UN CIRCO POBRE Y MI TIPLE
Publicado en Jun 19, 2012
Para Facundo Aguirre Voy a relatar la escena más desconsolada que he visto en mi vida de tiplero ambulante por estos pueblos del Quindío… A Génova, uno de los municipios más pequeños del citado departamento, el pueblo cafetero cordillerano más atiborrado de verdes cuyas montañas limitan con las nubes y con el vuelo de los gallinazos más osados, donde la única verdemántica que conocí en mi vida me pronosticó mediante la lectura de hojas de yerbabuena que alguien me regalaría la letra para dos de mis composiciones musicales antes de fallecer Shakira, llegó un circo pobre. Muy pobre. Demasiado pobre y por eso tal vez levantaba siempre su pequeña y raída carpa en pueblos arrinconados, pequeños y pobres. Me contrataron para tocar tiple mañana y tarde. Una extraña forma de publicidad que no me disgustó porque ofrecieron pagarme con las tres comidas del día. Y porque este tiple, así viejito como lo ven, es mi única compañía. No conocí a mis padres, pero cuando interpreto alguna pieza musical en este berraco tiple, llegan a mis ojos las imágenes de una buena mujer campesina y un buen hombre obrero de la construcción, que tal vez fueron mis padres. No lo sé. Tampoco se lo he preguntado a mi tiple porque se pone muy triste y esto no es bueno para ninguno de los dos. Bajo un torrencial aguacero, una mañana gris cuando nadie venía al circo porque todos en el pueblo habían entrado dos o tres veces y conocían de sobra los actos, llegó el fantasma de un intérprete de jazz. Imagínense ustedes, un intérprete de jazz en un pueblo donde la gente solo escucha al Charrito Negro, a Darío Gómez, a Luis Alberto Posada, Pipe Bueno, Johnny Rivera o Rómulo Caicedo. No era una persona, entiéndanme bien. Era un fantasma auténtico en horas de la mañana. Llegó directo al circo donde nadie lo reconoció. Pues qué les digo…Sin soberbia, yo sí lo reconocí desde cuando venía por la calle, mojado, chorreando agua como si nada pasara. A pesar de gustarme el tiple y vivir solo para este instrumento musical, me ha gustado el jazz. A nadie se lo digo. Es como un pecado, no sé. Vaya uno a saber de dónde me nace ese gusto. Lo he tenido a raya con las cuerdas de mi tiple. Lo reconocí pero nada iba a comentarle al dueño del circo. Para qué. Ellos creyeron que era una persona viva, sobre todo cuando les pidió el favor de dejarlo interpretar con su trompeta varias canciones en mitad de la pista. Había un charco de agua allí pero al fantasma no le importó. Goteras por toda parte en esa carpa. El fantasma sacó de un estuche su trompeta. Era Clifford Brown. Mientras interpretaba varias canciones yo no sé para quiénes, Clifford fue desvaneciéndose hasta quedar nada más el sonido de la trompeta resonando por todo el circo, Laura, con música de David Raskin. Entonces descubrieron que era un fantasma y se asustaron. Yo les dije, para calmarlos, no lo tomen a mal pero esa es la despedida. Mañana debemos irnos de este pueblo. No voy a contarles nada más porque están poniendo caras de duda. A mí me pareció muy triste escuchar a un músico como Clifford, bajo la pobre carpa de un circo pobre, en un pequeño pueblo del Quindío, interpretar para nadie, o sería para mí, cinco de sus más populares temas. Al día siguiente, también bajo la lluvia, el circo levantó su carpa y se fue.
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