Belceb y la oligarqua
Publicado en Aug 28, 2012
Era un movimiento de rutina, casi automático. Nada diferente del resto de los días, sin embargo, en medio de toda esa aparente pasividad se deslizo un espíritu maligno. Aquella aberración fue atraída por el deleitoso aroma de una hamburguesa podrida escondida en un rincón del modesto Corbet rojo, propiedad del ingeniero Ramírez. Espero a que este sacara los vinos para recibir a los inspectores; sobornos y sonrisas vanas como es costumbre para evitar la clausura, hasta ese momento nada parecía estar fuera de lugar. Pero la bestia habida de caos aprovecho el descuido para buscar una victima adecuada. Rondo por donde almorzaba esa gente sudorosa que desde siempre a erguido edificios, con atrevimiento se poso en la calva de un hombre fornido e intento sorber el jugoso néctar del trabajo, el hombre frunció el seño y furioso tiro al aire tremendo manotazo, temiendo por su vida se alejó ofuscado. No conforme con su desempeño actual decidió tomar medidas poco ortodoxas, dio vueltas por la cabina del vigilante quien dormitaba plácidamente en su silla, arremetió contra su rostro repetidas ocasiones, pero el hombre no se movía. Comprobada la incapacidad del sujeto, sonrió perversamente y acto seguido tomo rumbo a las maquinas pesadas. Dio vueltas alrededor de varios armatostes buscando una fisura por la cual se pudiera colar, pero no la encontró. Decepcionado pensaba en rendirse cuando su vista diviso a un chico escuálido, era perfecto. El joven con casco en mano subió a un armatoste con tal pasividad que la bestia pudo entrar dando volteretas a la cabina. No cabía de la emoción al fin estando a una semana de morir cumpliría su sueño, podría vengarse de aquellos seres inferiores que le habían perdido el respeto. Se estrello en el parabrisas con furia, se deslizo entre las manos del operador y al colmo de su frenesí susurro al oído del inocente las palabras mortíferas que sus ancestros borraron. El caos se desato, aquel movimiento de rutina que tenia tan confiados a los hombres se trastoco. Los constantes vituperios del insano rompieron con facilidad la armonía, abismado por la desesperación el joven imprudente lazo un manotazo certero y acciono por error la palanca incorrecta. La viga de acero que hasta el momento sostenía el armatoste se fue a estrellar a la estructura, el edificio colapso ante los ojos atónitos de los inspectores. El ingeniero quedo en shock, de un momento a otro lo perdió todo, los obreros no se libraron del incidente, hubo muchos heridos, gritos y ruegos. Por su parte el vigilante jamás volvió a despertar, el edificio se le vino encima y pronto los intentos por mermar el caos crearon llamas. El joven quedo horrorizado ante el espectáculo que se sucedía frente a sus ojos, mientras la mosca sonreía complacida por su obra.
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