HOJA DE DIARIO (10)
Publicado en Aug 05, 2012
En el arte, todo tiende a lo funesto o lo sublime, sin términos medios. Una característica determinante y repetitiva de nuestro siglo. En su mayoría toda creación artística, las literarias por ejemplo, tienen como soporte temático el caos, lo pavoroso. Monstruosidad, consternación y desequilibrio. Todos los naufragios humanos, frustraciones y miedos del individuo. Predominan elementos de angustia y locura, irracionalidad e insensatez.
Para la estética posmoderna toda creación es elegía del dolor en cualquier aspecto. Y nos parece normal. Convivimos con esto. Lo deseamos revirtiéndolo parte de nuestra vida. En la novela, la música, el cine o la poesía, por lo regular despuntan lo brutal y repulsivo, convirtiéndose en algo natural para mostrárnoslo a nosotros mismos e identificarnos con todo ello. Como si el ser humano fuese exclusivamente dicha fealdad. ¿O eso somos? ¿No hay salvación ni escape posibles? ¿No evolucionamos hacia algo mejor, menos irracional, menos cruel? Nada parece llenar el deseo de dolor en cualquier forma, para el ser humano. Nos exiliamos por completo de la experiencia interna y externa de lo bello. No es el empleo del caos para marchar hacia el orden, sino la danza entre el caos por la complacencia de sus constantes dramáticas, siniestras, oscuras, mezcladas. El acercamiento a formas superiores estéticas no es solo para iluminados. Qué búsqueda retorcida de lo feo en el arte. Lo bizarro y estrambótico prevalecen sobre la luz y lo armónico. Nada nos satisface del perenne horror con el cual nos embadurnan los artistas modernos. Seguimos buceando en el fondo del alma dolorida, del espíritu en sus manifestaciones más sórdidas.
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