El traqueteo de la carreta no me dejaba dormir, había salido al alba, camino de los campos de trigo, que estaban a medio día de distancia. Estaba agotado, apenas podía abrir los ojos, la noche anterior había estado de verbena en la aldea y tuve que partir sin tiempo a descansar, pensando que lo podría hacer en el trayecto, puesto que las mulas conocían el recorrido y no necesitaban que las guiara. Pero quién podía pensar que las lluvias torrenciales de la semana pasada, habían dejado el camino que parecía un queso de gruyer. Esperando que llegara una parte que estuviera bien, me acomode entre los sacos de paja que llevaba para los animales.
Las risas de una mujer retumbaron en el bosque y las copas de los arboles se iluminaron compartiendo su alegría. Yo estaba aterrorizado, no sabía de donde provenían, miré a lo alto de los árboles sin saber porque lo hacía, pero las risas cada vez sonaban mas cerca, seguía mirando como los arboles se movían, estaba asustado, no sabía qué hacer, por más que miraba seguía sin saber de que lado procedían.
De pronto vi a una señorita montada en un caballo negro como la noche, se acercó al trote hasta mi carreta y me dijo:
-¿dónde vas amigo?-.
Pero a la vez que hablaba abría los brazos y bailaba sobre el caballo
-Voy a segar a los campos del norte, - le conteste
-¿De qué campos hablas?, si por aquí solo hay montañas llenas de árboles y arbustos -.
-Señorita, usted está equivocada, a medio día están los campos de trigo que tengo que segar –.
- No, amigo, te has equivocado de destino, estas en el bosque de los sueños, porque tú has tenido un deseo -.
Entonces empezó de nuevo a reír, se alejó como había venido, las ramas y matorrales se movían de un lado a otro como siguiendo sus pasos, los animales del bosque saltaban y corrían de alegría.
Estaba asustado, y a la vez asombrado, miré al horizonte vi que el camino ya no existía, estaba entre los arboles de un bosque que no conocía,
-Dios mio-, grite, me he perdido.
Arree a las mulas pero no me obedecían, me quería bajar de la carreta, pero no podía.
Oigo unas voces lejanas que me dicen:
-chico despierta -.
Vuelvo a oírlas esta vez más cercanas que hasta me retumban los oídos.
-Chico despierta, que es medio día, desengancha las mulas –.
Abro los ojos y asombrado veo que estoy en los campos de trigo.
Sueko
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