LA CARRETA
Publicado en Jul 05, 2012
Era pasada la media noche, en lo alto de cielo la luna llena con su majestuosidad iluminaba aquella carreta de apariencia fantasmal, en el pescante una mujer luchaba denodadamente con la mula de tiro para que avanzara por entre el zarzal. No había caminos a la vista ni se distinguía algún ser humano en los alrededores, el carruaje en su pesado avanzar iba marcando un camino hacia la nada, porque venían de algún lugar que no se quiere recordar y al que jamás se ha de volver.
Porque los recuerdo también hieren, hacen daño, lastiman; la mujer al conducir la viaja carreta se resistía ante los dolorosos recuerdos, sin importar si estos eran recientes. No quería volver a ver en su mente la imagen de su esposo con el cuerpo desmembrado y esparcido por distintos lugares del cuartel de la tropa del 7º de caballería. Se estremecía al sólo recuerdo del gesto babeante, con ojos extraviados a causa del alcohol y de la marihuana del capitán de aquel maldito batallón. Le repugnaba volver a sentirse -como en medio de una terrible pesadilla- penetrada violentamente por todas sus cavidades. La vieja carreta se balanceó violentamente con un ruido quejumbroso cuando pasó por una pequeña hondonada, al tiempo que la mujer dio un grito de dolor por el movimiento inesperado, soltó las riendas y se llevó las manos al abultado vientre. Un fuerte dolor en el hueso lumbar acompañado de un escalofrío, le avisó que estaba a punto de parir. La experiencia que le había dejado el nacimiento de los dos hijos que ahora dormían dentro del viejo vehículo le daba certeza a su sospecha. No era el tiempo que la naturaleza exige para estos casos, pero el abuso sexual a que fue sometida durante todo el embarazo desencadenó este prematuro final. Con el siguiente espasmo maldijo mil veces aquel capitán del 7º de caballería, que después de descuartizar al médico del pueblo -su esposo- haciéndolo responsable de la locura de su hermano y de la huida del mismo con rumbo desconocido. Acusación infundada porque el pobre médico hizo todo cuanto estuvo en sus manos para salvar aquel herido quien resultó ser el hermano del capitán. Cuando pusieron al soldado herido bajo los cuidados de su esposo, el médico de aquel pueblo perdido en la inmensa planicie mexicana, traía una bala incrustada en el cerebro. La destreza como cirujano y la experiencia acumulada curando víctimas de aquella guerra fratricida permitieron que el médico extrajera la bala de entre la masa cerebral del herido, pero no alcanzaron para evitar las secuelas postoperatorias. Así que el hermano del capitán desde su convalecencia mostraba ratos de extravío, en donde no recordaba quien era, mucho menos donde estaba y le daba por correr como un endemoniado, victima de agudos dolores de cabeza que sólo le menguaban tomando tequila en grandes cantidades y fumando marihuana. Hasta aquella desdichada madrugada en que salió aullando por el dolor en una loca carrera que lo llevó a trasponer los límites del campamento y evadir los centinelas que hacían guardia en esos momentos. Nunca más se le volvió a ver, se lo tragaron las sombras que presagiaban el amanecer. El siguiente día fue de trajín en el campamento, varios grupos salieron en distintas direcciones en busca del soldado enloquecido. El atardecer los vio regresar apesadumbrados y con las manos vacías. Al despuntar el alba del día siguiente la tropa fue reunida en el centro del pueblo, ahí se dispuso el cadalso para el doctorcito. Cada uno de sus brazos y piernas fueron atados al extremo de una cuerda y estos a la silla de un brioso corcel, en donde sus jinetes tenían la orden de espolear sus cabalgaduras en distintas direcciones hasta desprender los miembros del condenado. Un alarido de muerte se escuchó en aquel lugar, la soldadesca acostumbrada a semejantes actos de barbarie no pudo reprimir un gesto de desaprobación, pues el médico había curado las heridas de varios de ellos. Para completar el atroz castigo el capitán tomó a la esposa del ajusticiado como su objeto sexual, durante tres meses la sometió a cuanta aberración se imaginó, hasta un amanecer cuando la descubrió vomitando, entonces se dio cuenta que estaba preñada. Sin importarle que el embarazo fuera de él, la puso en manos de aquellos elementos de su batallón con los más bajos instintos. Así, aquella pobre mujer se convirtió en una "rodadora" más, es decir, aquella que por las noches daba satisfacción sexual a un soldado y cuando éste se satisfacía, simplemente rodaba hasta estar al alcance del más cercano y así hasta dejar de ser requerirla. Esto duró hasta aquella madrugada, semanas después, cuando otras mujeres que iban con la tropa se apiadaron de ella y la ayudaron a escapar en complicidad con la guardia de turno a quienes pagaron el favor con licor y sexo. Sí, la mujer preñada que conducía aquella carreta estando a punto de parir, maldecía al capitán del 7º de caballería, a su suerte, a su destino, hasta a Dios. En medio de la oscuridad, el dolor y los recuerdos hicieron que las lágrimas acudieran a sus ojos. Por eso confundió con los destellos de la aurora aquellas luces que se veían a los lejos Limpió el llanto con un reboso andrajoso con el que se cubría la cabeza y entonces vio con toda claridad que aquellas luces provenían de dos construcciones rústicas que estaban a los lejos. A pesar de los intensos dolores se llenó de alegría, azuzó a la mula para que tirara con más fuerza y empezó a gritar pidiendo ayuda. La emoción desbordada y el esfuerzo hicieron que los dolores se volvieran más intensos y con mayor frecuencia. Siguió gritando, los niños despertaron y se unieron al escandaloso coro. La mujer se sentía desfallecer, un escurrimiento le anunció que el parto era eminente, intentó gritar más fuerte, pero a medida que aumentaban los dolores sus fuerzas menguaban, a punto de perder el sentido vio a un hombre que se acercaba con prisa, paliacate en mano. Un rostro que le recordó algo fue lo último que vio, un desmayo acudió oportuno a su persona. En aquel amanecer tristón, un débil vagido anunciaba que en aquella población que ni siquiera nombre tenía, una nueva vida empezaba dramáticamente, antes del tiempo necesario, como rebelándose a lo establecido, a la naturaleza misma, fue un niño escuálido, sietemesino, que pareció sonreírle a aquella mujer flaca vestida de negro que llevaba de la mano a otra mujer, que al alejarse siguiendo la luz del nuevo día, volvió el rostro cuajado de infinita tristeza para despedirse de él con un gesto de resignación. En el código genético del recién nacido quedó registrado que aquella mujer que se desvanecía en la luz de la mañana acompañada de la enlutada, era su madre. Kalutavon.
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Francisco A. Baldarena
MAVAL
que quizás sea tan cruenta como lo relatas aquí...
atroz,por decir lo menos...atroz...
esto nunca debería ser un referendo d ela vida misma...
aunque infortunadamente el ser humano
es la única bestia que daña por el placer de dañar ...
y tanto mas...
saludos
kalutavon
Eliza Escalante
kalutavon
Alicia Fuentes
*¿Qué es un paliacate?
Saludos.