La Historia de una vida capitulo # 8
Publicado en Sep 03, 2012
ARMENIA
Los turcos masacraron a una gran cantidad de cristianos en la República Armenia de la Europa Oriental y eso fue lo que motivó que los colonizadores usaran este nombre, como un homenaje a dicho país. Se dice -pero con ninguna probabilidad de que sea cierto- que se propuso inicialmente darle el nombre de ARCENIA, la esposa de Tigreros, pero como esta sugerencia no fue aceptada, ese nombre fue maquillado, cambiándole la C por la M. Se dice...... Cuando vivimos en Nueva York nos hicimos amigos de Juan Muradian y de otros inmigrantes de la República de Armenia. En varias ocasiones asistimos a sus reuniones, con vino, danzas y una excelente comida. De ahí salió la idea de hacerle un homenaje a la capital del Quindío, para lo cual un escultor armenio modeló en bronce una enorme cabeza de Lincoln, la que ellos instalaron en la carrera 19 a la entrada de la Avenida hacia El Bosque, con un pedestal en la forma de un libro abierto en cuyas páginas había un mensaje en español y en su idioma, con tan mala suerte que un camión lo destrozó. Después de tener guardada la cabeza de Libertador de los esclavos durante algún tiempo, fue colocada en un pedestal a la estrada de El Bosque, sin referencia de ninguna clase. En este generoso regalo de los armenios debiera, por lo menos, colocarse una nueva placa conmemorativa. Cumplido su período de cinco años como Notario, mi padre regresó a Armenia donde compró el Hotel Internacional, situado en un costado de la Plaza de Bolívar, con la calle 21, que ocupaba media cuadra por la calle y media por la carrera, donde funcionó hasta hace poco el Banco Central Hipotecario. Ese era el Hotel más famoso de Armenia, al que llegaban los agentes viajeros, los toreros, las compañías de teatro y fue para nosotros como un puerto, siempre novedoso, siempre lleno de pasajeros. Yo recuerdo varios acontecimientos de mi vida, difíciles de olvidar. Uno de ellos se refiere al famoso torero español Rubito de Sevilla, al que recientemente vi reseñado en un programa de la TV, sobre los toreros españoles que estuvieron en Colombia. A Rubito le fue tan mal en Armenia, que tuvo que dejar todo su equipaje en las bodegas del Hotel y se fue sin pagar la cuenta. Un día cualquiera yo entré a la bodega y saqué el traje de luces, los capotes y la espada, los envolví en unos reriódicos y me los llevé, acompañado por unos amigos, a un potrero que tenía frente a El Bosque don Ceno Vélez, padre de un extraordinario iluso que se llamó Elías, donde había unos terneros con el deportivo entusiasmo de unos "miuras". Al llegar me vestí con el traje de luces -Rubito y yo teníamos la misma estatura- y, ante el regocijo de mi "público", me puse a sacarle suertes con la muleta al primer rumiante que se acercó. Mis amigos gritaban, como buenos aficionados. Al momento de matar me pasaron el estoque y, cuando me estaba perfilando para hacerlo, un lejano espectador -que era el dueño de los terneros-, empezó a gritar y todos salimos corriendo de huída, dejando atrás mi ropa de "civil", con la mala suerte de tener que regresar con mis atuendos taurinos en medio de los aplausos de los sorprendidos transeúntes. La "cueriza" que me dieron fue del otro mundo, cuyos efectos duraron hasta cuando me disfracé de mago con la ropa que había tenido que dejar en la bodega, por falta de pago, el entonces llamado Conde de la Malasia, adivino y "mentalista". Con turbante blanco, barba postiza, bola de cristal y un manto parecido a una sotana de tela negra, inicié, con las cartas, la lectura de la buena suerte, los vaticinios favorables para el éxito de mi clientela. Mi "experiencia de mentalista" no me sirvió para anunciar la inesperada visita de mi padre, quien me sacó cogido de una oreja ante el asombro de mi clientela, que aún se quedó esperando mi regreso en el cuarto contiguo. Esta vez no sólo fue castigo corporal sino la suspensión de huevos en el desayuno y de dinero para el cine de los domingos, especialmente cuando se iniciaba una serie de los "guapos" de ese tiempo, como Tim McCoy, Buffalo Bill, Buck Jones y Hopalong Cassidy... En el Hotel descubrí otro infierno parecido al de Barbucce, que consistió en un agujero que encontré en la división de madera, que daba a un baño, por el cual vi a todas las mujeres que se bañaban desnudas, aún cuando hubo muy pocas que usaban traje de baño. A mi edad, l4 años, eso fue un descubrimiento que casi acaba con mi salud .La vida en el Hotel fue maravillosa. Mi padre contrató un pianista de apellido Guerrero, que iba todos los fines de semana a amenizar los bailes que allí se organizaban y al cual concurrían muchas señoras de la ciudad. En los desfiles de carrozas durante los carnavales, las tribunas o ventanas, que eran muchas, se arrendaban con anticipación para observar los desfiles. El hotel fue llamado el Pequeño Paris, porque en el ensayaban a plena voz los cantantes de las óperas y los artistas de la grandes compañías. Los toreros, como Rosemberg López, practicaban en los largos corredores del Hotel con una cabeza de toro montada sobre ruedas, sacándole "quites" con sus rojos capotes, mientras mis hermanos y yo aplaudíamos a morir. Por allí desfilaron las candidatas para Reinas del Carnaval en las fiestas del cincuentenario, en fastuosas carrozas, como Ligia Jaramillo, Angelina Rendón y Miss Pandequeso, quien vendía "parva" en un toldo de la Galería y quien, aparentemente, había ganado las elecciones. Años más tarde las candidatas fueron Luz Suárez, nieta de los Fundadores y la hermosa Ofelia Gonzáles, quien contó con el apoyo de los periodistas y de los poetas, pero, a pesar de nuestros líricos esfuerzos, perdió, porque las chequeras de los socios del Club América pesaron más que nuestros versos. Ofelia Fui, soy y seré en ti, Dulce Princesa, en tus ojos de sombra dividida, en tu cuerpo de Tierra Prometida y en la noche dormida en tu cabeza. En tu nombre nombrado, en la corteza de tu voz, en tu sangre arborecida y en la isla del amor, desconocida, pero siempre sabida en tu belleza. Eres el ecuador de mi universo y el Caracol Azul donde mi verso, marinero de música, se encierra. Fui, soy y seré en ti, Tarde Primera, Reina del corazón en primavera y Mariscala de Aire, Mar y Tierra. LA LECTURA Yo adquirí, como mi padre, el gusto por la lectura y empecé a leer todos los libros de su pequeña biblioteca. El autor que más me impactó fue Plutarco, con su obra Vidas Paralelas. Me gustaron mucho las biografías de los grandes hombres y fui asiduo lector de Víctor Hugo, Balzac, los Dumas y otros más que todavía recuerdo. La lectura de Francisco Luís Bernardez, Carranza, Jorge Rojas, García Lorca y Porfirio Barba Jacob, fueron, en mis primeros tiempos, quienes abrieron el camino de los versos La influencia de Julio Alfonso Cáceres -quien recitaba a Bernárdez lentamente y con furor amotinado a Portogalo- fue definitiva para ir descubriendo el iluminado sendero de la Poesía. El poeta nace, pero no se hace. Ninguna Universidad, ni la de Salamanca ("como decíamos ayer....") puede pedirle peras al olmo. Cáceres, además de ser un buen prosista, fue uno de los mejores poetas del Quindío, con Baudilio -el último de los rapsodas colombianos-. Carmelina Soto, Noel Estrada Roldán, Juan Restrepo, Benjamín Baena Hoyos Bernardo Pareja, Ovidio Rincón, Humberto Senegal y unos pocos más de las nuevas generaciones, que tienen realmente estilo y reconocida capacidad poética. El soneto de lulios a Inés -porque siempre habrá una INES para todos los poetas- es la muestra más completa de su acendrado lirismo: Ruta en la noche al rueño no soñado, arpa en la voz del aire conmovido, para poder vivir lo no vivido fue preciso olvidar lo ya olvidado. Si por todas las rutas he viajado sin hallar el camino preferido, he ganado en canción lo que he perdido al borde de tu vino no libado. Delgada soledad de llanto y nube, todo en tu nombre hasta la ausencia sube irremediablemente desalado. Al norte de tus manos gime el hielo y el invierno, sin lámparas ni cielo, se agranda en tu silencio enamorado. Julio Alfonso me corrigió en varias ocasiones, evitándole muletas a algunos de mis sonetos, lo cual me autoriza para corregirle el último verso del segundo terceto. (Es con mucho gusto mi querido Julio) RECITAL DE $200 La publicación de mis primeros sonetos fueron generosamente comentados por la crítica, conceptos que yo consideré exagerados, ya que cuando publiqué mi primer libro yo mismo lo retiré de las librerías, por considerarlos de poco valor y los escondí en el cielo raso de la casa, donde se lo comieron las ratas y la avidez literaria de los comejenes. Yo vivía en una pensión en Manizales y cuando fui a pagar la cuenta tuve que ir a la Secretaría de Educación con el fin de que me pagaran un recital en el Instituto Universitario, donde había cursado mi Bachillerato, por el cual me dieron $200 pesos. Al llegar al Colegio encontré el salón del auditorio completamente lleno, donde había gente que estaba esperando una demagógica y autosuficiente perorata, e inicié la lectura, en tono pausado como siempre lo he hecho, diciendo que no tomaran mis versos como ejemplo para sus posibles inquietudes literarias, porque ellos estaban plagados de defectos, y que la razón de mi presencia era la de rescatar mi maleta retenida en un Hotel por falta de pago. Nunca he sido vanidoso y esperé mucho tiempo para escribir de nuevo, quitándome las influencias que pudiera tener. Fue a mediados de los años 40, en esa época sentimental de "La niña Azul", cuando publiqué mi primer libro. Tomás Calderón escribió un artículo en La Patria, haciendo una fuerte crítica a mis versos y Julio Alfonso Cáceres le contestó con un artículo, recientemente descubierto por mí en un antiguo archivo, del que sólo conservo una deteriorada e incompleta fotocopia, de la cual incluyo los siguientes apartes: "Sepúlveda utiliza los exactos materiales de siempre, las mismas palabras que todos llevamos prendidas en el capítulo primero de un sueño, para dejarlas caer cuando la ausencia alarga el hierro estridente de los ferrocarriles y el amor acuña monedas inverosímiles con el granizo sordo del olvido. De ahí que para establecer paralelos en la poesía, no hay que perder de vista las fronteras del tiempo. No podemos fijar supremacías y divergencias entre las suspirantes madreselvas de Bécquer y los bosques de fusiles y dinamita de José de Portogalo. Resulta, pues, inoperante mencionar a Heredia cuando se lee a Sepúlveda. Con toda la autoridad que nosotros le reconocemos a Tomás Calderón para hacer crítica literaria, tenemos que rechazar ese concepto. De Los Trofeos a La Tarde y Ella, existe la misma distancia que va desde las Madonas sonrosadas de Luca della Robbia a los relojes sonámbulos de Salvador Dalí. Los sonetos de Heredia pasan a manera de solemnes y frías esculturas, donde el acierto de las imágenes sustituye la música de las pasiones. En cambio tenemos a su contemporáneo, ese cristo bohemio que se llamó Paul Verlaine, cuya poesía es una desesperada batalla de los sentidos, un alarido de la carne flagelada, efímera y sensual. Algo así como el dulce canto de un pájaro en el árbol de lodo de los siete pecados capitales. Con todo esto, los dos poetas, cada uno en su esfera, alumbran con luz propia y permanente en el cielo eterno de la poesía. No se trata de calificar arbitrariamente la obra de Sepúlveda: Como todo primer viaje a la comarca de oro de la Belleza, se palpan a veces ciertas vacilaciones. Se perciben ecos de pasos en falso y de improviso algunas sombras mayores cruzan de puntillas bajo la luz de su encantado territorio. Pero lo que sí es un hecho evidente es que estamos asistiendo a la epifanía de un gran poeta, de una poderosa voz lírica que va a llenar de poesía el mapa de Caldas. La poesía de Guillermo Sepúlveda es rica en búsquedas y hallazgos, de una insistente y variable sonoridad interior. Los motivos de sus cantos son primero dibujados sobre mudas arenas de silencio, antes de lucir el manto de guitarras en la forma poética. Fiel al espejo de su siglo, Sepúlveda pinta sus paisajes melódicos con esa tinta desproporcionada que desfigura los ángeles de Rafael Alberti, las lunas verdes de Federico y los jardines de cristal de Juan Ramón Jiménez." Cuando viví por algún tiempo en Salamina Caldas, la Bibliotecaria descubrió que yo escribía versos y me comprometió a dar una lectura de ellos, el sábado siguiente a las siete noche. Yo llegué, acompañado por mi esposa y encontré el salón completamente vacío. La bibliotecaria me pidió permiso para ir a buscar más víctimas para el "poeticidio" que se estaba preparando. A las siete en punto me subí a "la pucha" y empecé a leer los versos previamente escogidos, como si el auditorio tuviera lleno completo. Cuando estaba leyendo el último soneto, ella apareció con cuatro personas más y me pidió que repitiera la lectura. Yo no quise hacerlo y me despedí de los invisibles asistentes, repitiendo ceremoniosamente las últimas palabras de Beethoven a la hora de su muerte: "Plauditi amici comedia finita est" MI PRIMER LIBRO Mi primer soneto, a los dieciocho años, lo escribí en una mesa de café, mirando a una hermosa mujer asomada a la ventana de un Hotel. Julio Alfonso lo publicó en un diario donde él trabajaba, sin ponerle ni quitarle nada. Cuando leyeron mis versos, uno de mis amigos me preguntó: Estás de poeta? y yo le contesté, mucho tiempo después, en un poema que se tituló Invitación a mi Nombre: CÓMO SI SE PUDIERA ESTAR DE DIOS O DE HOMBRE! Así eres tú Como la sombra de la luz, delgada, como el recuerdo del olvido, leve, como la esencia del color, rosada y como el tiempo del instante, breve. Como la voz en el silencio, clara y como el tacto de la ausencia, suave, como la vida de la muerte, rara y como el vuelo de las alas, ave. Como la cuna de la llama, fuego, como la queja del que sufre, ruego y como el agua evaporada, nube. Como el perfume de la angustia, llanto, como el cristal de la campana, canto y como el alma del jazmín, querube. A los pocos días de haber editado mi primer libro La Tarde y Ella, lo recogí de las librerías donde lo había repartido, a pesar de los favorables comentarios de la prensa de Manizales, Bogotá, Medellín y Cali, y los guardé en cajas de cartón como ya lo expliqué. Hoy no tengo ni un solo ejemplar de La tarde y Ella. Solamente logré sacar fotocopias del ejemplar que dejó Humberto Jaramillo Ángel en su voluminosa biblioteca en Calarcá. También deben existir ejemplares en las bibliotecas de muchos de los amigos a quienes se los obsequié. Ojalá uno de ellos me lo devuelva, gesto del que le quedaré muy agradecido. Para confirmar lo anterior voy a incluir la carta que publicó El Siglo de Bogotá, en su edición junio 30 de l955. LA PATRIA El doctor Restrepo me nombró Redactor de su periódico. Trabajé con Rafael Lema Echeverri, autor del soneto a la Virgen María, más diáfano y pulcro que yo haya conocido, del que sólo recuerdo un cuarteto: Qué tan serenamente sosegada esta dulce doncella florecida, en la edad de los lirios detenida, por la voz de los Ángeles nombrada. También fui compañero de Tomás Calderón, un ameno prosista, con el estilo armonioso y sencillo de Azorín -a quien Dios guarde para siempre sobre el cielo de Castilla-. En Manizales tuve grandes y muy recordados amigos, con quienes inicié el Club de los Saginos y, después, el grupo literario Milenios, integrado por José Vélez , Jorge Santander, Gonzalo Ríos Ocampo -el indomable ruiseñor-, Javier Ángel Maya y Camilo Orozco, quien escribió el doloroso poema "Entierro Pobre", inspirado, tal vez, por César Vallejo: "Cuatro sombras que llevan a una sombra: un inmenso dolor que va descalzo." José Vélez y Santander eran unos bohemios de tiempo completo. Ambos excelentes escritores, ambos místicos, ambos conservadores y como el Dr. Restrepo no quería que estos amigos desperdiciaran su desbocada inteligencia en bares y cantinas de mala fama, llamó a Jorge y le propuso que si se sometía a un adecuado tratamiento, auspiciado por "alcohólicos anónimos", le daría una bien remunerada y permanente posición en La Patria. Afortunadamente, nuestro amigo aceptó la propuesta. Luego llamó a José y le propuso lo mismo, pero éste iluminado bohemio, fiel a su costumbre de fumar marihuana y tomar aguardiente, le contestó: Doctor, yo prefiero seguir siendo un borracho público que un alcohólico anónimo. Gonzalo le hacía una gran ventaja a todo el resto del grupo: consumía aguardiente todos los días y se olvidaba de comprar el mercado para la familia. Cuando salía de recibir su sueldo, metía la mano en el bolsillo del pantalón, agarraba los billetes, como si los fuera a ahorcar y empezaba a buscar desesperadamente a un amigo para decirle: "vámonos a beber esta plata antes de que me la gaste". Gonzalo se casó con una santandereana, tan pequeña de estatura como él, quien cada que nuestro amigo llegaba borracho lo "agarraba" a golpes En uno de mis viajes a Bogotá nos tomamos unas cuantas botellas de Néctar en una cantina del centro y cuando se diò cuenta de que ya eran las nueve de la noche me rogó que lo acompañara a su casa, para ver si de esa manera se libraba de su feroz consorte. Al llegar se asomó por un postigo y le preguntó a uno de sus hijos: "Su mamá está suelta?" Ella fue muy atenta conmigo y me presentó a mi ahijado, explicándome que ya estaba más grande que Gonzalo y yo le dije: Más grande que el papá está desde cuando nació. Un amigo le preguntó que si era cierto que se había casado con una "cocacola" -teenager- y él contestó: "Que va, con una "leona pura" -gaseosa muy conocida en ese tiempo-. Estando trabajando en el Almacén Departamental, llegó a su oficina un cobrador con una cantidad de "vales", los cuales exigió que se los pagara inmediatamente, porque tenía órdenes de no regresar sin el dinero y Gonzalo le contestó con un alcohólico cinismo: Lo mocharon mijo, lo mocharon...... En Manizales se celebró un Congreso de Intelectuales al que él asistió, "guasquiladiao" como siempre y cuando Gabriela Londoño Villegas, hermana de "Luis Donoso", intervino para hacer valer la presencia de la mujer en la vida intelectual del país, Gonzalo la interrumpió para decirle que el cerebro de una mujer era del tamaño del cerebro de una gallina. La oradora lo increpó pidiéndole que se acordara de Madame Curie, George Sand y Simone de Beauvoir, pero Gonzalo le contestó: "Estás en lo cierto Gabriela, el cerebro de una mujer inteligente es del tamaño del cerebro de dos gallinas". En esa misma reunión estaba Gilberto Alzate con su luciente calvicie y León Safir -Rifas Noel- con su exuberante cabellera, autor del popular soneto, con música de pasillo: Señor, mientras tus plantas nazarenas suben hasta la cumbre del calvario... yo también, cabizbajo y solitario, voy subiendo a la cumbre de mis penas, quien quiso clavar la primera banderilla de humor diciéndole a Gilberto: tú eres un león sin melena y Gilberto le contestó: y tú una melena sin león. Otra anécdota parecida a ésta se refiere a mi amigo César Mejía Duque, hermano del dirigente liberal Camilo, quien llegó retardado a una sesión de la Asamblea de Caldas y otro diputado que quería hacerse notar, conocido por el apodo de Chucho Feo, se puso de pié y con el brazo levantado le dijo "Ave César" y César le respondió con la misma ceremonia: "Avechucho" GILBERTO ALZATE AVENDAÑO El Caudillo Gilberto fue uno los políticos más inteligentes y sagaces, no solamente en Caldas sino de todo el país. Cerró filas con el partido Nacionalista, de la extrema derecha y fundó el grupo de Los Leopardos con Silvio Villegas, Joaquín Estrada Monsalve, Fernando Londoño, Camacho Carreño, Serrano Blanco, Ramírez Moreno y otros excelentes oradores y aguerridos hombres al servicio de la política. Este grupo, cuyo Jefe era Gilberto, combatió la dictadura civil de Laureano Gómez y proclamó, tiempo más tarde, la candidatura neo-falangista de Alzate Avendaño, quien en su aspecto físico era muy parecido a Mussolini. Yo era amigo de él desde antes de que Hernando Santos me nombrara Corresponsal Especial del Tiempo para todo el viejo Departamento de Caldas. Fui encargado de hacerle ambiente a la campaña política de Alzate, contra el Directorio Conservador manipulado por La Patria, lo cual fue relativamente fácil porque los conservadores leían primero El Tiempo. Gilberto me puso escritorio en su oficina y mis informes sobre las multitudinarias concentraciones alzatistas, fueron aumentando el ya exagerado número de asistentes. En esta forma y, consecuentemente, aumentaron los votos que se obtuvieron en las elecciones. Cuando yo regresé de Chile -más adelante escribiré sobre este viaje- Gilberto trató de conseguirme un puesto en el Ministerio del Trabajo y, en mi presencia, llamó al Ministro Aurelio Caicedo Ayerbe y le dijo: Aurelio, te voy a enviar a un amigo para que me le consigas un bien remunerado puesto. No tiene sino un defecto: es liberal, pero caminando ligero no se le nota. Como allí no resultó nada, me envió al Ministerio de Educación donde mi amigo Fabio Vásquez Botero, quien tampoco me pudo conseguir puesto, a pesar de que ya estaba "caminando ligero". Entonces Gilberto me dijo: con esa fama de "nueveabrileño" que usted tiene no hay quién pueda ayudarle, pero cuando yo sea Presidente y ese puesto nadie me lo podrá quitar, pídame para que país quiere irse y, mientras tanto, vaya al Diario de Colombia y dígale a Laverde que lo ponga en la nómina. Inicialmente el Dr. Laverde me dijo que Gilberto estaba loco, porque él sabía que no había con qué pagar nuevos empleados, pero, como las órdenes de Gilberto no se discuten , vaya a trabajar con Hurtado García. Cuando pegunté por la oficina del excelente escritor caldense, me informaron que era una mesa de un café-cantina al frente de la calle. Fui a buscarlo y Hurtado me dijo que mi primera tarea era la de comprar una media de Néctar. Este era otro liberal protegido por Gilberto. Siendo periodista profesional yo no podía pasar el tiempo "acolitando" a Hurtado en la cantina y me fui metiendo poco a poco en las tareas del periódico, terminando encargado de la información local. Para no dejarme "chiviar" en mi trabajo conversé con Hernando Santos, quien le ordenó a Casas que colaborara conmigo en ese aspecto. Gilberto me llamó muchas veces para dictarme los Editoriales y se paseaba por el cuarto con los bolsillos del saco llenos de galletas, pasteles y tostadas, con una buena provisión de gaseosas. Me dictaba un poco y tenía que leerle lo ya escrito para tomar impulso. Al terminar, agotadas mi paciencia, las galletas y las gaseosas, regresaba a mi trabajo, donde Alberto Acosta estaba esperando por las noticias del día. A pesar de haber trabajado en La Patria y en Diario de Colombia, voceros del conservatismo, ni el Dr. Restrepo ni Gilberto tuvieron queja de mi comportamiento. Nunca intervine en las noticias de carácter político y siempre tuve la honestidad profesional que me hizo acreedor a su confianza. Un fin de semana, en las horas de la tarde, cuando ya se habían ido casi todos, me llamó Acosta, el jefe de Redacción y me pidió que fuera con el fotógrafo a cubrir una información, sobre un nuevo grado que iba a recibir el Jefe de la Dijín. Estando allá, un detective de Armenia se acordó de que yo era un "peligroso" liberal en el Quindío y entonces me sacaron de la reunión y, al requisarme, me encontraron un poema recientemente escrito por mí, titulado "La Patria está Caída", que era una atrevida invitación a engrosar las filas de Guadalupe Salcedo: Luego me metieron a un carro de la Policía y se fueron a buscar quién les prestara un vehículo particular, con la intención de darme un "paseo", al fin del cual sólo aparecía el cadáver del secuestrado. El conductor del carro donde yo estaba, tenía el compromiso de recoger a la esposa de un oficial y, sin esperar, me condujo al Cuartel, donde me entregó sin mayor explicación. El encargado de la Guardia, después de escuchar lo sucedido, me permitió llamar al periódico, donde solamente estaba el "guachimán" (watchman), pero ante la duda de que fuera cierto lo que yo decía, me permitió llamar a mi esposa e ir al dormitorio de los oficiales. Dos horas más tarde entraron varios detectives borrachos, preguntando por mí y cuando uno de ellos trató de levantar la cobija que me cubría, alguien le dijo algo y entonces se retiraron. Estuve en inminente peligro de ser asesinado. Cuando Gilberto apareció en la mañana gritó que si no me soltaban de inmediato, él se iba a encargar de hacer castigar a los responsables. Cuando salió, llamaron al Coronel, quien no sabía nada de lo ocurrido y le informaron de la furiosa protesta del Dr. Alzate. El pajarraco que inició mi captura fue destituido al día siguiente. La imprevista muerte de Alzate Avendaño acabó con mi posibilidad de haber viajado a Europa con un argo diplomático, no solamente por nuestra amistad sino porque la lectura de mis versos lo habían impresionado y sabía que yo era una persona capaz de desempeñar el cargo que, tácitamente me había ofrecido. EL BOLIVAR DE OBREGON Estuve muy indeciso de incluir este breve comen tario sobre el Bolívar pintado por Obregón y genialmente trasladado en uno de sus famosos tapices por Gloria Pino, debido a mi inconformidad con el soneto que, a petición de Alberto Ceballos, escribí sobre este motivo y, casi al cierre de esta esta edición, resolví hacerlo a petición de mis amigos de la Carreta de Agua, a quienes, seguramente, no les interesa mi -a veces exagerado- concepto de la autocrítica. Obregón pintó a un Bolívar demacrado, derrotado y vilipendiado por sus compatriotas, cuando en su viaje de un exilio político llegó a Santa Marta. Allì, enfermo y pobre, tuvo que aceptar las puertas abiertas de San Pedro Alejandrino, donde un español -¡qué ironía!- tuvo que ofrecerle abrigo y, por lo menos, una camisa limpia para morir. El Bolívar de Obregón A Gloria y al Topo Este Bolivar de Obregón, dolido, despojado de toda su armadura, tiene la soledad y la amargura de un guerrero exilado y confundido. Este Bolívar de Obregón, perdido en el reflejo de su propia altura, dejó a su Patria en libertad segura y fue por nuestra Patria escarnecido. Muriò pobre, de todos olvidado, él, que tantos laureles ha ganado para un pueblo de amnesia prematura Hoy su recuerdo guardará la Historia. nadie podrá gozar de tanta gloria: ¡Libertador de homérica estatura! MI PRIMER PERIÓDICO La primera hoja periodística en la que intervine, primero como noticia y luego como colaborador permanente, fue El Jilguero, -de poético no tenía nada- que con algunos condiscípulos en el Colegio de los Hermanos Maristas en Armenia, lo "editábamos" todas las semanas, escrito a mano en hojas de cuaderno, que pegábamos con alfileres en las paredes del colegio. El primer ejemplar fue dedicado a una pelea que mi primo Gonzalo Posada y yo tuvimos en el patio del Colegio, por unas saludes que le envié con él a su hermana Myrian, una deliciosa morena a quien aún recuerdo. Mi inolvidable amigo Orlando Villegas Palacio, cuyo seudónimo era OVIPA, aportó las caricaturas de los dos contendores. Este "periódico" duró durante todo el año escolar y nos produjo unos excelentes ingresos de cuatro o cinco centavos semanalmente. Aún conservo el original del primer número, fechado en el año de l935. Orlando era fachista y yo un incipiente simpatizante comunista. Fundamos un radioperiódico bipartidista, con auditorio propio y un excelente micrófono barredor, al que llamábamos simplemente "la escoba". Al terminar las "audiciones", generalmente en la tarde de los sábados, en su casa o en la mía, terminábamos en acaloradas discusiones y muchas de ellas terminaban a "escobazo limpio" La más álgida de todas fue la noche de la pelea por el campeonato mundial de peso pesado, entre Joe Louis y Max Schmeling, en la que todo el mundo estuvo interesado, porque el uno era negro, en representación de los Estados Unidos y el otro en representación de Hitler y su famosa raza aria. PLUMA DE FUEGO Mucho tiempo después publiqué un semanario de varias hojas que se llamó Pluma de Fuego, inspirado por Juan Montalvo, autor de "Los capítulos que se le olvidaron a Cervantes" y por Vargas Vila, el más grande panfletario de Colombia, demoledor de tiranuelos, que nunca le rindió pleitesía a nadie, ni se arrodilló ante los curas; agresivo y violento escritor liberal, en una época clerical y goda, que aún se conserva oficialmente consagrada al "Corazón de Jesús". Rojas Garrido, Juan Montalvo, Diógenes Arrieta, Vargas Vila y Juan de Dios Uribe fueron los pioneros de una histórica revolución intelectual, que sigue siendo el estandarte de una generación que aún permanece viva en mi memoria. Este periódico, que "de fuego" no tenía nada, sólo salió una vez, porque los anunciadores no me quisieron pagar los avisos y mi generoso editor tuvo que patrocinar mi fallida aventura. Afortunadamente aún conservo el ejemplar cuya fotocopia se incluirá en seguida. Al citar a estos colosos, quiero explicar que, cuando yo estudiaba en Manizales, fui un aprovechado estudiante de la cátedra de pintura y, para participar en un concurso con mis condiscípulos, presenté copias a lápiz, hechas por mí, de retratos que aparecieron en un libro que estaba leyendo, las que aún conservo en mi colección de antigüedades desde hace 70 años. Montalvo luchó en sus artículos contra el dictador clerical del Ecuador, García Moreno; Vargas Vila, el gran exiliado, pronunció su famoso discurso ante la tumba de Diógenes Arrieta: "Aquel que dijo a Lázaro: levántate, no ha vuelto en los sepulcros a llamar. No llamará en el tuyo. Duerme en paz!". Aunque sus novelas no tienen la calidad que algunos críticos quieren reconocerle, su prosa panfletaria contra la iglesia y los dictadores de los países latinos, elevaron su prestigio revolucionario a niveles no alcanzados aún por nadie. Rojas Garrido tuvo el honor de ser el más fogoso orador de Colombia. También tengo que recordar a Juan de Dios Uribe, quien fue otro ilustre paladín de este grupo que combatió a la Patria Boba de la hegemonía conservadora. Casi todos ellos murieron en el exilio! ALGO SOBRE MIS VERSOS Cuando viajé a los Estados Unidos, al término de mi primer año de Derecho, habiendo dejada colgada mi "lira", en uso de un deplorable retiro, encontré que estar lejos de la Patria era, como muchos lo han repetido, la nostalgia sentimental y provinciana de un seudo poeta como yo, que a los pocos días de haber llegado reincidí, escribiéndole una carta-poema a la que fue mi esposa, titulada Soledad sin Ella en Nueva York, olvidando, casi del todo, el soneto y sus gerundios. El contacto con la gente de ese extraordinario país, me permitió llegar a ser el Poeta que yo quería ser y, siguiendo la cordial invitación de Rafael Lema Echeverri, empecé a buscar en los versos libres el camino que me abrió, poco a poco, el verdadero destino de mi poesía: "Todo parece lejos esta noche, lejos y desolado como un río con sus peces muertos, como un niño sin padres que lo miren dulcemente, como una hormiga sin tenazas para cortar el otoño, como un caballo sin cascos de oro para buscar el crepúsculo." Aún cuando regresé posteriormente al soneto, el tema de ellos fue más vital y compenetrado con las angustias del Hombre. En el principio de mi permanencia en Nueva York, esta ciudad me pareció una selva de piedra y de cemento. Yo no creo que mi poema citado en este capítulo, tenga ningún parecido con el que escribió García Lorca, porque nunca lo había leído y mucho menos la "Sinfonía Satánica del Credo" porque tampoco había leído a Baudelaire, autores estos que solamente vine a conocer hace poco en la Biblioteca Pública de Sevilla. No quiero parecerme a nadie y presumo que mis versos son realmente malos, pero son míos. Como prueba de la angustia que, inicialmente, sentí en Nueva York, va este pequeño poema: La Piedra Aquí la piedra crece, se desborda por el mundo, va cubriendo los campos, las ciudades, los antiguos caminos donde corren potros de piedra desbocados. ¡Aquí la piedra! Este barro de piedra que nos llena el corazón de piedra iluminada. ¡Aquí la piedra! Hierba de piedra cubre la colina, azucenas de piedra que florecen con su aliento de piedra perfumado. Un arrullo de piedra en las palomas por su blanda ternura derrotadas y este Hombre de piedra pensativo con su herida de piedra en el costado. ¡Aquí la piedra! Yo no se si estoy superficialmente iluminado por el espíritu de la Poesía. Es muy difícil saberlo, a pesar de que todos los comentarios que hicieron sobre mis libros fueron altamente elogiosos. Solamente sé que he perdido un poco de mi antigua modestia, que me mantuvo alejado de los "sanedrines literarios" y será únicamente el dictamen de la posteridad el que podrá decirlo con certeza. Afortunadamente la posteridad llega muy tarde y para ese lejano entonces ya no me importará su silencio. La mayoría de los poetas coronados en vida, no son recordados, con muy pocas excepciones. Esta es gente vanidosa, medianamente mediocre, que se contenta con los aplausos. Por eso no hago alardes de nada y, regularmente, escribo para mi íntima satisfacción. Tengo la seguridad de que unos pocos sonetos y algunos poemas podrán salvarme de un total anonimato. Si yo fuera vanidoso hubiera guardado todo lo escrito sobre mí. En mi último libro incluí unos párrafos críticos, y me inclino a creer un poco en el exagerado concepto de Germán Pardo García, por tratarse de un excelente Poeta, sin compromisos de ninguna clase, escrito en la dedicatoria de su poema Las Voces del Abismo y a quien no conocí personalmente ni había leído su maravillosa poesía. Mi único contacto con él fue el envío que le hice de un ejemplar de mi segundo libro "Poemas y Sonetos", por insinuación de Fernando Mejía Mejía Su respuesta fue una carta de un párrafo ofreciendo publicar mis poemas en su revista Nivel y en seguida me envió su extensa antología de l33l páginas, lo mismo que dos libros más. Mi librito era de 80 páginas y su tamaño de un cuarto de papel-carta, sin alardes editoriales ni poéticos. De su dedicatoria sólo vine a darme cuenta, veinte años después, cuando mis amigos de Sevilla Valle me insinuaron que debiera incluirla en mi Selección Poética. Mis ediciones anteriores no tuvieron prólogos, ni "solapas", ni comentarios de ninguna clase, porque yo quería que mis lectores no fueran presionados por elogios, generalmente inmerecidos. En mi concepto, en vez de prólogos los libros debieran tener un epílogo, escrito por los lectores, con sus comentarios sobre la obra. Lo que sucede realmente es que, con muy pocas excepciones, he vivido alejado de recitales y de homenajes. El médico Julián Osorio, quién me ayudó a escoger el material para mi último libro, se encargó de sacar del cajón de papeles olvidados, poemas escritos por mí hace más de sesenta años, desechados por considerarlos de poca calidad. Julián me hizo estremecer de asombro cuando los leía, los comentaba, los explicaba de tal manera, que yo mismo me sorprendí al descubrir el alcance y profundidad que él le encontraba a muchos de mis poemas, lo que apenas vine a medio comprender a última hora... El AMOR El amor fue la motivación más contundente de mis versos, motivación que aún perdura a mis 88 años. De todos mis sonetos enamorados, he escogido dos, dedicados a las mujeres que llenaron todas las ansias de mi corazón. Inés Por ella fue el amor, ella sostuvo alta en el cielo la bandera mía, ella fue mi tristeza y mi alegría y fue el placer total que el sexo tuvo. Mi cuerpo entre su cuerpo se mantuvo y fue su llanto piel de mi agonía, la espina de mi amor siempre la hería y en su rosa mi polen se contuvo. Un recuerdo de saxos embriagados en el ritmo de un jazz y los alados temblores de un soñar evanescente... así el recuerdo que me queda de ella, humo anhelante, macerada estrella y un rumor de alaridos en la frente. ¡Ay, amor! ¡Ay, amor!, cómo dueles en mi herida, bandera blanca, corazón al viento, refugio inútil para el fiel tormento de haberte amado sin perder la vida. Amor de mis angustias, preferida soledad, desalado entendimiento, molinero trigal del pensamiento, lamento de mi voz estremecida. Cuando ardientes tus labios se ofrecen, mis manos aradoras se enloquecen buscando el surco de tu sexo ansiado y así, los dos, amantes milagrosos, miraremos pasar los jubilosos recuerdos de este amor desesperado. A los 20 años, empecé a escribir sonetos. Por eso creo que el arte -poesía, pintura, escultura, música- nos puede llegar en cualquier época, como a Mozart o a Gauguin. Generalmente desde los primeros años, en la época de la Escuela, la verdadera vocación se va insinuando, como me ocurrió a mí, porque siendo un destacado estudiante en materias como literatura, historia, gramática y geografía, me "rajaron" en todas las demás. Recuerdo que en una clase de literatura el profesor escribió en el tablero, tergiversando todos los renglones, un poema de un autor colombiano y, después de explicar su contenido, nos pidió que los colocáramos en orden. Sólo Rodrigo, un hermano de Orlando Gutiérrez y yo, acertamos éste, al parecer difícil, problema. El soneto es indiscutiblemente la más difícil composición poética y a la vez la más fácil. El verso libre, inventado desde cuando los Poetas Malditos, inspirados por Francois Villón, acogieron este novedoso estilo, que los liberó, en cierta forma, de la poesía sujeta a la métrica y a la rima. Ambos estilos podrán ser buenos si tienen calidad poética, si no serán simples versos muertos. Yo he escrito sonetos en prosa, a renglón seguido y al terminar de leerlos continúan siendo sonetos. La poesía se puede escribir en prosa, no hay necesidad de utilizar todos esos versos cortos o largos de los que, generalmente, se abusa, para despistar a los lectores. Por eso la verdadera poesía tiene que tener mensaje, que llegue al cerebro y conecte alarmas de alerta y regocijo, una centella que ilumine estrellas en el espíritu. Yo siempre trato de que mis poemas -no importa lo largos o cortos que sean sus versos- tengan un mensaje: ¡Y pensar, que el mar es cadáver de ríos que se ahogaron! Quiero incluir una breve anécdota sobre alguien que le escribió a un gran poeta vallecaucano, ya olvidado, éstos hermosos versos, en los que se valora lo que yo he llamado la importancia de no ser importante: Como el cocuyo el genio tuyo ostenta su fanal. La luz llevando, de la luz huyendo, vas alumbrando la misma sombra que buscando vas. LAS "PUTICAS" Fueron tantas mis amigas, que tuve que escribir, en uno de los versos nunca publicados, que mi corazón "fue una puerta más en la herrería del amor", al ver una con todas las marcas en un bajo relieve quemado por el fuego. En mi adolescencia, la juventud fue un atractivo natural para ellas. En ese tiempo fui cliente, casi permanente, de los barrios donde habitaban las mal llamadas mujeres malas -que eran las buenas- En la cantina de Ciro Cañón, en Las Brumas, aprendí a bailar joropo y siempre que iba encontraba una cabaretera que me invitara a dormir con ella. Mujeres sencillas, venidas de pueblos y veredas de todo el Departamento, huyéndole a maridos que no pudieron soportar el ultraje de la infidelidad; de padres orgullosos y tercos, que tampoco perdonaron a sus hijas el haber entregado su deteriorada virginidad a un peón "tumbalocas", trovador y pendenciero. Todas cambiaban de nombre y, generalmente, les ponían apodos como la Gitana, la Peluda, Icodel, la Serrucho, la Catrera, y Chispas. En las tristes madrugadas de una acelerada bohemia, nos confiaron sus amarguras, sus decepciones y lloraban en nuestros brazos la desolada falta de una madre que nunca más volverían a ver. Eran las "puticas" del pueblo, que llenaron el vacío de las esquivas y "calentadoras" novias y que muchas veces resultaban viviendo en los suburbios con algún amante pagador y pendenciero. Eran extraordinarias compañeras, con quienes se bailaba y recordábamos la desvelada tristeza de Malena, "la que tiene penas de bandoneón". ¡Que dios - cualquier dios- las tenga en su gloria y les perdone el libre albedrío del que siempre gozaron. MUJERES, TOREROS Y AMIGOS Luego de haber tomado Ron Viejo de Caldas en las rocas, con una cordial amiga, en este paisaje crepuscular de mi finca, resolví escribir en estas memorias sobre las mujeres -no todas- que tuve cuando regresé a la ciudad de Armenia, después de haber vivido durante más de veinte años en Nueva York, pero quiero advertirle a los involuntarios personajes que vaya describiendo en este relato -cualquier parecido con la realidad es pura ficción- que no les vaya a ocurrir lo mismo que le sucedió a la siguiente pareja: dos ancianos que duraron casados hasta la vejez, se sentaron en un puente sobre un caudaloso río y el viejito le dijo a su esposa: ahora que estamos tan viejos quiero que nos confesemos nuestras infidelidades: recuerda a Inés, esa hermosa niña de l5 años, hija de Pedro, el agregado de la finca?, ese cuerpito fue mío y de Hortensia, la negra que ordeñaba las vacas?, ese cuerpito fue mío. Ahora diga las suyas. La vieja, con mucha calma, le contestó solamente: ¿Se acuerda cuando vivimos frente al Cuerpo de Bomberos de Bogotá? Ese cuerpito fue mío. Y el viejo -tardíamente celoso- le dijo: "vieja puta" y la tiró al río. Después de haber vivido en Nueva York, en una fidelidad casi absoluta -no era para tanto-, ya divorciado de la madre de mis hijos -qué descanso- regresé a Colombia y me di una atragantada de "infidelidad", de la que aún no me arrepiento, porque esos fueron los mejores años de mi vida. En ese entonces, entre l975 y l995, me dediqué al negocio de la construcción, empezando con el edificio Manhattan, de cinco pisos, nueve apartamentos, amplio local en el sótano y un Pent-house con piscina, baño turco y un inmenso colchón de agua, donde las muchachas recibían las primeras lecciones de "natación". El edificio fue diseñado por el Arquitecto Eduardo Burgos y calculado por Ariel Gutiérrez. El Ingeniero y Poeta Alberto Gutiérrez, mi gran amigo, visitaba la obra todos los días, donde nunca faltaba el aguardiente y alguien me preguntó que qué era lo que él hacía y yo le contesté inmediatamente: el Poeta Gutiérrez es el asesor lírico del edificio. Cuando me preguntaron que para qué había encargado una piscina en la terraza, yo les contesté: para tenerla llena de "sardinas". Esto, que me pareció un chiste, resultó cierto. En este apartamento logré reunir un "substancioso" grupo de amigas, a quienes les enseñé mi reciente determinación de no usar vestido de baño, a lo cual se acostumbraron rápidamente. Un día, con lleno completo, apareció de pronto una avioneta y yo les grité: todas boca abajo porque por las nalgas no podrán reconocerlas! Nadie alcanzará a imaginarse todo lo que gocé durante el tiempo en que tuve ese apartamento, dando ejemplo a muchos de mis amigos, que se quedaron sin saber que el dinero es para gastarlo en lo que a uno le guste. Un amigo que tuvo una fábrica de gaseosas en Armenia -y quien nos decía en las mesas del café Destapado: "el que quiera conocerme pobre que corra"-, me ofreció para la piscina una máquina capaz de purificar el agua, con la que él producía la soda y Orlando Gutiérrez -a quien también me referiré en capítulo aparte- dijo todo entusiasmado: Eso está muy bueno porque solamente le echaremos a la piscina 30 litros de Whisky y veremos quien se emborracha primero. La piscina la inauguré con un grupo de amigas de cuando yo tenía la casa vieja en la carrera 21 con calle 22. Yo también tengo mi casa escrita con soledades y un reloj que camina despacio por el tiempo. Casa vieja con aleros que lloran cuando llueve y golondrinas que secan el espanto de sus alas con el calor de las tejas: casa vieja que el fuego llenará de palomas un día. Esto no sucedió, porque cuando regresé a mi casa, en donde había dejado a mis amigos, mientras fui a comprar más aguardiente, logré contener al Ingeniero Ariel Gutiérrez, que estaba tratando de encender un petróleo que él había regado en el piso de madera, ante la cómplice euforia de los otros borrachos. Afortunadamente, cuando redacté el Reglamento del edificio, dispuse que el Penthouse funcionara como un Club de Ejecutivos de mi propiedad. Por esa razón los demás propietarios nunca pudieron interferir en mis actividades sociales. Realmente fue un club personal al que solamente iban, de vez en cuando, mis amigos de "la barra", una agrupación que se originó en el café Destapado y a la cual pertenecimos, entre otros, Alfonso Mora R., Orlando Gutiérrez, Fidel Botero, Dionisio Urrea, Uriel Patiño, Jaime Meza, Alberto Gutiérrez, Alejandro Álvarez, Gustavo Jaramillo A., Ariel Gutiérrez, Pacho Arango y yo. Regularmente nos íbamos para la finca de uno de los socios todos los sábados, llevábamos aguardiente y realizábamos una agradable tertulia, donde todos interveníamos: Alfonso cantaba y recitaba poemas sentimentales de la "pucha" vieja, Meza, que era el único cantante del grupo, desentonado casi siempre, se apoderaba del atril y nos cantaba bolero tras bolero, Alberto contaba anécdotas y recitaba sonetos del Tuerto López y algunos versos suyos de su época universitaria, es decir, lo pasábamos muy bien.. Cuando me tocaba el turno yo los recibía en la terraza de mi edificio, les preparaba fríjoles con garra y terminábamos casi siempre en la piscina. De todos ellos sólo estamos vivos, por lo pronto, "Jeringa", Fidel Botero y yo. Todos éramos socios del Club América y allí rematábamos nuestras juergas. Cuando me visitaban las sardinas yo era el único hombre en el apartamento. En eso fui egoísta. Nadie trató a las mujeres como yo, ellas hacían sólo lo que deseaban hacer y nunca les impuse condiciones. Siempre esperé que cada cual llegara a mi cama por su propio deseo y, mientras esa oportunidad se realizaba, gozábamos de una voluptuosa intimidad... La fama de mi apartamento se regó rápidamente y yo fui repudiado por las esposas de casi todos mis amigos, quienes veían en mí a un enemigo para la tranquilidad de sus hogares. Razones tenían de sobra. Mis amigas fueron mujeres hermosas y -como dicen ahora- simplemente espectaculares. De todas esas amigas sólo siete formaron un sindicato de asiduas visitantes. En ese tiempo estaba construyendo otro edificio y tenía tiempo de sobra para sacarlas todas las noches, una por una, al Rincón de los Recuerdos, que funcionaba en un alargado garaje por el Parque Sucre, con una profusa discoteca de música vieja. Fue una época de inolvidables recuerdos, que justificó con creces la construcción del Manhattan Condominium. Fue la época de Las Coplas de José Alfredo, Te Solté la Rienda de Tania, del bolero y del tango. Aún continúo en ese ambiente, fiel a Gardel, a Falgás, a Sosa, tomando vino tinto chileno en el café Casa Blanca de Sevilla, con mis nuevos amigos: Alberto Ceballos, Julián Osorio, Hugo Valencia, Wilmar Gil y toda la barra del Resguardo Cultural La Carreta de Guadua. Cuando se iniciaron las Ferias taurinas en Armenia, tomé la costumbre de ir a todas las corridas, acompañado por una de mis amigas y después íbamos a las fiestas del "remate", en el Hotel Zuldemaida o en los restaurantes de la Avenida, donde se bailaba a más no poder y se comía los famosos churrascos o las bien condimentadas paellas. Ellas iban vestidas con todos los colorines de la fiesta, el sombrero cordobés y la bota de cuero, llena con la acostumbrada revoltura de vino, whisky, soda y otros licores. En el Zuldemaida nos sentábamos en una mesa casi a la entrada y cuando los toreros pasaban por allí, se acercaban, muy galantes, a cortejar a la negra Ligia, escultural y hermosa, a Luz Marina, ondulante guitarra del amor, a Márlen, generosamente morena porque "el sol la había besado", a Teresa, con sus nalgas de repisa, donde era un exuberante placer dejar quemar mis manos bailado boleros y no sigo el inventario de aquellos amores de entonces, que fueron despensa de todos mis placeres. Los viejos aficionados recordamos a Paco Alcalde, ganador de varios trofeos, a quien le escribí un romance, con ritmo de pasodoble, que le entregamos, en decorado pergamino, durante una reunión que organizamos en los salones del Hotel Zuldemaida y que fue cantado con acompañamiento de orquesta. Como esa letra me quedó más o menos bien "consecutada", la voy a incluir en seguida: Romance a Paco Alcalde Paco Alcalde, Paco Alcalde Gobernador del toreo, Maestro con el capote, qué señor banderillero, ni Arruza fue tan alegre poniendo pares al vuelo. Con la muleta no hay suerte que no dibuje en el ruedo y el toro gira girando ay! girasoles de miedo, mientras el grito revienta claveles de ¡olé torero! Qué valor cuando se enreda en las agujas del cuerno y qué dulzura en la mano cuando soba al toro muerto, mancha negra de bravura, galardón del ganadero. Paco Alcalde, Paco Alcalde, le grita el tendido entero, de pié, pañuelos al aire, olé!, torero, torero... ¡Qué matador tan garboso, qué diestro tan pinturero! Vale la pena incluir anécdotas de "Armillita", un torero del viejo Armenia, que, por lo menos, tenía valor para enfrentarse a los toros. En una de sus corridas, en el antiguo circo de madera, le sacaron un toro que, de lo manso, fue un desastre: no embestía ni a la sombra y cuando la Presidencia ordenó que lo sacaran del ruedo, el encargado de hacerlo, por equivocación, soltó otro toro y, cuando Armillita estaba tratando de sacarle suertes con el capote, el otro, del que se había olvidado, le resopló en las nalgas y del susto se escondió en un burladero. Otro día los amigos lo llevaron a su casa, completamente borracho, donde vivía con una amiga muy bonita y cuando golpeó en la puerta para que se la abriean, le contestaron casi con un rugido: "Quien es?". Y Armillita, al darse cuenta de que era un "matasiete" del barrio, contestó: "Soy yo, pero no os preocupéis porque vengo a concederos la alternativa y ¡olé!" Otro torero colombiano, Rosemberg López, ofreció una corrida con su esposa Regina y cuando ella se vio comprometida a matar el novillo que estaba lidiando, cerró los ojos y en ese momento el animal de movió y ella le clavó el estoque en una nalga. El toro se sacudió y el estoque salió disparado hacia las graderías, hiriendo a un espectador en la frente. A otro novillero en la Plaza de Toros El Bosque, le tocó en suerte un animalito tan escuálido, pero con el temple de un miura, que lo persiguió por toda la Plaza, no quedándole más alternativa que meterse al burladero, con la mala suerte que el novillo, de lo flaco que estaba, se metió por ahí mismo y siguió detrás del "matador", dejándolo de "camilla". Otra anécdota sobre los toros me sucedió cuando fui a La Monumental de Madrid, con el fin de asistir a una corrida del Cordobés, y como no tuve la suerte de encontrar boletas, no me quedó más remedio que resignarme a oírla transmitida por radio, en una cantina situada frente al Circo, tomando a sorbos la manzanilla con Whisky que llevaba en la "bota". De un momento a otro se inició una gran polémica sobre los toreros, calificando de fantoche al Cordobés, por el tremendismo de muchas de sus "suertes", especialmente "el salto de la rana" En seguida hablaron a gritos diciendo que los hombres más grandes que había dado España, era Manolete, Frascuelo y Dominguín. Otro dijo que eran: Belmonte, Francisco Sánchez Mejía y el Gitanillo de Triana, En ese momento un señor, con cara de maestro de escuela, llamó la atención de todos y parándose sobre un asiento dijo: "ustedes están muy equivocados, porque los hombres más grandes que ha dado España son Cervantes, Lope de Vega y Góngora y Argote" El cantinero le contestó: "Osú, esos debieron haber sido banderilleros, porque no los he oído nombrar todavía"
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