Olmos y los olmecas (Diario).
Publicado en May 29, 2012
Se apedillaba Olmos. Era un gran compañero. Una gran persona. Un perfecto esposo y un perfecto padre. Tranquilo. Sereno. Sensato. Ejemplar. Alguien de quien poder aprender a cómo comportarse dentro del Negociado. Alguien que demostraba tener personalidad suficiente como para no hacer caso de los murmuradores, las cotillas y toda aquella jarca de vagos que hacían como que trabajaban sin trabajar para seguir sacando tajadas de la situación. Para mí era un espejo donde poder ver cómo se debía comportar un empleado concentrado solamente en el trabajo. Lo que sucedía es que yo estaba, en aquel entonces, muy implicado en la tarea de estudiar la vida y costumbres de los olmecas. Olmos estaba muy lejos de ser mi maestro porque yo, como siempre, estaba en un mundo ajeno a toda aquella ralea de personajes que pululaban a mi alrededor. Claro está que yo sólo estaba pendiente de seguir aprendiendo temas culturales tan interesantes como la vida de los olmecas.
Creo recordar que Olmos habló conmigo en alguna ocasión... pero yo solamente estaba interesado en dos únicas cosas y no eran precisamente ninguna de ellas lo de los papeles bancarios ni lo de escuchar a tanto cotorro y a tanta cacatúa murmurando de los demás. Aquello parecia la "guerra de todos contra todos". Así que me refugiaba en mis saberes culturales y seguía rechazando las proposiciones de ascender a costa de competir contra mis compañeros y mis compañeras. Lo mío seguía siendo, solamente, trabajar hasta que sonase la campana de la salvación. Y a las tres de la tarde lograba evadirme de todo aquel mundo que no significaba nada para mí. Pero reconozco que Olmos sí que era ejemplar. Los olmecas me llamaban mucho la atención en aquellos apuntes que recogía yo, por las tardes, recurriendo a mi gran colección de libros de Historia. Como no me interesaba para nada el mundillo aquel de los bancarios y los jefecillos de banca, yo seguía estudiando a los olmecas empezando por lo más elemental: ubicarlos en el contexto exacto de los pueblos precolombinos. Eran formas y maneras de escapar de todo aquel tinglado que se me venía encima por todos los lados menos por una que yo llamaba concentración en mis sueños con los ojos bien abiertos. Así fue como inicié la historia de los olmecas, entre recibo y recibo, entre letra y letra, entre pagaré y pagaré... entre todo aquello que intentaba, por todos los medios posibles, olvidar mientras trabajaba a destajo para demostrar que podría haber llegado muy lejos en la Banca pero que, desde que el 1 de abril de 1967, cuando entré a formar parte de aquella "familia" de gentes en los que abundaban los ignorantes, me juré a mi mismo trabajar para olvidar. Por eso fue que, fijándome en la serenidad de Olmos, inicié la historia de los olmecas sabiendo que la cultura olmeca o cultura madre es el nombre que recibe una cultura que se desarrolló durante el Preclásico Medio. Aunque se han encontrado indicios de su presencia en amplias zonas de esta área cultural, se considera que el área nuclear olmeca -o zona metropolitana- abarca la parte sureste del estado de Veracruz y el oeste de Tabasco. Se desconoce a ciencia cierta la filiación étnica -esto es, quiénes son los ascendientes de este pueblo-, aunque hay numerosas hipótesis que han intentado resolver la incógnita de la identidad de los olmecas. En ese sentido, es necesario hacer la aclaración de que el etnónimo olmeca les fue impuesto por los arqueólogos del siglo XX, y no deben ser confundidos con los olmeca-xicalancas, que fueron un grupo que floreció en el Epiclásico en sitios del centro de México como Cacaxtla. Me apasionaba el mundo de los olmecas, los zapotecas, los chichimecas y otra mucha vvariedad de pueblos colombinos que formaban los orígenes de aquellas tierras, especialmente la del Yucatán. Mientras tanto los jefes que no entendían nada del por qué de aquella renunciación mía a ser uno de ellos, me seguían acosando haciéndomes trabajar cada vez más y con mayores esfuerzos por ver si yo olvidaba mi sempiterna conciencia de querer ser cada día más culto... y por eos Olmos era referencia de serenidad, de buenas costumbres, de saber dominar las técnicas bancarias... pero es que a mí las técnicas bancarias hacía ya mucho tiempo que habían dejado de interesarme. Lo mío era seguir formándome como periodista, como escritor, como maestro de enseñanzas varias excepto de las cuestiones bancarias a las cuales yo no tenía aprecio alguno. Pero trabajaba... vaya que si trabajaba a destajo para cumplir con una misión donde me habían metido a la fuerza. Era necesario ser fuerte. Mantener la serenidad al estilo de Olmos, ser tan buen esposo y tan buen padre como era Olmos y seguir pensando en los pueblos precolombinos que era, entonces y lejos de los envidiosos y las brujas que me rodeaban pro todas partes, un tema verdaderamente emocionante para mí en lugar de todo aquello de estar sentado ante las másquinas del Banco Hispano Americano, ya despedido de la Oficina Principal, y metido en el barullo de las barahúndas de aquellos que se llamaban compañeros, y hasta amigos quizás, cuando la realidad es que todos ansiaban "comerse" los unos a los otros para llegar antes a ocupar un puesto de jefecillo de undécima categoría. Yo observaba a Olmos y seguía investigando sobre los olmecas con tal de olvidar aquellas pesadillas. Así fue como descubrí todos los pueblos del Antiguo México partiendo de los olmecas. Fue una verdadera gozada cultural aprender tanto de los aztecas, los olmecas, los zapotecas, los chichimecas y otros muchos y variados pueblos que me sirvieron, objetivo principal en aquellos años, para pasar las jornadas laborales bancarias pensando en otras cuestiones muchos más importantes, para mí, que saber distinguir entre un pagaré y una letra de cambio y mcuhísimo más interesantes, para mí, que trabajar a la velocidad de un relámpago metiendo cifras de números en aquellas máquinas que te podían absorber los sesos y convertirte en un número más de la larga cadena de números que, a mi alrededor, de "devoraban" los unos a los otros por conseguir ser más... ser mejores autómatas... ser más idóneos para la "gran carrera" bancaria. En fin. En las páginas de mi Diario no podían faltas todas aquellas horas que, una vez cumplidas a la perfección mis tareas bancarias, usaba yo en mi privacidad creativa para seguir imaginando mundos diferentes, muchos mundos que atraían mi imaginación para crear historias más atractivas, con chavallas atractivas por supuesto, que todo aquel "infierno" de máquinas calculadoras, de máquinas clasificatorias, de másquinas impresoras, de másquinas... máquinas... y más máquinas... hasta poder cuadrar el balance diario. Conseguí olvidarlas a todas (me refiero a las máquinas y no a las chavalas guapas e interesantes que las ponía yo de heroínas en mis historias precolombonas) y, de esta manera, admirando la serenidad de Olmos conseguí concentrarme en los olmecas para seguir formando mi espíritu de escritor. Y eso es todo. Eso es todo lo que aprendía yo en aquellos años mientras olvidaba... cada vez más y cada vez con mayor intensidad... lo de los cupones corridos, los efectos a cobrar y efectos a pagar, las comisiones que se debían cobrar y que no eran iguales si se trataban de recibos de Madrid o de recibos de lugares tan lejanos como Santiago de Compostela o algún pueblo escondido como Adamuz. Y es que, por más que se empeñaban en hacerme aprender las diferencias existentes entre las comisiones que había que cobrar según una tabla existente de no sé cuántas variantes posibles (Conchita Medina se las sabía de memoria) yo sólo estaba allí pensando en las tres de la tarde... en aquella campana salvadora que me hacía introducirme siempre en mis propios mundos ajenos por completo a todo aquello de las comisiones, los ITES, y hasta de cuándo fue el comienzo de aquel purgatorio bancario. Menos mal que la serenidad de Olmos me sirvió como un punto de referencia para pensar solamente en los olmecas...
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