CUENTOS ATMICOS, EN LA OBRA DE ANA MARA SHUA
Publicado en Jul 17, 2012
– … –aunque lo dude usted, poco me inquietan las discusiones y propuestas literarias y académicas de los teóricos respecto al nombre conveniente para los minicuentos. Su escurridiza ligereza formal y de contenidos, su velocidad para conectarse con universos internos de los lectores, los hacen dignos de la cantidad de nombres recibidos. La narradora argentina Ana María Shua, prefiere el de Minificciones, vocablo adoptado luego de utilizar en un comienzo el de Cuentos brevísimos. – … –¿no conoce más de cinco? Clara señal de importarle más los parloteos con minicuentistas, que el minicuento mismo. Le nombraré 20, sin especificarle cuáles narradores los propusieron en sus textos aportando ideas a la confusión, pero también a la holgura y la teoría del nombre para el género: Cue, Cuentículo, Cuento bonsái, Cuento jíbaro, Cuento ultracorto, Ficción mínima, Ficción súbita, Microcuento, Microrrelato, Microficción, Minificción, Nanoficción, Relato de taza de café, Relato hiperbreve, Haikuento, Relato vertiginoso, Cuento atómico, Instantáneas, Textículo, Ucronía. Un término fastuoso, melódico y que nadie ha tenido en la cuenta al escribir sobre tal expresión narrativa, es el de Epífano, formulado por el escritor colombiano Juan Carlos Botero. Hay cerca de un centenar, cada cual sustentado con seriedad o humorística desmesura literaria, por quien lo utiliza y confía en sistematizarlo. Ninguno otro de los géneros literarios goza de tan multifacética nominalidad. Estos breves textos se adaptan a decenas de nombres y con todos cumplen sus cometidos. Es una de las virtudes del minicuento: lo versátil de su nombre le facilita adaptarse a exigencias, cualidades y defectos del narrador o el lector. – … – sí, en particular a las fantasías de los críticos, a su lenguaje vacío, a la más gozosa de las argumentaciones hermenéuticas y aclaratorias soñadas por usted. Su ironía me induce a evocar el magnífico cuento El marciano, de Bradbury, en su libro Crónicas marcianas. El protagonista es un ser con habilidades empáticas facilitándole cambiar de imagen sin esfuerzo. Se transforma en los seres rememorados por quienes se le aproximan. Este singular marciano, sensible y dúctil a las nostalgias y sufrimientos de cuantos lo rodean, sobrelleva continuas mutaciones, adoptando el aspecto de personas significativas para los individuos próximos a él. Pasa de mano en mano. Va de emoción en emoción y de sentimiento en sentimiento, soportando las formas delirantes del ideal de los colonos bajo su influencia, hasta fallecer, exhausto entre el gentío suplicante y exigente. Es uno de los más estremecedores cuentos leídos en mi vida. Turbador, perfecto en su estilo y su argumento, en lo poético de su contenido. Léalo si quiere. Volviendo a su pregunta… ocurre igual con los microrrelatos cuando se relacionan con lectores capaces de apreciarlos, bien para leerlos nada más, o bien para estudiarlos, dándoles un lugar concreto en el desarrollo de la ficción. Ellos se configuran y toman la forma –como en el cuento del norteamericano– más querida del lector, del observador y el estudioso, diseccionándolos. – … – tres nombres me agradan y los empleo sin excluir ninguno. Por el contrario, los aderezo con otros que el desarrollo de un ensayo me exija: Minificción, minicuento y microrrelato. Los fusiono y manejo a mi manera, considerando un poco al lector, aunque sin contemplaciones si este se embrolla. A cada cual corresponde ahondar sobre la cuestión del nombre, si le incumben dichas sutilezas. – … – de todas maneras, bienvenidos a las complejidades literarias y teóricas del género cuantos elijan cualquiera de sus facetas para discurrir sobre ellas. El cuento atómico, con una de sus horticultoras más ingeniosas en lengua castellana, nombre obligado de cualquier antología y de estudios sobre el microrrelato, Ana María Shua, es el más gráfico por su pequeñez formal: de cero a veinte palabras. En cuanto ha transcurrido del siglo XXI, son profusas, eruditas y cerebrales las aproximaciones teóricas a la minificción. Todas legítimas y relativas a su vez. Extraordinarias por sus conceptualizaciones, sus malabares lingüísticos, su singular estética, la originalidad de los investigadores preparados para competir en las exégesis, pretendiendo ser más originales que cuantos con anterioridad han escrito sobre ella o sobre la obra de un minicuentista en particular. Son muchos los defensores y contrincantes del minicuento a quienes prefiero darles la razón de inmediato, antes que seguir leyéndoles o escuchándoles sus necios argumentos. –… – sí, ese cuento atómico de Monterroso, malcitado por usted, como lo hicieron tantos, entre ellos Mario Vargas Llosa y continúan malcitándolo muchos más, es el prototipo clásico: siete palabras expandiéndose y contrayéndose, implosionando y explotando hasta niveles de realidad y de ficción indeterminables. Luego de esta entrevista, tal vez usted vaya y escriba algo semejante, practique su propio juego con El dinosaurio. O querrá imitar alguno de los cuentos atómicos de Ana María. En alguna parte, el astrofísico Fred Hoyle alertó al mundo diciendo: “Se pueden escribir cinco líneas que destruirían la civilización”. El desarrollo del microrrelato es la paulatina destrucción, en pocas líneas, del universo de las grandes narraciones, mediante algunos centenares de palabras, una página, veinte vocablos y mucho espacio en blanco antes de la palabra, en la palabra y luego de la palabra. De La sueñera me agrada este, con 20 palabras: 73 Habéis desobedecido mi orden, dijo el Señor a Adán y Eva. Y sin darles otra oportunidad, los despertó de golpe. El tema religioso bíblico, lo encontrarán con frecuencia en toda la obra de Ana María. También es un perfecto cuento atómico, con su introducción, nudo y desenlace tradicionales para el cuento largo, este: 149 En su sueño, el ventrílocuo es muñeco. El muñeco, en cambio, suele soñar con la mujer del ventrílocuo. – … – ella nunca los ha escrito bajo tal matiz conceptual, empleando dicha nomenclatura. Aún más, a partir de nuestro diálogo, si lo escucha y le agrada, tendrá calificativo para sus textos más breves. Por ejemplo este, uno de los minicuentos recientes de Shua, representante de la teoría del Clic. “Yo creo en ella”, señala Ana María, “las minificciones necesitan espacio, aire alrededor. Tienen que estar solas en la página y también necesitan espacio cuando se las lee. Una minificción necesita unos 20 segundos de silencio para que se produzca ese clic de comprensión en la mente”: Maremoto busca profeta. Tres palabras para una historia en veinte letras. Ningún título. “Nacen con esa forma y medida. Lo que hago es cambiar muchas palabras, pulirlo y tratar de perfeccionarlo”, señaló Shua a Soledad Gallego, indagando sobre las posibilidades infinitas de la minificción. Bruñir, sustraer, desarraigar lo superfluo, prescindir de una parte de lo necesario. Huyamos, la cazadora de silencios está aquí, gritan por el lenguaje, los párrafos y las frases, cuando Shua comienza a escribir una minificción. Un cuento atómico sin rodeos, comprimido al extremo para permitir su reescritura en la imaginación del lector, con vigorosa identidad discursiva y semántica capaz de hacerlo funcionar como microrrelato. No son muchos por el estilo y nunca se propuso escribirlos bajo tal medida, considerando la abundante obra de la narradora bonaerense. – … – el tiempo de lectura y escritura, sí cuentan. Hoy por hoy, son factores básicos del proceso literario. Dijo Paul Valery esto, aplicable a las microficciones: “Ya ha pasado el tiempo en que el tiempo no contaba. El hombre contemporáneo ya no trabaja en cuanto no es abreviable”. A lo cual hace inteligente acotación Walter Benjamin: “De hecho, ha logrado incluso abreviar la narración. Hemos asistido al surgimiento del short story que, apartado de la tradición oral, ya no permite la superposición de las capas finísimas y translúcidas, constituyentes de la imagen más acertada del modo y manera en que la narración perfecta emerge de la estratificación de múltiples versiones sucesivas”. – … – andan dispersos, sin continuidad consciente por parte de la autora, en algunos de sus libros. En Botánica del caos (2000) y Temporada de fantasmas (2004) no hay ningún cuento atómico. En el primero, la minificción más breve tiene 23 palabras y, en el segundo, 27. – … – esos no son de microrrelatos. La muerte como efecto secundario, es una novela suya publicada en 1997. Tome notas. Debía traer escritos algunos puntos de referencia y darle más seriedad a su trabajo. Informarse mejor, antes de llevar a cabo entrevistas como esta. En cuento ultracorto, los títulos publicados son: La sueñera, minicuentos comenzados a escribir en 1974, desde sus 23 años de edad, pero editados en 1984. Es la obra más valorada por su autora, debido a la espontaneidad con la cual fue escrita pero, sobre todo, porque no se esforzaba en publicarla. Pensaba y actuaba solo para el texto. Aquí incluye los primeros cuentos atómicos en una serie que los convierte, después de Crímenes ejemplares (Méjico, 1957) de Max Aub, en pioneros del subgénero en Latinoamérica. Ninguno tiene título y están encabezados con números de 1 a 250. Los atómicos son 14, el primero de los cuales en veinte palabras, máxima longitud del cuento atómico, dice: 41 El sueño es privilegiado territorio del pecado. Terrible lugar donde se cumplen y se castigan los sueños que nada satisface. Posiblemente cuando comenzó a escribirlos, Ana María Shua no había leído la citada obra y mucho menos se hallaba bajo la influencia de tal autor, cuyos microrrelatos también carecían de título. Fueron escritos en el exilio mejicano, haciendo de Aub el padre del cuento atómico en lengua española. – … – este de 18 palabras irradia el estilo de Max: “Lo maté en sueños y luego no pude hacer nada hasta que lo despaché de verdad. Sin remedio”. Le recomiendo la serie Epitafios. En algún reportaje debe estar el reconocimiento de Monterroso a su obra. Si no existe, es forzoso inventarlo cuanto antes, para gloria y descanso del espíritu innovador de Aub en la minificción. Luego de La sueñera, viene Casa de geishas (1992) donde hay cinco cuentos atómicos, entre los cuales figura uno célebre, citado e imitado con reiteración y cuyo texto se convertiría en título de un volumen con cerca de 900 páginas, el cual contiene toda su narrativa ultracorta y algunos inéditos (800 textos), escrita hasta 2009: ¡Huyamos! ¡Huyamos, los cazadores de letras est´n aqu´! Otro, desolado, de erótica y sentimental frustración o, por el contrario, si se considera el dorso del microrrelato, capaz de convertirse en la cínica evocación cuantitativa de una prostituta o una curtida ninfómana haciendo cuentas de los hombres con quienes no consiguió hacer sexo. Se incluye en el libro Casa de Geishas (1992) y de él podría decirse, con palabras de Shua al ser entrevistada por Graciela Pucci y María Capasco: “Las minificciones son como traslúcidos fantasmas de los sentidos. Si se las mira de frente desaparecen. Hay que aprender a atrapar, desde una lectura atenta y distraída al mismo tiempo, su significado siempre evanescente”: El vasto número 3452, 3453, 3454… Cuenta, para dormirse, el vasto número de los hombres (los imagina saltando una talanquera) que nunca fueron sus amantes. Estos microrrelatos sí llevan título. En Botánica del caos (2000) y Temporada de fantasmas (2004) no se encuentra ningún atómico. En el primero, el más breve es de 27 palabras. En el segundo, contiene 23. Más adelante viene la recopilación titulada Cazadores de letras (2009) y el libro Fenómenos de circo (2011). – … – ¿se refiere a Thomas Bernhard? – … – estoy de acuerdo con usted y con él, y puede aplicarse al sentido del cuento atómico: desde varias décadas atrás, se nos imposibilita sobrellevar nuestra época como un todo. Solo cuando la confrontamos fraccionada y la vivimos en sus partes sin intentar entender la globalidad de cualquier evento, nos resulta tolerable. – … – debía preguntárselo a ella misma y no a mí. Shua considera la escritura de hiperbreves “un trabajo de minero. Hay que seguir una veta, encontrar una buena piedra en bruto, pulirla hasta que brille. Se puede explicar el trabajo de cortarla y pulirla, pero la parte de la exploración minera es bastante misteriosa”. –… – ¿traía una agenda? Discúlpeme por haberle dicho lo de tomar notas. Déjeme leer en voz alta ese párrafo por usted señalado, el cual sitúa a la narradora por completo en nuestra época. Voy a leerlo en voz alta, para ambos: “Hay algo que yo adoro y es el género de la minificción. Está teniendo enorme difusión en estos últimos tiempos, en buena parte gracias a internet. Por sus características, es un género adecuado para leer en pantalla. A medida que el soporte mejore y se haga más agradable, como va a suceder, suplantará al libro. Y no me rasgo las vestiduras. Me parece que va a ser absolutamente positivo. Será una revolución comparable a la producida por la invención de la imprenta. A mí me preocupa de la literatura, el texto. El soporte no me interesa en absoluto” El sustentáculo del cuento atómico será aquella tecnología donde el fragmento prevalece para una sociedad, según señaló Bernhard, incapaz de afrontar la época como un todo. – … – de acuerdo, por eso el minicuento como género, asciende. Conquista amplios espacios literarios contra la desidia de los editores. Asume categorías estéticas, literarias, lingüísticas, filosóficas y sociológicas de las cuales carecía medio siglo atrás. Toma un lugar fundamental en la literatura y la narrativa contemporáneas. Imposible ignorarla o subvalorarla, hoy por hoy, convirtiéndose en la forma literaria de más viable asimilación, para entrar en contacto con ella a través de múltiples medios. El lector más apático a la lectura, puede ser atrapado por la presencia física del microrrelato en la hoja de papel o en la pantalla de un computador. Los cuentos tradicionales requieren de lugares específicos para su asimilación, mientras el relato vertiginoso es género de los no–lugares de la lectura. Este de 14 palabras, de Shua, remite a un Shakespeare próximo a Chuang Tse: 94 Lady Macbeth confiesa en sueños el crimen cometido en la vigilia. O al revés. – … – los nombres de minicuento, microrrelato y minificción, incluyen diversas presentaciones, variados ropajes de la ficción breve. Uno de estos vestidos decidí llamarlo Cuento atómico. Como tantos estudiosos, lectores y escritores de minificción, cedí a la tentación de un nombre nuevo. Ponerle otro más al microrrelato para acomodarme, con este aporte, en algún modesto lugar de la minificción municipal. La teoría del género gana otra aproximación más, abriéndoles otros espacios de interpretación a los exegetas, como le ocurre al dinosaurio de Monterroso cuyo perímetro literario se expande cada vez más, con centenares de páginas parodiándolo e interpretándolo. La designación de cuento atómico nació como juego de nombres para el minicuento, pero de manera paulatina y zanjada fue volviéndose idea seria. En mis andanzas, hallé centenares de ficciones breves que no superaban las 20 palabras al relatar una historia. Autores consagrados, escritores nuevos con propuestas serias o centenares de personas dispuestas a experimentar con el minicuento, tenían textos por lo regular de cinco a veinte palabras escritas a propósito, o tal vez sin saberlo, como en el caso sobresaliente de Ana María Shua a lo largo de sus libros de microrrelatos. – … – … la lectura y escritura del Cuento atómico, en cuantos ejercen tal obsesión narrativa haciéndola parte esencial de su cotidianidad literaria, es disciplina ineludible para no extinguirse abrumados verbalmente por los cuentos extensos. Categórico recurso contra el sedante efecto de largas narraciones escritas para quitarnos buena parte de la vida. Los cuentos tradicionales malversan significativa porción de nuestra existencia. ¿Qué nos producen esos centenares de extensos relatos leídos a lo largo de una vida breve? ¿Por qué razón consagrar tanto tiempo a dichas obras? ¿Los autores merecen que nos involucremos con sus extendidos dramas reales o inventados? Todo cuento atómico es respuesta negativa a estos tres interrogantes. Ana María, desde La sueñera, es maestra de la intertextualidad y la metaliterariedad: 103 La vida es sueño, reflexiona el engañado Segismundo. Como si no tuviera, precisamente él, suficientes pruebas de lo contrario. –… – no ponga semejante cara con la lectura del anterior texto. En su libro Breve manual para reconocer minicuentos, Violeta Rojo afirma sin ruborizarse, luego de un erudito y reflexivo recorrido por la teoría y práctica del microrrelato: “Como lectores podemos plantearnos que minificción es cualquier texto breve que tanto el autor como los lectores reconozcan como tal. Lo único que tengo claro es que el rasgo distintivo que verdaderamente agrupa a todos los textos que llamamos minificción es la brevedad. Por tanto, minificción sería cualquier texto breve que alguien considere como tal”. En Casa de Geishas, subrayo este, de los cinco incluidos: El que no espera La tranquila seguridad de saberse muerto y que alguien venga a golpear (¡con impaciencia!) en la tapa del cajón. –… – difícil saberlo y cuanto más lea al respecto, según le sucedió a Violeta, menos claro tendrá el tema. ¿Un ejemplo? Se me ocurre el siguiente y la pregunta puede hacérsela cualquiera, ¿minicuento o chiste? ¿Dónde comienza el uno y termina el otro? ¿Cuáles son las diferencias exactas, en la forma o en el contenido? Leámoslo como microcuento y observemos su efecto en nosotros mismos. Leámoslo como chiste y aumentará la perplejidad sobre el sustrato narrativo del texto: Una rubia Bush y Rumsfeld están sentados en un bar, bebiendo ambos de la misma botella de cerveza. Entra un hombre quien, sin ninguna compostura, se acerca a preguntarles: – ¿Qué hacen aquí? – Planeamos la III Guerra Mundial –revela Bush. Con evidente sorpresa, el hombre interroga: – ¿En serio? Cuéntenme cuál va a ser su objetivo. – Bombardearemos con armas nucleares a 140 millones de musulmanes y a una rubia –g Rumsfeld. – ¿Una rubia? ¿Y por qué desean matar a una rubia? –se conmueve el hombre. Bush se vuelve entonces hacia Rumsfeld, corroborándole: – ¿Lo ves? A nadie le importan 140 millones de musulmanes muertos. –… – el matemático Herman Weyl afirma: “No es de extrañar que cualquier pedacito de naturaleza elegida (estas gafas o cualquier otra cosa) posea un factor irracional el cual no podemos ni podremos explicar jamás. Lo único que conseguimos hacer es describirlo, como en la física, proyectándolo sobre el telón de lo posible”. El cuento atómico es un lapidario conjunto de veinte o menos palabras, proyectándose sobre el telón de lo alusivo. Milimétrico en sus consecuencias. Penetrante en su sentido. Puntual en la descripción de una imagen o suceso. El humor puede convertirlo en fina caricatura de un objeto encarnando cualquier ímpetu humano, como en este cuento atómico de 19 palabras, en Casa de Geishas: 108 Yo contra los huevos fritos no tengo nada. Son ellos los que me miran con asombro, con terror, desorbitados. – … – sí, es la particularidad de la minificción, más válida cuando se escribe un cuento atómico demandando alta reducción del contenido y rechazando cualquier tentativa de amplitud. El desbordamiento de conceptos y descripciones, los prolijos rodeos donde el autor desea exteriorizarse, son para el cuento tradicional. Herramientas básicas de textos donde este necesita enmarañar pensamientos claros tras de exuberantes palabras. O embrollar palabras con las ideas. De otra manera, considera no contar una historia, no ser escritor de tiempo completo, o que cuanto muestra carece de importancia y no van a entendérselo. El cuento atómico en Ana María Shua es invitación a leerse a sí mismo en la página en blanco. Por consiguiente, un reto de lectura y escritura para observar la mente en blanco y percibir, desde aquí, otras voces del drama, niveles subterráneos de la interpretación, nuevas facetas del signo bajo diferentes perspectivas de la historia relatada, como en este atómico de ocho palabras: 213 Toda bruja tiene su escoba o la desea. Esa escoba, es símbolo de fertilidad donde el madero representa al órgano viril y las fibras son el monte de Venus, unión de lo masculino y femenino, plena de esotéricas leyendas, como en Grecia antigua donde, durante la fiesta de antesterias, almas de difuntos visitaban las casas de los humanos para recibir ofrendas y luego ser ahuyentadas barriéndolas con la escoba. – … – con sus veinte o menos palabras, este subgénero de la ficción súbita es vía directa para transformar un párrafo en capítulo; para concebir un renglón como párrafo descubriéndole las historias descritas por el escritor o las señales ofrecidas por este. Un cuento atómico no va más allá de tres renglones ciñendo un drama con preámbulo, nudo y conclusión, comprimidos al máximo por el narrador. Lo ocurrido con Joyce es ejemplo de la sinopsis necesaria para escribir un cuento atómico. Un amigo que fue a visitarlo, encontró al escritor inclinado sobre su escritorio, en postura de absoluta impotencia. “¿Qué te pasa, James?”, le preguntó, “¿es por el trabajo?”. Joyce hizo un gesto de asentimiento, sin levantar la cabeza para mirarlo. El trabajo, sí. El arduo oficio de escritor. ¿Podía haber otro motivo? El visitante insistió: “¿Cuántas palabras has escrito hoy? De bruces sobre el escritorio, Joyce reconoció compungido: “¡Siete!”. “¿Siete?, James, ¡eso está muy bien, al menos para ti!”, trató de confortarlo su amigo. “Sí”, replicó el novelista, levantando su cabeza, “supongo que sí… ¡pero no sé en qué orden ponerlas!”. – … – los cuentos atómicos son fruición individual de la historia, el incidente y el argumento que siempre actuarán como apertura, paso inicial hacia ninguna parte dentro de lo formal, pero una odisea cuando el lector supone y relaciona y agudiza sus propias fantasías, participando en el juego propuesto. Ana María, parodiando a Kavafis, plantea travesuras literarias como esta: 161 Cuando sientas con narices plenas un progresivo atronar de cornamusas, sabrás que te estás aproximando a mi ciudad. Interrupción de un viaje o un camino, capaces de convertir en cuestión momentánea la perspectiva de un éxodo, Shua revalida, con su ficción breve, que toda lectura extensa es éxodo y todo minicuento feliz arribo a la tierra prometida. No relata cuanto el lector espera se le describa con lujo de detalles, incitándole más bien a imaginar y crear sus propias fantasías. Concede jerarquía activa al lector, de aquí su relevancia dentro de la minificción contemporánea en lengua castellana. – … – en un cuento atómico, el escritor comienza el viaje con el lector, pero en el intervalo de las veinte o menos palabras, lo deja a su libre arbitrio literario, filosófico, social o sicológico. La escritura se independiza de lo cuantitativo y se transforma en cualidad, sin la servidumbre de las imágenes o el palabrerío sobrepuesto dentro de la narración. Un cuento atómico es lo narrado, sin la narración. ¿Descubrir y explicárselo todo al lector? ¿Y si se le deja solo y a partir de una imagen evocadora se le enseña a penetrar en sus historias particulares? Como en el haiku, el cuento atómico respeta los intrínsecos universos asociativos del lector consigo mismo y con el texto entre sus manos. – … – tal forma narrativa permite vislumbrar, entre vocablo y vocablo, los despeñaderos lingüísticos y semióticos del relato. Es un fractal literario, objetivo y subjetivo, formal y abstracto, no comprensible desde elementos propios del cuento tradicional. Se proyecta en el espacio creador de quien lo escribe o lo lee, mediante remembranzas y alusiones, fluctuaciones, contundencias de sus imágenes e incidentes. Ciento por ciento, dicha condensación narrativa es irracional, debido a su perfil no explicativo, a los vacíos creados y extraños horizontes extendidos frente a la mirada del lector. Una poética anécdota, adecuada para transformarse en cuento atómico, es el recuerdo del escritor Pierre Hourcade, quien estuvo cerca de Pessoa al final de su vida. Declara, perplejo ante la evanescente presencia de Fernando: “Nunca al despedirme, me atreví a volver la cara; tenía miedo de verlo desvanecerse, disuelto en el aire”. Fueron numerosas las veces que Fernando se diluyó en el aire diurno o nocturno de Lisboa, en diferentes lugares, pero pocas personas lo percibieron. Quienes tuvieron la fortuna de vivir tal experiencia, como Aleister Crowley cuando acompañó al poeta por una de las céntricas calles de la ciudad, le dieron extensiones mágicas que en realidad no tenían. Esta afirmación es un estupendo cuento atómico (18 palabras) de fantasmas. Octavio Paz, en un ensayo sobre el escritor portugués reconoce algo semejante cuando lo descubre un “taciturno fantasma del mediodía portugués”. – … – los cuentos atómicos estructurándose desde mediados del siglo XX, vuelvo y le cito a Max Aub, padre del subgénero, pero fusionados a la literatura y la poesía desde millares de años cuando Dios dijo: “Hágase la luz” (verbo, artículo y sustantivo con exclusión total de adjetivos) son el placer individual de cuanto en materia narrativa siempre será comienzo, paso inicial hacia ninguna parte. Interrupción consciente del viaje. Viaje por entre los significados. Camino hacia los significantes. La tarea del escritor, afrontándolos con circunspectos estilo y forma, es no contar cuanto el lector espera se le relate con exceso de pinceladas. La función de todo cuento atómico es avivar la imaginación del lector hacia sus propias vivencias y su imaginación. Es confianza total en quien lo lee, en su pericia literaria y sus referentes culturales. Al lector se le deja solo. Pocos minicuentistas tan expertos en este oficio, como Ana María. Sabe acompañar al lector hasta el momento preciso de abandonarlo a su suerte. A partir de una imagen escueta y evocadora, se le induce a penetrar en la historia que lee, pero también en sus historias personales, capaz de recrearlas a partir de lo ofrecido por el narrador. Como el haiku lo hace, en cierta forma el cuento atómico respeta los íntimos universos asociativos del lector consigo mismo, con el texto en sus manos y con cuanto el escritor especifica. Las palabras del título no cuentan dentro de las veinte del texto. En ocasiones, un cuento atómico contiene solo el título, como de manera sarcástica lo representaron en textos suyos Giovanni Papini, en La industria de la poesía; y Gesualdo Bufalino, en El malpensante, con un texto llamado Cuadros. Los cuentos con estructura atómica, son textos narrativos aguijoneando la imaginación del lector hacia sus particulares fantasías. Es la estética certeza del narrador de que no hay ningún motivo por el cualse vea obligado a expresarle todo al lector. Roland Barthes, explica como el texto literario no está acabado en sí mismo sino hasta cuando el lector lo convierte en objeto de significado con naturaleza plural. Un cuento atómico, a veces sin comienzo ni final siempre una especie de relato inacabado que por su brevedad se transforma en texto sugiriendo múltiples significados, de acuerdo con sus lectores. El principio dramático de “las tres unidades”, es decir, “un hecho en un lugar limitado, con un número limitado de personajes”, dentro del cuento atómico se decanta al máximo para redondear la historia. Este delicado subgénero del microrrelato, es la máxima mutación que el cuento tradicional ha sufrido durante su historia. Es la implosión formal del contenido. Los atómicos que Ana María escribió, son suficientes para mostrarla como una de las pioneras más importantes de tal forma narrativa, extendiéndose día tras día en la lengua castellana. –… – ¡Sí!
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