La ltima frontera (Relato)
Publicado en Jul 22, 2012
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(Empezar a vivir es empezar a morir)
Tenía la mirada tan triste como la de un caracol. A lo lejos, cercano al maquillaje facial de los campos, se escuchaba el minúsculo murmullo de la máquina de vapor...
- Si siempre va hacia adelante ¿qué hace el tren cuando llega al final del mundo?...
- El tren siempre vuelve, Juan...
En medio del pasatiempo del paso de las horas, comienzo a recordar las tardes en que tuve, junto a mi conciencia pensamiento/pasaviento de la sensación, el vuelo cristalino de las alondras que, en forma de lluvia horizontal, pasaban anunciando su leve presencia de aguamanil mientras, en el bar, se jugaba al mus con sentencias tan benignas que, muchas veces, semejaban borrascosas espirales de enunciados surgidos de entre todos aquellos abigarrados humeares de "celtas" y "galois" que formaban coalición con contraseñas de guiños humanos y piruetas de carrusel hiperrealista. 
Aquellos rudos y hansonistas parroquianos (críticos de la mística del placer pegado al rugoso mapamundi de todas las cantinas dibujadas en los hendidos surcos de la piel de sus rostros) apostrofaban envites y renuncias ("ya llueve menos", "la mano de un cristiano", "tengo postre", "a mí no me dice nada", "órdago a la grande", "nos faltan sólo tres") mientras formaban un agónico círculo circunflejo de barajados circunloquios...
Pero yo, soñando casi siempre con el ascenso a las torres de marfil de los ulises prejoycianos, crecía en la geométrica ascensión de los besos florecidos y las manos asidas al corazón de una tarde, mientras el aire de las magias flotaba en la lejanía (añeja barca de carontes nada más), allá donde el maquillaje facial de los cetrinos campos del trigo me inundaba de una súbita tristura o de una alegría sin proporción, según fuese la aliteral alternativa que me deparasen las agujas del reloj de cristal que enhebraba los minutos de mi sensibilidad con la plateada ilusión de los deseos.
Hoy dicen que soy tan joven que podría cambiar el mundo con los latidos de mi corazón; pero he decidido no intentarlo y dejar el mundo en su mismo lugar para no desorientar mi conducta, porque ansío abrazar sus límites sin dañar la imagen de mi sueño. Mi única sonrisa consiste en no olvidar jamás la pregunta que hice a quien, aquella tarde junto a mí, respondió simplemente con la tenue nostalgia de un regreso.
Era la respuesta de mi padre...
Y aquí está, al lado de mi edad (como aurora del día de los inicios), el sueño de sus ventanillas de cristal y el torbellino de sus cromadas bielas. Aquí está, al lado de mi tiempo, para comenzar el camino de mis pensamientos; mientras un pájaro (sueño cansado) entorna sus párpados y yo le reconozco porque es tan tímido y humilde como un gorrión.
Me levanto. El vaso de cristal descansa (medio vacío de líquidas propuestas) junto al penúltimo cigarrillo que dejó de existir, y dormitan (hirsutos sobre el mantel) un viejo pescador y un pez espada (el viejo y el mar) que ilustran la lucha solitaria por la vida y las vanas ilusiones del hombre frente a su destino: un amarillento recorte de papel que entreteje las ideas de un lejano periodista con el sueño de un joven de veinte años que desea sembrar el mundo con gorriones.
Ahora que comienzo a caminar (ansioso y ansiado de esperanza y luz) siento que soy algo así como una hora verde o una esmerilada audiencia de sentires flotando en la neblina de lo imaginario, al mismo tiempo que mi pie (hollando el umbral de este nuevo espacio repleto de miradas sin final) siente sobre él, tan anticipado como está, la luna que brilla en este cielo estrellado como la diosa que iluminó mi primera noche de conciencias.
Cae la lluvia. Esta lluvia, remotamente antigua, que trae olor de siglos a mis sentires de futuro... más apenas oigo el ruido de las gotas ancestrales pues me encuentro en la corta eternidad de esta hora. ¿Esta hora? No. Este ahora. Este ahora en que tropiezo con un niño dormido bajo el translúcido plástico túnel de sus preguntas; con ese niño que descansa en la quietud de aquellas interrogantes pespunteadas bajo las tardes en que el vuelo de las alondras se mezclaba con la triste mirada de los caracoles. Mas ya no tengo el paso detenido sino que lanzo todo mi equipaje hacia el inédito horizonte de los navegantes terrestres que, por primera vez, oyen sirenas de destino reclamando (ellas) la continua recreación del neo mítico Orestes...
Por eso todos los colores de las agrecadas cenefas del jarrón convergen en un punto de encuentro llamado crátera, para beberse las cromáticas esencias del hisótropo big-bang. ¿Hisótropo big-bang o heliótropo big-band? Es lo mismo. Nacimiento y musicalidad siempre unen nuestras conciencias.
¡¡Viajeros al treeennn!! ¡¡Desde Eurípides hasta Alfieri pasando por Voltaire!! ¡¡Salimos!!.
Al entrar en los nuevos espacios, la joven mirada de pupilas femeninas se ha cruzado con mis ojos:
- Es de Juan Ramón Jiménez... -dicen los de ella.- Supongo que buscas a Platero. - responden los míos.- Cierto. Me desconsolaron los monederos falsos de Gide- silencian los de ella...
Estoy pensando, de repente, que las cosas han cambiado un poco (algo, bastante o mucho), desde el mismo momento en que subí a la plataforma, y que el mundo, al entrar en el vagón, ha transformado sus nítidas vivencias y desean abandonar los moribundos dogmas de esta cotidiana contemporaneidad que tanto desconsuela.
Miro al espejo de mi propia conducta y compruebo que mis ojos dicen su verdad...
- Son hermosas las frases de poema... -expresan.- Hermosas y quizás hasta posibles...- responden los de ella.
Presiento que esta noche alcanzaré las nubes de los sueños azulados (¿será por el iris de sus lagunas?)... pues comprendo que el rojizo preludio del anochecer se unifica con el violeta tinte de mis propias semillas para formar un resplandor arqueado de emociones que, seguro/seguro o seguro/nada más, aparecerá en la alborada del mañana; puesto que de principios blancos se trata, al fin y al cabo, el láureo empeño de transitar por los sincopados ritmos de un fonema musical para gozar del asentarse en sus arpegios.
Desde este tramo de fronteras no busco a la tierra que azota frustraciones sino a la que comprende el universo al que todos, en verdad y de alguna manera, pertenecemos. ¡Si lo supiéramos entender! ¡Ay si lo supiéramos entender!. Pero... ¡Dios mío, otra vez la imperfección de nuestras ignorancias!.
- ¿Deseas interpretar alguna de ellas? -dicen sus pupilas.
Las mías, encogidas en el pétalo de sus misterios, no despiertan aún... porque no soy hoy pero tampoco soy ayer y, en este instante, lo que sucede es que nazco a un nuevo sentido atemporal en el que no existen inútiles esperas ni terminaciones posibles. ¿Soy mañana?...
- Posiblemente sí... -responden sin dudar.
E, inesperadamente, se transfiguran mis sensaciones ante los temblores del raíl que, bajo la luz de la noche, siembran el camino de la red de mis alegrías.
Ninguna niebla enturbia mis pensamientos y siento que aquella mi ya antigua soledad se acompaña ahora de cláridas burbujas emergentes salidas de su beso ojival. Los ojos besan. ¿Los suyos? ¿La sombra de los suyos? Los ojos besan atreviéndose con las caricias de los pájaros emigrantes de mi infinita desnudez.
- La luna viene con nosotros y es redonda -dicen mis ojos.- Abrámonos para recibir ese su sin nombre que pervive en el sinfín de los horizontes -responden los suyos.
Las gotas que resbalan por el exterior de los cristales (filamentosas ventrílocuas de ideas), forman juncáceas pinceladas que orlan la ocre arena de los suelos tiñendo, a los vegetales, de inocentes transparencias de Monet.
Saint-Lazare: al lado de indiferentes fábricas e instalaciones portuarias, presentes en la lánguida cortina de agua y de humedad, Argentuil y Normandía constituyen incursiones impresionistas que subrayan el atmosférico efecto de su instantaneidad en las retinas de mi sensación. Posiblemente algo de Orsay ha quedado impreso en la escala de colores puros y complementarios con los que sus ojos fragmentan lo sólido y duradero de mi intensidad... aunque no acierto a distinguir si la mezcla de sus transfiguraciones son los efectos luminosos de un paisaje o los simples destellos de una penetración en las esencias.
¿Lágrimas? ¿Está llorando? No. Sólo son los sentires. Ellas (las gotas y ella) me han hecho subir a la planicie de las palmas de mis manos y allí, por debajo de los dedos, siento que estoy muy cerca de la nueva estación y me aferro al susurro de mi propio júbilo. Es entonces cuando descubro un indemne territorio repoblado de mágicos reflejos y quisiera amar/saber toda la extensión de este incógnito dúo de autorretrato que, pintado con fuego y luces de quinqué, busca descubrirnos hasta dónde puede llegar la suma de dos empujes paralelos, de dos miradas que están formateando estelas más allá de un tapiz de... ¿qué es?...
- ¡Cuánto sueño al amigo que ayude a forjar mi nombre! -dicen sus ojos.- ¿Es que no lo hallaste aún? -interrogan los míos.- No es eso. Lo que sucede es que sus grafismos son difíciles de imprimir.
Surge un manantial de luz en mi memoria. Riego, con él, todas mis expresiones. Infancia y juventud terminando por sentir satisfacciones temblorosas mientras mis animosidades se han hecho frágiles pero poderosas, libérrimas y alegres.
- ¡Benditos pájaros sin fiesta! -dicen los míos sin saber por qué...- Viajan sin dinero y sin maletas pues, mudos de destino, sólo tienen que abrir sus alas para conquistar las florestas -responden, sin saber por qué, los de ella...- ¿Cómo podríamos volar nosotros sin alas? -continúan los de ella sin saber por qué...- Amando el amor sin nombre -contestan, sin saber por qué, los míos...
Y sin saber por qué continuamos persiguiendo respuestas sin darnos cuenta de que estamos persiguiendo preguntas. Digo tren como digo placer, pues siento sobre mi cuerpo, en lo alto de la cima del resplandor de la litera, la presencia de esa brisa que ha subido en la estación y se ha enroscado en mis brazos, en su vientre, en mis piernas, en sus muslos... y, sabiendo o no sabiendo por qué, pido perdón a mí mismo por entender que el gozo liberado, surgido de las sombras con luz, ha llegado a su lugar exacto. Debajo de tanta efervescencia reunida, ella palpita, con o sin razón. Y mi corazón, con o sin diástole, vivifica con estas curaciones haciéndose profundamente firme la luz del amanecer mientras su brillante mirada/cristal es una perpleja concesión a la intensidad del horizonte que alarga, hasta mi frente, la línea firme y rotunda de los primeros rayos del sol. Desfila por la ventanilla el carrusel del tiempo. Amanece. Definitivamente amanece...
Los oteros hablan a los hombres que despiertan bajo el festón celeste de su aroma y un pueblo, en la lejanía, despabila su sonámbula silueta. Los misterios de la luna se pierden en una prímula sensación y aparece la sorpresa: ¡gorriones montaraces que, volando entre los jarales de la campiña, desprenden fugitivas constelaciones de alma parda iluminada para serenar las horas!. No hay guerra en sus mundos. ¡Qué paz!. ¡Cuánta paz!.
Observo el candor adolescente en cada minuto de sus iris y la veo tan desnuda de negruras (tan cubierta de manantial) que tengo miedo del espeso amanecer; para no sentirme culpable sin saber de qué y sin saber por qué y sin saber para qué.
- ¡Buenos días, Luz...! -dicen sus iris.
En ellos he leído cuanto puede leerse en todos los museos de la vida. He visto el cuadro de las colinas (clásicas, románticas, hiperrealistas) perfiladas sobre las riberas donde el polvo blanco de los crepúsculos vivientes (quizás expresiones de Chagal) se envuelven en las sábanas de las sendas del idilio (quizás impresiones de Dérain) mientras depositan el antifaz de su presencia sobre el camino de los madrigales que encubren el vuelo de ella misma (quizás compresiones de Csácky). Lo cierto es que he leído todos los cuadros de sus epigráficas composiciones en las galerías de las largas y espaciosas pinacotecas donde ella ha reunido su colección de dinámicas sensaciones, palabras en libertad y poesías concretas ya que, seguramente, me está dando a comprender que ella proviene de los arabescos de Boccioni, los futurismos de Marineti y los caligramas de Gadda. Expansión espiral de músculos en movimiento, ocho almas en una bomba y el aprendizaje del dolor reunidos en una sola presencia de mujer.
Ya pronto arderá la espalda del hombre que recoge los racimos habitando (silente de las pámpanas y el dril) el trayecto largo y fijo de las colinas del vino. Las mudas palabras convertidas en huídas. El rostro hecho pulsaciones. Las agónicas cadenas henchidas de cotidiana terrosidad con sus debidos huecos de esperanza. Hablando con un monte que no puede responder, el diálogo impasible e imposible persiste en la siesta impenetrable de la vid y del olivo citando verdades con la furia del viento. Grito inédito de lo común que es y, a la vez, grito siempre repetido en todos los surcos de su edad...
La sombra del tren no es la sombra alargada del ciprés sino la alargada sombra del ciempiés que se proyecta (con besos de caolín amando a las traviesas) para poder confirmar su historia en el peso enorme de sus sombras.
Se están sembrando resoles de campanas llamando al corazón y, al fondo, dos verdes maletas que ahora no saben dónde estamos ni ella ni yo. Ensimismados en el entorno del presente, ella y yo (almena y torre de marfil sin más) no estamos, en realidad, en ninguna parte. Estamos más allá de nosotros mismos. Ansias dentro. Ansias fuera. Versos asidos al viento ardiente que sesga las hojas y las ramas del árbol detenido en la detenida estación.
- Y tú te irás con él y serás una verdad de albérchigos -dicen los de ella.- Viviendo en la breve estrechez de lo violeta de tu voz -responden los míos.- Posiblemente eligiendo las anilinas de la tarde -dicen los de ella.- Sólo para colorear los grafismos de tu ensoñación.
¿Duelen las emociones? Sé que a las vías les duelen las aceradas pisadas, pero sé también que les duelen mucho más las ausencias.
¿Está libre la vida? ¿Circula, por ella, el arrastre de esas esencias que sólo son la altivez de los cisnes que nadan en el lago de las cercanías? Sólo me responde un eco escondido (sed de niño) que, tras las agujas de cristal de mi reloj, terminé por olvidar. Así que ¡construyo otra ilusión! Voz de mis viajes: "Volverás, caballero del viento conmovido, con todo el peso de tus ojos como fardo, uniendo la sombra de tus experiencias con el propio destino de la luz".
Mis ojos se lanzan al aire (pájaros de natural presura) para plantar, bajo yermos y baldíos, geranios, azucenas, aliagas y alcanforeros de mitaca. Mis ojos visitan, por primera vez, los iniciales rincones del Universo. Mis ojos dilatan sus miríadas en el bálsamo que cubre el ámbito de lo desconocido. Mis ojos juegan con los primeros segundos de la existencia descifrando jeroglíficos que jamás antes pude comprender. Y descubro un fúlgido axioma que se diluye en mi pensamiento: "La deseada intensidad de tu persona no tiene bordes ni límites porque se extiende (más y más y más), sin fronteras ni pronombres, por el infinito alcance de tus manos".
Y la alcanzo. Y entre tanta esperanza desangrada bajo los hacinamientos del enhebrado abrazo del sueño sin final, embarco en el convoy de mis vivencias y comienzo a resumirme en la pura naturaleza de su ser.Y me alcanza. Y entre tanto ruido de valvas desconchadas escucho el paso firme de los hombres que andan por el andén buscando camino hacia no sé cual salida.
Y oigo el murmullo de los suspiros que lanzan las torres del eléctrico/exhaústico alumbrado de la soledad. Los cables deslizan mensajes a través de incógnitas superficies que, argonautas de su ausente mar, no son sino los instantes de un homérico soneto: "¡¡No sigáis muriendo hermanos!!" grito con el silencio de la voz. Y ellos miran (bisectriz de la desesperación) para saber si he sido yo; para saber si ha sido mi voz; para saber si ha sido otro; para saber si ha sido la voz de otro. Pero ellos sólo miran y giran... nada más...
Por encima de las dudas crecen las verdades y los poemas no se pueden atrapar. Tengo que dejarlos libres para que se extiendan por el espacio. ¿Qué clase de espacio puede existir?  Sólo existe el espacio de ellos mismos. Por eso algunos versos se escapan por las abiertas ventanillas y se cuelgan de las ramas de los viejos arbustos y otros, más sutiles en su perspicacia elemental, escapan por las mismas ventanillas para embarcarse en las blancas nubes del atardecer y grabar allí su simbólico mensaje: "Si eres viento de la tarde mañana serás aroma de existencia". Viento de la tarde...El tren corre junto al viento. El sol lila las ramas pasajeras de los disidente retamares. El sudor del hombre de las uvas se tiende (bruces/cruces) en cualquier cobijo de vino y de dolor. Yo, de no saberme tiempo sino años desprovistos de historia, fiebre de horas justas, ancla de vigilias en la bahía de la existencia y brillo solidario de mi desconocido origen, deposito mi interrogación.
- ¿Dónde nací? -dicen mis ojos.- En la frontera del forastero de las fantasías -responden los suyos.- ¿No habrá sido en la inconclusa línea de los bosques sin mar?- Afirmo que naciste en la frontera del forastero de las fantasías.
Episodio. Ella me convierte en episodio. Aventura. Ella me convierte en aventura. Leyenda. Ella me convierte en leyenda. Narración. Ella me ha hecho narración. Sólo permanecen, únicamente intransformables, la presencia de sus ojos hialinos y la ígnea ausencia de mi dolor en este relato donde el episodio no es suceso (sino sístole), la aventura no es acción (sino diástole), la leyenda no es mito (sino nuevamente sístole) y la narración no es cuento (sino mitral)... porque, al final de toda la epopeya, sólo queda el sanguíneo corazón de lo emotivo.
Y queda la fatiga acompañando las bardas del campesino mientras anochece en los cerros altos, en las lomas ocres, en el montón de las pardas casas rústicas (cobijos del descanso penetrante donde declinan las sombras en los pórticos con silencio de grillos y ruido de amapolas) y en las fuentes gorgoritas de la plaza mayor.Piedra a piedra la noche enjuta penetra por los goznes y fecunda las raíces del silencio a la vez que el tren cabalga espacios de ilusiones que ella va tejiendo (en forma de nidal) con su mágico contacto de miradas.
- !Los pájaros se fueron a otro encinar! -dicen sus ojos.- Porque deben encender los rosales del mañana -explican los míos.
Contemplo la cruz que prolonga la existencia en las cuatro direcciones de mi vida. En el Norte poseo una esfera terrestre que me habla de viajes. En el Sur tengo una corriente que me cubre de distancias. Al Este cuento con un horizonte pleno de equinoccios. En el Oeste me esperan magnitudes de amplitud y enseñanzas. Y, en los espacios pendientes, cada rosa de los vientos que se desprende de la rosaleda de su ser me ofrece una distancia de cercanías tan próximas que, de no existir el preámbulo de los nacimientos y el epílogo de las despedidas, serían los prolegómenos de la presencia y los anexos de lo ausente.
Sin embargo estoy aquí. ¿Ella también? ¿Quién? ¿La vida? ¡Ambas!. Sí. Están aquí. Conmigo ambas. Y como soga escurridiza rozo su sed y comprendo su verdad. La mano de mi sombra ya no está vacía. Gozo ahora la materia luminosa de su ser. Miro mis manos. Pienso que me he hecho adulto y, con ese afán, contemplo el tenso cuerpo de su amor. Es entonces cuando el cántaro de la sed y la bicicleta de mis vacilantes dudas ruedan por no sé cual abismo. El ayer se me aprieta hasta hacerme abuelo de mi propia trascendencia y ella se convierte en éxtasis de clavel.
- ¡Entrarán de nuevo los gorriones en nuestra arboleda! -acompañan sus ojos.- ¡Igual que los cascabeles del gnomo en el Reino de la Ilusión! -acompañan los míos. No. No acompañan. !Confirman!.- ¡Y saldrán como salen las palabras del deseo! -Confirman sus ojos.- ¡Igual que presencias de canela en la fuerza del lienzo de nosotros dos! -confirman los míos. No. No confirman. ¡Acompañan!
El tren entra en el profundo abismo del túnel abierto bajo la cordillera montañosa. Alguien ha creado un Museo Vital dibujando la Historia: Adán y Eva, Jesucristo, Caçin y Abel, Jesucristo, Noé, Jesucristo, Abraham, Jesucristo, Gengis Kan, Jesucristo, Alejandro Magno, Jesucristo, Nerón, Jesucristo, Las Cruzadas, Jesucristo, Carlomagno, Jesucristo, El Renacimiento, Jesucristo, Revolución Francesa, Jesucristo, Las Luces, Jesucristo, Revolución Industrial, Jesucristo, Primera Guerra Mundial Jesucristo, Segunda Guerra Mundial, Jesucristo, Bomba Atómica, Jesucristo, El Che, Jesucristo, La Araña Negra de la ETA, Jesucristo, Torres Gemelas, Jesucristo, Oriente Medio, Jesucristo, Israel, Jesucristo...
Fin del Mundo: Todos bajan sin mirarse. !!No sigáis muriendo, hermanos!!  Grito con la voz del silencio. Pero todos siguen sus marchas aceradas. Nadie quiere saber si he sido yo, si ha sido mi voz, si ha sido otro, si ha sido la voz de otro... Todos huyen sin tener piedad de sí mismos. Veo sus espaldas, llenas de sudor, perderse en los confines del andén. ¿Qué clase de muerte aman tanto?
El maquinista hace gestos. A ella y a mí. No va a seguir manejando el tren. Es su final. Se encoge de hombros. Se aleja. Se introduce entre los raudos corredores del sanfermín social. El tren sin látigo queda.
El vigilante hace gestos. A ella y a mí. No va a seguir vigilando el tren. Es su final. Se encoge de hombros. Se aleja. Se introduce entre los raudos corredores del sanfermín social. El tren sin miedo queda.
Se cierran, íntimamente, las puertas de metal y, ya sin incontestables sujeciones (sin látigo y sin miedo) se inicia una vertiginosa explosión de velocidad hasta que entramos (¡¡diáspora de sal!!) en las olas del mar...
Estamos solos. Completamente solos. Es hermoso que el tren corra, definitivamente liberado, hacia esa ilusión que pervive entre las algas asustadas por tanta y tan desesperada espera. Es hermoso entrar, desapercibidos por los demás, en el envoltorio azul verdad de las mayéuticas y socráticas preguntas. Y escucho su voz. ¡Al fin su voz!
- ¿Qué buscas? -interrogan los labios de ella.- Gorriones de mar... - responden los míos.- ¡No me equivoqué! - sonríen sus labios.
E, inesperadamente, toda ella se convierte en cristal.
Quizás al emitir por fin la voz (al igual que el viento refresca el perfume de las rosas), nuestros acentos no duerman jamás mientras a lo lejos, cercano al maquillaje de los campos, se escuche el minúsculo murmullo.
- Si siempre va hasta hacia adelante ¿qué hace el tren cuando llega al final del mundo?...- El tren siempre vuelve, Juan...
Tal vez ella y yo volvamos en algún momento, porque tal vez sea cierto el regreso. Pero sabemos que sólo será cuando el final del mundo haya terminado de verdad y vuelvan a nacer todos los universos de este planeta llamado Aire, todos los universos de este planeta llamado Tierra y todos los universos de este planeta llamado Mar. Mientras tanto seguimos buscando la última frontera de nosotros mismos.
En el ecuador de todos nosotros está la última frontera.
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Foto del autor Jos Orero De Julin
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Descripción

Relato.

Palabras Clave: Literatura Relato Narracin.

Categoría: Cuentos & Historias

Subcategoría: Relatos



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