EL RELOJ DE ORO
  
Pedro Gutiérrez era el Comandante del Cuartel de Gendarmería en el pueblo. Hombre recio, correcto, honrado hasta el extremo, exigente con sus sub-ordinados, pero como deseaba predicar con el ejemplo, también lo era con su familia y en especial con sus hijos.
Austero y espartano, el único lujo que se permitía ostentar era un reloj de oro que había heredado de su padre, que también tenía sus mismas cualidades. Pero desde hacía algunos año no podía lucirlo más.
Un día habiéndose enterado que al cuartel había llegado un sub-oficial que realizaba retapizados de sillones de buena calidad, le confió el antiguo juego de living para ser reparado con fino y seleccionado cuero, el que para adquirirlo había ahorrado con paciencia.
Su vida de soldado transcurría con absoluta normalidad y en el año de asentamiento en el actual cuartel, su fama de caballero respetuoso, funcionario responsable y padre ejemplar había trascendido las fronteras familiares y de la vida laboral, diciéndose en corrillos y reuniones acerca de él, que era un hombre ejemplar. En cierto modo Pedro, sentía una gran tranquilidad espiritual por este hecho y orgulloso caminaba con la frente alta y el pecho erguido.
El talabartero, que también era laborioso y honesto al desarmar los sillones encontró un viejo y valioso reloj de oro. Lo guardó con la intención de dárselo a su jefe, que tanto apreciaba los actos de honradez, la preciada joya, junto al trabajo terminado.
Pasaron unos 90 días, la esposa de Pedro esperaba con ansiedad los sillones reparados y el talabartero, también estaba ansioso por llevar el trabajo, mostrar su calidad de terminación, pero sobre todo entregar a su jefe el reloj de oro. Una mañana cargó los muebles, era un día primaveral lleno de sol, las flores sonrían frescas y lozanas y los pájaros en un concierto de trinos, alegraban toda la verde y blanca estancia del rudo cuartel. Llegó el obrero militar con su carga, su jefe lo recibió con carácter adusto pero correcto, entró los sillones, apreció y calificó como muy bueno el trabajo y lo invitó a beber una trago, ya sentados los tres en lo sillones reparados a nuevo, el sub-oficial, sacó de sus bolsillos el reloj de oro y se lo exhibió a sus jefe, quien al verlo quedó con la mirada huidiza y desencajada, perdió toda su compostura y llorando se tiró a los pies del obrero, que asustado solo atinaba a decir:
- Encontré el reloj dentro del sillón-  La esposa tomó la joya y se puso a llorar con recato. El sub-oficial sin atinar actitud alguna, quiso marcharse, pero su jefe lo detuvo de los pies llevando su ojos hacia arriba le dice:
- Hace 10 años eché a mi hijo adolescente de mi casa, acusándolo de haberme robado el reloj. Lo he  matado y perdido. Solo me resta correr a decirle que me equivoqué, que vuelva a casa, que sigo estando orgulloso de él.
Salió afuera, miró el ambiente del cuartel, sin percibir la primavera, salió caminando con el peso de cien inviernos sobre sus espaldas y cayó fulminado por un ataque al corazón.