Las gradas estallaron con locura, una locura extraña. Cuando entramos a la cancha fuimos recibidos con botellas abucheos y escupitajos, el publico parecía un verdadero monstruo cuyos ojos infinitos buscaban escapar de su apatía.
 
A cada minuto el ambiente se tornaba más pesado, silbidos, insultos pero nos aguantamos. Al final los resultados los arán callar le dije a mi equipo para que se tranquilizara y justo en ese momento una caguama emergió de entre la muchedumbre  y fue a estrellarse en la cabeza del portero, lo miramos horrorizados. El pobre tambaleo y se desplomo bruscamente, las gradas rieron con euforia. Lo llevamos con toda prisa  a los vestidores, salgan a jugar, no me pasa nada  decía.
Lo vendamos y se quedo sentado en un rincón. Salimos furiosos reclamamos, echamos bronca pero nos ignoraron, ¡si abandonan el partido están fuera! dijeron. Pero en realidad no tuvimos elección las gradas nos habían hecho prisioneros, el monstruo quería un espectáculo divertirse a costa nuestra y lo consiguió.
Tome el lugar del portero y desde allí, mi castillo impenetrable, vi como el equipo se desmoronaba uno a uno fueron cayendo presas de todo tipos de faltas.
El medio delantero fue el segundo en caer, de un cabezazo lo derribaron no se tomaron la molestia de esperar a que el balón hiciera acto de presencia, No pude resistir verlo, deje que los balones pasaran y con ello abandone la oportunidad de pasar a la siguiente ronda. Terminamos malheridos y con el orgullo más roto aún. Jamás volvimos a jugar futbol juntos.
-¡Te dije que no viniéramos cabron!
-¡y que chingados querías que hiciera!
Perdimos… ellos solo se rieron de nosotros invadidos por la locura, una locura extraña.