Historia de una Vida
Publicado en Aug 24, 2012
Prev
Next
                                                                   ARMENIA
Los turcos masacraron a una gran cantidad de cristianos en la República Armenia  de la Europa Oriental y eso fue lo que motivó que los colonizadores usaran este nombre, como un homenaje a dicho país. Se dice –pero con ninguna probabilidad de que sea cierto– que se propuso inicialmente darle el nombre de ARCENIA, la esposa de Tigreros, pero como esta sugerencia no fue aceptada, ese nombre fue maquillado, cambiándole la C por la M. Se dice……
Cuando vivimos en Nueva York nos hicimos    amigos de Juan Muradian y de otros inmigrantes de la República de Armenia. En varias ocasiones asistimos a sus reuniones, con vino, danzas y una excelente comida. De ahí salió la idea de hacerle un homenaje a la capital del Quindío, para lo cual un escultor armenio modeló en bronce una enorme cabeza de Lincoln, la que ellos instalaron en la carrera 19 a la entrada de la Avenida hacia El Bosque, con un pedestal en la forma de un libro abierto en cuyas páginas había un mensaje en español y en su idioma, con tan mala suerte que un camión lo destrozó.
Después de tener guardada la cabeza de Libertador de los esclavos durante algún tiempo, fue colocada en  un pedestal a la estrada de El Bosque, sin referencia de ninguna clase. En este generoso regalo de los armenios debiera, por lo menos, colocarse una nueva placa conmemorativa.
Cumplido su período de cinco años como Notario, mi padre regresó a Armenia donde compró el Hotel Internacional, situado en un costado de la Plaza de Bolívar, con  la calle 21, que ocupaba media cuadra por la calle y media por la carrera, donde funcionó hasta hace poco el Banco Central Hipotecario. Ese era el Hotel más famoso de Armenia, al que llegaban los agentes viajeros, los toreros, las compañías de teatro y fue para nosotros como un puerto, siempre novedoso, siempre lleno de pasajeros. Yo recuerdo  varios acontecimientos de mi vida, difíciles de olvidar. Uno de ellos se refiere al famoso torero español Rubito de Sevilla, al que recientemente vi reseñado en un programa de la TV, sobre los  toreros españoles  que estuvieron en Colombia. A Rubito le fue tan mal en Armenia, que tuvo que dejar todo su equipaje en las bodegas del Hotel y se fue sin pagar la cuenta.  Un día cualquiera yo entré a la bodega y  saqué el traje de luces, los capotes y la espada, los envolví en unos reriódicos y me los llevé, acompañado por unos amigos, a un potrero que tenía frente a El Bosque don Ceno Vélez,  padre de un extraordinario iluso que se llamó Elías, donde había unos terneros con el deportivo entusiasmo de unos “miuras”. Al llegar me vestí  con  el traje de luces –Rubito y yo teníamos la misma estatura- y, ante el  regocijo de mi  “público”, me puse a sacarle suertes con la muleta al primer rumiante que se acercó. Mis amigos gritaban, como buenos aficionados. Al momento de matar me pasaron el estoque y, cuando me estaba perfilando para hacerlo, un lejano espectador –que era el dueño de los terneros–, empezó a gritar y todos salimos corriendo de huída, dejando atrás mi ropa de “civil”, con la mala suerte de tener que regresar con mis atuendos taurinos en medio de los aplausos de los sorprendidos transeúntes. La “cueriza” que me dieron fue del otro mundo, cuyos efectos duraron hasta cuando me disfracé de mago con la ropa que había tenido que dejar en la bodega, por falta de pago, el entonces llamado Conde de la Malasia, adivino y “mentalista”. Con turbante blanco, barba postiza, bola de cristal y un manto parecido a una sotana de tela negra, inicié, con las cartas, la lectura de la buena suerte, los vaticinios favorables para el éxito de mi clientela. Mi “experiencia de mentalista” no me sirvió para anunciar la inesperada visita de mi padre, quien me sacó cogido de una oreja ante el asombro de mi clientela, que aún se quedó esperando mi regreso en el cuarto contiguo. Esta vez no sólo fue castigo corporal sino la suspensión de huevos en el desayuno y de dinero para el cine de los domingos, especialmente cuando se iniciaba una serie de los “guapos” de ese tiempo, como Tim McCoy, Buffalo Bill, Buck Jones y Hopalong Cassidy…
En el Hotel descubrí otro infierno parecido al de Barbucce, que consistió en un agujero que encontré en la división de madera, que daba  a un baño, por el cual vi a todas las mujeres que se bañaban desnudas, aún cuando hubo muy pocas que usaban traje de baño. A mi edad, l4 años, eso fue un descubrimiento que casi acaba con mi salud
.La vida en el Hotel fue maravillosa. Mi padre contrató un pianista de apellido Guerrero, que iba todos los fines de semana a amenizar los bailes que allí se organizaban y al cual concurrían muchas señoras de la ciudad. En los desfiles de carrozas durante los carnavales, las tribunas o ventanas, que eran muchas, se arrendaban con  anticipación para observar los desfiles.
El hotel fue llamado el Pequeño Paris, porque en el ensayaban a plena voz los cantantes de las óperas y los artistas de la grandes compañías. Los toreros, como Rosemberg López,  practicaban en los largos corredores del Hotel con una cabeza de toro montada sobre ruedas, sacándole “quites” con sus rojos capotes, mientras mis hermanos y yo aplaudíamos a morir.
Por allí desfilaron las candidatas para Reinas del Carnaval en las fiestas del cincuentenario, en fastuosas carrozas, como Ligia Jaramillo, Angelina  Rendón y Miss Pandequeso, quien vendía “parva” en un toldo de la Galería y quien, aparentemente, había ganado las elecciones. Años más tarde las candidatas  fueron Luz Suárez, nieta de los Fundadores y la hermosa Ofelia Gonzáles, quien contó con el apoyo de los periodistas y de los poetas, pero, a pesar de nuestros líricos esfuerzos, perdió, porque las chequeras de los socios del Club América pesaron más que nuestros versos.
 
                       Ofelia
Fui, soy y seré en ti, Dulce Princesa,
en tus ojos de sombra dividida,
en tu cuerpo de Tierra Prometida
y en la noche dormida en tu cabeza.
 
En tu nombre nombrado, en la corteza
de tu voz, en tu sangre arborecida
y en la isla del amor, desconocida,
pero siempre sabida en tu belleza.
 
Eres el ecuador de mi universo
y el Caracol Azul donde mi verso,
marinero de música, se encierra.
 
 
Fui, soy y seré en  ti, Tarde Primera,
Reina del corazón en primavera
y Mariscala de Aire, Mar y Tierra.
 
                      LA LECTURA
 
 
Yo adquirí, como mi padre, el gusto por la lectura y empecé a leer todos los libros de su pequeña biblioteca. El autor que más me impactó fue Plutarco, con su obra Vidas Paralelas. Me gustaron mucho las biografías de los grandes hombres y fui asiduo lector de Víctor Hugo, Balzac, los Dumas y otros más que todavía recuerdo. La lectura de Francisco Luís Bernardez, Carranza, Jorge Rojas, García Lorca y Porfirio Barba Jacob, fueron, en mis primeros tiempos, quienes abrieron el camino de los versos  La influencia de Julio Alfonso Cáceres -quien recitaba a Bernárdez lentamente y con furor amotinado a Portogalo- fue definitiva para ir descubriendo el iluminado sendero de la Poesía. El poeta nace, pero no se hace. Ninguna Universidad, ni la de Salamanca    (“como decíamos ayer….”)
  puede pedirle peras al olmo. Cáceres, además de ser un buen prosista, fue uno de los mejores poetas del Quindío, con Baudilio  -el último de los rapsodas colombianos-. Carmelina Soto, Noel Estrada Roldán, Juan Restrepo, Benjamín Baena Hoyos Bernardo Pareja, Ovidio Rincón, Humberto Senegal y unos pocos más de las nuevas generaciones, que tienen realmente estilo y reconocida capacidad poética. El soneto de lulios a Inés -porque siempre habrá una INES para todos los poetas- es la muestra más completa de su acendrado lirismo:
Ruta en la noche al sueño no soñado,
arpa en la voz del aire conmovido,
para poder vivir lo no vivido
fue preciso olvidar lo ya olvidado.
Si por todas las rutas he viajado
sin hallar el camino preferido,
he ganado en canción lo que he perdido
al borde de tu vino no libado.
Delgada soledad de llanto y nube,
todo en tu nombre hasta la ausencia sube
irremediablemente desalado.    
Al norte de tus manos gime el hielo
y el invierno, sin lámparas ni cielo,
se agranda en tu silencio enamorado.
 
Julio Alfonso me corrigió en varias ocasiones, evitándole muletas a algunos de mis sonetos, lo cual me autoriza para corregirle el  último verso del segundo terceto. (Es con mucho gusto mi querido Julio)
 
               RECITAL DE $200
La publicación de mis primeros sonetos fueron generosamente comentados por la crítica, conceptos que yo consideré exagerados, ya que cuando publiqué mi primer libro yo mismo lo retiré de las librerías, por considerarlos de poco valor y los escondí en el cielo raso de la casa, donde se lo comieron las ratas y la avidez literaria de los comejenes. Yo vivía en  una  pensión en Manizales y cuando fui a pagar la cuenta tuve que ir a la Secretaría de Educación con el fin de que me pagaran un recital en el Instituto Universitario, donde había cursado mi Bachillerato, por el cual me dieron $200 pesos. Al llegar al Colegio encontré el salón del auditorio completamente  lleno, donde había gente que estaba esperando una demagógica y autosuficiente perorata, e  inicié la lectura, en tono pausado como siempre lo he hecho, diciendo que no tomaran  mis versos como ejemplo para sus posibles inquietudes literarias, porque ellos estaban plagados de defectos, y que la razón de mi presencia era la de rescatar mi maleta retenida en un Hotel por falta de pago.
Nunca he sido vanidoso y esperé mucho tiempo para escribir de nuevo, quitándome las influencias que pudiera tener.
Fue a mediados de los años 40, en esa época sentimental de “La niña Azul”, cuando publiqué mi primer libro. Tomás Calderón escribió un artículo en La Patria, haciendo una fuerte crítica a mis versos y Julio Alfonso Cáceres le contestó con un artículo, recientemente descubierto por mí en un antiguo archivo, del  que sólo conservo una deteriorada e incompleta fotocopia, de la cual  incluyo los siguientes apartes:
“Sepúlveda utiliza los exactos materiales de siempre, las mismas palabras que todos llevamos prendidas en el capítulo primero de un sueño, para  dejarlas caer cuando la ausencia alarga el hierro estridente de los ferrocarriles y el amor acuña monedas inverosímiles con el granizo sordo del olvido. De ahí que para establecer paralelos en la poesía, no hay que perder de vista las fronteras del tiempo. No podemos fijar supremacías y divergencias entre las suspirantes madreselvas de Bécquer y los bosques de fusiles y dinamita de José de Portogalo. Resulta, pues, inoperante mencionar a Heredia cuando se lee a Sepúlveda. Con toda la autoridad que nosotros le reconocemos a Tomás Calderón para hacer crítica literaria, tenemos que rechazar  ese concepto. De Los Trofeos a La Tarde y Ella, existe la misma distancia que va desde las Madonas sonrosadas de Luca della Robbia a los relojes sonámbulos de Salvador Dalí. Los sonetos de Heredia pasan a manera  de solemnes y frías esculturas, donde el acierto de las imágenes  sustituye la música de las pasiones. En cambio tenemos a su contemporáneo, ese cristo bohemio que se llamó Paul Verlaine, cuya poesía es una desesperada batalla de los sentidos, un alarido de la carne flagelada, efímera y sensual. Algo así como el dulce canto de un pájaro en el árbol de lodo de los siete pecados capitales. Con todo esto, los dos poetas, cada uno en su esfera, alumbran con luz propia y permanente en el cielo eterno de la poesía.
No se trata de calificar arbitrariamente la obra de Sepúlveda: Como todo primer viaje a la comarca de oro de la Belleza,  se palpan a veces ciertas vacilaciones. Se perciben ecos de pasos en falso y de improviso algunas sombras mayores cruzan de puntillas bajo la luz de su  encantado territorio. Pero lo que sí es un hecho evidente es que estamos asistiendo a la epifanía de un gran poeta, de una poderosa  voz lírica que va a llenar de poesía el mapa de Caldas. La poesía de Guillermo Sepúlveda es rica en búsquedas y hallazgos, de una insistente y variable sonoridad interior. Los motivos de sus cantos son primero dibujados sobre mudas arenas de silencio, antes de lucir el manto de guitarras en la forma poética. Fiel al espejo de su siglo, Sepúlveda pinta sus paisajes melódicos con esa tinta desproporcionada  que desfigura los ángeles de Rafael Alberti, las lunas verdes de Federico y los jardines de cristal de Juan Ramón Jiménez.”
Cuando viví por algún tiempo en  Salamina Caldas, la Bibliotecaria descubrió que yo escribía versos y me comprometió a dar una lectura de ellos, el sábado siguiente a las siete noche. Yo llegué, acompañado por mi esposa y encontré el salón completamente vacío. La bibliotecaria me pidió permiso para ir a buscar más víctimas para el “poeticidio” que se estaba preparando. A las siete en  punto me subí a “la pucha” y empecé a leer los versos previamente escogidos, como si el auditorio tuviera lleno completo. Cuando estaba leyendo el último soneto, ella apareció con cuatro personas más y me pidió que repitiera la lectura. Yo no quise hacerlo y me despedí de  los invisibles asistentes, repitiendo ceremoniosamente las últimas palabras de Beethoven a la hora de su muerte:
“Plauditi amici comedia finita est”

 
                                                              MI PRIMER LIBRO
Mi primer soneto, a los  dieciocho años, lo escribí en una mesa de café, mirando a una hermosa mujer asomada a la ventana de un Hotel. Julio Alfonso lo publicó en un diario donde él trabajaba, sin ponerle ni quitarle nada.  Cuando  leyeron mis versos, uno de mis amigos me preguntó: Estás de poeta? y yo le contesté, mucho tiempo después, en un poema que se tituló Invitación a mi Nombre: CÓMO SI SE PUDIERA ESTAR  DE DIOS O DE HOMBRE!
                  Así eres tú
Como la sombra de la luz, delgada,
como el recuerdo del olvido, leve,
como la esencia del color, rosada
 y como el  tiempo del instante, breve.
 
Como la voz en el silencio, clara
y como el tacto de la ausencia, suave,
como la vida de la muerte, rara
y como el vuelo de las alas, ave.
 
Como la cuna de la llama, fuego,
como la queja del que sufre, ruego
y como el agua evaporada, nube.
 
Como el perfume de la angustia, llanto,
como el cristal de la campana, canto
y como el alma del jazmín, querube.
 
A los pocos días de haber editado mi primer libro La Tarde y Ella, lo recogí de las librerías donde lo había repartido, a pesar de los favorables comentarios de la prensa de Manizales, Bogotá, Medellín y Cali, y los guardé  en cajas de cartón como ya lo expliqué.
Hoy no tengo ni un solo ejemplar de La tarde y Ella. Solamente logré sacar fotocopias del ejemplar que dejó Humberto Jaramillo Ángel en  su voluminosa biblioteca en Calarcá. También  deben existir ejemplares en las bibliotecas de muchos de los amigos a quienes se los obsequié. Ojalá uno de ellos me lo devuelva, gesto del que le quedaré muy agradecido. Para confirmar lo anterior voy a incluir la carta que   publicó El Siglo de Bogotá, en su edición junio 30 de l955.
 
 
                         LA PATRIA
El doctor Restrepo me nombró Redactor de su periódico. Trabajé con Rafael Lema Echeverri,  autor del soneto a la Virgen María, más diáfano y pulcro que yo haya conocido, del que sólo recuerdo un  cuarteto:
Qué tan serenamente sosegada
esta dulce doncella florecida,
en la edad de los lirios detenida,
por la voz de los Ángeles nombrada.
 
          También fui compañero de Tomás Calderón, un ameno prosista, con el estilo armonioso y sencillo de Azorín -a quien Dios guarde para siempre sobre el cielo de Castilla-. En Manizales tuve grandes y muy recordados amigos, con quienes inicié el Club de los Saginos y, después, el grupo literario Milenios, integrado por José Vélez , Jorge Santander, Gonzalo Ríos Ocampo -el indomable ruiseñor-,  Javier Ángel Maya y Camilo Orozco, quien escribió el doloroso poema “Entierro Pobre”, inspirado, tal vez, por César Vallejo:
          
 
           “Cuatro sombras que llevan a una sombra:
                 un inmenso dolor que va descalzo.”
José Vélez y Santander eran unos bohemios de tiempo completo. Ambos excelentes escritores, ambos místicos, ambos conservadores y como el Dr. Restrepo no quería que estos  amigos desperdiciaran su desbocada inteligencia en bares y cantinas de mala fama, llamó a Jorge y le propuso que si se sometía a un adecuado tratamiento, auspiciado por “alcohólicos anónimos”, le daría una bien remunerada y permanente posición en La Patria. Afortunadamente, nuestro amigo aceptó la  propuesta. Luego llamó a José y le propuso lo mismo, pero éste iluminado bohemio, fiel a su costumbre de fumar marihuana y tomar aguardiente, le contestó: Doctor, yo prefiero seguir siendo un borracho público que un alcohólico anónimo.
Gonzalo le hacía una gran ventaja a todo el resto del grupo: consumía aguardiente todos los días y se olvidaba de comprar el mercado para la familia.
Cuando salía de recibir  su  sueldo, metía la mano en el bolsillo del pantalón, agarraba los billetes, como si los fuera a ahorcar y empezaba a buscar desesperadamente a un amigo para decirle: “vámonos a beber esta plata antes de que me la gaste”. Gonzalo se casó con una santandereana, tan pequeña de estatura como él, quien cada que  nuestro amigo llegaba borracho lo “agarraba” a golpes  En uno de mis viajes a Bogotá nos  tomamos unas cuantas botellas de Néctar en una cantina del centro y cuando se diò cuenta de que ya eran las nueve de la noche me rogó que lo acompañara a su casa, para ver si de esa manera se libraba  de su feroz consorte. Al llegar se asomó por un postigo y le preguntó a uno de sus hijos: “Su mamá está suelta?” Ella fue muy atenta conmigo y me presentó a mi ahijado, explicándome que ya estaba más grande que Gonzalo y yo le dije:
       Más grande que el papá está desde cuando nació.
 
Un amigo le preguntó que si era cierto  que se había casado con una “cocacola” -teenager- y él contestó: “Que va, con una “leona pura” –gaseosa muy conocida en ese tiempo-. Estando trabajando en  el Almacén Departamental, llegó a su oficina un cobrador con una cantidad de “vales”, los cuales exigió que se los pagara inmediatamente, porque  tenía órdenes de no regresar sin el dinero y Gonzalo le contestó con un alcohólico cinismo:                                 Lo mocharon mijo, lo mocharon……
En Manizales se celebró un Congreso de Intelectuales  al que él asistió, “guasquiladiao” como siempre y cuando Gabriela Londoño Villegas, hermana de “Luis Donoso”, intervino para hacer valer la presencia de la mujer en la vida intelectual del país, Gonzalo la interrumpió para decirle que el cerebro de una mujer era del tamaño del cerebro de una gallina.  La oradora lo increpó pidiéndole que se acordara de Madame Curie,  George Sand y Simone de Beauvoir, pero Gonzalo le contestó: “Estás en lo cierto Gabriela, el cerebro de una mujer inteligente es del tamaño del cerebro de dos gallinas”.
         En esa misma reunión estaba Gilberto Alzate con su luciente calvicie y León Safir -Rifas Noel- con su exuberante cabellera, autor del popular soneto, con música de pasillo:
 Señor, mientras tus plantas nazarenas
suben hasta la cumbre del calvario…
yo también, cabizbajo y solitario,
voy subiendo a la cumbre de mis penas,
quien quiso clavar la primera banderilla de humor diciéndole a Gilberto: tú eres un león sin melena y Gilberto le contestó: y tú una melena sin león.
Otra anécdota parecida a ésta se refiere a mi amigo César Mejía Duque,  hermano del dirigente liberal Camilo, quien llegó retardado a una sesión de la Asamblea de Caldas y otro diputado que quería hacerse notar, conocido por el apodo de Chucho Feo, se puso de pié y con  el brazo levantado le dijo “Ave César” y César le respondió con la misma ceremonia: “Avechucho”
 
 
 GILBERTO ALZATE AVENDAÑO
                                                                 El Caudillo
Gilberto fue uno los políticos más inteligentes y sagaces, no solamente en  Caldas sino de todo el país. Cerró filas con el partido Nacionalista, de la extrema derecha y fundó el grupo de Los Leopardos con Silvio Villegas, Joaquín Estrada Monsalve, Fernando Londoño, Camacho Carreño, Serrano Blanco, Ramírez Moreno y otros excelentes oradores y aguerridos hombres al servicio de la política. Este grupo, cuyo Jefe era Gilberto, combatió la dictadura civil de Laureano Gómez y proclamó, tiempo más tarde, la candidatura neo-falangista de Alzate Avendaño, quien en  su aspecto físico era muy parecido a Mussolini. Yo era amigo de él desde antes de que Hernando Santos me nombrara Corresponsal Especial del Tiempo para todo el viejo Departamento de Caldas. Fui encargado de hacerle ambiente a la campaña política de Alzate, contra el Directorio Conservador manipulado por La Patria, lo cual fue relativamente fácil porque los conservadores leían primero El Tiempo.
Gilberto me puso escritorio en su oficina y mis informes sobre las multitudinarias concentraciones alzatistas, fueron aumentando el ya exagerado número de asistentes. En esta forma y, consecuentemente, aumentaron los votos que se obtuvieron en  las elecciones.
Cuando yo regresé de Chile –más adelante escribiré sobre este viaje- Gilberto trató de conseguirme un puesto en el Ministerio del Trabajo y, en mi presencia, llamó al Ministro Aurelio Caicedo Ayerbe y le dijo: Aurelio, te voy a enviar a un amigo para que me le consigas un bien remunerado puesto. No tiene sino un defecto: es liberal,  pero caminando ligero no se le nota.
Como allí no resultó nada, me envió al Ministerio de Educación donde mi amigo Fabio Vásquez Botero, quien tampoco me pudo conseguir puesto, a pesar de que ya estaba “caminando ligero”. Entonces Gilberto me dijo: con esa fama de “nueveabrileño” que usted tiene no hay quién pueda ayudarle, pero cuando yo sea Presidente y ese puesto nadie me lo podrá quitar, pídame para que país quiere irse y, mientras tanto, vaya al Diario de  Colombia y dígale a Laverde que lo ponga en la nómina. Inicialmente el Dr. Laverde me dijo que Gilberto estaba loco, porque él sabía que no había con qué pagar nuevos empleados, pero, como las órdenes de Gilberto no se discuten , vaya a trabajar con Hurtado García. Cuando pegunté por la oficina del excelente escritor caldense, me informaron que era una mesa de un café-cantina al frente de la calle. Fui a buscarlo y Hurtado me dijo que mi primera tarea era la de comprar una media de Néctar. Este era otro liberal protegido por Gilberto. Siendo periodista profesional yo no podía pasar el tiempo “acolitando” a Hurtado en la cantina y me fui metiendo poco a poco en las tareas del periódico,  terminando encargado de la información local. Para no dejarme “chiviar” en mi trabajo conversé con Hernando Santos, quien le ordenó a Casas que colaborara conmigo en ese aspecto. Gilberto me llamó muchas veces para dictarme los Editoriales y se paseaba por el cuarto con los bolsillos del saco llenos de galletas,  pasteles y tostadas, con una buena provisión de gaseosas. Me dictaba un poco y tenía que leerle lo ya escrito para tomar impulso. Al terminar, agotadas mi paciencia, las galletas y las gaseosas, regresaba a  mi trabajo, donde Alberto Acosta estaba esperando por las noticias del día.
A pesar de haber trabajado en La Patria y en Diario de Colombia, voceros del conservatismo, ni el Dr. Restrepo ni Gilberto tuvieron  queja de mi comportamiento. Nunca intervine en las noticias de carácter político y siempre tuve la honestidad profesional que me hizo acreedor a su confianza. Un fin de semana, en las horas de la tarde, cuando ya se habían ido casi todos, me llamó Acosta, el jefe de Redacción y me pidió que  fuera con el fotógrafo a cubrir una información, sobre un nuevo grado que iba a  recibir el Jefe de la Dijín. Estando allá, un detective de Armenia se acordó de que yo era  un “peligroso”  liberal en el Quindío y entonces me  sacaron de la reunión y, al requisarme, me encontraron un  poema recientemente escrito por mí, titulado  “La  Patria  está Caída”, que era una atrevida invitación a engrosar las filas de Guadalupe Salcedo:
 
 
 
Luego me  metieron a un carro de la Policía y se fueron a buscar quién les prestara un vehículo particular, con la intención de darme un “paseo”, al fin del cual  sólo aparecía el cadáver del secuestrado. El conductor del carro donde yo estaba, tenía el compromiso de recoger  a la esposa de un oficial y, sin esperar, me condujo al Cuartel, donde me entregó sin mayor explicación. El encargado de la Guardia, después de escuchar lo sucedido, me permitió llamar al periódico, donde solamente estaba el “guachimán” (watchman), pero ante la duda de que fuera cierto lo que yo decía, me permitió llamar a mi esposa e ir al dormitorio de los oficiales. Dos horas más tarde entraron varios detectives borrachos, preguntando por mí y cuando uno de ellos trató de levantar la cobija que me cubría, alguien le dijo algo y entonces se retiraron. Estuve en inminente peligro de ser asesinado. Cuando Gilberto apareció en la mañana gritó que si no me soltaban de inmediato, él se iba a encargar de hacer castigar a  los responsables. Cuando salió, llamaron al Coronel, quien no sabía nada de lo ocurrido y le informaron de la furiosa protesta del Dr. Alzate. El pajarraco que inició mi captura fue destituido al día siguiente.
La imprevista muerte de Alzate Avendaño acabó con mi posibilidad de haber viajado a Europa con un argo diplomático, no solamente por nuestra amistad sino  porque la lectura de mis versos lo habían impresionado y sabía que yo era una persona capaz de  desempeñar el cargo que, tácitamente me había ofrecido.
 
                
                                                     EL BOLIVAR DE OBREGON
Estuve muy indeciso de incluir este breve comen tario sobre el Bolívar pintado por Obregón y genialmente trasladado en uno de sus famosos tapices por Gloria Pino, debido a mi inconformidad con el soneto que, a petición de Alberto Ceballos, escribí sobre este motivo y, casi al cierre de esta esta edición, resolví hacerlo a petición de mis amigos de la Carreta de Agua, a quienes, seguramente, no les interesa mi –a veces exagerado-  concepto de la autocrítica.
Obregón pintó a un Bolívar demacrado, derrotado y vilipendiado por sus compatriotas, cuando en su viaje de un exilio político llegó a Santa Marta. Allì, enfermo y pobre, tuvo que aceptar las puertas abiertas de San Pedro Alejandrino, donde un español –¡qué ironía!- tuvo que ofrecerle abrigo y, por lo menos, una camisa limpia para morir.
             El Bolívar de Obregón                                                                                                                     
                                     A Gloria y al Topo
 
Este Bolivar de Obregón, dolido,
despojado de toda su armadura,
tiene la soledad y la amargura
de un guerrero exilado y confundido. 
 
Este Bolívar de Obregón, perdido
en el reflejo de su propia altura,
dejó a su Patria en libertad segura
y fue por nuestra Patria escarnecido.                    
 
Muriò pobre,  de todos olvidado,    
él, que tantos laureles ha ganado
para un pueblo de amnesia prematura
 
 
Hoy su recuerdo guardará la Historia.  
nadie podrá gozar de tanta gloria:
¡Libertador de homérica estatura! 
 
 
                                                     MI PRIMER PERIÓDICO
La primera hoja periodística en la que  intervine, primero como noticia y luego como colaborador permanente, fue El Jilguero,  -de poético no tenía nada- que con algunos condiscípulos en el Colegio de los Hermanos Maristas en Armenia, lo “editábamos” todas las semanas, escrito a mano en  hojas de cuaderno, que pegábamos con alfileres en las paredes del colegio. El primer ejemplar fue dedicado a una pelea que mi primo Gonzalo Posada y yo tuvimos en el patio del Colegio, por unas saludes que le envié con él a su hermana Myrian, una deliciosa morena a quien aún recuerdo. Mi inolvidable amigo Orlando Villegas Palacio, cuyo seudónimo era OVIPA, aportó las caricaturas de los dos contendores. Este “periódico” duró durante todo el año escolar y nos produjo unos excelentes ingresos de cuatro o cinco centavos semanalmente. Aún conservo el original del primer número, fechado en el año de l935. Orlando era fachista y yo un incipiente simpatizante comunista. Fundamos un radioperiódico bipartidista, con auditorio propio y un excelente micrófono barredor, al que llamábamos simplemente “la escoba”. Al terminar las “audiciones”, generalmente en la tarde de los sábados, en su casa o en la mía, terminábamos en acaloradas discusiones y muchas de ellas terminaban a “escobazo limpio” La más álgida de todas fue la noche de la pelea por el campeonato mundial de peso pesado, entre Joe Louis y Max Schmeling, en la que todo el mundo estuvo interesado, porque el uno era negro, en  representación de los Estados Unidos y el otro en representación de Hitler y su famosa raza aria.
              
                                                         PLUMA DE FUEGO
Mucho tiempo después publiqué un semanario de varias hojas que se llamó Pluma de Fuego, inspirado por Juan Montalvo, autor de “Los capítulos que se le olvidaron a Cervantes” y  por Vargas Vila, el más grande panfletario de Colombia, demoledor de tiranuelos, que nunca le rindió pleitesía a nadie, ni se arrodilló ante los curas; agresivo y violento escritor  liberal, en una época clerical y goda, que aún se conserva oficialmente consagrada al “Corazón de Jesús”. Rojas Garrido, Juan Montalvo, Diógenes Arrieta, Vargas Vila y Juan de Dios Uribe  fueron los pioneros de una histórica revolución intelectual, que sigue siendo el estandarte de una generación  que aún permanece viva  en mi memoria.
Este periódico, que “de fuego” no tenía nada, sólo salió una vez, porque los anunciadores no me  quisieron pagar los avisos y mi generoso editor tuvo que patrocinar mi fallida aventura. Afortunadamente aún conservo el  ejemplar cuya fotocopia se incluirá en seguida.
Al citar a estos colosos, quiero explicar que, cuando yo estudiaba en Manizales, fui un aprovechado estudiante de la cátedra de pintura y, para participar en un concurso con mis condiscípulos, presenté copias a lápiz, hechas por mí, de  retratos que aparecieron  en un libro que estaba leyendo,  las que aún conservo en mi colección de antigüedades  desde hace 70 años.  Montalvo  luchó en sus artículos contra el dictador clerical del Ecuador,  García Moreno; Vargas Vila, el gran exiliado, pronunció su famoso discurso ante la tumba de Diógenes Arrieta: “Aquel que dijo a Lázaro: levántate, no ha vuelto en los sepulcros a llamar. No llamará en el tuyo. Duerme en paz!”. Aunque sus novelas no tienen  la calidad que algunos críticos quieren reconocerle, su prosa panfletaria contra la iglesia y los dictadores de los países latinos, elevaron su prestigio revolucionario a niveles no alcanzados aún por nadie. Rojas Garrido tuvo el honor de ser el más fogoso orador de Colombia. También tengo que recordar a Juan de Dios Uribe, quien fue otro ilustre paladín de este grupo que combatió a la Patria Boba de la hegemonía  conservadora. Casi todos ellos murieron en el exilio!
 
 
                         ALGO SOBRE MIS VERSOS
Cuando viajé a los Estados Unidos, al término de mi primer año de Derecho, habiendo dejada colgada mi “lira”, en uso de un  deplorable retiro, encontré que estar lejos de la Patria era, como muchos lo han repetido,  la nostalgia sentimental y provinciana de un seudo poeta como yo, que a los pocos días de haber llegado reincidí, escribiéndole una carta-poema a la que fue mi esposa, titulada Soledad sin Ella en Nueva York, olvidando, casi del todo, el soneto y sus gerundios.
El contacto con  la gente de ese extraordinario país, me permitió llegar a ser el Poeta que yo quería ser y, siguiendo la cordial invitación de Rafael Lema Echeverri, empecé a buscar en los versos libres el camino que me abrió, poco a poco, el verdadero destino de mi poesía:
            “Todo parece lejos esta noche,
lejos y desolado como un río
con sus peces muertos,
como un niño sin padres
que lo miren dulcemente,
                 como una hormiga sin tenazas
para cortar el otoño,
como un caballo sin  cascos
de oro para buscar el crepúsculo.”
 
Aún cuando regresé posteriormente al soneto, el tema de ellos fue más vital y compenetrado con las angustias del Hombre. En el principio de mi permanencia en Nueva York, esta ciudad me pareció una selva de piedra y de cemento. Yo no creo que mi poema citado en este capítulo, tenga ningún parecido con  el que escribió García Lorca, porque nunca lo había leído y mucho menos  la “Sinfonía Satánica del Credo” porque tampoco había leído a Baudelaire, autores estos que solamente vine a conocer hace poco en la Biblioteca Pública de Sevilla. No quiero parecerme a nadie y presumo que mis versos son realmente malos, pero son míos.
Como prueba de la angustia que, inicialmente, sentí en Nueva York, va este pequeño poema:
               La Piedra
Aquí la piedra crece,
se desborda por el mundo,
va cubriendo los campos,
las ciudades,
los antiguos caminos donde corren
potros de piedra desbocados.
 
¡Aquí la piedra!
 
Este barro de piedra que nos llena
el corazón de piedra iluminada.
 
¡Aquí la piedra!
 
Hierba de piedra cubre la colina,
                azucenas de piedra que florecen
con su aliento de piedra perfumado.
 
Un arrullo de piedra en las palomas
por su blanda ternura derrotadas
y este Hombre de piedra pensativo
con su herida de piedra en el costado.
 
¡Aquí la piedra!
 
Yo no se si estoy superficialmente iluminado por el espíritu de la Poesía. Es muy difícil saberlo, a pesar de que todos los comentarios que hicieron sobre mis libros fueron altamente elogiosos. Solamente sé que  he perdido un  poco de mi antigua modestia, que me mantuvo alejado de los “sanedrines literarios” y será únicamente el dictamen de la posteridad el que podrá decirlo con certeza. Afortunadamente la posteridad llega  muy tarde y para ese lejano entonces ya no me importará su silencio. La mayoría  de los poetas coronados en vida, no son recordados, con muy pocas excepciones.                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                             Esta es gente vanidosa, medianamente mediocre, que se contenta con los aplausos. Por eso no hago alardes de nada y, regularmente, escribo para mi íntima satisfacción. Tengo la seguridad de que unos pocos sonetos y algunos poemas podrán salvarme de un total anonimato. Si yo fuera vanidoso hubiera guardado todo lo escrito sobre mí. En mi último libro incluí unos párrafos críticos, y me inclino a creer un poco en el exagerado concepto de Germán Pardo García, por tratarse de un excelente Poeta, sin compromisos de ninguna clase, escrito en la dedicatoria de su poema Las Voces del Abismo y a quien no conocí  personalmente ni había leído su maravillosa poesía. Mi único contacto con él fue el envío que le hice de un ejemplar de mi segundo libro “Poemas y Sonetos”, por insinuación de Fernando Mejía Mejía  Su respuesta fue una carta de un párrafo ofreciendo publicar mis poemas en su revista Nivel y en seguida me envió su extensa antología de l33l páginas, lo mismo que dos libros más.  Mi librito era de  80 páginas y su tamaño  de un cuarto de papel-carta, sin  alardes editoriales ni
poéticos. De su dedicatoria  sólo vine a darme cuenta, veinte años después, cuando mis amigos de Sevilla Valle me insinuaron que debiera incluirla en mi Selección  Poética.
 
Mis ediciones anteriores no tuvieron prólogos, ni “solapas”, ni comentarios de ninguna clase, porque yo quería que mis lectores no fueran presionados por elogios, generalmente inmerecidos. En mi concepto, en vez de prólogos los libros debieran tener un epílogo, escrito por los lectores, con sus comentarios sobre la obra. Lo que sucede realmente es que, con muy pocas excepciones, he vivido alejado de recitales y de homenajes. El médico Julián Osorio, quién me ayudó a escoger el material para mi último libro,   se encargó de sacar del cajón de papeles olvidados, poemas escritos por   mí  hace más de sesenta años, desechados por considerarlos de poca calidad. Julián me hizo estremecer de asombro cuando los leía, los comentaba, los explicaba de tal manera, que yo mismo me sorprendí al descubrir el alcance y profundidad que él le encontraba a muchos de mis poemas, lo que apenas vine a medio comprender a última hora…
 
 
Página 1 / 1
Foto del autor guillermo sepulveda
Textos Publicados: 19
Miembro desde: May 04, 2012
0 Comentarios 497 Lecturas Favorito 0 veces
Descripción

capitulo # 8 de la Historia de una Vida

Palabras Clave: capitulo 3 8 dla Historia de una vida

Categoría: Cuentos & Historias

Subcategoría: Relatos


Derechos de Autor: los comunes y usuales


Comentarios (0)add comment
menos espacio | mas espacio

Para comentar debes estar registrado. Hazte miembro de Textale si no tienes una cuenta creada aun.

busy