HOJA DE DIARIO
Publicado en Jul 20, 2012
Con Dios mantenemos una placentera relación de ambivalencia. A veces lo encuentro en un poema y en el verso de otro lo extravío. Un poeta me lo señala en cualquier objeto y otro poeta me lo evapora luego de una coma o unos puntos suspensivos. Lo encuentro cómodo, sonriente, camaleónico, en algún tramo de ciencia y lo pierdo en una teoría física o cosmológica. Se enlaberinta en cualquier conjetura filosófica y juega al escondite tras de sonoros argumentos metafísicos y teológicos. Muchas veces, me encuentra en el paisaje o me pierde cuando presencio la muerte de un perro callejero. Su voz, fragancia de guayaba madura. Su voz, agua de río golpeándose contra las piedras. Por momentos parece que nos desinteresáramos el uno del otro. Se lo he dicho, no me agrada mucho tu voz cuando hablas como sacerdote o profeta. Prefiero escucharte tartamudeando en los truenos del invierno quindiano. Cualquier cosa puede pensarse de nosotros dos porque nos complementamos en la creación. Su creación, donde soy el protagonista principal. Mi creación, donde él es un extra deambulando en mis sueños y pesadillas. Ambos estamos llenos de contradicciones. Estos días supe algo de él mediante un libro llamado Dios y la ciencia (Editorial Debate Madrid, 1992), del gran pensador cristiano Jean Guitton dialogando con los hermanos Bogdanov, Grichka e Igor, dos polémicos y cuestionados científicos con interesantes planteamientos sobre el origen del universo y el Big Bang. Una vía más allá del materialismo y del espiritualismo: el metarrealismo, sustentado en tres principios que Guitton señala así: a. el espíritu y la materia forman una única realidad b. el creador de este universo materia/espíritu es trascendente c. la realidad en sí de este universo no es cognoscible. ¿Por qué hay algo en lugar de nada?, preguntan Jean, Grichka e Igor. También yo se lo he preguntado a Dios y él se me esconde. También él me lo pregunta cada momento de mi vida y lo único que tengo para responderle es pensar en la poesía o señalarle el arte. Los tres pensadores citados, expresan al final de un libro lleno de complejidades, interrogantes y abismos: “¿Qué debemos retener de este ensayo de filosofía en voz alta? En primer lugar, una manera de buscar sentido en lo insignificante, proyecto en la más pequeña de las casualidades, acontecimiento en la tenuidad de las cosas: la hoja de un árbol, el canto de un pájaro, la caída de una gota de agua, el viento en el vacío. Todas esas pequeñas cosas conspiran en lo invisible para formar lo real, convergen hacia nuestro corazón para dar allí origen a una necesidad irreprimible: el deseo de realidad”. Siempre he considerado al haiku como el poema más próximo al revelamiento de Dios en el mundo y en la consciencia del hombre. La vía más rápida para el encuentro entre el uno y el otro. Con Dios mantenemos una placentera relación de vida y muerte en el haiku. Kikaku nos hace coro cuando dice: Ah, esta noche, esas, vuestras preciosas almas, se desvanecen, para no retornar.
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