Jugando sobre la era (Diario).
Publicado en May 21, 2012
Parece cosa increíble o psicodélica pero fue verdad. Ocurrió en la Casa de Campo de la ciudad de Madrid. El asunto fue que al ingeniero de la citada Casa de Campo madrileña no se le ocurrió otra peregrina idea que poner dos porterías de fútbol, con las medidas reglamentarias, en una antigua era de trillar cereales, que estaba, por supuesto, compuesta de duro suelo arenoso en el cual había miles de piedras de pedernal, puntiagudas por cierto, como cancha de jugar al noble deporte balompédico. Fue durante la última época de mi estadía en el Instituto San Isidro de Madrid y no nos quedó, a los valientes y decididos chavales del Esparta de San Isidro, que solucionar un dilema: o jugar sobre la era (con porterías reglamentarias para no discutir si había sido gol o no había sido gol) o tener que retroceder en el tiempo y jugar con porterías formadas por unos mojones de piedra o poniendo nuestra bolsas de deporte más la ropa de ir por la calle como postes y luego adivinar, con las consiguientes broncas según la opinión de cada bando, si había sido gol o no había sido gol. Decidimos no regresar a los tiempos "prehistóricos" y nosotros, los espartanos de San Isidro, aceptamos el reto que nos lanzaron uno de esos equipos de "descamisados" que por entonces abundaban tanto en los barrios populares de los castizos madriles.
El asunto es que los del Esparta de San Isidro (camiseta amarilla y pantalón corto azulado como los del Las Palmas de Naranjo, Mugica, Torres y compañía) estábamos tan hambrientos de balón que, una vez más, demostramos tener carisma de equipo casi siempre vencedor y aceptamos la propuesta. Como es natural, todos teníamos la oportunidad de seguir perfeccionando nuestros toques de balón pues si fallabas te podías machucar los dedos del pie que hubiese chocado contra alguno de aquellos guijarros de pedernal puntiagudos. Era, una vez más, demostrar que sabíamos jugar al fútbol en cualquier circunstancia. Aquello de jugar sobre una antigua era de trillar cereales de cuando Isidro el Labrador estaría ejerciendo su oficio (antes de ser elevado a los altares como santo) suponía, una vez más, una "prueba de fuego" para nosotros los espartanos del Instituto San Isidro de Madrid, que no teníamos ni cancha propia como si ocurría con los atildados y prepotentes del Instituto Ramiro Maeztu de Madrid (los señoritos de la calle Serrano). Una vez más salimos triunfadores en la contienda y aquella batalla campal, sobre los guijarros de pedernal, puntiagudos como cuchillos de los que usaba mi abuela para cortar el pavo de Navidad, quedó como hazaña en la Historia de nuestros encuentros en la Casa de Campo de Madrid. El asunto consistía en que, a veces, era necesario demostrar lo de "genio y figura". ¿Teniamos genio deportivo los del Esparta der San Isidro de Madrid? Demostramos, una vez más, que sí. ¿Teníamos figuras de futbolistas los del Esparta de San Isidro de Madrid? También quedó demostrado que era cierto (por lo menos en la mayoría de los casos). Y la fama de nuestro equipo seguía subiendo como la espuma en los barrios populares madrileños, digamos, por ejemplo, los que circundaban alrededor de La Pradera de San Isidro o los que circundaban a la barriada de La Elipa. El asunto era forjar más nuestro espíritu deportivo y procurar no caer gravemente lesionado para lo cual había que dominar la técnica de darle al balón sin tropezar con el suelo para no machucarse los dedos de los pies; y mantenerse siempre en equilibrio vertical para no caer sobre aquel pedregoso y patético escenario y dejarte magullados el espaldar o los ijares o quedar más deslomados que el pobre Sancho Panza en la aventura en que Don Quijote se lió a espadazos contra los pellejos de vino de una venta siendo el pobre Sancho el que recibió mayor paliza. No sé cuántos goles marcamos aquella gloriosa tarde en que vencimos jugando sobre la antigua era de trillar cereales pero, al final, logramos que ninguno de los nuestros quedase gravemente lesionado por algún tirón muscular o por rotura de rodilla, tibia o peroné (o las tres cosas incluídas). Aquello sirvió para que siguiésemos dominando la técnica balompédica aunque en la parte táctica y estratégica era más difícìl... puesto que plantear tales cuestiones en aquella era venía a ser algo así como pedir limones a un naranjal. Parece un cuento surrealista pero no fue un cuento escrito para entretener a mis lectores sino que resultó ser una realidad pura y dura de aquellos años en que en Madrid dominaba el lenguaje castizo de los "chaveas" tan locos por el fútbol como para no amedrentarnos y jugar en aquellas pésimas circunstancias.
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