Sentado en su silla de ruedas,  observaba por el televisor a los grandes velocistas de las Olimpiadas de Londres, en este mes de agosto caluroso y desbordante. Veía cómo braceaban al compás que sus poderosas piernas les iban acercando a la meta. Y él soñaba...
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1.- No existen metales preciosos.- Para los paralímpicos españoles y españolas (y por extensión para los paralímpicos del resto del mundo), no existen metales preciosos. Sólo existe el sano orgullo como sentimiento, como un latido del corazón... de ese corazón que tanta falta les hace a los olímpicos y olímpicas profesionales de los países más cualificados del orbe. Las 42 medallas (8 de oro, 18 de plata y 16 de bronce)  conseguidas por España en los Juegos Paralímpicos de Londres 2012 valen más que 200. 300 o 400 conseguidas por las grandes potencias en los Juegos Olímpicos del mismo Londres 2012. Porque la hora del corazón es la hora de la verdad. Para los paralímpicos y las paralímpicas de España (y por extensión para las del resto del mundo) lo importante no es participar, como dicen hipócritamente los del olimpismo profesional mientras sueñan con acumular oros, platas y bronces, aunque tengan que doparse para conseguirlo. Para los paralímpicos y las paralímpicas no existen metales preciosos a costa de nada, porque para ellos y ellas lo importante no es participar sino estar. Y es que estar ya es totalmente recordar. Quizás lo que hacen los paralímpicos y las paralímpicas de España (y por extensión los del resto del mundo) sea estar presentes que es, por supuesto, mucho mejor y más noble que participar con la obsesión de las medallas aunque sea a costa de doparse hasta las cejas. Para los paralímpicos y las paralímpicas de todo el mundo no existen metales preciosos sino corazones preciosos. Hablando del corazón, el escritor ruso Leon Tolstoi (1828-1910) dijo: "A un gran corazón, ninguna ingratitud lo cierra, ninguna indiferencia lo cansa". El miércoles, 5 de agosto del año 2009, a mí se me ocurrió escribir en Vorem.com: "Toma mi corazón. Ábreme el pecho y sácame el corazón. Sin miedo. Sácame el corazón y ponlo junto a tu oído y escucha... escucha... escucha en silencio profundo todo su latir... porque él te contará cosas que no puedo, por más que lo intento, hacértelas saber ni hablando ni escribiendo. Necesito contarte cosas profundas y he buscado durante toda mi vida en todos los idiomas, lenguajes e incluso dialectos que existen en este mundo y no he podido jamás encontrar las palabras que quiero que lleguen a tu alma. Así que no tengas miedo. Arráncame el corazón y ponte a escuchar sus infinitos latidos. Ellos son los únicos que te contarán todo lo que ansío y deseo que sepas de mi. Y no tengas miedo. No. No voy a morir en el intento. Seguiré siempre viviendo con mi corazón junto a tu oído. Y si muero por ello tampoco tengas miedo ni temor... porque me iré de este mundo totalmente feliz ya que habré por fin conseguido que me comprendas y que, sobre todo, me hayas entendido. Ahora toma mi corazón entre tus manos y ponlo en tu oído y escucha... escucha... escucha en silencio todo lo inmenso que quiero que sepas de mi y que me es totalmente imposible decírtelo con palabras ni con la escritura aunque use todos los idiomas, lenguajes e incluso dialectos que existen en este mundo. Ya. Corre. No pierdas tiempo. Toma mi corazón y escucha". Por supuesto que no he tenido que morir por ello.
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Él está sentado en su silla de ruedas en la misma línea de salida. Escucha el latir del corazón de un simple y sencillo periodista que relata su Catalejo Mundial mirando de frente a su ojos y ve... y comprende... y entiende que la mejor medalla es estar. ¡Y sale disparado, como la flecha de Guillermo Tell, para alcanzar la gloria que obtuvo el héroe del condado suizo de Uri. Suena, en su corazón, la ópera en cuatro actos con música de Gioachino Rossini y libreto en francés de Étienne de Jouy e Hippolyte Bis. Al final ha conseguido estar.