EL VENDEDOR
Publicado en May 22, 2012
Tarde estival con cuatro o cinco rosas de sangre congelada en el aire. En un día así, garzo, que con nadie comparto, golpea en la puerta de mi casa el vendedor de carne a domicilio. No deseo que regrese más con su talego de cabuya ensangrentada, ni quiero verle el tulipán que luce sobre su oreja. No es común ver a un vendedor de carne con una flor sobre la oreja. Algo me dice que disimulado en su fardo no trae solo pedazos de carne de res, sin prórroga de viento y sol por los pastizales. Allí, oprimido en el fardo, tal vez algún amanecer lluvioso; allí, serpentíneo entre el paquete, tal vez un camino rural frente a la fonda donde alguien escucha Fatalidad, de Olimpo Cárdenas, …estrella fugitiva de mi anhelo me llevas por desconocido cielo, detente ,no me robes la alegría, sin tu influjo luminoso mi existencia es un destrozo… El vendedor, esconde allí el viento, el sol y los caminos, “mi oferta es solo carne”, repite o pienso que debió decírmelo cuando averigüé por los ojos y la mirada del toro sacrificado. Tiene dentro del talego una cabeza de res con ojos negros. ¿Quién me asegura que no observan en este momento cuanto está apagado o poco a poco se apaga en la vida de los vivos? Una cabeza cuyo cuerpo se desmembró por las cocinas de Calarcá. Arrima a la puerta de mi casa y me mira, desafiante, como si yo fuese su próxima mercancía… Yo, que hablo de tú a tú con las vacas de mi pueblo. Si le pregunto dónde guardaron los cascos del cuadrúpedo, responde, señor, la verdeamarilla yerba tajaba su lengua y la sed le llenaba de sol. Soy culpable de los atardeceres que restaron de sus días a la res. Soy culpable de las vacas que no alcanzó a fecundar. Tarde estival...
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