La muerte en mis manos
Publicado en Jun 05, 2012
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Hace años que sucedió y cuando pienso en ello (de tarde en tarde) la imagen que me conmoció tanto en su momento vuelve a producirme escalofríos. Y, decididamente, es porque yo nunca antes ni después he tenido a la muerte en mis manos. Maldita sea! Ahora en que comienzo a escribir la impresión que sentí por ello hace que de nuevo me sienta mal.
En la casa de mis padres siempre han habido animales, aparte de nuestra familia: poco numerosa. Mi padre desde niño ha sido un enamorado de los gatos, incluso acepta que tiene por ellos una obsesión. A mi madre le han gustado más los perros. Perros grandes de vigilancia. Al hacerse ellos mayores, el tamaño de los perros que se han ido instalando en casa ha ido disminuyendo, ciertamente.
Hace unos años yo vivía cerca de la casa donde nací y visitaba a diario a mis padres, una vez terminada la jornada de trabajo. Era un mes de mayo, parecido el tiempo a como es ahora: inestable, primaveral, lluvias y calor intercalado. En casa tenían entonces un perro huskie de gran belleza. Un animal de aspecto noble con unos ojos azules precioso. Era pacífico, la mar de pacífico. Y había también en casa un gato blanco y peludo, traído de una protectora de animales de Sabadell. Entre el perro (Nòrdic)  y el gato (Nino) no había problema alguno. Nunca se tuvieron nada. Y mis padres se sentían tranquilos en cuanto a esto.
Una mañana entró por la puerta del barrio (por entre los barrotes) un pequeño gato, muy joven aún, que tenía toda la pinta de ir perdido. Se quedó en un rincón del jardín hasta que mi padre lo recogió y lo metió en la casa. Según mis padres era enormemnte cariñoso y se mostraba agradecido de tener un lugar donde estar. Con Nino habían tenido algún enganchón, pero nada importante. Cuando llegué a casa al atardecer estuve realmente contento de que otro gato se hallara con mis padres. Jugué con él encima de un sofá rascándole con cuidado la panza y él se retorcía y me arañaba la mano sin producirme apenas daño. Mi padre, como cada anochecer, preparó la comida del perro y la sacó por la puerta de atrás, lugar del jardín donde él siempre se encontraba, ya fuera amordazado ya libre. El gatito se dirigió hacia la puerta sin darme yo cuenta y mi padre no había tomado la precaución de cerrarla. El gato salió a las escaleras y cuando lo vió nuestro perro se lanzó sobre él como un relámpago sin dar tiempo a mi padre a detenerlo. El cabrón le clavó los colmillos en el cuello y el gatito pegó unos gritos terribles. Yo estaba en la sala, alarmado fuí corriendo a ver que pasaba. También mi padre gritaba consciente del drama. Me encontré el gato tumbado en el el umbral mientras mi padre perseguía a nuestro perro maldiciéndolo. Cogí al gato, que era tan pequeño joder!! Cabía casi por entero sobre la palma de mi mano. Y nunca, nunca, la puta Ostia!! podré olvidar del modo que chillaba. Me miraba y chillaba como si yo tuviera la obligación de salvarle la vida. Vi que tenía el cuello reventado y que no se podía hacer nada. Pero aquel animal, de apenas unos meses de vida, se rebelaba contra la muerte que ya tenía encima con una furia que me traspuso. Joder, me hizo llorar. No pude impedir decirle (decirme, decir al puto dios): Yo no puedo hacer nada!! No podía hacer nada, ni siquiera taponarle el chorro de sangre que me manchaba la mano. Fue solo cuestión de unos breves minutos. Hasta que expiró peleó desde su fragilidad con una violencia admirable. Y clavaba su bellísima mirada en mí, cuál si confiara que podría... que podría, que podría!! Me sentí lo más impotente del mundo. Y, como un gilipollas, me quedé de pie, con el gato agonizando sobre mi mano. En tres o cuatros minutos murió y yo maldecía como un carretero. Le recriminé a mi padre, perseguí a pedradas al perro hasta echarlo a la calle. Nunca me ha dado tanta pena algo: El tener la muerte en mis manos y sentir (como los latidos de aquella hermosa bestia) que no es posible vencerla. No hay impotencia mayor, no hay impotencia mayor, de ver como se te escapa una vida entre los dedos como si solo fuera agua.
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Foto del autor Joanna Dufromont (transformer)
Textos Publicados: 33
Miembro desde: Aug 08, 2011
7 Comentarios 1011 Lecturas Favorito 0 veces
Descripción

relato

Palabras Clave: muerte vida

Categoría: Cuentos & Historias

Subcategoría: Personales



Comentarios (7)add comment
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Vrtigo

un relato estremecedor contado con gran sencillez
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September 30, 2012
 

A veces veo Muertos

Gracias por vuestros comentarios.
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June 23, 2012
 

Fairy

Que triste relato, que impotencia se siente con una vivencia así.

Me agrada el sentimiento agregado a tus relatos.

Saludos

Sachy
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June 10, 2012
 

Joanna (Loureiro)

Debe ser difícil contar cosas aquí.
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June 06, 2012
 

JOANNA MATILDA

Jamás encontraremos un argumento lógico para detener a la muerte; potencializar la mente y positivar nuestro paso por la vida, de modo de lograr generar toxemias disparadas directo a su médula, para hacerle así, vomitar la esencia del que hoy muerto, no ha nacido para durar...

Realmente es un relato estremecedor y absolutamente destacable tu modo de narrar una experiencia de impotencia ante la imposibilidad y de dolor ante lo irremediable y absurdo, como la muerte.

Brillante relato, felicitaciones!
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June 05, 2012
 

Eduardo Fabio Asis

A veces veo muertos:

Me ha parecido genial el modo en que relatas, de un modo tan vívido que por momentos me identifiqué con el relato... como si ese gatito hubiera estado en mis propias manos.

Mis sinceras felicitaciones, ojalá sigas publicando, yo no seré buen escritor, pero algo de brujo tengo... aquí, no cabe dudas, ¡hay talento! suerte! salud!
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June 05, 2012
 

Nuria Pozas

La rabia con que escribes esta historia denota el dolor que te produjo. Es algo muy triste.
Responder
June 05, 2012
 

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