Café mediterráneo, Capri y Valdeluz. Ha nacido la mañana con lluvia, como llorando por alguna ausencia, mojándonos suavemente, como pequeños gorriones que, en el otoño, buscan calmar la sed; y algo leo sobre El Pacto: "no hay tensión, más bien se consigue la sonrisa ante el absurdo". Pero resulta que a mi alrededor no hay nada absurdo. Recuerdos de Teatro. Una mañana de domingo azul estuve haciendo de poli... pero yo no era James Bond ni tampoco Juan Diego... y, hoy, ya no existe La Mordaza porque ahora otra moda es posible.
No puedo hacer otra cosa más que recordar El Juicio de José y La Carreta. Escribir Teatro con mentalidad biológica. Esa es la cuestión como se le podría responder a Shakespeare para sacarle de dudas existencialistas. Pero huyo de Bergson, de Kierkegaard, de los filósofos recalcitrantes ante el ser y el no ser. Huyo de ellos como de la peste bubónica. Cuando escribo Teatro siempre tengo en cuenta esta conciencia; porque sin mentalidad biológica me es imposible tratar los diálogos. Ahora, hoy, en esta mañana, dialogo con el "ser creativo" que llevo dentro de mí. Quizás para hacerme pensar sin renunciar a entretenerme.
Cuando escribo Teatro pienso ya en el próximo proyecto de El hombre que no fumaba nunca. Mas ahora veo la lluvia caer tras las ventanas de Capri, el cafè mediterráneo de Valdeluz. Entretener y hacer pensar. Eso pasó con El Juicio de José y eso es La Carreta. Quizás El hombre que no fumaba nunca me está esperando a la vuelta de la esquina no para hacer pensar esta vez, sino para plantear el pensamiento en sí mismo, dentro de su propia concha biológica y su propia espina (Concha Espina por ejemplo lo podría haber adivinado si no fuese porque ya no está "por aquí"). ¿Por qué serà que cuando escribo Teatro me da por pensar tanto en las biologías humanas? Hasta El Señorito de Vélez es biológico cien por cien.  O puede ser que me haya empeñado siempre, cuando escribo Teatro, en sostener la biocultura de algún que otro personaje que quizás haya sobrevivido en este deseo de ser creativos, pero ya multidisciplinariamente creativos...
Teatro. Mientras bebo mi café con leche me hace gracia la frase de Ernesto Caballero: "ahora no se puede hacer teatro blanco o complaciente". Y creo que lleva razón. Yo no desearía, por nada de este mundo, ser Alfonso Paso y por eso es posible que me comporte como un ensimismado, cuadro escribo Teatro, de los diálogos biológicos. Puedo imaginar seres humanos que biológicamente son seres humanos... para huir de Marcel Proust... para huir de Bertolt Brecht... para huir de Alfonso Sastre... para huir de Fernando Arrabal... para poder ser solamente el grito de la rabia de mis personajes con bioestima que, ante el oscurantismo de las astracanadas sin finalidad alguna, puedan ser capaces de plantear "geografías humanas".
Antes jugábamos a hacer teatro. Ahora prefiero plantear Teatro. Y, en esta mañana, cuando ya sale la luz del sol y tras las ventanas del Café Capri de Valdeluz se ven a los primeros peatones, pienso en estas curiosas sinergias de entusiasmarme por hacer Teatro de la vitalidad humana. No. No es el vitalismo italiano del Siglo XX ni tengo nada que ver con Pirandello (o al menos eso creo yo con total sinceridad aunque me puedo equivocar un poco nada más), ni deso serlo por supuesto. Mi teatro es sólo humano nada más. No tiene ningún ismo que lo clasifique, que lo analice, que lo deconstruya hasta convertirlo en "esqueleto" intelectual. Huyo también de esa manera de hacer teatro para los iniciados. Y vuelvo a pensar en El Juicio de José, en La Carreta, en Nunca Morir, en El hombre que nunca fumaba... y entonces miro mi reloj y compruebo que llevo ya media hora entablando una batalla contra el silencio. Qué curiosa es esta existencia de estar siempre divididos en dos bandos de los cuales, a muchísimos españoles, les es imposible salir.
Por eso pienso en mi Teatro "biogenético" y me planteo la pregunta de ¿por qué he elegido, anoche mismo, y motivado por la presencia de las estrellas, el título de El hombre que nunca fumaba para mi próxima obra? Quizás porque no fumo; o quizás porque, a veces, esto de ser alguien que no fuma crea la sensacíón, el espejismo, la anáfora de que eres Winston Churchill mordiendo habano tras habano sin cesar. Hablando de esto del cesar ya empieza a cesar la lluvia. Tengo que pedirle un favor a César. Estoy seguro de que no tendrá ningún inconveniente metafísico para dejarme su computadora y poder escribir, en ella, esta especie de reivindicación del Teatro humano proyectado hacia la biología para dar algo de sustancia propia al mundo dramatúrgico, limpio de taumaturgias no creíbles; o sea, algo así como si volviéramos de nuevo a ser unos adolescentes y estuviésemos descubriendo que se puede hacer Teatro para pensar sin tener que ser un autor oscurantista para hacerse como más importante ante los demás pero dejando a sus personajes sin esencia verdadera.
Menos mal que se nace para pensar; porque cuando pienso en la "geografía humana" de las cartografías actitudinales veo demasiados desiertos cerebrales en autores tan de fama como el dichoso James Joyce, el más dichoso Bourrough y hasta el super dichoso autor de Ubú y Ubú rey. Que suba el telón. Que empiece la función de los peatones saltando charcos, por las calles de Valdeluz, para no mojarse los zapatos de la fiesta mayor. Eso puede ser una escena mucho más creíble que la de Don Juan Tenorio ligando con Doña inés (y que me perdone José Zorrilla). Lo que pasa, en realidad, es que cuando bebo café con leche me introduzco demasiado en el Teatro de la vida... y a lo mejor (o a lo peor) es por eso por lo que soy escritor...