Nadie observa esta profundidad de tu alma penetrada.
Ni ese parámetro oculto donde se depositan los besos.
Ni donde la plenitud y el éxtasis se congregan para arder.
No es ese tumulto o rumor donde la soledad pare tu vientre
No esa gratitud de la sangre derramada en los ocasos.
Padéceme con esa contundencia del nacer y el morirme…

Vendrás en mis brazos rendida al morder tu boca el silencio.
Vendrás luctuosa con esa avidez de mi piel bañada en deseos…
Tus deseos me agigantan con ese brillo que tiene el padecer.
Tus costados se curvan y se abaten con él mi boca, tu existir.
Buceo en tu alma y mi candor no llega a transgredir tus senos.
No me hablas, el viento siente su soplo para padecer su exilio.

Contiene sin dudarlo, recíbeme sin misterios, mi dolor es tuyo.
Condúceme amor eterno en este resurgir de tus penas a mi mar.
Sostenme cuando el vacío es mi recipiente y tu alma se aleja para no mirar.
A dónde vas amor infiel, amor eterno, amor del ser en mí, en el mal.
A dónde me dejarás amor sin fin, amor sin ternura, sin amor, si verdad.
Pesa esa desilusión de la lluvia, suave como un recóndito padecer.

Aquieta mi alma, amor sin voz, amor silente, para un cielo que se va.
Aquí me quedo atardecer de mis penas sin tus ojos para ver mi final.
Apriétame contra tus carnes vivas, como universo que nunca veré.
Ante ese dios inmenso mi padecer se hace pequeño y espera tu matriz.
Ese hijo de la noche, ese amor remoto que te di, amor sin mi…

Atardece, y ya no vendrás, y nuestras penas recorren esa última vuelta
del carrusel sediento, de nuestros labios, ¡donde ni el mañana acabará!
HERNÁN ALEJANDRO LUNA FRINGES 04 de Noviembre de 2012