CLARO DE LUNA
Publicado en Sep 07, 2012
CLARO DE LUNA
Por CAROL LEONS Resumen Luca es vendido por su orfanato para trabajar en los establos de la casa de un rico comerciante. Poco sabe que su vida está a punto de cambiar al conocer al joven familiar de su señor. Évan se ha criado en un monasterio, preso de un secreto. No sabe que alguien ha decidido que su tiempo se ha acabado. Podrán encontrarse y hacer frente a los peligros que les depara el destino? I -El chico puede parecer joven pero es fuerte. Mire, pura fibra. Puede trabajar como nadie, y es lo suficientemente listo para aprender todo lo que se le enseñe. -Mm, no estoy muy seguro. Está demasiado delgado. Habrá que alimentarle y no es improbable que colapse apenas comience la faena. -Sesenta monedas y es suyo. -Treinta... -Teníamos un trato. El chico es lo que buscaban. No hallaran algo mejor en la ciudad, ni más barato. -Cuarenta y cinco monedas... -De acuerdo. De esta manera, como ganado pasado de mano a mano, Luca siguió a su nuevo patrón, alejándose por el camino sin volver la vista atrás. El hombre que lo había vendido era el bedel del orfanato y no era un secreto lo que acababa de ocurrir; es más, ocurría con frecuencia desde que la guerra había comenzado; muchos chicos que alcanzaban la mayoría de edad eran enviados al frente de batalla o vendidos para tareas de diferentes clases, a veces en grupo, a veces solos. Esta vez la transacción se había hecho a las afueras de la ciudad. El hombre con quien el bedel había regateado parecía de buena clase; evidentemente era un empleado de una casa rica, ya que ningún un noble se tomaría la molestia de presentarse personalmente para comprar un sirviente. Le daba igual. Sabía que a partir de ese día trabajaría hasta que el último de sus huesos se quebrase en todo lo que le mandaran, cualquier cosa que fuera. Eso estaba asegurado. No tenía familiares a quienes recurrir, ni un sitio a donde ir. Por lo menos esperaba que fuese un trabajo decente, aun cuando fuese duro. Al parecer la persona que le había contratado deseaba unas características específicas. La primera vez que lo oyó se temió lo peor; siempre se hablaba con temor de la esclavitud sexual y los burdeles llenos de jovencitos perdidos. Pero al parecer no era el caso. Además, Luca distaba mucho de ser sexualmente atractivo. Era delgado y no demasiado alto a pesar de estar ya en la mayoría de edad. Su pelo negro era común, lacio y sin ninguna forma, cortado con poco entusiasmo por el barbero del orfanato un poco más abajo de las orejas, su piel era demasiado pálida y su único ojo sano era castaño, con una serie de rebeldes manchitas verdes que apenas se notaban, ya que solía mantener la mirada en el suelo cada vez que alguien se acercaba. Tampoco hablaba mucho y eso no ayudaba a crear mucha atracción entre la gente, pero así estaba bien. No recordaba ninguna época en la que se sintiera cómodo con la gente; los demás seres humanos le daban miedo. El único al que recordaba con menos temor era a su padre, aun cuando en una borrachera le lanzara una botella a la cara, dejándole ciego de un ojo. Él no podía recordar los detalles de lo que había ocurrido, solo sabía que su padre lloraba, pidiéndole perdón bajo la lluvia mientra le entregaba en la puerta del orfanato, diciéndole que allí estaría mejor que con él. Cuando le vio marchar supo que ya no le pertenecía a nadie, que estaba solo en el mundo, y a pesar de su corta edad, entendió que el dolor a veces puede ser tan grande que te deja sin palabras. Desde ese día había aprendido a sobrevivir entre las paredes del orfanato, a adaptarse a la jerarquía de los demás niños, a obedecer las ordenes que venían de arriba, pero a no dejarse ver débil, mantener un bajo perfil, pero pelear y defenderse si era atacado. Después de un par de buenas peleas, donde demostró que aunque pequeño no era frágil, le dejaron en paz, tanto que pudo dedicarse con gusto a lo que más amaba: la lectura. Y al cuidado de los animales de la granja. Tenía buen trato con los cerdos y las gallinas que había en la parte de atrás de la gran casa para consumo y venta del orfanato. También había un huerto y Luca solía ayudar allí con frecuencia. Por las noches leía los viejos libros de la biblioteca una y otra vez. Así había pasado los últimos ocho años, en sus tareas, silencioso, queriendo voluntariamente apartarse del trato de los demás. Y así se sumergía en su nuevo destino, en silenciosa aceptación. -Bueno muchacho, me han dicho que eres fuerte a pesar de tu aspecto, así que espero que sea cierto. Hay mucho trabajo que hacer en la mansión- pronunció el hombre una vez que subieron a la carreta. Luca no contestó. Qué podía decir? Había estado presente cuando hicieron la transacción, sabía que habían hablado de él como si fuera invisible y no le importaba- Eres bueno con los animales, verdad? Eso está bien. Si trabajas duro y sigues las ordenes, y te comportas adecuadamente serás tratado bien. Ah, pero si eres un ladrón y un bribón no hallarás paz en tus huesos una vez que sean molidos a palos- amenazó mirándole- Has comprendido? -Sí, señor. -Bien. Esa fue toda la charla. La carreta se movió rápido, dejando el polvoroso camino a tras e internándose por un frondoso bosque. Cuanto anduvieron, Luca no lo sabía, pero le pareció mucho tiempo a pesar de que mantenía la mirada fascinada prendida a los arboles y la luz de la tarde que se filtraba entre ellos. Tras una espesa y verde colina vislumbró lo que parecía ser una alta torre de piedra. Luego la construcción se fue extendiendo sobre un amplio valle y apareció la entrada de una gran mansión con un arco tallado en granito. La carreta giró, alejándose de la casa y entrando en lo que parecía otro camino por el bosque. Luca vio que se aproximaban a la zona de los establos. Una casa simple y las cuadras donde estaban los animales. Su olor familiar le tranquilizó. Fue presentado a quien se encargaba de ellos y eso le dio la certeza de que podría sobrevivir. Era lo que se esperaba de él, un trabajador duro, que no se quejaría si era maltratado y no sería una molestia si había que hacerlo desaparecer. Era todo lo que habían pedido: silencioso, diligente y discreto. Los siguientes meses para Luca no fueron tan malos como esperaba. El trabajo en sí era duro, pero le gustaba. Por la mañana se encargaba de los animales, les alimentaba y limpiaba las cuadras, a veces preparaba los caballos para que los mozos los llevaran a ejercitar o a pasear a sus dueños, también trabajaba en la huerta o en la cocina. En resumen, era el chico de todos los encargos; cualquier tarea que nadie quería o no podía hacer era delegada a él. Eso no le importaba, prefería ser útil con sus manos a estar inquieto esperando que alguien le dirigiera la palabra. Lo que sí echaba de menos era leer, aunque fuera el viejo libro que había traído del orfanato y que aun estaba en su mesa de noche intocado, pero estaba tan cansado cada noche que caía rendido entre las cobijas. Le habían dado una pequeña habitación al lado de las cuadras, una cama vieja con viejas mantas, una mesa pequeña a su lado, un taburete y un destartalado baúl para su ropa al lado de la vieja chimenea. Tenía una ventana por donde podía ver entrar la primera luz de la mañana y eso le hacía feliz. También oía a sus animales despertándose de madrugada, saludándole con sus voces roncas. Se había ganado esa habitación después de un buen par de noches en vela cuidando a la yegua favorita de la señora, que tenía problemas en dar a luz. Por suerte el viejo Otto, quien había estado a cargo de las cuadras por años, tenía suficiente experiencia como para salvar a la madre y al potrillo. Pero era Luca quien había estado noche tras noche junto a ella y al recién nacido, cuidando que todo estuviese bien. Se decía que habían lobos merodeando el valle y no querían dejarles solos. Por suerte nada había ocurrido y no se habían vuelto a oír más noticias sobre ellos desde hacía casi un mes. Esa mañana, las noticias sobre la guerra llenaban el aire en la mansión. -Es verdad, el conde de Hale ha enviado tropas para apoyar a la causa... Y con su propio hijo a la cabeza. -No me extraña. Ese viejo no quiere perder la confianza del rey por nada del mundo. -Me pregunto que hará ahora el señor. Si el conde apoya al rey, nuestro señor no tendrá más opción que hacer lo mismo. -Quien sabe. Y ahora que su sobrino vuelve del internado. Ya ves, los ricos tienen sus propias penas... -Ni que lo digas... -Señoras, menos charla y más trabajo, por favor- Oyó Luca al mayordomo, que era quien le había traído del orfanato, regañar a la cocinera y la sirvienta que hablaban en susurros mientras preparaban el desayuno. Dejó la leche en la cocina y se marchó. Desde que había llegado no había visto ni tan siquiera de lejos al señor de la casa. Solo sabía que era mercader y había hecho su fortuna comerciando en lejanas tierras a las que solo se llegaba por mar. Tal vez no fuera noble de cuna pero se había casado con una mujer que tenía un título antiguo, no sabía cual, pero parecía importante. Y ahora un sobrino que vendría a casa. En realidad a él le daba igual, ya que alguien más en la casa no aumentaría su trabajo. Se olvidó pronto del tema, entregado a sus tareas. Esa noche inusualmente fría, la luna llena inundaba los bosques. El viento soplaba del norte, trayendo el aroma de la lluvia. Luca lo conocía bien. Amaba la lluvia desde niño. Se internó por los bosques bien avanzada la noche y recorrió el habitual paraje hasta llegar a un claro que había encontrado, alejándose con el corazón contento por poder disfrutar de la paz que le traía el nocturno. Los sonidos de la noche eran un suave murmullo que llenaba su corazón. Se sentó en la hierba iluminada por la luna, apoyando la espalda sobre un viejo tronco cortado y miró hacia las estrellas que se abrían en el paño oscuro. De pronto, un sonido de pisadas le hizo volver el rostro. El aliento se congeló en su garganta por un instante. Allí, por entre un espacio abierto entre los arboles del claro un par de ojos le miraban, refulgiendo a la luz de la luna. Luca no se movió, sabía que no sería bueno moverse o correr presa del pánico. Apretó las mandíbulas y trató de calmarse. Los ojos que lo miraban no eran humanos, era de un animal de gran tamaño... un oso tal vez? Como respondiendo a la pregunta en su mente, el animal avanzó unos pasos y se mostró a la luz de la luna. Luca abrió los ojos asombrado y atemorizado. Un lobo. Recordó las noticias de lobos en el valle. Pero éste estaba solo, o quizás la manada no se encontraba lejos. Tragó saliva mientras un nudo de miedo se apretaba en su estómago. Si estaban hambrientos le atacarían, incluso ese solo le podría hacer bastante daño, si no lo mataba antes. Buscó con su mano alrededor, intentando encontrar alguna piedra o un palo con que defenderse, pero no había nada a su alcance. El animal no se había movido de su sitio, mirándole sin parpadear. Al menos parecía que de momento no tenía intensiones de abalanzarse sobre él. Quizás si Luca le ignoraba... Miró al cielo nocturno, tratando de disfrutar de su visión, de fingir que estaba más interesado en las estrellas que en el miedo que estaba apoderándose de él, y cuando vio de reojo notó que el lobo había hecho lo mismo. Se quedó mirándole confundido. El lobo volvió la vista y le miró nuevamente. Luca sonrió sin querer. -Es una hermosa noche- susurró, volviendo a alzar la vista hacia la luna, sin saber porque de pronto más tranquilo. El lobo contempló también el astro nocturno. Y se quedaron allí en silencio, mirando ambos la luz que se extendía, plateando el cielo. El viento de medianoche sopló con fuerza en el bosque, agitando ramas y silbando entre las hojas. Luca sintió frío. Movió la cabeza hacia donde el lobo se encontraba aun, sentado sobre sus cuartos traseros, el hocico alzado olfateando el aire. Lo había mirado fascinado un par de veces, pero era hora de regresar. Se puso lentamente de pie, tratando de no asustar al animal. Se sacudió la hierba un poco y volvió a alzar la vista al cielo. -Tengo que irme ya. Buenas noches- se despidió con un murmullo, volviendo los ojos hacia el lobo. Éste no se movió, contemplándolo en silencio. Luca entendió que no le haría daño. Podría haberlo hecho pero no se le había acercado ni se había mostrado amenazante. Tal vez no conocía a los hombres ni sabía de su maldad- Puede... puede que te estén buscando... La gente. Ten cuidado- susurró sin saber porque, antes de volver la espalda y caminar de regreso a su habitación. Le había advertido a un lobo, a un animal que no le entendería, y que tal vez la próxima vez que le viera le atacaría, pero en ese momento no había podido contenerse. En el fondo comprendía que el instinto no es algo contra lo que se pueda luchar y que tanto el lobo como él tenían derecho a pelear por sobrevivir un día más. No eran tan diferentes. Se durmió algo intranquilo, con los pensamientos puestos en el lobo que miraba tan melancólicamente la luna a su lado. El día siguiente no le trajo sobresaltos, aunque la memoria del animal le venía de vez en cuando, y al llegar la noche, se deslizó al claro del bosque con la esperanza de verle una vez más. Pero esa noche no se presentó. -Y dicen que era enorme, casi tanto como un hombre... Con garras largas y afilados colmillos. -Ah, sí? Y como pudieron capturarlo, entonces? -Con una cabra atada a un árbol. Eso nunca falla. El maldito cayó en la trampa y Zas! -De que estáis hablando?- interrumpió Luca la charla matutina entre el mozo de cuadra y el sirviente, quienes le miraron sorprendidos. El chico mudo había hablado! -Cazaron a un lobo anoche. De los que merodeaban por el valle. -Lástima que solo era uno. Habrá que dejar más cabras doncellas esta noche- bromeó el sirviente. -Dónde?- inquirió Luca , su voz llena de un repentino pánico. -Tranquilo chico. Ha sido en el pueblo. No creo que ningún lobo se atreva a entrar en las tierras del señor Excess. -Aunque no estaría mal redoblar las precauciones... Se alejó de ellos, caminando confundido y apesadumbrado, entrando en las cuadras. -Por qué... por qué? Malditos!- mascullaba entre dientes mientras removía el heno con rabia de un sitio al otro, los ojos picándole por súbitas lágrimas- Malditos... Esa noche se alejó después del trabajo, con una manzana por cena, ocultándose de la vista y los sonidos que aun no se apagaban en la mansión, internándose en el claro del bosque. La luna navegaba por el cielo aun pálida y con un mordisco menos, pero hermosa. Su belleza le trajo a la memoria el semblante del lobo. Por qué los hombres se afanaban por destruir todo lo bello de la naturaleza, lo salvaje, lo diferente? Es que no podían comprender que no eran los únicos con derecho a vivir sobre la faz de la tierra? Lamentó no poder hacer más que llorar en silencio la muerte del lobo. Se sentó desganado contra el tronco y lanzó un suspiro, dejando rodar la manzana a un lado. Mañana volvería a ser él mismo, pero ahora quería dedicar un momento a su duelo, sentía que se lo debía. Recobró en su mente una sencilla oración aprendida cuando era un niño, la única que recordaba con afecto de su vida en el orfanato y la murmuró a la noche, para que la llevara al infinito. De pronto escuchó un sonido de pisadas entre la hierba. Volvió la cabeza esperanzado y su corazón saltó de alegría al ver la figura que se había detenido en el claro. Se incorporó de un salto, sonriendo. -Creí que estabas muerto!- exclamó en voz más alta de lo que esperaba, pero el animal no se inmutó. Se atrevió a moverse un par de pasos hacia el lobo- Has sobrevivido. Pero la gente en el pueblo a cazado a uno de los tuyos. No es seguro que te quedes. Deberías buscar un mejor lugar- le advirtió, consciente de que le hablaba como si pudiese entenderle. El animal le miraba como pendiente de sus palabras. Luca tuvo la tentación de acercarse más y tocarle, pero se mantuvo en su lugar. No dejaba de ser un animal salvaje y el instinto era el instinto. Él respetaba eso. Se volvió y cogió la manzana- Puede que no sea de tu gusto, pero... Ten, para el camino- murmuró, acercándose ahora solo un poco más que antes, dejando la fruta como ofrenda al alcance de sus patas. El lobo le miró y bajó levemente la nariz, olfateando el fruto, para volver a mirar sus ojos. Luca veía la luna brillar en ellos- Vive... mantente con vida- susurró casi como una oración, lanzada a la noche, esperando ser oída. Sin querer sus ojos se llenaron de lágrimas y se volvió para marcharse. Era alegría, era tristeza, era resignación por el cruel destino al que estaban sometidas todas las cosas vivas. No volvería al claro, no quería volver a ver al lobo. Prefería pensar que estaba a salvo, lejos de los hombres, incorrupto en la belleza de su naturaleza salvaje. II Un par de semanas más tarde se conocieron nuevas de la guerra. El señor de Excess envió un barco mercantil cargado con especies en apoyo al rey. Comida, armas y tal vez joyas. Ningún hombre salió de la gran mansión para unirse a las tropas que peleaban. Su sobrino estaba a salvo. Un sobrino que llevaba tal vez más de una semana en la casa, pero nadie había visto aun. -Es muy querido por el señor, de eso no hay duda. Incluso dicen que es su único pariente vivo... -Sí, eso oí, además de que se ha encargado de toda su educación. Aunque estoy segura de que si mi lady lo hubiese permitido, el chico habría vivido aquí con su querido tío y no en un internado- oyó a las lavanderas cuchichear. Era lo usual cada mañana. Era la manera en que la información recorría la mansión, y aunque a él no le gustaban los rumores, no podía evitar enterarse de más de un asunto personal concerniente a la familia Excess. -Pero ahora que ha alcanzado la mayoría de edad, imagino que se hará cargo del negocio junto a su tío -Mm, menudo mal trago le sentará a mi lady, que no sea un hijo suyo quien tome ese cargo- ambas mujeres se rieron. La señora de la casa no era demasiado apreciada por su carácter sobradamente quisquilloso, aunque nadie se atreviera a contradecirla abiertamente. Además, no le había dado hijos al señor de Excess, lo que suponía un problema para su patrimonio familiar. Luca se alejó de allí en dirección a las cocinas. -Hey, chico. Dile a Otto que necesitamos matar un cerdo grande para la cena de esta noche. Y que se dé prisa... Dioses, si es que nunca informan nada a tiempo- gruñó la cocinera entre bufidos mientras preparaba el desayuno. -Sí, señora- Luca se apresuró a informar al viejo. Pronto se supo que la cena de esa noche era para agasajar al joven Excess. Tuvo que ayudar a traer y tranquilizar al gran animal antes de que Otto le diera un rápido y profundo corte en la arteria del cuello. El chico admiraba al viejo, ya que era bueno con los animales, así como piadoso y rápido a la hora de quitarles la vida. Se quedó junto al cerdo hasta que exhaló su último gruñido y la sangre dejó de brotar de la herida, pero luego se alejó. No quería ayudar a despedazar el cuerpo aun caliente, que había sostenido vida hacía solo unos pocos minutos. El viejo le dejó marchar. Luca se mantuvo muy ocupado el resto del día ayudando en diferentes tareas de preparación para la cena de bienvenida, soportando el mal humor de la mayoría que protestaban por la premura que se les exigía para tenerlo todo listo para esa noche, con tan poco tiempo. Cuando la noche llegó por fin y el festín estaba preparado en el salón principal, pensó que tendría tiempo para estar a solas y tal vez leer un poco, pero la voz de mando del mayordomo le sacó de sus ensueños. -Aséate y alistate para esta noche. Ayudarás a servir la mesa en el salón. Te pondrás esto- dijo alargándole una camisa, un chaleco de buena tela y unos pantalones. -Pero señor, yo... no tengo experiencia en... -Aprenderás, no es difícil. Solo debes tener cuidado de vaciar el vino en las copas y no derramarlo sobre el mantel. Ah, y procura que eso no se vea- "Eso" era la cicatriz en su rostro y el ojo izquierdo muerto. Luca asintió en silencio. Siempre tenía buen cuidado de tapar su ojo ciego de la mirada de otros con su cabello; sabía que a muchos les resultaba repulsivo, y había sido la causa de más de una de sus peleas en el orfanato. Se alejó dispuesto a obedecer. Esa noche, los sirvientes también tendrían su parte del festín, por lo que estaban cortos de personal y Luca tendría que ayudar a atender la mesa y luego ocuparse de la cocina. Iba a ser una noche larga. A la hora indicada por el mayordomo entró, hecho un manojo de nervios, cargando los primeros platos del servicio. Estaba tan absorto en su labor que apenas si alzó la mirada. -Pero querido, si el tío Tristán se involucrara en la lucha directamente descuidaría los intereses de su negocio, sin contar a la familia- oyó la voz de una mujer, con un agudo tono nasal. -Y ciertamente, las tierras de su patronaje siempre han sido muy codiciadas por el falso regente. Sería un regalo inesperado poder poner las zarpas sobre ellas- rió la voz gruesa de un hombre. Otra voz de barítono respondió. -Pero Bryan, aquí estamos hablando de lealtad a la corona. Que el falso regente se crea con derecho a ocupar el trono solo porque nació primero, no le da autoridad a arrasar con todas las tierras a su paso. Ese bastardo hijo de plebeya debería saber cual es su lugar. -Claro, y la nobleza debe saber cual es el suyo. No podemos hacer otra cosa más que apoyar al rey- suspiró una voz de mujer, con tono melancólico. Había cuatro personas a la mesa, al parecer. Luca levantó levemente la mirada. No estaba muy al tanto de los pormenores de la guerra, pero al menos sabía que la causa era la posesión de la corona, un conflicto entre medios hermanos. Y por supuesto, todos los demás que estaban en medio de ellos debían sufrir las consecuencias, ya fuesen nobles, terratenientes o gente simple que vivía de la tierra. -Hay noticias del frente, Arthur?- preguntó el primer hombre. El otro sacudió negativamente la cabeza. -Rowena- dijo la mujer de voz nasal palmeando la mano de la otra. -Seguro que Patrick se encuentra a salvo. Es un chico listo y fuerte, digno de la sangre de los Hale- dijo el primer hombre. Parecía alto y bien constituido. Aunque ya mayor, se adivinaba fuerte, con el cabello rubio claro y barba espesa, ambas salpicadas de blanco. Así que ese era el señor de Excess. El otro hombre parecía ser el conde Hale. Se veía algo mayor y más grueso, con el cabello negro como ala de cuervo. Asintió en muda respuesta. Al parecer no se había informado sobre la visita de los condes, al menos no a la servidumbre menor, pero era normal, teniendo en cuenta los tiempos de guerra que corrían. -Chico, sirve ahora el vino- le susurró el mayordomo a su espalda, quien se había quedado para observar el progreso de la cena. Al oír su voz, Luca se sobresaltó un poco, pero consiguió agarrar con firmeza la botella antes de acercarse a la mesa. Entonces notó a la quinta figura sentada, que se había mantenido en silencio hasta el momento. Al principio no supo si era un hombre o una mujer, con ese largo cabello plateado cayendo grácilmente por sus hombros y espalda, la postura recta y las manos largas y elegantes descansando sobre el mantel. Cuando se atrevió a mirar un poco, mientras vaciaba el vino, notó que sus ojos de metal frío y azul se clavaban en los suyos. Eso le hizo casi perder la concentración y derramar el vino en la mesa, pero logró contenerse, aunque su corazón comenzó a latir desbocado en su pecho y su rostro se llenó de rubor. Sin embargo nadie le prestó atención. Era un sirviente más, es decir, era invisible. -No entiendo porque hemos de sacrificar a los nuestros en nombre de la corona- protestó la mujer de voz nasal. Estaba sentada al lado del señor Excess, así que debía de ser mi lady. Era hermosa, de pelo castaño rojizo, pero tenía una mirada desagradable en sus ojos verdes. -No hay nada que entender, Edwina. La lealtad es lealtad y punto- afirmó su marido. -Ya lo sé. Lo que digo es, Por qué enviar a gente de la nobleza a la guerra, cuando hay tantos por allí en pueblos y ciudades que pueden ser usados para esas tareas? Gente vaga y desocupada- pronunció con enojo y Luca sintió como si le mirara mientras lo hacía. -Alguien con suficiente autoridad tiene que encargarse de dirigirlos, o los pobres idiotas estarían todo el día preguntándose a que bando pertenecen- rió el conde, siendo acompañado por el resto. Sí, pobres idiotas que preferían cuidar los campos de labranza, antes que matarse en una guerra por el dominio que solo manchaba de sangre la tierra, pensó Luca, mientras apretaba la botella en sus manos. Al inclinarse para vaciar su contenido en la última copa, notó la refulgente mirada del otro joven sobre su rostro. Había deducido que era un hombre porque la ligera tela del traje no denotaba marcas de femineidad en su pecho. -Gracias- oyó que le susurraba, sin apartar los ojos de su rostro. Su voz era suave, pero masculina, el aliento cálido y con aroma a especias. Sintió que el corazón volvía a golpearle en el pecho más fuerte esta vez y su rostro a encenderse fuera de su control. Agachó la cabeza en respuesta y se alejó lo más rápidamente posible para ocultar su estúpida reacción. El mayordomo le dejó marchar a la cocina, quedándose para atender a los comensales. Luca casi corrió, con el corazón aun martilleándole en los oídos, agradeciendo el frescor de los pasillos. Apenas llegó, se mojó el rostro con agua fría, recuperando el aliento. Esa mirada y esa voz le habían tocado como si le recorrieran el cuerpo entero. No lo entendía, pero la parte baja de su cuerpo había reaccionado, tensándose tan dolorosamente que era casi placentero. Sintió la necesidad de bajar su mano en busca de alivio, pero se contuvo. Tenía trabajo que hacer, una pila enorme de platos sucios, vasos y copas se alzaba ante él, y la música de la fiesta de los sirvientes en los patios llegaba a sus oídos. No, no era momento para esas cosas. Se dedicó a lo suyo, intentando deshacerse de la imagen de esos ojos y esa voz entrando en sus sentidos. La noche había avanzado con lentitud, trayendo más platos y copas para ser limpiadas. Los criados bailarían hasta el amanecer, o al menos hasta que se agotara el vino, así que por fortuna estaría solo en la gran cocina. Se había sentado un momento para descansar cuando oyó pasos a su espalda, suponiendo que le traerían más cosas para que se encargara. -Ya no queda vino en la mesa- oyó la voz. Se giró sobresaltado, viendo al chico de largos cabellos de pie grácilmente en la puerta de la cocina. Sonreía, aunque sus ojos de frío metal estaban clavado en él intensamente. -Señor... yo... las llaves de la bodega, no...- intentó, sintiendo su voz temblar muy a su pesar. Sus piernas comenzaron a temblar también cuando vio que se aproximaba. -No importa. Mi padre tiene su reserva personal de licores en su estudio privado. Estará bien servido por esta noche- susurró, aproximándose aun más. Luca frunció el ceño ¿Su padre? Pero no tuvo tiempo de pensar, cuando la mano del joven le cogió de la barbilla y lo alzó hacia él, bajando precipitadamente, casi a unos pocos centímetros de sus labios- Oh, no has oído los rumores? El hijo no reconocido del señor de la casa, su "sobrino" para otros efectos- dijo soplando el aliento cálido sobre su boca, mientras con su otra mano recorría su rostro, alzando con un dedo el cabello que cubría su cicatriz. -No... señor- protestó Luca, intentando detener su mano, pero sus dedos temblaban tanto que solo logró ponerse en ridículo -Oh, y esto? Mmh, una herida de batalla- dijo el joven, lamiendo suavemente la curva del pómulo donde descansaba la cicatriz. Luca se quedó sin aliento, paralizado al sentir la calidez y humedad de la lengua sobre su piel, perdiendo el control de su respiración y lanzando un gemido cuando trazó todo el rastro hasta el párpado de su ojo sin vida- Muy bien, ya que mi "tío" esta bien proveído por esta noche, que tal si te encargas de "servir" a su sobrino- sopló sensualmente sobre sus labios, sonriendo. -Señor... yo- balbuceó confundido, cuando la misma lengua que lo había tocado invadió su boca. La sintió recorrer su interior brusca y posesivamente, envolviendo su lengua con avidez, consumiéndola. Intentó resistir con poca fuerza, clavando las uñas en las manos que sostenían su cara atrapándole, pero supo que no podría luchar contra ello. Se entregó al beso con la misma hambre salvaje con que era dado. La tensión en su bajo vientre creció a punto de estallar. Comenzó a perder la razón, la respiración atrapada entre jadeos en esa otra boca que le tomaba. De pronto y para su desesperación el joven se apartó de él. -Vamos a un lugar más discreto- le dijo con brusquedad, tomando su mano y tirando con fuerza de él hacia el pasillo, llevándolo hacia la oscuridad de las bodegas de alimentos, donde no se necesitaba llave para entrar. Luca pocas veces había estado allí, pero ahora no estaba en sus cinco sentidos para darse cuenta. El chico lo llevó donde se apilaban los sacos de patatas, manzanas y harina, atrapándole con su cuerpo contra la pared levemente iluminada por la luz exterior de la fiesta, tan cerca que podía sentir su pulso a través de la ropa. De pronto le desgarró la camisa y la tiró al suelo, volviendo a besarlo salvájemente, empujándole contra el muro una y otra vez, restregándose contra él para hacerle sentir su erección, perdido el aliento en su boca. Luca se dejó besar, morder y arañar, besando, mordiendo y arañando al mismo tiempo, con el suave pelo plateado azotando su rostro y su pecho desnudo, su saliva mezclada a la suya, sus manos agarradas a su carne. Todo era tan rápido, tan intenso, que apenas se dio cuenta del dolor cuando el chico clavó los dientes en su hombro, lanzando un gruñido animal al tiempo que se estremecía liberando su esperma. Luca le sostuvo allí de pie, sintiendo que el mismo calor y humedad se liberaba en él, su delirio empujado por el suyo, temblando contra el muro, jadeando de placer. El chico alzó la vista, los ojos de azul acero refulgiendo aun en la oscuridad, el aliento caliente sobre su rostro, el olor de la sangre flotando en su boca. Luca sintió que su miembro volvía a endurecerse, aun cuando acababa de liberar su carga. -Más- ordenó el chico, la mirada traspasando la suya envuelta de deseo. Sin esperar su respuesta, le lanzó sobre unos sacos vacíos en el suelo, dejándole de espaldas allí, la mancha del placer de Luca expuesta sobre sus pantalones. Eso pareció agradarle y sonrió mientras alzaba la túnica por sobre su cabeza, quedándose desnudo frente a él. Luca abrió los ojos sorprendido y extasiado, mirando la belleza perfecta de su cuerpo. Ni una sola mancha en su piel pálida, ni un solo gramo demás. El viente estaba húmedo aun por la lechosa descarga, su pene alzado y dispuesto, con rastros de semen en la punta. El chico se acercó, quedándose de pie sobre él, mirándole como un animal a su presa. Luca perdió el aliento. -Siéntate- le ordenó y Luca obedeció. Su erección estaba tan cerca que casi notaba su calor. El chico rozó la punta contra sus labios- Abre la boca- Luca sintió el acre sabor invadiendo su lengua cuando le dejó entrar en su interior, el olor a almizcle y piel. El chico atrapó su cabeza, enredando su cabello entre sus finos dedos, empujándose más dentro de él. Luca hizo una arcada cuando sintió el miembro tocar la parte trasera de su garganta, pero de inmediato el chico le alejó un poco, lo suficiente para tomarlo en su boca sin que le causara molestias. -No uses los dientes- le advirtió. Luca no sabía que hacer, pero dejó que él lo guiara con su propio ritmo. Su eje estaba caliente y pulsaba en su boca, moviéndose contra su lengua y paladar, dejando gotas de pre semen, que tragaba por impulso, aunque no le parecían desagradables. Además su propio pene estaba respondiendo al que se hallaba en su boca, pulsando y moviéndose al mismo ritmo- Tócate- oyó que le decía el chico, su voz viniendo como de un sitio muy lejano. Luca buscó su miembro con la mano, encontrando la carne afiebrada y expectante, goteante de necesidad. Comenzó a bombearla al mismo ritmo con que el chico se movía dentro de su boca. Rápido, más rápido, hasta que el placer se hizo inminente. Un gemido salió a medias por su garganta cuando sus testículos se endurecieron y eyaculó con fuerza sobre su mano, su boca aun invadida por el falo ajeno, pero un instante después sintió el chorro caliente y agrio golpear su paladar y llenarlo. Tragó involuntariamente, llenándose del sabor fuerte y amargo de su semen, comenzando a toser atragantado. El chico lo liberó y se agachó a su lado, besándolo cansadamente. -Eso estuvo muy bien- sonrió contra sus labios, su aliento lleno de su propio aroma. Luca jadeó en busca de aire, su cuerpo aun estremecido con el reciente placer. Nunca en su vida había experimentado un sentimiento tan intenso. Alzó la vista, mirando el fino cabello que plateaba a su alrededor, deseando alzar los dedos y tocarlo, pero sus manos estaban sucias. El chico clavó los ojos en los suyos, sosteniendo su mirada, luego lentamente se acercó, volviendo a lamer suavemente su rostro, bajando por su cicatriz a la mandíbula, luego al cuello y deslizándose por donde aun quedaba la marca de su mordisco en el hombro, para luego trazar con su lengua la humedad en su vientre y chupar los restos de semen pegados a la punta de su miembro. Luca contuvo el aliento por un momento, gimiendo involuntariamente al sentir como chupaba la punta ya fláccida, extrayendo los últimos restos. Esa mezcla de placer y dolor hizo que sus ojos se llenaran de lágrimas. ¿Porque, porque alguien como él le estaba haciendo eso a un sirviente? Dándole placer, limpiándole amorosamente. Tal vez no significara nada para él, pero Luca nunca había sido tocado de esa manera, nunca se había sentido deseado de esa manera. Y la forma en que había lamido la cicatriz de su ojo aun con lo desagradable que era; sabía que había gente que sentía atracción por las marcas del cuerpo, pero nunca pensó que alguien pudiera sentirla por él, o que se sentiría tan bien ser lamido en su antigua herida. Por lo general la gente le miraba asqueado. Abrió los ojos que había cerrado involuntariamente y se encontró con la intensa mirada azul. Se dio cuenta que le veía borroso, las lágrimas caían ardientes de sus ojos. El chico se alzó y volvió a besarlo, esta vez intensamente, lamiendo las lágrimas que fluían por sus ojos, por sus mejillas, llenado de sal su boca. Luca no pudo evitar sollozar entre beso y beso. Se sentía feliz, abrumado, intrigado, sorprendido y extrañado, pero feliz, feliz sin saber porque. Tal vez solo era un juguete para su diversión de esa noche, pero para él significaba conocer una parte del mundo que desconocía, la sensación de placer que jamás había experimentado. Curiosamente el chico le dejó llorar a gusto, sin dejar de besarle y lamerle, sin imponer su voluntad para que se callara, o dejarle solo con sus sentimientos. Luca se dio cuenta cuando sintió el calor de su cuerpo desnudo aferrarse a él, inclinándole sobre los sacos, todo el peso de su cuerpo sobre el suyo, como una prisión de piel, atrapándole, confortándole, y el aroma de su cabello suave y cálido, envolviéndole completamente y el sueño venir tan dulcemente que el llanto se apagó y solo quedó la felicidad flotando en su interior. Se despertó con el ruido de los pájaros en su ventana, alzó la vista y vio que estaba en su pequeña habitación, desnudo bajo las viejas mantas. Movió la cabeza intrigado. -Un sueño?... Pero, parecía tan real- suspiró apesadumbrado. En ese momento sintió la tirantez en su hombro y notó la marca del mordisco. Su corazón comenzó a golpear alocadamente. Había sido real, pero, Por qué? Y como había llegado a su cama? No recordaba nada después de la bodega. Se ruborizó al recordar las cosas que había hecho allí. Volvería a verlo? Quería verlo, aunque solo fuera por admirar de lejos su belleza y recordar secretamente el calor y el aroma de su piel. Se levantó, consciente de que su miembro se había tensado dolorosamente ante el recuerdo de la noche anterior. Mientras se lavaba, contempló la idea de aliviarse allí mismo evocando lo sucedido, pero le pareció inmoral. Él era un criado, y que el sobrino de su señor le hubiese usado para su placer no significaba que tenía el derecho a esperar nada... Sobrino no, hijo, había dicho hijo. Se preguntó si alguien más lo sabría, o si el chico estaría bromeando con él. Eso era lo más probable. Al pensar en él sus impulsos se renovaron. -Calma, conserva el control. No va a volver a pasar nada por mucho que quieras- regañó a la cabeza que se alzaba dispuesta sobre su vientre. Aun pensando que era inmoral tuvo que aliviar su urgencia, bombeando rítmicamente más y más rápido hasta que el placer se intensificó, recordando la cara y el eje caliente en su boca, el sabor de su cuerpo, su respiración, la sal de sus besos... Y explotó, derramando su semen caliente sobre el agua de la bañera. Se quedó mirando el blanco rastro flotar en la superficie mientras recuperaba el aliento, sintiendo los labios aun latir con sus besos. Por fin partió a sus tareas diarias, pero el corazón no dejaba de palpitar en su pecho y una juguetona sonrisa aflorar a sus labios. La razón le regañaba por no poner los pies en la tierra y darse cuenta de lo absurdo de sus sentimientos, pero su cuerpo se hallaba prisionero del dulce placer de los sentidos. Era una tontería esperar nada, lo sabía, pero aun así esperaba. Tembló de expectación cuando Otto le ordenó preparar los caballos para un paseo matutino. Tenía que preparar cinco, por lo que dedujo los invitados se habían quedado y tal vez alargarían su estancia. Intentó que sus manos no temblaran al recordar los ojos azul acero que le habían deslumbrado por la noche. Qué caballo usaría? Deseaba acariciar la montura que sostendría su cuerpo, sus muslos apretando el cuero, sudando contra él, restregándose contra él, gimiendo contra él... imágenes de la noche anterior le hicieron perder el aliento y tensar su miembro. Tenía que controlarse, ese no era el momento. -Están listos los caballos?- preguntó la voz del mozo. -Casi- se disculpó Luca, bajando la mirada y tratando de esquivar la lujuria. Terminó apresuradamente y le entregó las bridas. Claro, no podría verle; no era su trabajo llevarle los animales, ni ayudarle a montar, ni mirar como se alejaba su espalda, el pelo flotando al viento mientras cabalgaba. Sintió su pecho apretarse de pesar. Quién era él? Un pobre, simple y feo huérfano tuerto, soñando con abrazar esa piel como si le perteneciera. Había sido juguete de una noche, no podía esperar más. Volvió a sus tareas, pero con el corazón pesado en el pecho y el silencio de la decepción inundando sus sentidos. Tras una frugal comida, volvió a los establos para cambiar la paja del suelo. El olor animal y del heno le tranquilizaban, calmando sus dolorosos sentidos. En ese momento oyó cascos de caballos. Salió, esperando ver al mozo con los caballos de regreso, pero sus ojos se encontraron con los acerados de su amante nocturno. Se quedó clavado al suelo, el cuerpo temblando involuntariamente, el calor del rubor extendiéndose sobre su rostro. Vestía un traje de montar sencillo, camisa y pantalones de tela suave y ligera, no muy ceñidos a su cuerpo pero sin duda lo suficiente como para no esconder su belleza. La camisa estaba ligeramente abierta, dejando ver la blanca y húmeda piel de su pecho. Su pelo estaba atrapado en una larga trenza pero resplandecía al sol. -Esta montura es muy lenta. Quiero algo mejor- demandó, bajándose de un salto grácil y entregándole las bridas. Luca asintió en silencio, bajando la cabeza, consciente de su rubor y el temblor en sus dedos. El chico se alejó, caminando por las cuadras con las manos a la espalda, contemplando los caballos. Luca comenzó a quitar la montura del animal, notando lo sudado que estaba; parecía como si hubiese corrido al galope todo el camino. Se volvió al sentir un calor a su espalda- No hay nadie más atendiendo las cuadras? -No, señor... Es... la hora de la comida- susurró con voz entrecortada al notar el cálido aliento muy cerca de su oído. -Y tú no te alimentas? -No, señor, yo...- comenzaba a decir cuando al girar el rostro sus labios le atraparon. El corazón golpeó tan fuerte en su pecho que creyó se había detenido por un instante o estallado por la emoción, pero solo lo sintió bajar por su estómago y latir sobre su miembro tensado. -Pareces hambriento- sonrió el chico al liberar sus labios, consciente del gesto de Luca por alcanzarlos nuevamente. Éste se ruborizó completamente, apartando la vista y volviéndola al caballo. -Ya he comido- protestó en un murmullo. El chico se le quedó mirando. -No lo parece. -Le buscaré una montura fresca... Solo déjeme que atienda esta- intentó esquivar el cuerpo que le cerraba la salida con poco éxito. Se encontró de nuevo entre los largos y firmes brazos que le envolvían, fuertes a pesar de lo delgados que eran. Sus ojos de azul acero se clavaban en los suyos. -No quiero otra. Quiero montarte a ti- exigió. Luca perdió el aliento. Era un sueño, era realidad? La lujuria se extendió por todo su cuerpo. Sí, sí, sí, Tómame! gritó su piel pero sus labios no se abrieron. -Déjeme atender al caballo... primero- fue lo único que logró decir, apartando la mirada sonrojada y expectante. El chico aun no lo había soltado. -Se rápido- dijo luego de un silencioso escrutinio a su rostro. Luca fue liberado de su trampa de piel, lamentando alejarse de ese calor, pero consciente de que necesitaba unos minutos para calmarse y pensar, racionalizar lo que estaba pasando. Él lo quería a él, A él! Pero no, no debía ver más de lo que era, no esperar nada más de lo que era... El chico estaría aburrido o excitado por la carrera, deseando aliviar el ardor de su cuerpo y él era lo más a mano. Pero que rayos importaba! Él no deseaba nada más que tocar esa piel de nuevo, sentir su cuerpo contra el suyo, su olor, sus besos. Se dio cuenta que había empezado a jadear involuntariamente, su cuerpo anticipándose al placer. Se ruborizó al notar la mirada intensa del chico que no había apartado un momento los ojos de él, allí de pie contra la puerta del establo. Por dios, que bello era, aun en esa ropa sencilla, aun desnudo. Luca se apresuró a quitar la montura, poner agua y heno al animal, secarle el sudor del cuerpo torpemente con un paño, su corazón latiendo a mil por hora. Se sobresaltó cuando sintió una mano sujetar la suya. -Es suficiente, ven conmigo- ordenó en su oído y se encontró incapaz de hacer otra cosa que obedecer. Dejó caer el paño al suelo y le acompañó a un establo vacío. El heno estaba esparcido de forma irregular, dejando una esquina con un montón apilado. El chico cogió una manta para caballos que se estaba colgada allí y la lanzó sobre el montón, cogiendo luego a Luca por la muñeca y lanzándole al suelo. El impacto fue absorbido por el heno. Complacido, el chico se echó sobre él, apresando sus manos por sobre su cabeza, entrelazando sus dedos con los suyos para mantenerle retenido mientras su boca atrapaba la suya. Su lengua húmeda y ávida se hundía en el interior, la saliva mezclándose a la suya, los dientes chocando en un feroz beso, la respiración agitada, gruñidos salvajes, ahogados en la boca del otro, los dedos aprisionando entre los suyos. Luca gimió en su boca, alzando las caderas y restregándose contra él, hambriento por su toque. Le sintió sonreír sin dejar de besarle. Liberó una mano y con ella bajó hasta tocar la erección de Luca. Este gimió de placer, ahogado entre sus labios. El chico introdujo la mano por sus pantalones y apretó su duro miembro lo suficientemente fuerte como para evitar que eyaculara en ese momento, liberándole de sus labios. -Aun no. Esta montura no está lo suficientemente caliente- sonrió, sentándose a horcajadas entre sus caderas. Luca le miró fascinado, con el aliento estremecido y el corazón galopando como un pura sangre en su pecho. Sentía su peso, el peso de su cuerpo y sus muslos apretarse contra él. Echó hacia atrás la cabeza, suspirando de puro placer. Estaría soñando? De verdad se había convertido en su montura? Solo en sus locos sueños... -Hey, no te corras aun. Te lo prohíbo- oyó su voz, devolviéndole a la realidad. Abrió los ojos y vio sus acerados ojos clavados a los suyos. Notó que su erección era tan prominente como la suya, la roja punta tratando de escapar de la apretada ropa, dejando un rastro húmedo sobre el borde. Le deseaba tanto, tanto... Aunque solo fuera un juego para él. Casi orgasmó al sentir sus muslos volver a apretarle. Al notar el rápido ritmo de su respiración, el chico se inclinó otra vez sobre él besándolo, su mano ahora alzando el cabello para descubrir la cicatriz oculta- Mm, cuanta impaciencia- susurró sobre ella mientras lamía su párpado. Luca podía sentir la punta de su miembro rozando la suya, su húmeda erección abrazando la suya a través de la ropa. Comenzó a gemir cuando se movieron juntos en sincronía, rozándose el uno al otro en busca de placer, su aliento en su oído, su jadeo en el suyo. Luca enterró los dedos de su mano libre en su hombro, sosteniéndose cuando el placer se convirtió en una dolorosa necesidad, los dedos de su otra mano apresados aun entre los suyos, sintiendo su pulso desbocado en ellos. Sus testículos se apretaron, expulsando intensamente el semen de su cuerpo con un grito ahogado mezclado al del chico, como uno solo. Dejó caer la cabeza inerte, relajando el cuerpo, notando el peso ajeno sobre sus miembros, los dedos de la mano acalambrados por el agarre, pero sin querer dejarlo ir, sin querer perder ese calor y esa piel tan cálida y palpitante. Se sentía vivo, vivo y agradecido por primera vez en su vida. Las lágrimas se juntaron en sus ojos y se deslizaron a los lados, para caer sobre el heno. Su pecho se apretó, intentando contener los sollozos. Sentía la humedad caliente de su liberación empapar su camisa, pero no le importó. Aunque fuera solo un juego, un desfogue repentino no le importó. Estaba vivo, respiraba, sentía, deseaba. Por primera vez en su vida estaba consciente de sus sentidos. El chico alzó la cabeza, aun descansando sobre su cuerpo, y le miró profundamente en silencio. Sentía el latido de su corazón contra su pecho y los suaves estremecimientos de su sollozo. Liberó los dedos de los suyos y se arrastró hasta quedar más cerca de su rostro. Movió los labios por su pelo, besando su cicatriz, y bajando a sus labios. De pronto se separó de su boca y alzó la cabeza como si escuchara algo, frunciendo las cejas. -Tengo que irme- pronunció poniéndose súbitamente de rodillas, separando su cuerpo del suyo. Luca notó con dolor la perdida de su calor, alzando la mano instintivamente para agarrar su ropa. -Espera- protestó, aun sin saber como se atrevía a intentar retenerle y tratarlo sin formalidad, pero ellos... ellos habían compartido algo y....- Señor- balbuceó. - Évan . Mi nombre es Évan . Y tengo que marcharme ahora. Más tarde vendré por ti- prometió con una sonrisa, poniéndose totalmente de pie y volviendo la cabeza a donde parecía provenir algún sonido- Espérame- le dijo mirando sus ojos antes de alejarse corriendo por el camino contrario. Luca se quedó allí, paralizado, incapaz de racionalizar. Sus besos aun ardían, el peso de su cuerpo, su olor impregnado a él. Se miró la camisa empapada de semen. Cuánto sería suyo y cuánto de Évan? - Évan - susurró, y el miedo, el placer y el amor se apretaron juntos en su pecho, arremolinándose turbulentos en su corazón III No sabía si confiar en su promesa. Era impensable que la cumpliera. Quien era él para esperar nada a cambio? Pero contra toda esperanza esperó. La tarde paso rápida y pronto llegó la noche. Su expectación y sus nervios crecían por minutos, así como la lujuria. Su cuerpo estaba hambriento de ser tocado, exprimido, acariciado por otra piel suave y húmeda, palpitante de vida. -Déjame sentirme vivo una vez más, Évan , entre tu piel.... Évan - era su silenciosa oración, que no pasaba más allá de sus labios cerrados. Espió los sonidos de la noche esperando su regreso. Pero la noche pasó y se fue, y nadie vino. La mañana le encontró cansado de velar, exhausto de sostener falsas esperanzas, su corazón pesado por la certeza de que era un estúpido, el estúpido más grande sobre la faz de la tierra. Y recordó su pobreza, su fealdad, su falta de orígenes, y sintió las lágrimas amargas sacudir sus ojos y su pecho, y lloró. Pero no había nadie a quien culpar por su tontería, más que a sí mismo. Por fin se recompuso y salió al exterior como era su obligación, a cumplir con sus deberes. -Ha sido un poco inesperado. -Sí, pero así son las batallas. Y tal vez las noticias sean del frente... y de su hijo. -Bueno, al menos nos podremos relajar un par de días. Nada de festines a toda prisa... -Es verdad. Los ricos a veces se olvidan de que los pobres tenemos más trabajo entre manos del que nos gustaría. Hey, chico, lleva esto adentro y ten cuidado de no tirarlo a mitad de camino- le ordenó una de las lavanderas, señalándole un pesado cesto con ropa doblada. Luca lo cogió, expulsando el aire por el esfuerzo de levantarlo. Sus músculos temblaban como nunca después de las actividades en el establo. Trato de reprimir el pensamiento, pero le provocó dolor y placer al mismo tiempo. Sería esa la lujuria? Un placer tan doloroso y un dolor tan placentero que no se podía evitar. Suspiró sin darse cuenta. -Oye, oye, deja de ronronear como un gato enamorado y ayudame aquí- protestó la cocinera cuando regresaba de dejar la ropa, señalándole un saco de harina- Ve por más a la bodega. La bodega. El último lugar al que Luca quería regresar. Allí había sido la primera vez... sacudió la cabeza, no, no debía pensar en ello. Un juguete no tenía derecho a desear nada. Pero si era un juguete, Por qué elegir uno roto como él? Por qué no buscar uno mejor, más perfecto, más bello. Había otros sirvientes en la mansión.. Otros.... La idea lo molestó de una manera que no había conocido antes, royéndole el alma. -Habrá que aprovechar que el señor no está para hacer suficiente pan, por si se le ocurre traer a más gente de regreso- estaba diciendo la cocinera. -El señor se ha marchado? -Sí, niño. En comitiva para acompañar el regreso del conde a su castillo... Pero bueno, donde está esa harina?- le apremió. Luca partió corriendo. Eso era, por eso no le había buscado aquella noche. Su corazón se sintió más ligero de pronto. Se había marchado con su tío. Su padre. Volvió a preguntarse si realmente era el hijo no reconocido del señor. Recordó que cuando se lo había dicho sonreía con sarcasmo pero sus ojos eran tristes. Bueno, al menos él sabía quien era su padre, pero en cuanto a Luca... Se llevó la mano involuntariamente a su ojo ciego, tocando la cicatriz que había sido besada y lamida tan tiernamente. Aun cuando estaba roto había sido amado, deseado, acariciado, cosas que nunca había conocido. Aunque solo fuera un par de veces, le bastaba para una vida entera. -No, no basta. No hasta que regreses a mí. A mis brazos, que seas solo para mí- protestó en silencio, sentado en su claro del bosque aquella noche sin luna. El viento soplaba gélido como hacía varias noches, trayendo el soplo del otoño entre sus alas. A Luca le gustaba ver como las hojas cambiaban de aspecto volviéndose sonrojadas y ocres a medida que el tiempo se volvía más frío. Pero esa noche todos sus pensamientos era para Évan. Podría ser un muñeco roto, pobre, abandonado por su padre, pero tenía derecho a desear, aun en el fondo de su corazón, anhelar el ser amado. Aun cuando eso estuviese muy lejos de ser posible. Aquella noche se durmió con su nombre en los labios, sin saber si volvería a verle, o si simplemente tendría el valor para seguir respirando sin sentir que él estaba bajo su piel. Varios días pasaron, días de rutina con sus quehacer habituales, los cuales se le volvían de una manera aburridos, anhelando siempre algo más. Con el correr de los días los recuerdos se intensificaron y más de una vez se encontró con la necesidad casi dolorosa de liberar a su cuerpo del deseo en los momentos más inapropiados, cuando un olor, una voz o algo despertaba inesperadamente sus memorias. Entonces buscaba el amparo de las sombras y bombeaba su eje, trayendo a su mente las facciones de Évan, sus caricias, su aroma, el peso de su cuerpo, la textura de su piel, y pronto su delirio enloquecía de placer y su esperma se empujaba fuera de su cuerpo, explotando con fuerza, como si quisiera vaciarlo por completo. Una noche se recostó agotado entre las mantas, susurrando su nombre hasta que el sueño le venció. En medio de la oscuridad sintió el toque de una mano en su pecho, moverse bajo la ropa, acariciándole. Volvió de la inconsciencia, sintiendo el fuerte latido de su corazón y deseando no abrir los ojos, no despertar de ese dulce sueño. - Évan - susurró sin querer. La mano se detuvo pero no se alejó de su piel. -Vine a cumplir mi promesa- murmuró en su oído, trazando la circunferencia de su pezón, apretando la endurecida punta. Luca gimió- Veo que no llego tarde. Luca se giró, abriendo por fin los ojos y atrapó sus labios con los suyos. Évan se dejó besar, un beso salvaje y devorador, anhelante. Los dedos del chico le arañaban la cara, se aferraban a sus hombros con desesperación, recorrían su rostro mientras le mordía y mezclaba su saliva con la suya. Su respiración era tan caliente, tan ansiosa. Sonrió sin querer. Sí, le deseaba. -Dónde estabas?... Esperé... pero no viniste- le oyó susurrar entre beso y beso. En respuesta, Évan lo empujó sobre la cama, quitándose la camisa a tirones y abriéndole su viejo piyama. Luca lanzó un gemido hambriento. -Estoy aquí ahora- dijo mientras le quitaba los pantalones. El chico le miraba en silencio, su ojo único lleno de sentimientos que le traspasaban, deseo, amor, lujuria... No pudo evitarlo y se abalanzó sobre él, chocando contra su cuerpo, volviendo a hundir la lengua en su boca. Luca se abrió para él, gimiendo por más. Notó la dureza de su erección en su estómago, la humedad que goteaba de la punta y dejaba un rastro caliente sobre su piel. Olía tan bien. Évan apenas podía contenerse. Se separó un instante, quitándose sus pantalones a patadas y volvió a acomodarse contra su cuerpo, contra la piel que pedía más de él, que le anhelaba tanto que casi dolía en sus sentidos. Agarró su pene y el de Luca juntos en su mano, moviéndolos al mismo tiempo, sintiendo el cuerpo bajo él estremecerse de placer. Comenzaron a perder la respiración, moviéndose al mismo ritmo, agitándose como un solo cuerpo, el plateado cabello de Évan mezclado al negro de Luca, piel sobre piel, deslizándose al placer mientras la cama crujía. Évan sintió la mano de Luca aferrarse a la que sostenía a ambos y marcar también su ritmo. Alzó los ojos y miró el suyo tan cerca, tan lleno de amor y pasión que no pudo evitar correrse en ese momento, lanzando un grito ahogado de placer. Sintió su esperma vaciarse y vio el chorro que salió empujado con fuerza desde sus dedos un segundo después que el suyo, caer lechoso sobre el vientre de Luca. Este aun se estremecía jadeando de placer. Évan liberó su mano y se inclinó sobre él para besarlo. Sus labios se apretaron a los suyos cansada pero anhelantemente. Le gustaba su hambre, un apetito que parecía no poder ser saciado. Y allí estaban de nuevo los tenues sollozos, las manos que se aferraban a su cuerpo como si no quisiera otra cosa que fundirse con su piel. Esa hambre que no podía ser saciada resonaba con ecos familiares en su espíritu. Se alimentó de las lágrimas como las otras veces, acariciando el ojo herido, calmando con su lengua el dolor pasado. Se quedó pegado a él, aun húmedo por su esperma liberada al unísono, pero incapaz de zafarse de la prisión de los dedos enterrados en su carne. Le oyó dormir, la tranquila y pesada respiración pegada a su oído. Olfateó su pelo; olores animales se mezclaban a él, a tierra y almizcle, a madera y sudor, a humano y animal. Sintió que eran similares, ninguna criatura sobre la tierra tan solitaria, ninguna tan anhelante. Cuando Luca despertó esa madrugada se encontró envuelto en el sedoso cabello. Su corazón golpeó de felicidad. No era un sueño, estaba realmente allí. - Évan - susurró apenas, mirando su rostro dormido. Era tan bello que sintió como su pecho se apretaba de emoción y tontas lágrimas afluían a sus ojos. Tan cálido, tan cercano que deseó poseerle para siempre- Te amo- resonó en su mente, aun cuando sabía lo estúpido e inútil de ese sentimiento. Se quedó mirándole largamente, con el amanecer aun gris en su ventana. Se podría quedar así por siempre, envejecer a su lado mirándole. Évan despertó, encontrándose con la amorosa mirada del chico. Sonrió apretándose un poco más contra él, escondiendo el rostro en su cuello. Sintió su mano acariciar tentativamente su hombro y no se movió, a la espera de que cogiera más valor. Por fin Luca le abrazó, no suavemente, sino casi con brusquedad, posesivamente. -Has... has estado con tu padre, acompañando al conde?- comenzó su voz casi temblorosa, pero logró estabilizarse. Évan sonrió, jugando con algunos de sus negros mechones, sin querer apartar la cara de su cuello. -Sí, no tuve alternativa. Mi tía me hubiese preferido lejos, pero no tuve otra opción si es que voy a heredar el negocio- respondió sin alzar la voz. Luca se quedó un instante en silencio. -Eres su hijo en verdad? -Sí. No has oído los rumores?- pero Luca sacudió la cabeza. Évan se sentó a su lado y le miró a la cara. Le sintió estremecer como siempre que fijaba su vista en él. Bueno eso no era nuevo, mucha gente le miraba con miedo, gente que sabía su secreto- No hablan de mí en sus cuchicheos por los pasillos? -Sí hablan, pero... no había oído nada de eso- se ruborizó Luca. No le gustaba oír comentarios ajenos, pero a veces no tenía otra opción- Pero no se lo diré a nadie- le juró con pupila brillante y temblorosa. Évan no pudo resistir inclinarse y tomar sus labios. Eran cálidos y húmedos, y su hambre resonó entre sus besos. -No importa. Mi padre me alejó de él por buenas razones... aunque no las comparta. Pero no puede intentar obligarme ahora a ser algo que no soy- protestó. Luca le miraba confundido. -No quieres... ser su heredero?- preguntó cuando Évan se apartó, acostándose de espaldas en la cama. Éste lo miró largamente, sopesando su pregunta. Pensaba que Luca, de entre todos le entendería -No, no quiero. Y no puedo. Pero si pudiera escoger, viviría en los bosques... Contigo- vio como su mirada se volvía húmeda y temblaba de ternura, sonrojándose de placer- Vendrías conmigo aunque no tuviera nada que ofrecerte? -Sí - fue la rápida respuesta de Luca, sin titubeos, con la simple convicción del amor más puro y entregado. Évan sintió que el hielo y el temor que había sentido tan a menudo se derretía en su interior un poco. -Aunque supieras lo que soy?- le preguntó en el silencio de su mente, sin atreverse a pronunciar las palabras, pero su pupila le dio la respuesta: "Sí" -Luca - susurró su nombre, alzando la mano para acariciar su mejilla. Él le miró algo sorprendido, pero Évan no le dio tiempo a pensar, asaltando sus labios, invadiendo con su cuerpo el espacio que los separaba, acoplándose a su piel para fundirse en ella como una sola. Le hizo gemir, apresadas sus muñecas sobre su cabeza en la almohada, mientras con su otra mano volvía a agitar intensamente ambos ejes húmedos con fuerza, tan fuerte como para que se corrieran mil veces. Évan no quería dejarle ir, no quería que ese momento acabara. Cuando el orgasmo le alcanzó volvió a hundir los dientes en la carne de su hombro, sobre la marca cicatrizada de su anterior mordisco, abriéndola y chupando la sangre antes de gritar liberándose de su carga. Luca gritó también y le clavó las uñas en la mano que había liberado sus muñecas, aferrándose intensamente a él. Tras limpiarse se quedaron recostados un momento, mientras el sol de la mañana invadía cálidamente la ventana. Luca se levantó a regañadientes, mirando a su compañero. -Tienes que marcharte ya?- preguntó Évan. Luca asintió en silencio mientras se vestía. Estaba un poco avergonzado de que viera así su cuerpo delgado y sin gracia a la luz de la mañana, pero no de las cosas que habían hecho hacía unos momentos. Cuando se ataba los pantalones sintió las cálidas manos de Évan ayudándole, mientras su pelo acariciaba su espalda. -Parece que "él" está más despierto de lo que debería- sonrió contra su oreja, bajando un poco el borde de sus pantalones. Luca miró la cabeza roja y atenta de su miembro, queriendo emerger de su prisión de tela y sintió los dedos de Évan rozarla levemente. -Y de quién es la culpa?- no pudo evitar protestar, intentando quitar su mano. Évan lanzó una carcajada, pero no se movió, ni su mano ni su cuerpo tras su espalda. -Crees que le gusto tanto como él a mí?- sopló seductoramente en su oído. Luca volvió levemente la mirada, y Évan pudo ver que se había sonrojado. Eso hizo latir más aprisa su corazón. Alzó la mano de sus pantalones hacia su rostro, acariciando la suave linea de su mentón, alzando el cabello para tocar la cicatriz en su mejilla, inclinándose para besarlo. -Por qué?- oyó que susurraba entre sus labios. Se separó para mirarle. Luca se volvió quedando frente a él, pero no alzó la mirada- Por qué te gusta tocarme ahí? -Te refieres aquí- dijo rozando con un dedo su ojo. Él asintió- Me gusta. -No te parece... repugnante?- preguntó aun sin levantar los ojos. Évan le cogió de la barbilla y le alzó hacia él. Su pupila temblaba levemente de miedo y esperanza. Eso apaciguó su corazón. -Por qué? Es parte de ti. -Pero yo... Quiero decir, mucha gente... bueno... A la gente en general no les gusta ver mi rostro. Esa parte de mi rostro. Sé que hay algunos que se sienten atraídos por lo diferente...- intentó, sonrojándose sin querer. -Te refieres a un fetiche? Bueno, a mí en general no me atraen las marcas de otros cuerpos, pero en tu caso...- vio la expectación en su rostro y eso llenó de alegría su corazón. En respuesta lamió amorosamente su cicatriz y su párpado. Sintió como Luca se estremecía de placer. Quería quedarse allí por siempre y hacerle feliz, pero la mañana se movía inclemente y ya podía sentir los olores lejanos de la cocina y los cuerpos que se movían por la mansión- Quiero saber cosas de ti, que me cuentes sobre tu cicatriz y tu vida pasada. Que me hables sobre ti. Pero no ahora. -Estarás aquí? Cuando vuelva, quiero decir, más tarde. -Sí, estaré. -Pero el señor... -Mi padre cree que estoy de camino. Nadie tiene que saber que estoy aquí- Luca sonrió con alegría. Sería verdad? Iba a ser suyo, solo para él por un día entero? Évan sonrió ante la deslumbrante sonrisa del chico y las manos que sujetaron las suyas posesivamente- Pero tienes que irte ahora. -Te aburrirás encerrado aquí- dijo con pesar, mirando la desnuda habitación. -Me perderé por los bosques y volveré para cenar. -Te traeré algo de comer- se alzó hacia Évan de pronto y le dio un beso en los labios. El amor que le transmitió estremeció sus sentidos. -Te esperaré- susurró con el corazón golpeando en su pecho. Cuando Luca se marchó, se sentó al borde de la cama, llevándose las manos al rostro. Un par de días más y entonces se enfrentaría a su destino. Y quizás Luca se alejaría para siempre de su lado. El solo pensamiento le hizo perder el aliento. No, no podía permitirlo, no después de tanto tiempo solo, encerrado con su demonio interior. No ahora que le había encontrado. Luca apenas podía creer su buena suerte. Ese día se deslizó lleno de felicidad, la sonrisa siempre en sus labios, el corazón golpeando en su pecho como un pájaro alegre. No comió, prefirió adelantar trabajo para poder marcharse antes. Y cuando la tarde llegó se proveyó bien de pan, queso y manzanas y corrió a su encuentro. En un momento que pudo escapar a su cuarto, se encontró con Évan y le dijo sobre su claro en el bosque. Acordaron verse alli a la hora de cenar. Estaba lejos de la mansión así que podrían estar tranquilos. Y a solas. Un calor de deseo se extendió por su rostro, bajando hacia su vientre y tensándolo en expectación Por fin para él, solo para él. Se acercó, descubriéndole absorto en la lectura de su viejo libro. Se movió sin ruido, deseando sorprenderle, pero una de las manzanas se cayó al suelo ruidosamente, arruinando sus esfuerzos. Évan la cogió de la hierba, limpiándola en su manga para morderla con ganas. -Gracias. Me encantan- pronunció sin volverse a mirarlo, continuando la lectura. Luca se sentó a su lado, disponiendo la cena para ambos en un silencio feliz. Sin dejar de leer, Évan cogió el sándwich de queso, tras acabar su manzana y lo mordisqueó. Luca tocó su hombro con el suyo, haciendo lo mismo. La luz de la tarde moría por el horizonte, pero dejaba un rastro rojizo sobre la copa de los árboles. Pronto los pájaros callarían y reinarían los cánticos de los insectos. Luca deseaba besarlo, tocarlo, alimentarse de su piel más que del pan, pero no quiso interrumpir su lectura. Él también amaba los libros. -Esta historia es muy buena. Un hombre que se libera de su prisión y viaja por todo el mundo buscando su propio destino. No creo haber leído un libro así donde me educaron. Es ciertamente una idea esperanzadora. -Qué libros había en el internado?- le oyó preguntar. Se volvió a medias, mirando la sombra de su rostro. Algunos rastros de pan quedaban en su mejilla y le hicieron sonreír a medias. -Bueno, yo no lo llamaría internado, sino más bien una prisión- dijo mientras le limpiaba suavemente el rostro- Y la mayoría de los libros allí eran de ciencias aplicadas, es decir matemáticas, lógica, algo de astronomía, etc, etc. En una palabra: aburridos. Lo mío eran las novelas de aventuras. -Son las mejores- sonrió Luca. -Pero claro, los monjes carceleros las mantenían bajo llave. No eran un tipo de lectura adecuada para un recinto de alabanza a las divinidades... -Monjes? -Era un monasterio- Luca le miró confuso. Évan tomó aire- Eso de que era un internado, una escuela para jovencitos ricos era una mentira de mi padre. Me encerró en un monasterio. -Pero ¿por qué? ¿Quería que te volvieras monje?- preguntó confundido. Évan lanzó una risa amarga. -Tú mejor que nadie deberías saber que no tengo madera de monje- Luca se ruborizó- No, lo hizo porque quería mantenerme a salvo. -De quién? -De mi mismo. Évan le miró con profundidad y sintió como los pensamientos de Luca se desarrollaban en su mente, pero no notó miedo o zozobra. No, allí solo había interés, teñido de preocupación. -Porque eres su hijo?- preguntó al fin. Évan sonrió con tristeza. -En parte- aun era pronto, tendría que esperar para decirle la verdad, aunque pronto la vería con sus propios ojos- Ahora háblame sobre ti, Luca . El chico le contó sobre la madre que había muerto al nacer, el padre buhonero y borracho a quien quería, pero que en un arranque de ebriedad le había dejado tuerto. Le contó sobre el orfanato. -No era tan malo, si sabías como sobrevivir. Al principio me costó acostumbrarme a las reglas, pero al menos tenía comida caliente y una cama, aunque tenía que compartirla. Pero eso no estaba mal en el invierno. -Alguna vez alguien... bueno, ¿te tocó?- preguntó Évan. Luca al principio no comprendió, pero al entender se sonrojó levemente. -No... Bueno, nadie lo habría intentado de todas formas, con mi ojo muerto y eso... -Tu ojo no está muerto. Puede que no veas por él, pero aun deja caer lágrimas- dijo rozando su párpado. Luca se estremeció de anhelo. -Tú eres el único.. con el que quiero hacer esto- susurró apenas audiblemente. Évan se inclinó para besarlo. -No te importa que sea un hombre?- Luca negó con la cabeza- Y que hubiera otros antes que tú? -Los hubo?- preguntó con tanta inquietud que Évan no pudo evitar sonreír. -Bueno, eran monjes rezando todo el día a los dioses, así que no había mucho tiempo para hacer nada más que orar- Luca levantó una ceja, esperando una respuesta más específica- No, no hubo nadie más, te lo prometo. Eres el único. -Es difícil de creer- se le escapó con amargura. Ahora fue Évan quien le miró intrigado- Eres... eres tan hermoso que no se puede expresar con palabras- confesó atropelladamente, su ojo brillante y las mejillas encendidas. Évan sintió que su corazón temblaba de deseo. Se aproximó a él, muy cerca y sopló sobre sus labios. -Demuéstramelo entonces. Se cayó de espaldas sobre la hierba cuando Luca se lanzó a sus brazos, su cuerpo aprisionando al suyo, sus labios devoradores consumiéndole con esa hambre insaciable que empujaba sus sentidos. Se dejó morder, libar, abrazar, devorar por ese fuego, sintiendo su corazón de latido intenso golpear en su pecho. Demasiada ropa, demasiada piel los separaba. Se desnudaron con premura, la piel rozando la hierba mientras la noche caía, soplando su viento helado sobre el ardor de sus cuerpos. Sudor mezclado a sudor, saliva a saliva. Las piernas enredadas y las manos buscándose en la oscuridad, acariciando, arañando, dejando marcas, tratando de fundirse en un solo apretado abrazo. Luca estaba sentado a horcajadas sobre él, gimiendo mientras Évan sostenía su pene, moviéndolo con su mano al mismo ritmo de su respiración, mientras su propia erección le rozaba las nalgas, apoyándose lentamente en el espacio entre ellas. Luca sintió su dedo invadir la entrada, primero uno, luego otro, y otro más, estirándole dolorosa pero placenteramente. Nunca había sido tocado en ese lugar, pero nunca creyó que pudiera sentirse tan bien. Évan usó la humedad de su pre semen para preparar la entrada y cuando notó que Luca respondía sin tensarse alrededor de sus dedos los retiró. Apoyó la cabeza de su miembro en la húmeda abertura, probando a dar unos ligeros golpes sobre ella, entrando levemente. Luca respondió con un gemido. Le cogió de la nuca, acercándole a él. -Bésame- sintió el calor de su lengua envolver la suya, su húmeda y temblorosa respiración- Tienes miedo?- susurró entre sus labios. -No- fue la pronta respuesta. -Déjame entrar en ti. Quiero hacerte mío- Évan empujó un poco más. Luca echó la cabeza hacia atrás, gimiendo mientras le sentía entrar en él, el dolor y el éxtasis confundidos en uno solo. Évan logró deslizarse poco a poco por la apretada abertura que se abría lentamente para dejarle entrar, primero el anillo de músculos y una vez dentro se empujó hacia el interior con más facilidad, llenándole por completo. Luca exhaló un gemido de placer, volviendo la mirada jadeante a su rostro. Aun estaba sobre él, rodeándole con sus muslos. Bajó un poco hasta la altura de un beso y volvió a gemir ahogádamente sobre sus labios al sentirle moverse en su interior, entrando y saliendo de él con rítmicos movimientos, aumentando la velocidad hasta que ya no pudo sentir más que la locura extenderse al filo de sus sentidos. -Évan - gimió perdido de placer. Évan sintió como su miembro se tensaba dentro de su cuerpo, sus testículos apretados al borde del éxtasis. Y no pudo evitarlo más. El esperma se liberó de golpe, inundando el pasaje donde se hallaba atrapado, lanzando un grito salvaje, gutural de placer al correrse dentro de su amante. Como respondiendo a él, Luca se aferró con fuerza, sus labios entre abiertos sobre los suyos, sin llegar a besarle, mientras su gemido se confundía al suyo y derramaba su blanco semen sobre el pecho de su amado. Sus estremecimientos de placer hicieron a Évan estremecerse aun más, atrapado en su interior, disfrutando hasta la última de sus contracciones. Evan le atrajo contra sí, jadeando en su oído presa del intenso placer compartido, inesperadas lágrimas acumulándose en sus ojos. Sentía el cálido semen sobre su pecho, el sudor y los latidos mezclados de sus corazones como uno solo, como si nunca hubiese sido de otra manera, como si esa noche hubiese encontrado a la otra mitad de su ser. Hundió el rostro en su negro cabello, dejando perder silenciosas lágrimas en su hombro, aun abrazado a él. Ahora entendía que el hambre era mutua, y nunca podría ser saciada por nadie más que Luca. IV Luca miraba el firmamento nocturno, hundiendo la nariz en el plateado cabello que se apretaba contra su pecho. Aun estaban desnudos sobre la hierba y el aire soplaba frío, pero él no podía notarlo, atrapado en el calor del cuerpo que sostenía contra el suyo, hechizado por los sentimientos. Évan se había adormilado entre sus brazos y Luca deseaba que no despertara nunca para poder sostenerlo así para siempre. Nunca había amado a nadie de esa manera tan desesperada, tan intensa que dolía. También lloró en silencio, pero eso era muy común a él. A menudo sollozaba con las historias que leía, identificándose con el sentir de los personajes. Pero esto era diferente, era su propia historia y la intensidad de sus emociones le estremecían, haciéndole tener miedo. Évan por fin estaba en sus brazos, era suyo, solo suyo, pero eso aumentaba el miedo de perderlo. Así como creyó que la vida que tenía con su padre, aunque no del todo buena, duraría para siempre, así como creyó que se quedaría siempre en el orfanato, así como se había resignado a vivir sus días sirviendo mudo y eficiente en la mansión, ahora todo su mundo estaba del revés. Con un chico tan bello como Évan apretado a su pecho, con un padre rico y poderoso que no lo reconocía a sus espaldas y un incierto destino a su frente, Luca no sabía que esperar. Qué podía hacer alguien como él, tan pequeño en un mundo tan grande? Évan se estremeció cuando el aire sopló un poco sobre su piel. Luca lo acunó. Cómo podría protegerlo? Pero sabía que aun siendo pobre, pequeño y sin un pasado deslumbrante, no le abandonaría, jamás le dejaría. Había sellado esa promesa desde hacía mucho tiempo, una noche como esa, mirando las estrellas. Évan despertó de pronto. -Mm, hace frío- dijo adormilado. -Sí, deberíamos volver a la habitación. Alzó la vista y se encontró con la mirada de Luca , dulce y refulgente con la luz de las estrellas. -Estás bien? Tu cuerpo, quiero decir- dijo apoyando la mano sobre su cadera. Luca se sonrojó en la oscuridad. -Creo que sí. La verdad es que no sabía exactamente lo que estábamos haciendo, porque nunca lo había hecho, pero me hacía una idea. Bueno, supongo que estoy bien, aunque aun... -Aun? -Se siente como si estuvieras dentro de mí- murmuró mirándole con dulzura. Évan sonrió. -En serio? -Es eso normal? No es que se sienta mal- aclaró. -No lo sé. Tampoco he hecho esto antes y solo conocía la teoría por algunos libros prohibidos que encontré en el monasterio. En realidad eran sobre mujeres, así que mucha de la teoría no puede aplicarse al caso- dijo recorriendo su muslo con la mano, notando la fría piel- Pero también encontré uno de amor entre hombres, aunque estaba en una lengua que me impidió leerlo... y bueno, al ver la imágenes me di cuenta de cuales eran mis preferencias. -Qué edad tenías?- preguntó Luca, luego de inclinarse para besarlo con ganas. -Trece años. -Y desde cuando vivías en el monasterio? -Desde siempre. Siempre. Esas palabras fueron para Luca como una llave encajada en una cerradura, lista para ser girada. Pero realmente no sabía si quería abrir la puerta, al menos no aun y sin el permiso de Évan . El aire nocturno pasó sobre ellos agitando las ramas con fuerza. -Está haciendo mucho frío. Vamos a casa- dijo Évan poniéndose de pie, desnudo y bello contra la noche. Extendió una mano en su dirección que Luca tomó con fuerza, poniéndose de pie, pero sus piernas se sintieron débiles y un dolor no muy agudo se extendió por su trasero- Puedes caminar?- preguntó al verle inestable. -Eso creo- intentó dando un par de pasos, pero entonces él lo detuvo. -Espera, coge esto- le dio la ropa y el libro. En cuanto Luca los apretó contra sí, Évan le levantó del suelo, cargándolo en sus brazos. -Pero... pero... Y si alguien nos ve? -A esta hora de la noche, solo pueden vernos las estrellas- sonrió el chico. Luca se ruborizó sin querer, sintiendo el calor cercano de su piel, su respiración y el movimiento de su cuerpo mientras lo llevaba por el sendero del bosque. "No soy una chica", quiso protestar, pero nunca nadie le había cargado entre sus brazos y se sentía tan bien. Apoyó la cabeza cansada y soñolienta sobre su pecho, dejándose mecer por su acompasado caminar. Cuando llegaron a la habitación, Évan dejó a Luca dormido sobre la cama, buscando una palangana con agua y un paño seco para limpiarle. Un rastro blanco y pegajoso quedaba aun entre sus nalgas y abertura. Le limpió con cuidado sin querer despertarle. Había deseado decírselo, hablarle sobre su perdida naturaleza, pero a último momento se había arrepentido. El miedo se apretaba siempre en su vientre a último minuto. Cuando terminó, le metió a la cama, acostándose a su lado para atraer su cuerpo contra sí, apretándolo con fuerza. -No me dejes, Luca. Pase lo que pase, no me dejes- le suplicó en un susurro mientras hundía la nariz en su cabello. La madrugada llegó, trayendo el olor del bosque envuelto por la niebla. Luca se despertó en brazos de su amante, sintiendo su corazón latir como siempre que miraba su rostro. Le parecía increíble, casi mágico, un regalo del destino encontrarse a su lado, y el temor de perderle volvió a resonar en su memoria, pero el eco se desvaneció al sentir el calor cercano de su piel desnuda. Quiso besarlo, arder sus labios con los suyos, pero verle dormir tan pacíficamente y recordar su encuentro nocturno le mantuvo al margen. Quería saborearlo el mayor tiempo que pudiera... Quizás, sería la última vez. Évan abrió sus ojos y le observó, sonriéndole en silencio. -Luca- comenzó, alzando la mano y rozando su rostro. Él tomó su mano y besó sus dedos con labios tibios. Évan volvió a sonreír, mirando la pupila que le observaba llena de amor y ternura- Cómo estás? -Estoy bien. -Ya no hay dolor?- preguntó con preocupación mas Luca negó con la cabeza. -Nunca lo hubo- susurró, inclinándose para besarlo. Y era verdad, ahora solo había felicidad cada vez que despertaba y sentía su presencia tan cercana, que parecía latir en su propia piel. Évan correspondió entrelazando su lengua con la suya, disfrutando del sabor de su aliento dormido. Dejó resbalar las manos por su rostro hacia el cuello, acariciando cada trazo de piel, bajando por los hombros y el pecho, deteniéndose en sus pezones para disfrutar de su endurecida textura. La respiración de Luca en su boca se estremeció, haciéndose su beso más intenso. Évan mordió sus labios juguetonamente antes de separarse de ellos y bajar a su pecho. La punta de su lengua encontró un pequeño pezón, lamiéndolo suavemente antes de encerrarle en la cárcel de sus labios y chupar de él con avidez. Luca lanzó un gemido y Évan sonrió sin dejar de libarle hasta endurecerlo aun más, saltando al otro que se alzaba rosa y ansioso. Mordió y chupó hasta que la perdida respiración del chico le dijo que estaba listo. Bajó las manos por su pecho, acariciando su vientre, cintura y caderas, dejando con su lengua un rastro húmedo hacia la fuente palpitante de su hombría. Besó la mojada punta, trazando círculos con su lengua allí, oyéndole gemir, besando el eje y notando las gruesas venas que le cruzaban como un mapa. Su piel ardía y exudaba aromas a almizcle y hierbas. Sus dedos jugaron con sus testículos, apretándolos y sosteniéndolos entre sus manos, mientras su boca dejaba besos en su miembro. -Évan- oyó la voz perdida de placer de Luca, notando como su pene latía de excitación. -Cuanta impaciencia- susurró mientras miraba la cabeza gotear su líquido pre seminal. Apoyó los labios en la punta y sin previo aviso tomó todo el eje en su boca, llevándole al interior de su garganta. Luca no pudo contenerse más y enredó los dedos en su pelo, empujándole hacía sí, lanzando un grito ahogado mientras eyaculaba en su boca. Évan le sostuvo hasta que los estertores del placer se mitigaron. Se alzó para mirarle, su sabor aun prendido en sus labios. -Lo siento yo...- intentó Luca, pero el chico le cortó, encerrándole en un beso. Luca sintió su propio sabor mezclado al suyo. -Es lo que quería. Es lo que necesitaba. Sentirte, saborearte- confesó, abrazándole de improviso. Luca sintió que sus ojos se llenaban de lágrimas ante la sola idea de ser necesitado por alguien como él. Le devolvió el abrazo, pero levemente, pues notó la caliente erección de Évan contra su piel. Se empujó de espaldas a la cama, mirándole anhelante y rodeando su cuerpo con sus piernas. Évan sonrió sorprendido y deleitado, arrodillándose entre sus muslos, que se apretaron contra su piel, levantando las caderas hacia él. -Yo también te necesito, Évan- susurró su voz temblando de ternura y deseo. Évan se inclinó para besarle y su eje se movió como por iniciativa propia, acomodándose sobre su entrada. Su fluido pre seminal dejó allí una huella húmeda como una marca de propiedad. Al sentir el toque, Luca movió la mano y le sujetó contra la abertura, sintiendo su calor pulsar de anhelo. Evan disfrutó el toque de su mano sosteniendo su pene contra él, mientras le abría lentamente con los pulgares. Acomodó la cabeza en el estrecho espacio y empujó para entrar. Luca lanzó un gemido ahogado mientras echaba la cabeza hacia atrás. Évan le sostuvo mientras se empujaba poco a poco en su interior, mirando su rostro al tiempo que penetraba el anillo de apretados músculos que se abrían para él, sus propios labios abiertos en un jadeo de perdida respiración, deseando desesperádamente ser parte de él, convertirse en parte de su piel para siempre. Por fin, su eje anidó por completo en el apretado espacio una vez más. -Luca- gimió perdido de placer. Éste volvió a alzar el rostro para mirarle y su pupila brilló de deseo. Comenzaron a moverse al unísono, gimiendo en un apretado abrazo, el pene de Luca atento de nuevo, el corazón martillando en el punto donde estaban unidos, rápido, mas rápido, hasta que todo sonido fue un solo gemido, el choque de piel contra piel y el estallar de un intenso placer contenido. Su semen se derramó en un fuerte chorro contra el pecho de Évan, mientras éste le llenaba con su esperma, lanzando un grito ahogado. Aun un poco más, se quedaron fusionados un instante mientras los temblores del orgasmo compartido se calmaban. Évan se retiró de él y Luca se dejó caer sobre la cama, lanzando un suspiro agotado y satisfecho. Como antes, Évan le limpió amorosamente, quitando todo rastro de semen entre sus piernas y cuerpo, limpiando su propio pecho, mientras Luca le miraba en tímido pero afectuoso silencio. -Podría hacer esto el resto de mis días- dijo Évan sonriendo, echándose también a su lado para recuperar el aliento. Luca le miró con dulzura. -Para siempre- murmuró, alzando la mano y retirando suavemente un mechón de su plateado cabello, acariciando su mejilla con afecto. El simple gesto hizo apretarse el corazón de Évan. Encontrados sentimientos de amor, ternura y miedo se apretaron en él. Sabía que la hora de las verdades había llegado. Ya no podía aplazarlo más, porque hacerlo podía costarle el perder lo que por tanto tiempo había buscado. Y ahora que lo tenía ante sí no podía darse el lujo de dejarle escapar. -Luca... yo... Hay algo que tengo que decirte... Sobre mí... y mi origen- Luca le miró, intrigado por su titubeo. Nunca le había visto dudar desde que estaban juntos, podía ser poco tiempo, pero él parecía siempre tan seguro de sí mismo y de sus deseos, pero ahora- Yo... bueno, no sé por donde empezar. -Tranquilo. Te escucharé. Sea lo que sea, siempre te escucharé- intentó para tranquilizarle. Évan pareció calmarse un poco. -Se trata de mi origen. De lo que soy y porque estuve tanto tiempo encerrado en el monasterio- Así que era eso. Luca le miró interesado. Evan se tomó un minuto para respirar hondo. Ya no había vuelta atrás - Mi padre no me reconoce, nunca ha querido hacerlo... porque soy un monstruo. -Un monstruo?- inquirió el chico dudoso. -Sí, lo soy. Mi aspecto puede parecer humano, pero mi alma es la de una bestia. Cuando la luna esta llena en el cielo, mi sangre enloquece y todo rastro de humanidad se borra en mí. Soy una bestia de los bosques, una bestia hambrienta de carne y sangre que palpita, una bestia maldita, condenada a perseguir sus pasiones y no encontrar nunca paz... Calló, hundiendo el rostro entre las manos, apretándolas tan fuerte sobre él que sus siguientes palabras salieron ahogadas. -Siempre ha sido así, siempre desde que tengo uso de razón. Mi padre me encerró en el monasterio para proteger al mundo de mí. Los monjes me ataban con cadenas sagradas y cantaban oraciones todos los días que la luna se alzaba llena en el cielo, noche y día, pero la bestia siempre lograba salir, siempre ha sido más fuerte que yo... La gente que me ve solo nota la belleza de este cuerpo maldito, pero en cuanto la bestia nace en mí, me rechazan y me persiguen. Mi padre una vez me dijo que era culpa de la sangre de mi madre, una hechicera, una bruja de allende los mares, y que se alegraba de su muerte, porque solo así ella había encontrado la paz. Siempre pensé que lo mejor hubiera sido que mi propia muerte hubiese traído paz a mis sentidos, pero mi pecado es tan grande que hasta eso se me había negado... Pero entonces, una noche en que era perseguido y me oculte en un claro del bosque... Esa noche te conocí- dijo por fin, descubriendo el rostro escondido, encendido por una profunda pena. Luca sollozaba en silencio, incapaz de luchar contra las lágrimas que afluían a sus ojos al sentir el dolor en su voz, pero le miró con sorpresa. -A mí? -Sí. Era la noche en que la luna brilla con más fuerza en el cielo oscuro. Encontré nuestro claro perdido entre los arboles, y quise refugiarme allí de la gente de la mansión que había salido a darme caza por el valle. Entonces te vi. No huiste de mí como todo el mundo hace apenas ve mi aspecto animal. Te quedaste allí y me hablaste como a un amigo. Era la primera vez en mi vida que alguien me trataba con gentileza en mi forma maldita. -El lobo...- susurró Luca abriendo los labios con asombro. -Sí. Y me quede tan impactado que te recordé cuando recuperé mis sentidos humanos- dijo acercando de pronto una mano a él, pero alejándola con miedo. Luca encontró sus dedos y los entrelazó con los suyos, haciéndole sonreír contento- Verás, cuando estoy en mi forma animal no me mueven mis sentidos humanos, sino mis instintos, y recuerdo muy poco o casi nada cuando pasan los días de luna llena y vuelvo a ser yo. Pero esa vez, te recordé. No pude volver al claro porque los hombres de mi padre lograron capturarme, y me llevaron de regreso a la torre donde me mantenían encerrado mientras durara la maldición, pero tu olor se quedó en mí, y cuando pude volver a escapar seguí tu rastro y te hallé. Había deseado tanto verte. Tanto mi lobo como yo... La verdad es que estuve espiándote en forma animal. No te diste cuenta, pero estuve un par de días siguiéndote escondido entre las sombras, viendo como te movías entre los animales que cuidas con afecto, notando la forma en que caminas, como si no quisieras pisar nada vivo, sintiendo tu olor en el aire y anhelando acercarme a ti, tocarte, ser acariciado por ti, oír tu voz decir mi nombre, tratarme como tratas a tus animales... como me trataste esa noche en el claro. Le juré a mi padre que me comportaría, que mantendría a la bestia a raya, que no le haría pasar vergüenza, si me dejaba quedarme en la mansión y no regresar al monasterio. Mi padre sabía que el conde estaría interesado en conocerme, así que me dejó estar presente en la cena. Y pude volver a verte. Estaba tan impaciente por hacerte mío- le dijo con pasión, apretando sus dedos con los suyos, acercándose para un beso. Luca se entregó a él apasionadamente. -Te pertenezco, Évan. Siempre te he pertenecido- dijo entre sus labios, sin dejar de morderle y entrelazar su lengua con la suya, tragando su saliva y mezclándolas a las lágrimas que aun caían de sus ojos- Tuyo, solo tuyo... En eso estaban, cuando unos golpes secos se oyeron en la puerta. Tuvieron el tiempo justo de separarse antes de que una figura abriera, quedándose detenida en el marco. -Luca, los caballos del señor... Señorito Évan!- pronunció sorprendido. -Otto- dijo el chico. Ambos se miraron en silencio un instante. Luca no pudo evitar sonrojarse hasta la raíz de los cabellos al notar que el viejo los había descubierto desnudos en la cama. Pero Évan parecía calmado- Mi padre está de regreso, deduzco. -Sí... señor. -Bien. Hay un par de cosas que necesito hablar con él. Sobre el futuro- dijo echando un vistazo de reojo a Luca, saliendo de la cama cubierto a medias con una vieja manta, buscando su ropa para ponérsela. Otto se quedó en silencio sin moverse del marco, sin mirar a ningún lugar. Luca vio como Évan se inclinaba sobre él, dándole un beso en los sonrojados labios- Volveré. Espérame- susurró antes de darle una mirada lujuriosa y salir. El chico se hundió en la cama, alzando la manta para cubrirse, sonrojándose aun más si cabía. -Ve a cuidar los caballos del señor... en cuanto estés listo- fue todo lo que el viejo dijo antes de salir, cerrando la puerta. Los labios de Luca no se abrieron. Ardían aun con los recientes besos y sus oídos revolvían las palabras que Évan le había dicho. Le quería, le necesitaba, le había estado esperando, deseando en las sombras con un hambre casi tan grande como la suya. Era un milagro... Había vuelto a nacer, y de la mano de Évan, ya no volvería a sentirse solo nunca más. Esa tarde las faenas se le hicieron tan ligeras que no notó las sorprendidas miradas que despertó entre la servidumbre, al verle pasar sonriendo de oreja a oreja aun cargando pesados cestos de ropa o haces de leños, ni la sombría mirada que le lanzó de cuando en cuando el viejo Otto. La perspectiva de volver a encontrarse con su amante, de saber que su amor era mutuo le llenaba de una energía que nada era capaz de aplacar. Pronto, pronto, que el día pasara con rapidez y llegara la hora del nocturno para volver a respirar entre sus brazos. Pero le esperó en vano, esa noche y el día siguiente. Évan no regresó. V A la mañana siguiente, el amanecer le descubrió aun despierto, inquieto por la suerte de su amante. Salió al gris y frío exterior, pues por la noche una densa neblina había cubierto todos los parajes. Dónde estaría Évan? Había tenido problemas con su padre? Dijo que le hablaría sobre su futuro, un futuro con él... No era así? Le había esperado en vano, confiando en darle tiempo para hablar con él, pero la inquietud se apretaba en su corazón. Ya no podía esperar más. Se encaminó a la dormida mansión, impulsado por el temor de que estuviese en peligro, con la certeza de que fuese lo que fuese no dejaría que nada se interpusiera entre ellos. Podía ser pobre, feo y sin historia, pero era amado, y defendería hasta la muerte al objeto de sus sentimientos; no tenía duda de que encontraría la fuerza dentro de sí para hacerlo. Pensó que no hallaría a nadie despierto, pero la cocinera ya estaba encendiendo las calderas con ayuda de una sirvienta. -Válgame dioses, que frío invernal... Hey tú, que haces aquí a estas horas?- dijo con sorpresa al verle entrar- Anda, traeme unos cuantos leños de ahí abajo. Como te decía, menos mal que la fiesta de compromiso se hará en el castillo del conde, o tendríamos que tener la cocina a tope aún por estas fechas. -Y cuando será? -Ni idea. Pero imagino que pronto... -Qué fiesta de compromiso?- preguntó Luca con el corazón de pronto estrujado. La mujer apenas lo miró. -Cual va a ser. El de la hija del conde con el sobrino del señor. Por qué crees que han estado aquí de visita tan repentinamente? Si al menos se tomaran las cosas con calma, nos harían el trabajo más fácil. Pero no, los nobles siempre con sus prisas- protestó, volviendo la vista a los escasos leños- Hey, chico, leña...- pero Luca corría ya lejos. El corazón le martillaba en el pecho. No, no podía ser, era mentira, una burda mentira. Évan era suyo, solo suyo. Le había confesado su verdadera naturaleza, su deseo, su amor... Qué compromiso era ese? -"Mi padre sabía que el conde estaría interesado en conocerme, así que me dejó estar presente en la cena"- recordó. No sabía que el conde tenía una hija, solo un hijo en la guerra... Pero no podía ser. Évan nunca se entregaría a alguien más. Al menos no por propia voluntad. Sus pensamientos volaron a la imagen del conde de Excess. Había rechazado a su propio hijo, le había recluido lejos de él y le había deseado la muerte. Ahora le quería usar como peón para aumentar sus bienes, eso lo entendía bien; había visto demasiado mundo como para saber que por poder o dinero muchos vendían a sus propios hijos. Su corazón se apretó de pesar. Solo eso podía ser, Évan había sido secuestrado por su padre. Se detuvo de golpe y se quedó de pie entre la neblina húmeda pensando. No tenía noticias de que el señor hubiese abandonado la mansión esos días, por lo que Évan no debía estar lejos. Pero dónde? Y si se hallaba camino al castillo del conde? Qué podía hacer, qué debía hacer? Cómo liberarle? Primero tenía que saber donde buscarle. El instinto le dijo que parte de sus respuestas estaban en la mansión. Aun era pronto y la servidumbre no empezaría sus faenas hasta dentro de una hora. Volvió sobre sus pasos con sigilo y entró por una puerta lateral que conectaba con los patios interiores. Había estado muy pocas veces allí, solo cuando tuvo que servir en la cena. En esa oportunidad había visto los salones y las salas de puertas cerradas; el mayordomo le indicó un pasillo que conectaba con el estudio del señor por si le pedían llevar vino allí más tarde. Luca lo había desechado de su memoria. Sus pasos se dirigieron hacia allí. Entró en la semi penumbra, notando el olor a papel y tinta, a madera pulida y pieles animales. Era un sitio espacioso y elegante. Una gran mesa de caoba enfrentaba la chimenea apagada, plagada de papeles. Tenía varios cajones y notó el brillo de cerraduras en varios de ellos. Necesitaba respuestas. Se dedicó a revisar sin pudor cada cajón que podía abrir, echando también un vistazo a los papeles sobre la mesa. En eso estaba cuando oyó pasos en la puerta. Tuvo el tiempo justo para ocultarse hecho un ovillo tras un sillón al lado del gran ventanal, por donde entraba la luz gris del amanecer. -Demonio de chiquillo. Si no es una cosa es la otra. Ahora que había logrado que el conde aceptara el compromiso con su hija, a cambio de enviarlo a la guerra en vez de a Patrick. Si no fuera por su sangre maldita... Atreverse a amenazar a la casa de Excess con revelar su ignominia! Maldito él y toda su estirpe- oyó una voz nasal que reconoció de inmediato. -Mi señora, no se preocupe. Nos encargaremos de él. Y de su "pecado". Dios no quiere que criaturas contaminadas con la oscuridad puedan pervertir los corazones de aquellos nobles y puros- una voz de hombre que no había oído nunca le heló los sentidos. -Sí, la pureza y la nobleza no deben ser nunca mancilladas. Mi marido jamás ha entendido la importancia de esto. Si no hubiera sucumbido a la tentación carnal de esa... loba maldita- murmuró con un resentimiento tan venenoso que Luca sintió su corazón paralizarse- Por suerte los medios que usamos para eliminarla y quitar de en medio el fruto de su lujuria fueron efectivos. Al menos tío Tristán no tuvo obstáculos para obtener la parte del patrimonio que nos correspondía por derecho. -Gracias al sagrado vínculo del matrimonio. Además la casa de Virr ha sido siempre la legítima heredera de estas tierras. Qué Dios guarde unido y libre al condado de Excess de esas terribles bestias cambia formas. -Sí, y gracias a tus monjes, esa raza despreciable ha sido expulsada para siempre de mis tierras... Excepto por ese bastardo- dijo la mujer con una voz salvaje- ¿Estás seguro de que los tuyos podrán encargarse del asunto? -Sí, mi señora. Ya le hemos capturado. Y será cosa de horas para que su demonio se revele en él. -Bien. No quiero que sea hecho en su forma humana. Y si le enviasen a la isla de Merc con los suyos volvería para ensuciar con su presencia inmoral estas tierras. No, su mal debe ser purgado aquí. -Así será, mi señora. -Mi marido no debe saber sobre esto... No, ahora que sus días están contados- dijo con sorna. Luca se la imaginó con una sonrisa fría y despectiva. -Dios dé paz al señor de Excess en su reposo eterno. -Tendrá paz, cuando su pecado sea expiado... "Y cuando las tierras que robó me sean devueltas"- creyó oír con una voz tan apagada que fue apenas el eco de un pensamiento. Su corazón latía a mil por hora. Su Évan estaba en peligro. Atrapado, y su tiempo se estaba agotando. Ambos se retiraron, dejando un rastro de aire frío a su paso. Luca se sintió temblar, pero no había tiempo para miedos ni dudas. Isla de Merc, lo había visto en un papel sobre la mesa. Agarró el mapa, ocultándolo en su pecho. No había tiempo que perder. Salió del estudio y caminó con cuidado por los pasillos. Cuando estuvo lejos de la servidumbre que ya empezaba a moverse en la mansión, corrió sin importarle si era visto u oído, pues nadie repararía en él. Se dirigió al establo de inmediato. Encontraría a Évan a como diera lugar. Fue directamente a coger el caballo que el chico había montado antes. Era suyo, o al menos lo sería de ahora en adelante. Le puso la montura y los arneses, y lo estaba sacando por la puerta del establo cuando una alta figura se interpuso en su camino. -A dónde vas con ese caballo? -Otto- susurró, acobardado por un momento, pero la imagen de Évan capturado y a punto de morir borró todo rastro de miedo en él- Me voy. No intentes detenerme. -Estás robando un caballo propiedad del señor de Excess. -Sí. Y salvaré algo de su propiedad que es aun más valioso- dijo con intensidad. El viejo se lo quedó mirando. Recordaba vívidamente lo que había visto en la habitación del chico. Frunció el ceño. -Realmente sabes lo que estás haciendo? -Déjame pasar... -Me caes bien. Eres un buen chico y un buen trabajador, pero creo que cometes un error. -Otto, no tengo tiempo para ésto. Évan está en peligro- intentó con voz suplicante pero el viejo negó con la cabeza. -Estará bien. Es lo mejor para él. -Qué estás diciendo? Tú sabes donde está? Dímelo!- gritó dejando caer las bridas y acercándose tan de improviso que el viejo retrocedió un paso. -Estará bien. Es lo mejor para su mal... -Évan no tiene ningún mal! Es parte de su naturaleza, como lo es la nuestra destruir todo lo diferente!- gritó con pasión, apretando los puños. Otto abrió los ojos sorprendido. -Tú lo sabes, no es así?- Luca le miró pero no respondió. El viejo enmudeció por un instante- Nunca pensé que el señorito Évan se lo diría a alguien. Yo... Yo conocí a su madre mucho antes de que le diera a luz. Sé que él heredó parte de su..."carácter"- suspiró en silencio, mirando los viejos recuerdos en la paja del suelo. Luca bufó impaciente ante él- De acuerdo, puede que tus sentimientos por él sean verdaderos, pero por mucho que quieras no podrás liberarle de esa naturaleza que tanto defiendes. Es mejor que dejes a los monjes hacer su trabajo. Son los únicos que pueden detener a la bestia en su interior. -Cómo? Quitándole la vida? -De qué hablas? Ellos solo lo retienen con sus oraciones para que no haga algo en su forma animal de lo que pueda arrepentirse cuando vuelva a la consciencia- replicó confuso. Luca le miró directamente a la cara, su pupila brillando de ira, mientras apretaba las mandíbulas. -Pues esa no es la idea de la señora. Están esperando a que Évan cambie de forma para matarle... Esta noche. -Qué?... No puede ser.... -La he oído. Hablaba de ello con un hombre en el estudio del señor. Si sabes donde está, dímelo. Haré lo que sea, pero no dejaré que le hagan daño. Nunca- juró con pasión. El viejo seguía estupefacto. El chico podía equivocarse, pero... Le miró y vio la decisión en su rostro. No, a él tampoco le gustaba la situación en la que se hallaba Évan. Había tratado de convencerse a sí mismo de que era lo mejor, pero algo dentro de sí le decía que no estaba bien. Luca apretó los puños tan fuerte que se hizo daño en las palmas. El viejo por fin alzó el rostro, pálido y contrito. -Está en la torre... Yo mismo les ayudé a convencerlo de ir allí tras atraparle. Pensé que era por su bien... -Qué torre? -A la entrada del valle. La gran torre de piedra- Luca recordó. Su corazón se apretó aun más de pesar. Estaba allí, prisionero, solo, esperando la muerte. Durante dos días; si hubiese acudido antes a buscarle, a liberarle... Sus ojos se llenaron de dolorosas lágrimas, pero no era el momento de dudar. Ya pediría perdón después. Ahora debía actuar. Apretó las mandíbulas con fuerza. -Esta noche hay luna llena. Hay que rescatarle antes de su transformación. Si realmente sientes algún remordimiento Otto, me ayudarás- dijo sin vacilación. El viejo le miró a los ojos y asintió en silencio. Caía la tarde. Las sombras entre la niebla llenaban de espectros blancos el valle. Los monjes se movían en silencio, midiendo las horas, esperando el momento. Évan oía los murmullos, los cánticos y las oraciones entre las piedras de la pequeña habitación en la que estaba confinado, apresado por las largas y finas cadenas que le habían colocado esa mañana. Un solo pensamiento acudía a su mente, un solo nombre durante esos días en los que el sueño y la tranquilidad habían huido de su presencia. Luca. Su imagen, el calor de su cuerpo, el aroma de su piel, la dulzura de su voz y de sus gestos eran lo único que lo había mantenido cuerdo, lejos de intentar forzar la puerta o lanzarse por las ventanas a su encuentro. Había querido ir con él cuando su padre le comunicó la decisión del compromiso, huir con él a los bosques, pero a pesar de que logró esquivar a su padre y sus hombres, la amenaza de la luna llena se cernía sobre él como un fantasma furioso. El viejo Otto le había hecho entrar en razón y le había conminado a acompañar a los monjes que finalmente le encontraron, asegurándole que sería lo mejor para Luca, no verle en su forma animal, alejarlo del peligro que representaba su bestia interior. Évan estaba seguro de que nunca le dañaría, ni como humano ni como lobo, pero un miedo interno y secreto que siempre permanecía al acecho le hizo ceder. Y allí se encontraba. Cuántos días más hasta poder ver a su amado? Temblaba ante el recuerdo de su último encuentro. -"Te pertenezco, Évan. Siempre te he pertenecido... Tuyo, solo tuyo"- sus palabras susurradas entre besos inundaban su pecho de una cálida emoción. Deseaba dejarse envolver entre esa piel nuevamente, y perderse en ella para siempre. Los cánticos pronto se apagaron. Aunque no podía verla, Évan sabía que la luna pronto estaría en su cenit. La sentía hormiguear en su piel, como una alimaña intrusa que le provocara escalofríos, y en su cuerpo como una ola de calor que se iba intensificando a medida que el tiempo pasaba. Un dolor antiguo y bien conocido se extendía por su cuerpo, tensando huesos, músculos y tendones, haciendo que se estremeciera de pronto perdido el aliento, conteniendo los gritos. Las voces de los monjes se apagaron repentinamente y el silencio envolvió la vieja torre. Évan percibió con sus ojos que cambiaban, la luz que se aproximaba rápidamente por debajo de la puerta. Pasos rápidos, una respiración agitada, un aroma familiar. -Uu...kaaa- logró pronunciar apenas, entre un ronco gruñido gutural. Cayó al suelo y un rastro de saliva se deslizó por el hocico que se estiraba entre crujidos, transformándose en uno animal. La ropa yacía desgarrada y esparcida por el suelo, mientras la blanca piel en su cuerpo había sido reemplazada por completo por un pelaje parduzco y revuelto. A medias entre su forma animal y su conciencia humana, oyó los golpes feroces en la puerta. Agitó las largas y finas cadenas que le envolvían, las que replicaron firmemente aseguradas al muro sin moverse un ápice, en un intento de soltarse y correr hacia aquel aroma que venía desde la madera que empezaba a desprenderse, pero todo fue en vano. El dolor en su cuerpo era insoportable. Con un último hálito de conciencia humana vio a quien tanto anhelaba, entrar de golpe por la puerta e inclinarse sobre él, hacha en mano. -Évan!- gritó, y su voz le devolvió los sentidos. Ya no era un hombre, era un lobo, pero era un lobo que amaba con el corazón de un hombre. Évan gruñó, intentando deshacerse de las cadenas enredadas en su enorme cuerpo peludo, luchando ferozmente, intentando en vano morderlas o arañarlas. Estaban demasiado ajustadas a su forma animal. Luca se abalanzó contra el muro donde estaban sujetas, golpeando con el hacha pero no consiguió nada; parecían rehuir el toque del metal. Volvió a agacharse ante el lobo, intentando quitarlas con sus manos, pero todo era en vano. Parecían tan finas y estaban probando ser indestructibles. Sollozando a medias de frustración y enojo, volvió por el hacha. Intentó pasar la cadena por el filo y romperla, pero estaba tan apretada que no quiso arriesgarse a cortar a su amado. Évan poco podía hacer más que resoplar y gruñir. La cadena estaba tan apretada que casi ya no se veía entre su pelaje, y la notaba rozar su piel en algunos puntos. En ese instante otra figura apareció en la rota puerta. -Es inútil. Esos monjes malditos- replicó Otto, con el aliento perdido por la carrera y mirándoles con ojos llenos de cólera- Esa cadena está hechizada por algún tipo de salmo y no puede ser cortada por ninguna herramienta. No dejará de estrecharse hasta que... hasta que cumpla su cometido... -NO!- gritó Luca, sus ojos llenos de frustradas lágrimas. No le dejaría morir, no así. -Monjes cobardes- masculló el viejo, sus labios temblando de rabia. Se lo habían dicho antes de marcharse, sonriendo entre la niebla: "El trabajo de Dios estaba hecho", ya era demasiado tarde. La cadena haría su trabajo sin que ellos se mancharan las manos. Pero Luca no podía permitirlo. Eso jamás. Antes moriría con él! Pasó las manos por el metal y tiró con todas sus fuerzas. Sus dedos comenzaron a sangrar. Évan lanzó un aullido de dolor, tanto por el suyo como por la sangre que sentía gotear caliente de la piel de Luca. Luca tiró, intentando liberar la cadena del cuello que parecía la más cercana a la carne. Y en efecto, un delgado hilillo de carne roja había comenzado a abrirse donde la cadena se apretaba. -No, no, por favor- sollozó Luca, sujetando el vil metal con todas sus fuerzas. Sin pensar, movido por el miedo y la frustración comenzó a recitar la sencilla oración que había aprendido en el orfanato, aquella que había lanzado la noche en la que creyó muerto a su lobo. Una y otra vez entre lágrimas afligidas por la pena de no poder salvar a su amado, cada palabra se fue entretejiendo hasta volverse un cántico en sí misma. Y Luca notó de pronto como la cadena comenzaba a ceder. Tiró con más fuerza y oró con más fuerza, logrando apartar poco a poco el metal de la carne lobuna. Su corazón latía con fuerza mientras las lágrimas corrían por su rostro, cayendo sobre sus dedos manchados de sangre y su voz no tembló, haciendo ecos en la habitación de piedra, acallando la magia que ordenaba a la cadena torturar la carne viva. Ante su voz, el metal se desprendió cada vez más dócil, liberando al lobo de su terrible destino. Las palabras de su simple oración, entretejida con amor y fe en lo más profundo de la desesperanza, lograron despertar esa magia antigua, siempre presente pero muchas veces olvidada, que aun nos pertenece: la fuerza que poseemos en momentos de necesidad para ver luz en medio de la oscuridad. Algunos le llaman fe, confianza o fortaleza. Mas cualquiera sea su nombre, allí está, y brilla con más fuerza cuanto más le necesitamos, al igual que el brillo de las estrellas nos recuerda que la oscuridad de la noche no es eterna. Esa fuerza es la que Luca descubrió en ese momento para salvar la vida de su lobo amado, logrando arrullar al metal con sus palabras de simple amor y fe, devolviéndole a su sueño de antigua piedra. Otto se agachó a su lado, ayudando también a retirar las cadenas que se aflojaban de su cuerpo poco a poco, agradeciendo entre murmullos a los dioses. Pronto Évan se vio libre de una muerte segura. Luca le abrazó cuando la última cadena cayó, aun orando entre sollozos, apretándose contra su cuello peludo con las manos heridas. Évan gimoteó, buscando su rostro y le lamió con afecto, hocicando sus manos para lamer allí la sangre fresca. -Tenemos que salir de aquí- pronunció el viejo, poniéndose de pie. Había visto luces pálidas entre la niebla, luces que se acercaban a la torre. Sin duda mi lady querría noticias de la suerte del lobo, o quizás ver con sus propios ojos su cuerpo despedazado. Luca asintió en silencio. Se puso en pie con la mano aun enredada en la piel de su cuello. -Évan- le dijo y el lobo le miró con atención- Vámonos. Los tres bajaron las escaleras de piedra velozmente. Un caballo les esperaba fuera de la torre, preparado con alforjas para el viaje. Luca montó y extendió una mano hacia el viejo, mas éste movió la cabeza. -Mi tiempo ha pasado ya. El vuestro apenas comienza. Iros lejos de aquí, donde podáis ser felices. -Otto- susurró agradecido. -Protégele bien- dijo antes de darle una palmada a la grupa. El caballo se lanzó al galope y Luca volvió la cabeza para mirar su figura entre la niebla. Pronto un sonido de zarpas le siguió de cerca. Apretó las bridas en su mano y se entregó al amparo de la noche, hundiéndose entre la niebla que plateaba con la luz de la luna llena en el cielo, en compañía de su lobo amado, en busca de su destino. Otto les vio alejarse, la figura del animal que volvió la cabeza levemente hacia él como si le reconociera, antes de seguir al caballo. Su corazón se alegró y se volvió sin temor al destino que se acercaba a su encuentro por entre la niebla del anochecer. VI La feroz carrera se extendió el resto de la noche, mientras dejaban atrás las tierras de Excess a toda velocidad. Tenían que poner la mayor distancia posible con sus enemigos. Luca sabía a donde debían dirigirse. Llevaba el mapa apretado a su pecho. El mar era su única salvación y el puente que les llevaría a encontrar la familia que Évan aun podía tener. Cuando llegó la media tarde habían logrado por fin dejar el valle atrás. Avanzaron por el camino a paso más tranquilo, buscando un sitio para descansar. Llevaban corriendo desde el anochecer sin parar. Se detuvieron en un claro por donde corría un arroyuelo. Luca desmontó y alivió al caballo de su montura y alforjas, limpiándole el sudor mientras le dejaba de beber. El lobo también se inclinó sobre las cristalinas aguas, saciando su sed. Luca le observó, viéndole romper la delgada capa con su lengua rosada. Évan alzó las orejas y le miró, relamiéndose aun. El chico no pudo evitar una sonrisa. -Eres aun más bello a la luz del día- le dijo suavemente. La ternura en su voz hizo al lobo aproximarse, agachando las orejas y frotando su hocico contra las manos que aun sujetaban las bridas, lanzando un suave gemido de felicidad. Luca acarició las suaves orejas con gusto, sintiendo como el lobo le empujaba, pidiendo más caricias. Dejó al caballo pastar atado a un árbol no lejano, sentándose a la orilla del lago, el lobo echado en su regazo, los acerados ojos entrecerrados mientras disfrutaba de las caricias en su pelaje. Ante la luz del sol, Luca notó que su pelo antes gris brillaba con reflejos plateados, muy parecidos a los de su cabello humano. Se inclinó sobre él y besó la punta de su negra nariz- Te amo- susurró en la peluda oreja. En respuesta, el lobo agitó una vez la cola, restregando su cabeza contra él, pero no se separó de su tibia cercanía. Con las alforjas cerca, Luca pudo beber de su bota de agua, rellenándola al tiempo que se humedecía las manos. Se las había vendado en un momento del camino, pues aun estaba herido, aplicándose un ungüento que Otto había envuelto para el viaje. Comió también algo de pan y carne seca, ofreciéndole un trozo al lobo, quien la olisqueó antes de tragársela con pocas ganas, volviendo a echar la cabeza en su regazo mientras le miraba. Parecía como si no quisiera apartar la vista de él ni por un segundo, temiendo que se le escapara. El caballo estaba acostumbrado a la presencia de Luca y no hizo intentos por regresar a la mansión o huir del lobo; era como si su instinto le dijera que permaneciese junto al humano, pero a distancia prudente del animal. Évan se sentó cuando Luca se echó sobre la hierba agotado, pasando el hocico suavemente sobre su rostro una vez, y enroscándose a su lado para mantenerse en vigilia mientras el chico dormitaba. Así pasó la mayoría de la tarde, hasta que la luz descendió, cubriendo de sombras el bosque. La luna navegaba por un cielo lleno de nubes, las que le ocultaban de vez en cuando. Un viento frío comenzó a soplar, despertando al chico. Confirmó que el caballo seguía en su sitio, poniéndose de pie para buscar madera para hacer un fuego. El lobo le siguió un momento con la mirada, alzando las orejas de pronto y poniéndose en pie, para echar a correr de pronto en la dirección contraria. -Évan?... Évan, dónde estás?- le llamó cuando regresó cargado de ramas. Miró a todos lados con el corazón de pronto angustiado, pero solo pudo oír el ruido de las ramas agitadas por el aire frío. Se estremeció sin querer. En su forma animal, Évan era mucho más capaz de protegerse solo que como humano, pero las cosas que habían pasado la noche anterior aun estaban frescas en su memoria. Estaban lejos de la gente, por lo que no había riesgo de que quisieran cazarle, pero la inquietud de perderle seguía latiendo en su interior. Había estado tan cerca... tan cerca... Encendió el fuego, decidido a ir a buscarle en cuanto tuviese una brasa que pudiera usar como antorcha, ya que su ojo único apenas veía en la creciente oscuridad, pero cuando las llamas se alzaron bailando sobre las ramas, unos pasos entre la hierba le hicieron volver la vista con alivio. Allí estaba Évan, su cuerpo grandioso a la semi claridad de la luna, su pelo resplandeciendo con las rojizas llamas. -Dónde estabas? Pensé que te había perdido de nuevo- le regañó, alzando una mano mientras se aproximaba a él. El lobo lanzó un suave gimoteo, amortiguado por algo que llevaba en el hocico. Luca le vio dejarlo caer a sus pies. Era un conejo muerto. Lo tomó mirando al lobo- Nuestra cena? Por respuesta el lobo le dio un gruñido afectuoso. Tras cocinar el conejo y comerlo se echaron a dormir. La mañana les esperaba con una nueva cabalgata sin tregua, esta vez camino al puerto. Luca acomodó la cabeza sobre el tibio lomo, y rió al sentir el suave resoplido entre su cabello y la tibia lengua que lamió su rostro. -Buenas noches, mi amor- se despidió, besando la negra nariz, antes de hundir la cara con gusto entre su pelaje, y enredar sus dedos allí. El lobo lanzó un suspiro y miró las llamas que crepitaban aun apretadamente frente a ellos, para volver la vista al bosque y olfatear el aire. La noche era fría pero tranquila, sin aromas de amenaza. Echó la cabeza en la hierba y acomodó su cuerpo, enroscándose más apretado al chico, procurándole calor. En cuanto le oyó respirar profunda y rápidamente cerró los ojos, hundiéndose en sus sueños sin tonos, abrazado a la piel que tanto amaba. El par de días que siguieron fueron similares, galopando juntos en los caminos mientras dejaban los poblados atrás, huyendo de la compañía de las gentes, buscando siempre la línea azul de la costa. Luca nunca había visto el mar aunque había leído sobre él y ansiaba conocerlo. Por las noches se apartaban de las sendas más transitadas y se dormían al abrigo de los bosques que los protegían de miradas ajenas. El lobo nunca se apartaba mucho de él, solo yendo a cazar para ambos y quedándose el resto del tiempo a su lado, la mirada prendida en luca, pidiendo mimos de cuando en cuando. Las noches de luna llena llegaban poco a poco a su fin. Luca espiaba el cielo nocturno en su compañía, viendo como la luna comenzaba a menguar lentamente. Solo ocho días al mes, ocho días en los que Évan se vestía con su traje lobuno. Pronto podría volver a abrasarse en el fuego de su piel. Aun así, amaba también su forma de lobo. Ahora comprendía que el destino les había unido para siempre en aquel claro bañado por la luna, la luz del plateado astro enlazándoles en su primer encuentro como un anillo nupcial, haciendo sus almas resonar como una sola. Finalmente la madrugada del quinto día divisaron por fin la línea de la costa. Luca se quedó un instante fascinado frente al azul manto que se veía en el horizonte, casi como un cielo pegado a la tierra, móvil como si tuviese vida propia, y el olor a sal llenó sus pulmones. Miró con una sonrisa al lobo. -Por fin hemos llegado a nuestro destino, Évan- le dijo y el lobo alzó las orejas, lanzando un suave gruñido de reconocimiento. Echó el caballo a andar, bajando por el camino cubierto de niebla fría hacia el pueblo, moviéndose entre las silenciosas calles, mientras buscaba el puerto. Varios barcos estaban atracados y se mecían entre las olas. Luca divisó movimiento en uno de ellos. Bajó del caballo y se acercó. Llevaba poco dinero; los ahorros que había podido juntar mientras estaba en la mansión, más algo que le había dado Otto. Al pensar en él su corazón se apretó de pesar. No había querido ir con ellos, Qué habría sido de él? En cualquier caso, el dinero era escaso y Luca sabía que tendría que vender el caballo si quería comprar pasajes para llegar a Merc. Se aproximó a donde había visto gente en la proa. -Ea, Sale algún barco para Merc desde este puerto?- preguntó en cuanto vio a un marinero. El hombre le miró. Era mayor, calvo, pero de cuerpo fuerte y piel bien curtida. -Merc? No he oído de ese lugar. Este sale para Tabo, apenas el sol se encumbre en lo alto. -Tabo- pensó luca. Extrajo el mapa y lo miró. Tabo era un puerto al parecer en la zona noreste de donde ellos se encontraban. Merc se hallaba más al norte, cruzando un grupo de colinas, y otra línea de agua más delgada, quizás un río. Se volvió un momento, encontrando la mirada del lobo que se había quedado sentado junto al caballo. Fuera como fuera, tenían que salir de allí y dirigirse lo más cerca posible del norte. Aun cabía la posibilidad que el señor de Excess o lady Edwina enviaran hombres en su busca. Se acercó al lobo, agachándose a su lado- Te protegeré. Aun cuando tenga que dejar todo lo demás atrás. Tu vida es más importante para mí que cualquier otra cosa- le juró. Évan le miró con sus ojos de azul acero clavados en su pupila, brillantes de reconocimiento aun entre la niebla de sus sentidos animales. Movió el hocico y lamió con suavidad la mano que se apoyaba sobre su cabeza. Luca sonrió. -Bien, está decidido. Ea, buen hombre, Cuál es el precio del pasaje a Tabo?- preguntó, volviendo hacia el barco con el caballo de las riendas. -Para un hombre y su montura? -Para un hombre y su compañero- dijo el chico, y cuando el hombre se volvió vio la figura del gran lobo a su lado. Luca posó una mano sobre su cabeza peluda, haciendo que se sentara. El hombre no despegó sus ojos de los acerados del animal, quien tampoco le quitó la vista de encima. Por fin dio un silbido. -Nunca había visto a un hombre en semejante compañía. No estoy seguro de que el capitán apruebe un animal tan grande a bordo. -Mi dinero es tan bueno como el de cualquiera. Además, está entrenado y sería un buen guardián. Muchos viajan con sus caballos u otras bestias de compañía, no? -Es verdad, pero... -Pero ¿Qué?- insistió el chico. El marinero se rascó su calva. -Preguntaré. Cuando se marchó, Luca cortó un trozo de las riendas y lo colocó al rededor del cuello de Évan. Este gruñó un poco pero le dejó atarlo, sacudiéndose un par de veces, como para acomodarlo. -No hagas eso. De esta manera sabrán que me perteneces y no eres un animal salvaje del bosque- le regañó, alzando un dedo en su dirección para tocar su fría nariz- Aunque tú y yo sabemos que lo sigues siendo. Además de que eres mío por completo- susurró sonriendo. El lobo le miró, lamiendo el dedo posado en su nariz. El hombre regresó y le dio el precio. No era tanto como Luca esperaba, pero seguía siendo un poco más de lo que llevaba en la bolsa. Dejó el puerto, luego de asegurar que volvería antes de zarpar, y se encaminó por las calles buscando un sitio donde le dieran un buen precio por la montura. Era un buen animal, aunque estaba algo sucio y cansado por el viaje. Por fin, Luca pudo venderle a un herrero que halló tras varias horas de búsqueda, sacando algo menos de lo que esperaba, pero lo suficiente para poder tomar el barco junto a Évan y guardar algo para lograr llegar a Merc. Finalmente estaban listos para embarcar a su destino. Cuando el sol estuvo en lo alto, el barco zarpó. Luca se quedó en la proa mirando la quilla romper la superficie y las aguas envolver al barco en un abrazo azul. El olor del mar era como el de un animal vivo, la sal en el aire picando en su nariz y el sonido de las olas azotando la madera. Coros de gaviotas les acompañaron mientras se alejaban poco o a poco de la costa. El chico sintió el calor del lobo apretarse de pronto a su lado. -Dentro de poco estaremos más cerca de Merc. Tal vez allí encontremos nuestro hogar- le dijo sin despegar la vista del mar. El resto de los viajeros observaban también el barco alejarse de la orilla, sumidos en sus propios pensamientos. Nadie se había acercado a él, como respetando la presencia del gran lobo plateado. El viento frío y salado del mar agitaba las velas y el cabello de Luca. Se despidió en su interior de la vida que había conocido, de las experiencias que había vivido, de la gente que había cruzado su camino. No deseó mal a nadie, ni a su padre que le había abandonado, ni al orfanato que le había vendido, ni siquiera al señor de Excess que tanto dolor le había provocado a su hijo, ni a la mujer que había intentado deshacerse de él. No, el rencor solo engendraba rencor, y él quería empezar su nueva vida junto a Évan limpio de todo sentimiento oscuro. Además, quienes hacían el mal, solo lograban que lo malo regresara a ellos de alguna u otra manera. Bajó la mano y apretó con fuerza el pelaje del lobo a su lado- Encontraremos nuestro propio lugar en la tierra. Mientras estemos tú y yo juntos, nada más importa- dijo mirándole con profundidad. El lobo le devolvió la mirada y Luca tuvo la certeza de que había sellado la misma promesa de amor, sin palabras. El viaje duró dos días y la mañana del tercero llegaron por fin a Tabo. Con el cuerpo algo dolorido por el trayecto, pero feliz de estar más cerca de su destino, Luca y el lobo descendieron del barco. Tabo era una ciudad portuaria pequeña, pero activa y alegre. Se mezclaron entre la gente buscando un lugar para comprar comida y algo de ropa, pues esa noche Évan se desharía de su traje de piel. Salieron del mercado luego de aprovisionarse, cargando ambos las alforjas y se internaron por un sendero entre la verde espesura. No querían estar a tiro de las miradas de nadie. La gente del pueblo así como la del barco, fruncía el ceño cada vez que veían el enorme animal, pero en cierta medida les tranquilizaba la presencia de Luca, que parecía mantenerlo a raya. Por suerte nadie se había metido con ellos hasta ese momento. Luca esperaba con impaciencia la noche. Por fin, después de tanto tiempo. En el barco, el marinero con quien había hablado esa mañana, se acercó en un par de ocasiones para charlar con él. Luca sabía que en ambas el hombre había estado algo borracho, pero sabía como manejarlo tras la experiencia con su padre. Le dejó hablar, prestando una educada pero modesta atención, asintiendo de cuando en cuando a sus palabras. Évan no se despegó de él, gruñendo en amenaza cuando el hombre se aproximaba demasiado a Luca, lo que motivo a éste a reírse señalando que era un celoso amante. Esto dio pie a que comenzara a contarle al chico sus romances en el mar. Luca no se sorprendió al oírle contar historias sobre el hombre que había conocido y de quien se había enamorado tanto como para hacerse a la mar. Educadamente preguntó un par de cosas respecto al tema del amor entre personas del mismo sexo, y el hombre se explayó a gusto en referencia a las artes amatorias, de las cuales se decía a sí mismo un gran experto. Luca tomó buena nota de sus palabras. Ahora al recordarlo, se sonrojó por su audacia. Pero ya tendría tiempo de ponerlas en práctica. Comieron al abrigo de los árboles, oyendo los apagados sonidos del pueblo y el canto cercano de los pájaros. Cuando el día pasó y comenzó a caer la tarde, el lobo se volvió inquieto. Le picaba la piel y le dolían los miembros. Luca intentó darle alivio con sus caricias, pero todo toque parecía aumentar su dolor. Finalmente, solo pudo quedarse observando mientras la noche avanzaba y comenzaba la transformación en el cuerpo de Évan. Su piel pareció estirarse, conteniendo los huesos, músculos y tendones que se tensaron por un momento, comenzando a encogerse. El pelaje en su lomo fue disminuyendo poco a poco, dejando aparecer una piel pálida y lisa. Sus rasgos se tornaron cada vez más humanos y el bronco gruñido gutural dejó paso a una voz más inteligible. Cuando la transformación concluyó, era ya noche cerrada, con una luna menguante en el cielo. Luca había encendido fuego para entibiar el cuerpo adolorido de Évan, cubriéndolo con la ropa que habían comprado. Se acerco a él, su cuerpo tendido e inerte en la hierba cerca de las llamas y miró su rostro dormido. Parecía estar en paz. Suspiró con alivio. Al menos el dolor ya había pasado. Poco a poco los ojos se Évan se movieron, abriéndose frente al calor, notando las llamas y la tibieza a su espalda. Se giró y sonrió suavemente al verle. -Luca- susurró su voz, algo rasposa. Alzó la mano y acarició su mejilla. -Évan, mi Évan- respondió éste, besando sus dedos. Évan se incorporó, abrazándole con fuerza. -Te amo- le dijo por fin. Luca le abrazó intensamente, escondiendo la cara en su hombro desnudo, incapaz de articular palabra, la alegría y el amor tan apretados en su pecho que solo salieron en forma de lágrimas. -Mi lobo amado- logró susurrar por fin, con voz emocionada. Évan lanzó una risa, contento. Le atrajo contra sí y le besó con ganas, un beso profundo y ansioso, que Luca respondió de igual manera. Habían pasado tantas cosas y ahora por fin podían volver a estar piel contra piel. -Sí, soy tuyo, ahora y para siempre. De nadie más, mi amado Luca- dijo besándole repetidamente en el cuello, las mejillas, los ojos, entre el cabello y volviendo a sus labios. Luca sonrió feliz, deleitado. Su cuerpo le necesitaba y sin preámbulos se apretó contra él, sus caderas en las suyas, haciéndole sentir su erección. Évan ya estaba listo, lo había estado desde hacía tiempo. Le ayudó a desnudarse y le depositó sobre la hierba, su cuerpo sobre el suyo amoldándose a cada trazo de su piel. Luca gimió, aferrándose con sus piernas a su tronco, mientras era besado, devorado por su boca, restregando su eje ansioso contra el suyo, notando la humedad y el calor ardiente en su cuerpo. Su hambre mutua alcanzó un punto casi doloroso. Poniendo en practica lo que había aprendido del marinero, Luca alcanzó el pote del ungüento que había usado para curar sus heridas, que había dejado previsiblemente a mano y cogió una buena cantidad. La untó en su propio miembro ardiente, y sostuvo con fuerza el cuerpo de Évan contra el suyo. En un momento inesperado éste se vio derribado en la hierba y asaltado por el chico. Luca sonrió lujuriosamente encima de él, tentándole con su pene enhiesto y lubricado, instándole a abrir las piernas para él. Évan jugó a resistirse un poco pero su propia y palpitante erección le traicionó. Alzó las piernas abiertas, enroscandolas alrededor de Luca, dejando al descubierto la rosada abertura entre sus nalgas. Luca untó un poco del ungüento allí, deslizando su dedo al fondo, sintiendo el calor abrazador de su piel. Évan gimió, y apretó la hierba entre sus dedos. Luca colocó la cabeza de su eje en la entrada y se impulsó poco a poco. Évan enterró las uñas en la carne de sus muslos. -Más... más deprisa- le pidió ahogado de necesidad. Luca pasó el anillo de músculos y se empujó de golpe al interior, llenándole por completo. Se miraron un instante. Évan abrió los labios invitándole a un beso que Luca se apresuró en complacer. Sintiendo su lengua penetrar su boca y su sexo moverse suavemente dentro de él, Évan estaba a un paso del delirio. Comenzó a mover sus caderas, indicando el ritmo y Luca le siguió, friccionando su pene con la mano, mientras entraba y salía de su cuerpo, haciendo que sus testículos chocaran contra sus nalgas, sonido de piel contra piel, cada vez más rápido, cada vez más intenso. Poco antes de alcanzar el orgasmo, Luca alzó sus piernas un poco más, acercando a sí su parte inferior mientras dejaba reposar el resto en la hierba y se impulsó con fuerza dentro de él, tanta que Évan gritó al sentir que tocaba un punto en su cuerpo que le conducía a la locura. Esparció su semilla en un intenso chorro que cayó espeso sobre su propio vientre. Luca volvió a empujar aquel nudo apretado en su interior, provocandole una nueva liberación menos espesa y gemidos placenteros, al tiempo que llenaba con su propia esperma el cuerpo de su amado. Se dejó caer sobre él entre los estertores del orgasmo, la humedad de su sudor combinada a la del semen, buscando sus dedos para entrelazarlos con los suyos. Su pene se deslizó de la abertura al exterior y cayó exangüe sobre la hierba, un rastro lechoso saliendo junto con él, perdiéndose en el suelo. Y así se quedaron suspendidos en la piel del otro, sintiendo sus corazones latir como uno solo mientras las respiraciones se aquietaban. Evan abrió los ojos y notó el brillo de las estrellas sobre sus cabezas. El cuerpo de Luca aun dormido contra el suyo, la tibieza de su aliento en su piel. Le apretó contra sí, sintiendo los músculos de su entrada algo abiertos, como si aun llenara su interior. Dolía un poco, pero era prueba de que le había pertenecido. Acarició su espalda, notándola fría, apretándole entre sus brazos para darle calor. Había anhelado tanto volver a tocar esa piel. Luca se removió contra él, alzando su rostro medio dormido para buscar sus labios. Évan le besó y luego se incorporó con él aun abrazado, buscando algo para abrigarles. El fuego era apenas un grupo de brasas medio apagadas que exhalaban poco calor. Luca se separó de su pecho mirándole a la escasa claridad. -Tengo que limpiarte. Josh dijo que podía ser malo para tu cuerpo tener mi semilla adentro, si no lograba usar una funda de piel para retenerla allí- dijo, restregando su ojo con sueño. -Josh? Aquel que no paraba de intentar acercarse a ti?- Luca le miró con sorpresa. -Puedes recordarlo? Creí que no recordabas nada de tu etapa lobuna...- Évan sonrió y le besó en la nariz. -Si se trata de ti, mis recuerdos se mantienen frescos. Aunque no racionales, pues el lobo solo se mueve por instinto. Pero sí, recuerdo que quería, necesitaba protegerte de ese humano obstinado que no dejaba de intentar estar más cerca tuyo- dijo con voz celosa mientras tomaba sus labios y los marcaba con los suyos. Luca se apretó contra ellos hambriento. -Mi lobo.... solo mío. -Claro que soy tuyo. Ahora, cumple con lo prometido y encargate de mí, como es deber de todo propietario- dijo seductoramente, echándose en la hierba, y abriendo otra vez las piernas para él. Luca sonrió, besando su vientre, muslos, caderas y nalgas, dejando besos en su miembro y la piel bajo él, antes de humedecer un paño que halló en las alforjas y limpiarle, tras echar un poco de ramas al fuego para que las llamas se elevaran nuevamente. Evan se dejó hacer echando en la hierba, inmóvil y feliz, mirando las estrellas brillar en el cielo nocturno. Era libre por fin, estaba libre de cadenas y ataduras, recorriendo los bosques que amaba con quien era ya parte de su existencia. Volvió la mirada hacia la figura de Luca que acababa de concluir su tarea sobre él, encontrándose con su pupila temblorosa de amor y ternura. Se alzó y le atrapó entre sus labios. -Sabes que te amo, verdad? Ahora y para siempre. -Sí... Yo también te amo. Para siempre- respondió en su oído. Y se quedaron abrazados fuertemente, los corazones latiendo al mismo ritmo, sin temor del futuro y lo que les depararía el destino. Estaban juntos, y juntos tendrían la fuerza para enfrentar lo que hiciera falta. EPÍLOGO Merc aun estaba lejano, pero no tan lejos que no pudieran alcanzarlo. Luca y Évan comenzaron su viaje, siguiendo la ruta marcada por las lejanas colinas que se divisaban por el horizonte, señalándoles abruptos senderos entre bosques y poblados que debían atravesar, peligros insospechados, y aun más la poca certeza de si hallarían lo que buscaban al final de su trayecto. Luca le había informado de las acciones de la señora de Excess contra su madre y contra su gente, así como le había relatado todo lo que había pasado la noche antes de su liberación. Ambos lanzaron una silenciosa oración por el viejo Otto, agradecidos y deseando que el destino recompensara la ayuda que les había prestado. Sabían que no volverían a verle, y esperaban que tampoco al señor de Excess. Cuando se detuvieron en un claro al amanecer, mirando el húmedo frescor verde tras el rocío que mojaba las colinas lejanas, Luca tomó su mano. -Siempre he estado solo, desde que puedo recordarlo. Siempre, aun cuando estaba con mi padre, aun rodeado de mucha gente. Sentía que no pertenecía a nadie, a ningún lugar. Y ahora, estando aquí, rodeado solo por el bosque y las montañas, sólo contigo, me siento más lleno y más feliz que nunca- dijo apretando sus dedos y mirándole con dulzura- Sólo contigo, para amarte y protegerte... Mientras existas en esta tierra, Évan, tendré una razón para vivir. Sus palabras de absoluta entrega y amor resonaron en el corazón de Évan como el tañer de una campana, subiendo la emoción a su pecho y humedeciendo sus ojos. Apretó sus dedos con fuerza, acercándose para besar sus labios. -Jamás te dejaré solo. A donde vayas yo iré, y tu destino será el mío, pase lo que pase. Como lobo o como hombre, siempre te seguiré, mi Luca. El sol despuntó tras las colinas, sus dorados dedos extendiéndose como una caricia por entre la verde hierba húmeda, calentando todo a su paso. Évan y Luca se fundieron en un abrazo. La noche había terminado y llegaba el día, señalándoles su camino hacia un nuevo comienzo, una nueva vida en una tierra de lobos. FIN
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