Historia de una vida capitulo 5
Publicado en Jun 12, 2012
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                             CONSEJO DE GUERRA
Antes de iniciar mi descripción de lo que fue el Consejo de Guerra, quiero incluir una nota que le dejé a Harry en su oficina y que ocasionalmente encontré en mis viejos archivos, la cual era con el único fin de comunicarle mi nueva dirección, foto copia que incluiré en este capítulo.
Como yo era una  persona muy conocida en Manizales, se me inició un sumario acusándome de todo lo ocurrido el 9 de abril. El sólo título del expediente era para aterrar  al más valiente: ASALTO, ROBO, SAQUEO, INCENDIO, DEVASTACION Y ASONADA.  El  Doctor José J. Jaramillo, a quien llamábamos “tres jotas”, estaba iniciando la investigación y, como era mi amigo, me informó que ya no le quedaba más recurso sino dictarme auto de detención y me dio tiempo para que arreglara mis problemas pendientes. Como mi único deseo era el de no ser detenido en la calle, me fui para la Cárcel y, como allí me estaban esperando, fui admitido de inmediato. Me destinaron el mismo cuarto donde estaba Guillermo Eastman, en el segundo piso. El Director nos concedió ciertas libertades, como la de tomarnos unos aguardientes, en compañía de los amigos que a diario nos visitaban, subiendo, de vez en cuanto,  a un conjunto musical que habían formado varios detenidos en el patio de la cárcel. El mismo Director nos acompañó una noche a una cantina  muy reservada en el ”barrio”, donde nos estaban esperando dos hermosas mujeres. Esta anécdota es la primera vez que la hago pública, sesenta  años después. Allí permanecimos varios meses. Luego nos enviaron para La Ladera en Medellín, con tres  detectives que tuvieron la cortesía de no ponernos esposas, ciudad a la que llegamos en las horas de la tarde. Nos bajamos en una tienda y  el jefe del grupo nos dijo que lo esperáramos  mientras  cumplía un encargo, Como éste señor no volvió, nos llevaron directamente a la cárcel, donde no nos quisieron recibir. Regresamos a la ciudad y los detectives nos propusieron que nos hospedáramos en una pensión de “mala muerte”, lo cual no aceptamos y nos transamos para que nos llevaran a un Hotel, donde nos dejaron, bajo nuestra promesa de no salir hasta cuando ellos regresaran por la mañana y, como ellos tampoco regresaron, Eastman y yo nos preocupamos al creer que esa era una forma de aplicarnos la llamada “ley de fuga”. Entonces resolvimos pagar la cuenta y salir a buscar quién nos detuviera. Ocasionalmente pasamos frente a las oficinas de El Correo, diario liberal de Medellín y el Director nos aconsejó que era mejor que regresáramos al Hotel. En la edición de la tarde hizo una información en la cual escribió: “Cómo serán de peligrosos los presos políticos de Manizales, que ayer anduvieron buscando quién los llevara a la cárcel”, relatando lo que nos había ocurrido. Desde el Hotel llamamos nuevamente al Director de La Picota quien se negó a recibirnos, a pesar de nuestras buenas intenciones. Afortunadamente los detectives aparecieron como a las 11 de la mañana, acompañados del Jefe y, sin darnos tiempo de almorzar, nos llevaron por fin a la cárcel, donde ya estaban ansiosos de recibirnos.
Allí fuimos acomodados en un salón general, con unos veinte detenidos más y nos permitieron comprar colchones,  cobijas y a recibir la comida de un restaurante del vecindario, la cual era rigurosamente inspeccionada, partiendo los panes y revolviendo el resto con cucharones de madera, para evitar que se entraran armas o drogas. El aseo de los patios y de las zanjas que hacían las veces de inodoros, estaba a cargo de los detenidos. Un día este oficio nos correspondió a  nosotros, pero mi compañero consideró que ese era un ultraje que él no podía soportar, y yo -más consciente con la situación en la que nos encontrábamos- le eché mano a la escoba y comencé a barrer el patio, pero los demás presos me la quitaron y entre todos hicieron la limpieza. Cuando el Director regresó le contaron lo sucedido y a Eastman lo castigó enviándolo a un calabozo medio subterráneo, frío, maloliente y en donde había que permanecer en cuclillas, debido a la poca altura  que tenía. A mí me premió dándome salida a un cafetín fuera de los muros, lo cual  yo no quise aceptar mientras Eastman estuviera castigado, con lo que logré que lo sacaran del “hueco”, aunque no pudiera gozar de las prerrogativas que yo tenía.
Días más tarde, este otro Director, en vista de nuestros buen comportamiento –Eastman aprendió rápidamente la lección– nos permitió en varias ocasiones ir al “Barrio”, acompañados de un guardián en ropa de civil. Aquí repito lo ya expresado en El Correo: cómo seríamos de peligrosos……!
Una tarde se nos presentó un soldado para entregarnos una lista de oficiales del Ejército, con el fin de que escogiéramos un defensor y, como no aceptaron defensores civiles, ofrecimos defendernos nosotros mismos. Pedimos copia del expediente y empezamos a estudiarlo y a reunir las pruebas que nos favorecieran. Practicábamos nuestra defensa frente a los presos que nos acompañaban, mientras caminábamos por el patio: Eastman hacía de Fiscal y yo era el acusado o a la inversa. Un día se me fue la mano y acusé a Guillermo  con tanta energía, pidiendo que lo sentenciaran a veinte años de trabajos forzados. Mi  público aplaudió el discurso y eso determinó que mi compañero no me volviera a hablar hasta después del juicio.
Pedí fotografías de sitios donde, supuestamente, varios testigos habían visto cuando yo tumbaba una puerta lateral de hierro de la Caja Agraria y sacaba cajones de madera para  repartirle machetes a la turba. Con ellas pude probar que nadie había tumbado la puerta, que no había cajones de madera y que no pude repartir machetes, porque el Almacenista dijo que yo no había estado allí cuando sucedió el asalto. De esta forma fui demostrando la mala fe de todos los que  declararon en contra mía y aporté declaraciones extrajuicio de personas de gran  solvencia moral, quienes dieron referencia de mi buena conducta.
Finalmente, se reunió el Consejo de Guerra, y el Fiscal, un Mayor, de quien deplorablemente no recuerdo su nombre, tomó la palabra y dijo, más o menos, lo siguiente: “El público en general cree que la labor de la Fiscalía es la de hacer condenar a todos los acusados, lo cual no es cierto, porque nuestra labor es la de no permitir, hasta dónde nos sea posible, que un enemigo de la sociedad quede sin ser severamente castigado. En el caso del acusado Sepúlveda he llegado a la conclusión de que él no es culpable  de lo que se le acusa y que quienes declararon contra él son culpables de haber jurado en falso. Yo pido a este Consejo que sea absuelto y que se le ordene al Secretario que le expida una copia autenticada del expediente, para que inicie un juicio contra dichas personas”, lo cual –como era de esperarse– nunca lo hice, por falta de garantías. Cuando me concedieron la palabra en mi calidad de Defensor, agradecí el concepto emitido por el Fiscal, diciendo que en esas circunstancias no tenía nada que decir, a pesar de estar  suficientemente preparado para hacerme la defensa, la cual, a última hora, resolví resumirla en un  soneto y enseguida empecé a escribirlo  en una máquina que me prestaron. Cuando lo leí, el Presidente le pidió al secretario “que sacara  tantas copias como miembros del  Consejo hay y que las firme el acusado”. De este soneto sólo  recuerdo el primer   cuarteto, a pesar de que fue publicado en una Revista de Medellín, con mi fotografía a través de los barrotes de una celda:
Soy Poeta, señor, siempre lo he sido
a pesar de los hombres y su escoria
y a pesar de la gente que en memoria
de su pobre arrogancia me han herido.
 
Refiriéndose a este soneto, que también fue reproducido en Caldas, Luís Carlos González, el  poeta costumbrista más musicalizado de Caldas, escribió un soneto refiriéndose a la injusticia que se había cometido conmigo, copia que pertenece también al selecto archivo, nunca realizado, de todo lo escrito sobre  mí.
En este desorden de mis recuerdos voy a aprovechar este espacio para dar la información –casi olvidada– de que yo fui socio fundador de la PAM, Periodistas Asociados  de Manizales, como queda comprobado con la fotografía de Cifuentes, publicada en  La Patria, cuando se celebraron 30 años de haber sido fundada, foto en  la que aparecemos casi todos los periodistas de esa época.
   
 
 
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Descripción

Historia de una vida capitulo 5

Palabras Clave: auto biografia

Categoría: Cuentos & Historias

Subcategoría: Personales


Creditos: los usuales y de costumbre


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