No sé dónde estoy, veo el mar, un hermoso mar de colores brillantes, y a sus orillas una pequeña ciudad, sus modestas construcciones son desconocidas para mí, diminutos barcos están sobre las placidas aguas, y gaviotas decoran sus cielos de un azul un poco más tenue, el sol es cubierto a veces por las nubes que sobrevuelan; bajo la colina para inspeccionar ese lugar, la gente cuelga a sus entradas grandes cantidades de peces de diferentes tamaños, anduve por todas las calles, de arriba abajo, no existen calles pavimentadas, solo es simple arena, algunos muros son fabricados con ese mismo material, curiosas diría yo, de un color calizo, tan moreno que parecen perderse en el panorama, sigo caminando y veo a una chica, viste un traje algo parecido a una "yukata", ese traje japonés que usan para las celebraciones de verano, es de un color morado claro, con adornos de abanicos de color rosa, el cabello ondulado lo lleva suelto, algo revuelto por la brisa que sopla con fuerza, es de un rubio oscuro, con leves mechones más claros que otros, mantiene un movimiento de vaivén, mientras me da la espalda, me acerco un poco más y a la puerta de una casa se encuentra barriendo con una escoba de duras y tiesas cerdas que no hacen más que dibujar líneas sobre la arena del suelo, da la vuelta y miro su rostro, la conozco! ¡Se quién es ella! pero parece no reconocerme, me mira con extrañeza, me acerco más a ella para hablar un poco pero nuevamente me da la espalda, le dirijo unas simples y cordiales palabras para romper el hielo de nuevo.
-¿Cómo has estado?- le digo con una sonrisa que busca ganar su amistad.
-¿Qué buscas aquí?- me dice sin dejar de realizar su labor, una voz le grita desde el interior de esa choza fea y tétrica, no veo que tenga alguna ventana, o alguna parte por donde ingrese algo de luz.
Ese lugar es extraño, nunca había estado ahí, nunca había visto una ciudad hecha literalmente de arena a la orilla del mar, el cielo comienza a tornarse negro y las nubes son ahora de un gris claro-oscuro, la gente ha desaparecido de las calles y no veo a nadie a los alrededores, solo estoy yo ahí, sin saber a dónde ir.
Nose cómo llego a una casucha, está muy oscuro, hay muchas personas, diría que todo el pueblo se ha reunido ahí, es una habitación, parecida a un almacén, me detienen ante una puerta de madera, con una rendijas que tiene por ventanas, unos tipos de pie, con túnicas negras están a la espera de dejar pasar poco a poco a los integrantes de esa extraña secta, estoy apretujada entre muchos otros individuos vestidos igual que los guardianes de la entrada, una voz de mujer en lo alto, sobre un balcón a la cabeza comienza a hablar.
-Nuestro Dios está aquí, recibamos al Gran Pez de las profundidades-dice mientras levanta los brazos hacia el cielo, como una plegaria.
Una tormenta comienza en el exterior rayos y relámpagos iluminan todo; ¡oh por dios!, lo veo! Es una horrible creatura, una creatura de la zona abisal o eso creo, es largo y muy grande, tiene una boca prevista de enormes dientes que sobresalen de ella entrecruzando los de arriba con los de abajo, parece ser ciego, su ojo no es más que una protuberancia de un gris pastoso, y su piel es de un negro brillante a cada toque de luz, no está solo, pero él se mantiene inmóvil en el centro de ese grupo, a su alrededor nadan en círculo muchos otros peces, ¿peces? ¡No son peces! ¡Son tiburones, ¡tiburones blanco! ¡Enormes tiburones blancos! ¿Qué significa esto?, nadie se mueve, solo miran como aparecen y desaparecen esos temibles animales a cada rayo de luz, siento miedo y miro a mi alrededor, estoy en el centro de la habitación, rodeada de toda esa gente que parece hipnotizada por el espectáculo, veo muy lejos la puerta de salida, y siento que no me puedo mover, ¡quiero salir!, ¡siento que debo salir!, un crujido hace que regrese la vista de nuevo al escaparate de vidrio, un rayo ilumina y veo una cuarteadura, otro rayo y otro crujido, una gran brecha ya se ha hecho en el cristal, ¡oh por dios! Digo para mí, esto se va a desbaratar, tengo que salir de aquí, camino a toda prisa hacia la salida, pero parece que nunca puedo llegar, nadie más se mueve, siguen ahí, un último rayo y un último crujido, el vidrio que nos separaba de esa deidad se ha roto, el agua cae a borbotones y comienzan a inundar el salón, Dios siento el agua subir por mis talones ¡quiero salir de aquí!...