El comienzo es el final
Publicado en Nov 13, 2012
Aquella navidad nadie supo como desapareció Ingrid.
El lugar era un asco, el suelo estaba mojado, la tierra en las zapatillas se hizo barro y las cerveza y vino le daban la consistencia adecuada para es resbalón. Sin embargo los murciélagos del lugar no dejaban de bailar violentamente “pogo” le decían ellos. “Friegue de sudores”, pensaba Ingrid. Nunca había ido a un recital punk, lo mas atrevido que había hecho hasta ese momento había sido teñirse el pelo. Algo le atraía de esa marginalidad estética. La mugre y el jabón erigiendo las crestas. El olor a cuero y porro, las tachas y los borregos militares de los militantes antí-policía. Su amiga Elena (que por cierto le decían Cabra) no conocía mucho de bandas, pero ya había cogido con tres o cuatro bateristas. Su sueño era que el baterista ese que aparecía en las revistas algún día le pegara reconociéndola como su mujer. Mientras tanto se conformaba dejándose manosear por pésimos imitadores. Ingrid se puso contra la pared, no quería que le tocaran el culo, mandó a su amiga a comprar algo para tomar (le dio 50p porque era cheta). La cabra volvió con una caja de vino cortada y dos Dormilones de metro ochenta, flacos, narigones y con las pupilas demasiado abiertas para su gusto. Los tipos ni la jodían, la miraban y hacían ruido con la nariz, debían de estar resfriados. Tomó unos tragos de la cajita, era un asco, pero el hielo lo hacia soportable, además ella quería que le pegue, le gustaba la música y la facha pero la gente del lugar era aburrida e insípida. Ni siquiera había un tipo que le gustase como para justificar la noche. Las horas pasaron, tocaron LAS RANAS DE JEVHÁ, LOS INSURRECTOS CHORIZOS, LAS GALLINAS DE PICO FINO, una mano apareció de la nada y ella tomo la tuca para llevársela a la boca y respirar algo de humo. Lo demás ya lo sabemos: vómito, confusión, manos extrañas manoseándola en su descompostura. La policía la recogió en un callejón oscuro. Aquella navidad nadie supo como desapareció Ingrid.
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