Y cuando estuvieron frente a frente, ella vampira y él zombie, no supieron qué hacer ni qué decirse. ¿Hablar de amor? Para ninguno de los dos era tiempo de amor. Decirse algo sobre la vida y la muerte, esa zona donde ambos se encontraban y que no pertenecía a aquella ni a esta, pudo haberse convertido en un comienzo de diálogo, sentados ambos cerca del panteón. Había tanta luna llena como para escribir o recordar un poema romántico. Se miraban desde el instante pero también desde algún tipo de eternidad donde ninguno de los dos se encontraba satisfecho.
 
La vampira se inquietaba un poco con esa luminosidad. Al zombie todo le era indiferente, aunque en el fondo de sus apagados ojos la hermosa mujer parecía despertarle vagos recuerdos. Era el séptimo encuentro allí. Volvían a buscarse sin saber por qué ni para qué. Cada uno de ellos miraba en el otro la inmortalidad convertida en espantosa caricatura de vida y  muerte. La vampira extendió su mano y acarició la cabeza del zombie. Nada tenían para ofrecerse. Ningún dios y ningún ser humano podrían extender un puente entre ellos para que alguno de los dos intentara cruzarlo en pos del otro.
Regresaron cada cual a su sepulcro con una lágrima en sus ojos. ¿O fue el repentino aguacero que comenzó a caer sobre el cementerio?