ANÉCDOTA: CIORÁN EN CALARCÁ
Publicado en Oct 05, 2012
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Cuando en noviembre 6 de 1990 el filósofo rumano Emil Michel Ciorán, en su primero y último viaje a Colombia  visitó a Calarcá, al observar el  guayacán amarillo del parque de Bolívar de este municipio, plenamente florecido desde el día anterior, se detuvo largo lapso bajo el árbol. Su propósito: sentir la pausada lluvia de estas flores cayéndole sobre la cabeza, la espalda y los brazos.

En su visita lo acompañábamos los poetas montenegrinos Juan Restrepo y Guillermo Sepúlveda; el escritor y profesor Carlos Alberto Castrillón; el poeta calarqueño Carlos Alberto Agudelo Arcila. Y quien esto rememora. Nadie más en el Quindío supo sobre la visita de cinco días que el filósofo hizo a nuestra región. Fuimos privilegiados al compartir con un hombre menos patético en el trato personal que en sus escritos.

La sonrisa de Ciorán, incesante, ignoro de dónde venía y por cuáles motivos la conservaba en su rostro gran parte del tiempo con él compartido. Desde cuando nos confirmaron su visita, exigió total anonimato. Nada de periodistas. Nada de publicidad. Y lo consiguió. Desde Bogotá, un amigo nos solicitó atenderlo con toda la discreción del caso. Se alojó en el hogar del poeta y aforista Agudelo Arcila, quien conserva un libro con dedicatoria firmada por Ciorán.

 Deslumbrado por la leve lluvia de flores,  nos solicitó en castellano descifrable por quienes le acompañábamos silenciosos en torno al árbol, recreándonos también con el hechizante espectáculo del descendimiento de las flores: “Díganle a Bach que cuando él se silencia, Dios es amarillo”.

 Las amarillas flores estaban más amarillas bajo el radiante sol de la mañana, limpio y transparente.  Dije a Sepúlveda, señalándole la serena embriaguez del rumano: “Como si el árbol hubiera decidido darle un regalo al filósofo… ”  Agudelo Arcila, agregó: “Debajo de un guayacán en estas condiciones, no se puede leer la obra de Emil”. Las once palabras de Ciorán, tan pronto las pronunció en voz baja, las anoté en mi agenda, sin alterar un solo vocablo.

 ¡Entonces sucedió lo inesperado!
De las flores cayendo sobre sus brazos, tomó tres y se las comió con visible placer, sin gestos ensayados. Sin ninguna premeditación. El suyo fue un acto instantáneo. Poético en su naturalidad y sencillez. Espontánea actitud de un poeta zen que hubiese decidido comerse una flor y nada más.  La frescura, el color, la textura de estas flores invitaban a hacerlo.

“¿Las han probado?”, interrogó el filósofo después de  ingerirlas. Su ingenua pregunta y el terso amarillo de las flores, fueron un desafío irresistible. Cada uno de nosotros nos comimos una flor. El suceso ocurrió cuando a Ciorán le otorgaron este viaje como parte del premio de la Beca por su tesis sobre Henry Bergson, en el Instituto Francia, de París. Algo semejante tuvo lugar después, cuando a sus 84 años hizo lo mismo con un ramo de flores que le obsequió un admirador.

 En el Quindío, flores de guayacán. Y en París, quien relata la anécdota no mencionó  el tipo de flor que se comió Ciorán. ¿Hay guayacanes en París? ¿Fagoantomanía leve en Ciorán?
Yo no lo extrañé mucho porque…es uno de mis hábitos cuando recorro caminos del Quindío: saborear y a veces comer flores.
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Foto del autor Umberto Senegal
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Descripción

Anécdota con el filósofo rumano Ciorán, en Calarcá, Quindío.

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Categoría: Artículos

Subcategoría: Actualidad



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