Entre 1969 y 1970 aprendí algo muy importante en las relaciones humanas y la comunicación interpersonal hombre-mujer. Aprendí a admirar la serena belleza femenina sin tener, por ello, que molestarla ni tan siquiera intentar hacer otra cosa más que admirar su belleza en silencio y mientras los rayos de luz solar, a eso de las 11 de las mañanas laborales, se introducían por entre las persianas en el séptimo piso de aquel "presidio" de palabras para hacer más soportable la existencia. Aprendí que, siendo constante en el esfuerzo, se puede combinar un excelente rendimiento laboral equilibrándolo con esa admiración por la serena y pura belleza de las femeninas y sin que ninguno de los cotillas de turno se diese ni cuenta de ello. Al fin y al cabo solamente era una responsabilidad entre ella y yo. No había ni existía nada más.

Aprendí de memoria a caminar por entre los laberintos entrecruzados del Metro de Madrid persiguiendo un sueño del cual era mejor no despertar. Y entre los túneles del Metro de Madrid logré encontrar un respiro humano a aquel duro cansancio con las máquinas de la Compensación Bancaria. ¿Compensaba, de verdad, descubrir algún domicilio en el Paseo de la Oca y saber, después, que se había trasladado todo mi sueño hasta la Avenida Donostiarra?. Quizás la Bella Easo me dijo que sí... que compensaba... porque no era eso lo importante sino que, entre la chavala guapísima del séptimo piso a las 11 de cada mañana laboral, la chavala guapísima del patio de operaciones y cualquier ogtra chavala guapísima de cualquier otro piso yo siempre dialogaba, en silencio, con mis propias ensoñaciones por aquel entonces. Había varias en cada piso. Suficientes para poder soporgar aquel "presidio" bancario. Así que sonó el gong de mi siempre penúltimo combate y me salvó la campana del Servicio Militar Obligatorio.

Cuando volví, todavía tuve dos ocasiones para poder contemplar el bellísimo rostro femenino de las 11 de la mañana del séptimo piso y pensar en el bellísimo rostro femenino del patio de operaciones mientras, para combatir la inexistencia y ser verdaderamente real mi bellísimo sueño. Seguía aprendiendo a destejer las telarañas del Metro de Madrid para, guardando silencio, quedarme con el amparo de las estrellas de carne y hueso escuchando el suave sonido de la guitarra de algún cantautor anónimo haciendo posible lo imposible mientras seguía caminando por los túneles con las manos metidas dentro de los bolsillos de mi pantalón y esperando...

Y es que el Cine me empezaba a entusiasmar y me llenaba de nuevas ensoñaciones para vivir. Y si me hacéis las mercedes todos vosotros, mis sanos amigos y compañeros de viajes con canciones a plena luz de las estrellas, las mercedes de hacerme un poco de caso nada más... quizás sepáis a lo que me refiero para salir incólume, sano y salvo, de todas las batallas. Llamadlo OP. Llamadlo Operación Princesa.

Como dice ahora Daniel Barenboim: "hacer lo que quiero hacer, es lo que mantiene mi entusiasmo". Sólo que yo no lo hago con 29 años de edad (soledades ya olvidadas) sino con la eterna y verdadera juventud de los 18 años de edad. Y, a la frase de Daniel, le puedo añadir: "hacer siempre lo que quiero y lo que debo me mantiene siempre sano de espíritu y joven el cuerpo porque con el amparo de las estrellas y las mercedes de Dios se duerme mejor con Ella". Recordad siempre el Código OP: Operación Princesa aunque te señalen, siempre con el dedo acusador, quienes os insulten por la espalda por el hecho simple, sencillo y totalmente natural, de admirar la belleza femenina.