cerca de 20 personas- al frente de una recua de caballos, mulas, bueyes aradores, ganado, cerdos y perros de cacería, Mi abuela hizo cargar en jaulas gallinas, pájaros, conejos y las matas de flores que nunca faltan en un trasteo de antioqueños. Cuando murió Silverio le dejó a cada uno de sus hijos una finca. Fue una persona de recio carácter, de ojos canelos, amplio bigote, cuyas órdenes nunca se podían discutir. Se cuenta que una vez agarró de una pata a una mula que lo había golpeado y la zarandeó a su disgusto durante un buen rato. Dicen quienes lo conocieron que quebraba una pila de 5 atados de panela de un solo puñetazo. Yo lo recuerdo con admiración. Se volvió a casar con una señora de apellido Correa, con quien tuvo como siete hijos más. Uno de ellos, a quien yo llamaba medio tío, era Germán, negociante en fincas, apodado “cambalache” por su habilidad en los negocios y quien fue un excelente amigo mío. Mis abuelos maternos, Dionisio y María Antonia, más conocida como Chovita, tuvieron tantos hijos que cuando querían sacar a toda la familia de paseo por el pueblo, tenían que pedir permiso de “manifestación”. MONUMENTO AL HACHA Hace algún tiempo empezó un movimiento, dirigido por desinformados ambientalistas, contra el hacha, a raíz, posiblemente, del único monumento al hacha, inaugurado en Armenia durante las fiestas del cincuentenario, a la entrada del Cementerio y el cual fue trasladado al Parque de los Fundadores. El hacha fue la herramienta más importante en manos de los colonizadores antioqueños, que sembraron todos los ‘pueblos del Viejo Caldas y del Norte del Valle, “descuajando” a golpes de hacha las inmensas selvas que existían en aquellos tiempos, con el sudor de estos valientes argonautas. Tratar de erradicar la importancia de esta maravillosa herramienta de la mente de quienes hoy habitamos estas tierras, es tarea imposible de lograr. ¿Qué se hubiera podido hacer sin ella? La robusta abarcadura de los árboles, crecidos libremente durante miles de años no podía ser talada a machetazos. Si en esa época hubiera existido una Ley que prohibiera el uso de ella, a nuestros abuelos no les hubiera quedado más recurso que vivir en las copas de los árboles, como tuvo que hacerlo el legendario Tarzán, quien en vez de escaleras tuvo que utilizar el ascensor vegetal de los bejucos. Las ciudades en esos lugares no hubieran sido como se conocen hoy, sino que fueran desparramados caseríos bajo las cerradas copas de los árboles. MI PADRE Eustacia consiguió un maestro para que sus hijos siguieran estudiando, lo que se convirtió en la primera escuela rural del vecindario. Mi padre estudió sólo los primeros cinco años. De ahí en adelante dedicó todo lo que le pagaban por su trabajo en la finca, comprando libros, velas y fósforos y luego se encerraba en su cuarto hasta cuando terminaba de leerlos. Ese fue el complemento a sus estudios de la escuela primaria, contra la oposición de Silverio y la alcahuete colaboración de su madre, quien le hizo abrir una ventana a la puerta de su cuarto, por donde le pasaba los alimentos y le sacaba la “mica”. Todos los meses hacía lo mismo, hasta cuando mi abuelo comprendió que la lectura contribuye a la educación, cuando se sabe escoger los autores y los temas. Un día, ya de mayor edad, se interesó en los problemas legales y se compró un ejemplar del Código Civil. El estudio del ordenamiento jurídico le sirvió para desempeñar cargos como Secretario de un Juez en Anserma Viejo -Santana de los Caballeros-, de un Magistrado del Tribunal en Pereira, de Notario en Montenegro, Juez y Concejal en Circasia, y Corregidor en La Tebaida. Mi padre fue elegido como miembro principal del Directorio Liberal Departamental de Caldas, en reconocimiento a su intensa lucha política. Después empezó a ejercer como abogado sin título y se dedicó al periodismo, fundando diferentes semanarios y diarios, el último de los cuales se llamó primero A LA CARGA, cuando él era Jefe del gaitanismo en el Quindío y luego El Comercio, del que no tengo sino unas cuantas hojas en muy mal estado, las que pienso recuperar llevándolas a un Laboratorio que se encargue de estos trabajos. En el proceso de releer y corregir este relato, tengo que agregar que el experto de estas restauraciones resultó ser mi amigo Julián Osorio. En esta copia de él hizo se puede leer la fecha, Junio 4 de l948 y el Nº.l00 de su edición, de la cual pienso imprimir una de mayor tamaño, para enviarla al Círculo de Periodistas de Armenia y así poder desvirtuar el informe de un investigador universitario, quien negó categóricamente la existencia de nuestro Diario, el más combativo durante la violencia política, como ya lo hemos repetido muchas veces. Los únicos ejemplares que conservábamos, cosidos y empastados, los regaló mi hermano Jaime a profesores y alumnos de la Universidad. Es muy posible que luego aparezcan, pero ahora sí, mi padre tendrá que ser reconocido como el eminente periodista que siempre fue. Nosotros dedicamos una edición especial, en homenaje al Líder asesinado, a dos tintas, con el retrato de Gaitán a todo lo ancho y largo de la primera página, con el puño en alto y el grito congelado en el silencio de su garganta. El Romance en memoria de Gaitán lo escribí al calor de la pasión política, describiendo su intangible presencia, con un repetido grito de angustia en la soledad del bronce y de los versos: Llanto y furia en la muerte de Jorge Eliécer Gaitán La sangre corría buscando su corazón desterrado i Ay, qué dolor tan intenso, qué llanto desterrado! La luz cortaba luceros para su nombre callado: ¡ Ay, qué clarines tan largos los que su muerte ha dejado! El aire oxidaba goces que nadie más ha gozado: ¡ Ay, qué metal tan ardiente el de su grito acerado! El fuego soltó la furia de un luto desesperado: ¡ Ay, qué misterio el que tiene la llama que lo ha quemado! ¡ Ay, Capitán, Capitán la muerte te ha despertado: será tu cuerpo de bronce sobre la muerte enastado! ¡ Ay, Capitán, Capitán, el pueblo no te ha olvidado! MUERTO SIN HABER NACIDO Cuando Renée, mi esposa, me anunció que estaba embarazada del que iba a ser nuestro primer hijo, yo me enloquecí de tal manera que empecé a ofrecérselo a toda mi familia, pero cuando ella visitó al médico, después de dos meses, me lo trajo en una pequeña botella llena de alcohol, como si fuera un muñequito de plástico. Mi angustia fue tanta que empecé a escribirle unos versos y, como no los pude terminar, se los envié a mi padre para que él lo hiciera y lo termino: Se murió sin haber nacido apenas, una muerte interior lo perseguía con anzuelos de miel por tu cintura y duró solamente lo que dura…….. ¡UN BANANO EN LA PUERTA DE UNA ESCUELA! Yo lo llamé para quejarme de su inoportuno sentido del humor y a vuelta del correo me envió el siguiente soneto, publicado en las antologías de la Poesía quindiana. Yo lo llevé al diario La Mañana y Harry –Hugo Jaramillo– lo publicó con la siguiente nota: Publicamos este maravilloso soneto de Eduardo Sepúlveda, quien le salió poeta al hijo: Muerto sin haber nacido Viajero de un país desconocido, resumen de un misterio indescifrado, en un crisol de amor purificado y en la noche del tiempo diluido. Dulcemente en la sangre presentido y en un lienzo de venas dibujado, sin dejar ni una huella del pasado cruzó como una ráfaga de olvido. Intuyó que en la vida nadie sabe lo que el destino tiene prometido, por eso sin zarpar quemó su nave. Y antes que verse por la muerte herido quiso saber si en lo posible cabe la existencia de un ser que no ha existido. Mi padre siempre se aprovechó de sus hijos para hacer sus chistes. En cierta ocasión tuve deseos de saber que se sentía cuando se llegaba a la vejez y empecé a preguntarle a mis amigos de la tercera edad, quienes optaron por no contestarme, pero un día llegué al café Caucayá, en Manizales, donde mi padre estaba sentado a la mesa con varios de sus amigos y yo le pregunté lo mismo: “Qué siente Ud. ahora que está viejo –tenía apenas 54 años–: arrepentimiento de no haber aprovechado las mejores oportunidades de su vida, envidia de los jóvenes, etc., etc.” Yo no sé qué sentirán los demás, pero en el caso mío, ahora que estoy viejo, como usted dice, siento una profunda desilusión de haber tenido un hijo tan “pendejo” como usted. Otra vez, cuando vivíamos en Chile, mi hermano Jaime le dijo a mi papá, durante el almuerzo, que tenía que aumentarle la plata que le estaba dando los fines de semana, porque para poder ir a cine, en vista de que habían aumentado el valor de la entrada, él tenía que irse corriendo detrás del Bus para economizarse el valor del pasaje. Mi papá le contestó: usted si que es bobito, por qué no se va corriendo detrás de un taxi para que economice más
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