Luz Celeste (Novela - Cómic - Guión Cine) -47- CORREGIDO Y AMPLIADO.
Publicado en Aug 18, 2012
Población ecuatoriana de Coca...
- Bien, señorita andaluza. Ya estoy aquí de nuevo. ¿Me va a decir usted ahora algo más de este extraño y rarísimo asunto y que pueda tener algo de razonable para mi investigación? - No sé absolutamente nada más y si busca algo razonable en todo esto no lo va a encontrar ni usted ni todo su completo regimiento de caballería, capitán Atienza. - ¡Es imposible entrar con caballos allí! ¡Se los comerían los animales salvajes y a todos nosotros también! - Pues vámonos ya de aquí. - Espere, señorita andaluza. Necesito algunos datos para poder informar algo que sea suficientemente coherente para mi jefe superior, el general Maldonado... que no es precisamente muy bien donado por la naturaleza porque tiene una cara que da espanto mirarle, pero que por eso precisamente y por su mal genio, que parece que siempre está más cabreado que un soldado haciendo guardia en una noche invernal y en medio de los montes de Paquisha, no me tache a mí de loco aunque me parece que estoy enloqueciendo un poco más cada vez que hablo con usted. - Pues yo también estoy ya casi medio loca o más bien loca del todo porque me parece que esta experiencia me ha enloquecido definitivamente. - No bromee con este asunto, señorita andaluza. Que como conozca usted personalmente al general Maldonado verá que horrible es su cara y su carácter al mismo tiempo. Con razón se apellida Maldonado Feito y no se le ocurra ir diciendo por ahí que he dicho Feíto sino Feito, sin tilde en la i, porque si se le ocurre a usted decir eso delante de él me afeita hasta los pelos de las orejas y no quiero yo terminar, además de loco, desorejado como un huagrahuasi después de una fenomenal faena de algún descendiente de El Juli y vaya fenomenal faena que está usted haciendo conmigo. - No estoy bromeando señor Atiza... perdón... quise decir capitán Atienza... pero es que los nervios... ya resulta que no sé ni cómo me llamo yo. - ¡Eso es lo que quiero preguntarle! ¡Ya empezamos a entendernos! ¡Dígame, ipso facto, cómo se llama usted! - Me parece que me llamo Carmen Ortega Vázquez o Vásquez... que en algunos documentos vengo como Vázquez y en otros como Vásquez por eso del ceceo y del seseo. - ¿Y qué diantres es eso del ceceo y del seseo? - Difícil de explicar... porque ni sé cómo se inició eso del ceceo y del seseo en Andalucía ni como va a acabar todo esto. - ¡Ya basta de bromear conmigo! ¡Sepa usted, señorita andaluza, que soy todo un capitán con bigotes y por mis bigotes y los bigotes de todos mis antepasados que o me dice cómo se llama usted de verdad o verá cómo me pongo si me vibran los bigotes de pura ira! - Bien. Veo que no me queda otra alternativa y no me refiero a tomar la alternativa taurina porque yo los toros cuanto más lejos mejor... y que conste que no me estoy refiriendo a usted... - ¿De verdad quiere usted dormir esta noche en un calabozo de la cárcel de Quito en medio de truhanes de mal pelaje? - No, por lo que más quiera usted... - Lo que más quiero yo, y que no se entere mi señora esposa, por favor, señorita andaluza... es ascender a comandante lo antes posible y, si es posible, cambiar de esposa porque a mayor cantidad de estrellas en el uniforme mayor calidad de esposa digo yo... pero si me guarda este secreto no la detengo; ahora bien, dejemos las tonterías aparte y dígame cómo se llama de verdad. - Me llamo, si no sufro de amnesia temporal, Carmen Vergara Ordóñez, de la saga de los Palominos. - ¿De los palominos atontados, quizás? - Déjese usted de tanto retocarse las guías de sus mostachos, que se parece usted al Capitán Mostachete de los viejos tebeos españoles y a ver si no es usted tan incultivado que es más bien silvestre en vez de civilizado... y aprenda algo de enología, porque yo me estoy refiriendo a los Palomino y Vergara. - ¿Y qué tiene que ver la genealogía con todo esto? - No es usted más paleto porque no ha nacido en Cuenca. - ¡Oiga, señorita andaluza, que Cuenca es una ciudad muy ilustrada y de personalidades muy literatas por cierto! - No me refiero a Cuenca ecuatoriana sino a Cuenca española... ¿0 es que usted se cree que los únicos que tienen cuencas son ustedes? Yo no he dicho genealogía sino enología y me estoy refiriendo a la saga de Palomino y Vergara y, además, aquí entre nosotros y que nadie más se entere, el único palomino atontado que hay es usted. - ¡La voy a tener que detener por abuso contra la autoridad! - ¡Oiga... capitancete... que yo no estoy abusando para nada de usted ni ganas que tengo de hacerlo ni soñando... y quizás sea usted el que está pensando en su interior querer abusar de mí y por eso pudiera ser yo la que le denunciara a usted! ¿Le gusta o no le gusta el mosto, Capitán Mostachete? - ¡¡Un montón!! ¡¡Sobre todo si es de fino jerez!! - Pues de eso se trata cuando digo que pertenezco a la rama malagueña de la saga gaditana de los Palomino y Vergara. ¿Se ha enterado ya usted del todo o le tengo que explicar lo que es un palomino de paloma para que no me confunda usted otra vez con una cualquiera? - Hablemos ya en serio, señorita andaluza. - ¿Usted me está viendo cara de risa acaso? - La verdad es que estad usted muy enfadada y se le nota bastante. - ¡Pero no con usted! ¡Sí que estoy enfadada pero es contra una chavala que se me ha cruzado y me ha dejado compuesta y sin posible novio! - Bien. Eso no lo puedo poner en mi informe porque sería la risión de todo el Regimiento. - Pues ya está. ¡A otra cosa, mariposa¡ ¿Qué quiere usted de mí si se puede saber? - Solamente como se llama de verdad. - Le afirmo rotundamente, y estoy hablando completamente en serio, que me llamo Carmen Vergara Ordóñez. - Está bien. Digamos que es la verdad. Lo apuntaré así en el informe. ¡Dígame de qué parte de Andalucía es usted! - Soy malagueña. - ¿De Málaga capital? - ¿Le sirve si le digo solamente que soy de la provincia de Málaga? - Puede valer. Me sirve. Es un buen dato. En la condición en que se encuentra usted ahora, sufriendo un grande choque emocional, pondré en la ficha de identificación que por culpa del fuerte trauma psicológico sufrido en la selva amazónica ecuatoriana, basta y sobra con decir que es malagueña sin tener que especificar localidad alguna nada más que poner que es usted de la provincia y no de la capital. Esperemos que no me rebajen a teniente o a soldado raso por no especificar este dato. - Bueno. Sus problemas profesionales no me interesan a mí para nada. Ya tengo bastantes problemas con los míos. ¿Me puedo marchar ya? - Sólo me queda algo que aclarar y, en cuanto se aclare este último asunto, nos podemos ir ya para Quito. ¿De qué conoce usted a la periodista brasileña Leda Melo de Carvalho aquí presente? - Le advierto, capitán Atienza, que yo estoy aquí presente pero que es como si estuviera ausente... - ¿También tiene usted ganas de bromear conmigo? - No, capitán Atienza. No me gusta bromear cuando me encuentro nerviosa. Estoy pensando en el "New York Times". - ¿Y eso que es? ¿El nombre de alguna nueva discoteca de esas que ponen títulos en inglés que no sabe uno qué significan? - En verdad que es usted un incultivado como dijo Carmen. ¿No sabe usted que "New York Times" significa, en español, "Tiempos de Nueva York"? - ¿Y sé puede saber qué narices tiene que ver el tiempo que hace en Nueva York con este extraño suceso acontecido en la selva amazónica ecuatoriana? - ¿Es que no lee usted los periódicos, capitán Atienza? - Señorita brasileña... ¡claro que leo los periódicos!... pero solamente el Última Noticias de Quito porque me cansa y me aburre leer demasiado y el Última Noticias de Quito es el más resumido y pequeño de todos. Y ahora... ¿me puede responder a mi pregunta? - El "Tiempo de Nueva York" es muy importante para mi vida profesional. - ¿Acaso usted aspira a ser de esas periodistas que se dedican a decir el tiempo por la televisión? - ¡Usted es más ignorante que un alcornoque en espera de criar bellotas! ¿Acaso no sabe que el "New York Times" es el mejor periódico de los Estados Unidos y gran parte del mundo? - ¡Arrea! ¿Me está usted diciendo que trabaja en un periódico más importante que El Comercio de Quito y el Universo de Guayaquil juntos? - Eso es lo que estoy intentando que usted comprenda. De momento estoy trabajando para ese periódico pero estoy en período de pruebas para pasar a ser de la plantilla de los fijos y las fijas... pero no sé cuánto durará ese tiempo de prueba ni si me llegará a tiempo el reportaje. - O sea... ¡que todo este jaleo se ha producido por culpa de un reportaje de periodismo! - Eso es verdad solamente en parte. - Pero... ¿cuántas partes tiene este asunto? - Yo sólo le puedo afirmar que si pierdo la oportunidad y Jota Jota no cumple con su promesa tendré que terminar trabajando en un bar como camarera o ponerme, con el riesgo de fracasar, un comercio de chuches. - O sea... que además hay un tal Jota Jota en todo este lío... pues que conste que tengo que hacer algún informe de todo esto y ya no sé ni por donde empezar... ¡alguien tiene que ser el culpable y no parararé hasta encontrar al culpable! - ¡No diga usted que Jota Jota es el culpable porque él no tiene la culpa. La culpa la tengo yo por haberle hecho caso. Él sólo es el responsable pero yo soy la culpable! - ¿Y cómo es él? ¿En qué lugar le conoció? ¿A qué dedica su tiempo libre? ¿Es un ladrón que le ha robado todo? - El dinero es lo que menos me importa... de momento... - ¡Pero deme algún dato sobre ese tal Jota Jota! ¡Al menos dígame una cantidad más o menos aproximada! - Capitán Atienza... prefiero no decir nada más sobre él. Haga el favor de no querer sobornarme con la plata o le llevo ante los tribunales anticorrupción. - ¿Corrupto yo? - Pues sí. - Pero muy poco comparado con el coronel Valdenebros... - Entonces sigamos, puesto que no quiero ahora hablar de cosas tenebrosas. Quizás ese tal coronel Valdenebros tenga que saber, algún día, cómo me las gasto yo con los militares corruptos de alta graduación... pero ahora dejemos que el río continúe su cauce y no me río... hablo del río pero no me río... - Pero como usted comprenderá... ¡no me ha dicho absolutamente nada! ¿Cómo voy a poder yo realizar alguna labor contra él si no me ha dicho absolutamente nada más que vaguedades sin sentido alguno? - Que le repito que no le voy a decir nada de nada. - Ya que no está usted abierta al diálogo amistoso, vuelvo con usted, señorita andaluza salerosa. ¿Me puede decir cómo es posible que conozca usted a esta señorita periodista brasileña que no quiere otra cosa sino formar parte de la plantilla fija del "New Tork Times" o es que me quieren, entre ustedes dos, volverme loco a mí también?... porque por lo que yo estoy viendo están ustedes dos verdaderamente locas... pero locas de atar... - Esa es otra historia también rara y extraña. - ¡Vaya, vaya y vaya! ¡Hable usted en serio por una vez en su vida, señorita! - Que le estoy aclarando que es otra historia rara y extraña de ese jovenzuelo... - Pero... ¿quién es ese jovenzuelo, por favor? - Él ya no tiene ninguna importancia para mí... luego tampoco tiene por qué tener importancia para usted... Vuelve a intervenir Leda. - Pues para mí sí que es muy importante. - ¡Vayamos por orden, por favor! ¡Si habla la malagueña que calle la brasileña y si habla la brasileña que hable la malagueña a ver si me entero de una vez por todas! ¿Quién de las dos me lo quiere contar? - Yo misma, porque esta señorita malagueña no sabe ni dónde se ha metido ni tan siquiera dónde está ahora. - ¡Dónde va a estar! ¡Está en mi despacho privado de este destacamento militar de caballería de las Fuerzas Armadas de Ecuador! - No. Yo me refiero a que ella no sabe ni donde está ese tal Jota Jota. - Pues entonces dígamelo usted. - Es que resulta que yo tampoco tengo ni idea, - Pero... ¡al menos me podrá decir dónde le conoció! - ¡Eso sí! ¡No lo olvidaré jamás en mi vida! Fue en un hotel de las ciudad española de Madrid. - ¿La capital de España? - Que yo sepa sí es la capital de España. - ¿Estaba usted en un hotel de Madrid acompañada de un jovenzuelo? Esto empieza a tener interés. - ¡Oiga, tío morboso! ¡No piense usted mal acerca de mí ni de él... porque resulta que ustedes los militares piensan siempre muy mal cuando se enteran de que una señorita está acompañada de un jovenzuelo en un hotel! ¡Mal pensado! ¡Si sigue usted así le denuncio ante su general por levantar falsos testimonios! - ¡No, por favor, señorita periodista, que me arruina la carrera! - Pues no vuelva usted ni tan siquiera a insinuarlo... - Pero entonces... ¿qué pongo en el informe? Y que conste que no estoy pensando mal. - Pero se lo está imaginando... - ¿Pero esto qués es? ¡Se puede usted ya poner seria de una vez por todas o me pongo serio yo y cuando yo me pongo serio se enteran hasta en Vilcabamba, que está en la otra punta extrema de este país, de los gritos que pego! - Pues no pegue usted ningún grito porque le denuncio por violencia verbal. - Está bien. Me lo tomaré con más calma pero me parece que con más calma ya es del todo imposible. Hable usted en serio, por favor. - Estoy totalmente seria. Y ándese usted con mucho cuidado, Teniente Mostachete. - Haga usted el favor de no rebajarme a teniente porque resulta que todavía, por lo menos de momento, soy capitán. Y no soy Motachete sino Atienza. - Bien. Hablemos en serio entonces pero no vuelva a imaginar cosas raras de esas que imaginan los alcohólicos. ¿Es usted alcohólico, capitán Atienza? - Bueno.... bueno... alcohólico del todo todavía no pero sí un poco... aunque como siga hablando con ustedes dos voy a tener que darme a la bebida en perpetuidad para poder olvidar... ¿habla o no habla en serio? - Yo le conocí en el Hotel Meliá Florida de Madrid pero no en una habitación como usted está imaginando. - ¡Y dale otra vez con lo mismo! Reconozco que antes sí lo estaba imaginando pero después de sus amenazas no volveré a imaginarlo nunca más. Siga. Siga. Esto se pone interesante. - ¡Pues no ponga usted nada que se imagine en el informe y absténgase solamente a poner la verdad! - Está bien. No pondré nada más que lo que usted me vaya diciendo. - Fue durante una Convención. - Eso me convence... - ¿Le convence que le conocí en una Convención? - Me convence lo de la Convención. Es bastante lógico si él es también de su oficio. - ¿Me puede usted explicar que insinúa usted con eso de mi oficio? - Perdone señorita. Es que es usted tan escultural y guapa. - ¡Que le denuncio y le denuncio y vaya que le denuncio! - Perdóneme de verdad. Me confundí otra vez. Quiero decir que si es de su profesión. Digamos profesión y no oficio para no pensar mal. - Digamos que sí... que es de mi misma profesión o que va a ser, en un futuro muy próximo y cercano ya, de mi misma profesión. - ¿Periodista? - Eso es. Así que ándese con mucho cuidado de lo que informa sobre él porque debe saber que los periodistas sabemos como defendernos por los derechos que tenemos además de por las obligacioes que contraemos. - De acuerdo. De acuerdo. No pondré en el informe nada que sea un prejuicio o una señal de envidia... digo de murmuración... pero acláreme otra cosa... ¿él es madrileño? - Sí. Es madrileño. - Entonces... ¿qué hacía esta señorita malagueña en Madrid si Madrid no pertenece a Andalucía que yo sepa o, por lo menos, hasta ahora no ha pertenecido nunca a Andalucía? Aunque según están las cosas por España ya no me extrañaría nada que pudiese ocurrir eso. Carmen salta de su asiento y se pone de pie, como impulsada por un resorte, para enfrentarase cara a cara con el capitán Atienza que se acoquina contra su asiento y se hunde en él. - ¡Oiga, capitán de pacotilla, es usted un cotilla! ¡Yo estaba allí por mi propia voluntad y sin que nadie me obligara... y mucho menos Jota Jota!... El capitán se hunde más en su asiento, atemorizado ante la mirada de ira de Carmen. - Yo ni tan siquiera he insinuado que él la forzó... - Pero, como dice muy bien Leda, se lo estaba imaginando... ¿o no es cierto? - Pido un descanso por favor. Necesito tomar un traguito de ron porque me van a dar los siete males. - Está bien. Tómese usted todos los tragos que quiera de ron pero deje ya de insinuar cosas sobre mí. - Perdón, perdón y perdón. El capitán Atienza consigue levantarse de su sillón, abre un pequeño armario situado a su izquierda y saca una botella de ron Castillo. Les ofrece a las dos mujeres una copita pero estas lo rechazan. Él bebe dos vasos seguidos antes de volver a sentarse, ahora ya menos nervioso, en su sillón después de guardar la botella y el vaso nuevamente en el pequeño armario situado a su izquierda. - Señoritas, voy a romper todas las notas que he tomado hasta ahora y vamos a volver a empezar. Rompe todas sus notas y las arroja a la papelera metálica que está situada a su derecha. - Que no... que no se entera usted de nada... que yo fui por la imposición de su voluntad pero por mi propia voluntad... - ¡Esto no hay quien lo entienda, señorita malagueña! - Pues si esto no hay quien lo entienda, mejor que mejor. Déjese ya de querer elaborar un informe y nos vamos ya de aquí y aquí no ha pasado nada. - Puedo hacer como que no ha pasado nada pero mis hombres la han visto a usted solamente vestida con ropa interior y a muy escasa distancia de esta población. ¿Cómo puedo ocultar yo esto a mi general si alguno de ellos se va de la lengua? - Dígale a todos sus hombres que aquí no ha pasado nada y que si alguno se va de la lengua usted le corta la cola. Ellos se asustarán porque saben el mal genio que tiene usted y nos vamos ya de aquí. - ¿Pero usted se cree que yo puedo decirle eso a mis hombres o es que quiere que me degrade mi general a la categoría de sargento con todo lo que me ha costado poder ascender hasta capitán a lo largo de tantos años de servicio que me parecen más duros que el éxodo del pueblo hebreo por el desierto después de salir de Egipto? ¿Cómo les digo yo que usted es una angelita caída del cielo y que lo que han visto ha sido solamente una visión celestial imaginada y no real? ¿Es que de verdad se cree usted una angelita caída del cielo? - ¡Oiga, capitanucho! ¡Por la cara de sargento cabreado que tiene no le vendría mal que le rebajaran a la categoría de sargento! ¡Me está usted insultando y además de manera verbal y tengo una testiga! ¡Ahora mismo llamo por teléfono al cuartel general de Quito y verá lo que es bueno! - ¡¡¡No!!!¡No haga eso, por favor, que me la cargo! Mi general se pone de peor carácter que mi suegra y yo tengo que alimentar a mi suegra la avinagrada que tiene un genio más de vinagre que la vinagreta, además de a mi esposa y a mis cinco hijos, cuatro de ellos varones y una mujer, que en lugar de comer es que devoran todo lo que pillan por delante; así que vamos a ver cómo podemos solucionar este asunto que parece estar en un callejón sin salida. - ¡Pues deje ya de empeñarse en hacer un informe de todo esto y se arregla el asunto! - Pero... ¡si eso es lo que yo quisiera! ¡Por favor cuénteme todo considerándome un sacerdote al que se está usted confesando y nadie más se enterará! Leda puede esperar afuera por un momento. - Nada de confesiones ni de secretos de confesiones. Lo que quiero es que me lleve usted consigo hasta la ciudad de Quito y sanseacabó. O hago público que usted me ha insultado. - Pero si yo no le he dicho ningún insulto, al menos todavía... - ¿No es un insulto decirle a una chica tan inocente como yo que se está haciendo pasar por una angelita del cielo cuando usted bien sabe que yo no lo soy? - Una angelita puede que no... ¿pero cómo quiere que la llame yo ante mis hombres para que puedan olvidar lo que han visto? - Pues cuéntele otra historia pero nada de decir que me creo un angelita caída del cielo como si fuese yo una diabla o algo parecido. - Entonces... ¿qué les digo? ¡¡Ayúdeme usted, por favor!! - Dígales que soy un fantasma que se les ha aparecido de repente pero yo quiero irme ya a mi casa. - Eso me parece más lógico... si... me parece más lógico... aunque también es difícil de creer porque los fantasmas son muy feos y usted es muy guapa... - ¡No me venga con piropos machistas ahora porque no está el horno para bollos ni tengo ganas de ligar con usted porque para eso me hubiese quedado con Jota Jota sin dudarlo ni un segundo!. - Pero... ¿no dice usted que otra se lo llevó? Si otra se lo llevó es imposible que usted hubiese ligado con ese tal Jota Jota. - ¿Sabe lo que le digo? Que se meta usted en sus propios problemas y me deje a mí solucionar los míos. - Pero es que precisamente éste ya es un problema no solamente para mí sino para las Fuerzas Armadas de Ecuador. - ¡Es usted más exagerado que un andaluz contando historias de bandoleros y aparecidos! - ¡Eso es! ¡Les diré que usted sólo es una aparecida y que en el momento que la llevemos a Quito dejará de ser una aparecida y pasará a ser una desaparecida! - Veo que empieza a funcionarle la imaginación, capitán Atienza; pero que sea esto como si usted fuera un sacerdote y estuviese yo confesando un grave pecado... ¿me entiende?... - ¡Pero si eso era lo que yo le había propuesto antes! - ¡Oiga, capitán! ¡Las cosas privadas de una mujer decente no se pueden confesar a un hombre indecente por mucho que imaginemos que es usted un sacerdote! - Pero... ¿en qué quedamos?... ¡¡Hablar con usted es como hablar con una serpiente de siete cabezas!!... ¡Me pìde una cosa, me pide luego la contraria, me vuelve a pedir la misma cosa y me vuelve a pedir otra vez la contraria! ¿Todas las andaluzas son como usted? - Más o menos. - Pues ya sé donde no iré jamás a veranear... porque yo ya no estoy para recibir esta clase de emociones fuertes... - Pero... ¿está usted loco? ¿Usted cree que una chavala andaluza se va a fijar en un hombre tan carcamal y tan feo como usted? ¡Despierte ya, Mostachete, que tiene usted un mostacho mitad Groucho y mitad Hitler... o sea... de risa por cualquier lado que se le mire... - Cuando digo yo que estoy ante dos locas... - ¡Oiga, Mostachete! ¡A mí no me meta en sus líos con la malagueña! - Perdón, señorita Leda... pero no me ataque usted también porque si con una estoy casi perdido con dos estoy perdido del todo. - Pues haga el favor de no meterme a mí. - ¿Pero si yo no he metido a nadie? - ¿Además es usted obsceno? ¡Ahora mismo le denuncio por hacer apología de pornografía! - ¡¡Por favor, señorita periodista!! ¿Qué va a hacer usted ahora conmigo? - Con usted no voy a hacer nada, pero mañana mismo sale usted en la portada del "New York Times" como un incitador a la pornografía de dos jovencitas inocentes. - Está bien. Me retracto de todo lo dicho... aunque no es usted, señorita periodista, ya tan jovencita... pero bueno... vale... ¿qué quieren ustedes que haga por favor? ¡Como se entere mi general de todo este follón me empapela hasta el trasero! - ¡Le voy a denunciar por ser doblemente mal hablado, capitanucho de baja estofa! ¡Estofador! ¡Digo, estafador! - Pero... ¿qué he hecho yo ahora? - Ha unido usted las palabras follón y trasero y eso es imperdonable y no pasa desapercibido para una sagaz periodista como soy yo. - Pero... ¿se puede saber por qué? - Porque ha vuelto usted a imaginarse cosas que no son ciertas. - ¡Dios mío1 ¡¡Dios mío!! ¡¡¡Y Dios mío!!! - Yo también, como va a hacer mi amiga Leda, le voy a denunciar por indecente. - Por favor... ¿me permiten volver a tomar otros dos traguitos de ron y les prometo que vuelvo a romper las notas que estoy tomando? - ¿Se lo permitimos, Leda? - Está bien. Pero que sea la última vez que se dirige a nosotras con supremacía de macho y que sea la última vez que bebe ron delante de nosotras. Si quiere olvidarnos bebiendo que lo haga en alguna tasca de mala muerte pero no aquí. El capitán Atienza, casi desfallecido por el cansancio pero, sobre todo, por el dolor de cabeza que le está entrando, se vuelve a levantar, vuelve a beber dos traguitos de ron y vuelve a sentarse de nuevo. - Vamos a ver... si... hip... esto... hip... nos serenamos un poco... hip... - No siga usted bebiendo por culpa de dos mujeres y sea usted como Jota Jota que no bebe ni una sola gota de alcohol ni por culpa de cien mujeres juntas. - Por favor... ¡pueden ya dejar de martirizarme comparándome con ese dichoso Jota Jota y vaya que debe ser dichoso y se lo debe estar pasando bien en lo profundo de la selva mientra yo... hip... esto yo... hip... estoy aquí... ya más beodo que un cosaco verde!... - Ya... ya se ve que es usted bastante verde hablando delante de las mujeres... - Señorita malagueña que yo... esto... hip... yo... esto... hip... no quisiera... - ¡La que no quisiera sería yo por mucho que usted me lo pidiera, viejo cosaco verde! - Por favor, señoritas... esto... hip... ¿pueden dejarme ya en paz?... hip... - Lo que queremos la señorita Leda y yo es que nos deje en paz usted a nosotras. Al capitán Atienza se le pasa, de momento, el ataque de hipo y vuelve a recobrar la lucidez mental. - Eso intento pero ustedes no me dejan. - ¡A lo mejor va usted a decir ahora por ahí a sus amigotes de farra que queremos forzarle entre las dos! - No quiero decir eso, señorita Leda... pero compréndame por favor... ¡Dios mío!... ¿cómo voy yo a ir diciendo eso a mis amigotes? ¿Y si se entera mi mujer y escucha que voy diciendo yo eso? Me presenta el divorcio exprés pero más rápido que el chasqui que dio la nocticia de la llegada de los conquistadores españoles a Atahualpa y más instantáneo que el café soluble de La Brasileña. - ¡Oiga, que yo soy brasileña pero nada tengo que ver con el café! - Perdone, señorita Leda... no quise decir una frase graciosa. - Entonces sea usted un buen oficial de caballería y acompañe ya a la señorita Carmen a Quito para que pueda volver rápidamente a su querida Málaga. - Lo que no quiero es que esta señorita malagueña se confunda conmigo. - ¡No! ¡El que está muy confundido conmigo es usted! - Mire señorita, que no estoy pensando que sea usted una mujer fácil para poder aprovecharme de usted en el camino desde Coca hasta Quito. - Pero lo está imaginando... que es todavía mucho peor... - Pero... ¿qué manía tienen ustedes con decirme que imagino lo que no imagino, que pienso lo que no pienso, que hablo lo que no hablo y que hago lo que no hago? - Está bien. Rompa ya todo lo que le queda del informe oficial y solucionados todos los problemas. - ¡Menos mal, señorita malagueña! - ¡Me llamo Carmen y no señorita malagueña a ver si vamos a empezar otra vez a dar leña!. - Bien está la cosa. El capitán Atienza rompe la Hoja de Informes y la tira también a la papelera metálica que está situada a su derecha antes de volver a hablar. - ¿Nos acompaña usted hasta Quito, señorita Leda? - ¡Yo no me muevo de aquí hasta que no tenga noticias de él! - Pero... ¿quién es ese joven que tanta importancia tiene para usted si usted puede llegar a tener la compañía de verdaderos hombres adultos con sólo parpadear un segundo? - Los hombres adúlteros no me interesan. - No dije adúlteros sino adultos. - Pero mire por donde yo bien sé que la mayoría de los hombres adultos son, además, hombres adúlteros en este mundillo actual de las famosas y los famosos y yo estoy a punto de ser famosa. - Perdone, señorita Leda. No lo sabía. - Usted no sabe muchas cosas del mundo de la fama. ¡Claro! ¡Está usted metido siempre en todo este mundo de los cuarteles de rancho fijo y voces de mando que no tiene ni tiempo de dar una ojeadita por ciertas partes donde se cuecen las verdaderas habas del glamur y los placeres mundanos y pecaminosos de la fama! Pero yo no soy tonta. Sé lo que quiero. Y lo que quiero y lo único que me interesa en lo que me ofrece él. ¡Y le advierto que si ahora intenta usted pensar o imaginar algo indebido por decir esto de de querer lo que me ofrece él de verdad que sale usted en la primera página de los más famosos rotativos del mundo! - ¿Rotativos? ¿Ha dicho usted rotativos? - Sí. Es una manera culta de llamar a los periódicos... aunque claro está... usted en cuanto a cultura lectora es un cero más a la izquierda que el hígado. - ¿El hígado lo tenemos en la izquierda? - Aproximadametne sí.` - Pues nada, señorita Carmen, vaya a comprarse ropa, cambiese y póngase elegante y guapa que nos vamos para Quito. No tenga miedo. Ninguno de mis hombres ni yo le vamos a tocar ni un pelo. - Es que si me tocan un pelo les toco yo la cara de un guantazo y asunto terminado. ¡Terminado el asunto, capitán! - Sin violencia, por favor, Carmen, sin violencia... que ya lleva bastante leña encima este pobre hombre machista... - Entonces, señorita Carmen Vergara Ordóñez, me pongo a su servicio sin condiciones. La llevaré a Quito de manera gratuita y que sea lo que Dios quiera con respecto a mi futuro por culpa de este asunto que ni sé lo que es ni pienso lo que es ni imagino lo que es. Y el capitán Atienza sale del despacho, seguido por Carmen Vergara Ordóñez que ha conseguido vestirse con un bonito y completo chándal deportivo que le ha prestado Leda porque lo llevaba en su maleta de viaje, en dirección al avión militar que está esperando para volar hasta Quito.
Página 1 / 1
Agregar texto a tus favoritos
Envialo a un amigo
Comentarios (0)
Para comentar debes estar registrado. Hazte miembro de Textale si no tienes una cuenta creada aun.
|