Y ya se lo que vas a decir; aunque sea una mentira espantosa. Porque vos movés desde lejos esos hilos que perturban mi conciencia.
Igual por más que no menciones nada esta noche el momento se vuelve elástico. No puedo entenderlo a veces, te confieso, como sos capaz de generar ciertos estados que sacuden y penetran lo más profundo de mi alma. No obstante; y en definitiva, lo que me atraviesa solo es algo que me sucede a mí. Y no es que no quiera echar culpas por la borda, como quien se sabe deshacer del lastre en ese terrible momento de decisiones desesperadas, casi al borde del desmayo. Pero en fin tenés razón. Ya no puedo culparte de ser tan así. Tu sigiloso silencio agazapado en lo más mortal de mis temores; en casi toda mi cobardía desparramada en la mesa de un juego ya iniciado. Porque soy esto; y no me queda nada más.
Mamá te va a contar del médico. De un par de soluciones espontaneas; homeopáticas, interlúdicas, espirituales y majestuosas. Que ayudaron a la vecina de enfrente; que curaron hasta al más muerto del hijo de tal doña. Pero no corazón; y sin que lo diga lo sabés muy bien. Por buena o mala dicha no conformo ese conjuro de almas livianas. Me muevo en el fango y por más que no me creas, te lo juro, no es parte de una elección, ni propia ni consciente. Es más bien parte de una parte que, justamente, uno no elije.
En ese karma anduve y padecí. Sufrí lo constante y sonante de un poema que acariciaba mi mejilla con una lágrima rota. Supe salir con tanto esfuerzo que volví de idéntica manera a mis estados de desconfianza y perdición.
No voy a culparte esta noche; aunque elegí mi mejor bombacha sabiendo que no la ibas a ver. No voy a culparme por ser así; tan permeable a tus gestos, tan incapaz de no correr una media en mitad de la noche, tan sensible al calor de tu abrazo que casi nunca llega.
Solo soy esto. Y no me queda nada más.