Naturaleza muerta*
Publicado en Nov 21, 2012
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                                                                                            … plantado de frutos

                                                                                            sangrantes y carnosos… 
                                                                                            Shinutoki Waisshoda.
  
Esta tarde las aves no han venido. Siempre son las primeras en enterarse, en adivinar en el aire los aromas de nuevos conflictos. Yo, ni modo. Ni moverme puedo de esta tierra moribunda. Mis antepasados vivieron y murieron aquí, se alimentaron y bebieron de esta misma tierra, crecieron y engendraron y se multiplicaron aquí mismo. Aprendieron, y me enseñaron justamente, a apreciar la visita de las aves viajeras, el dulce y cálido viento del norte que nos acaricia y conmueve de cuando en cuando, toda vez que la vida nos es favorable. También me enseñaron a mirar con indiferencia los actos infames de hombres perdidos y de corazones negros como carbón. «No te fíes de ellos», solía decir mi padre. «Siempre encuentran caminos para la destrucción de quienes les rodean», sentenciaba áspero. ¡Vaya si tenía razón! Desaparecería un par de semanas después, arrancado violentamente de su pasiva vida, de la tierra en que había enraizado.
Antes incluso los niños solían acercarse, corretear de un lado a otro, esconderse bajo nuestra sombra, trepar y reír al caer como frutos maduros. Como las aves, ya ni los niños se suelen ver. No después del primero. A menos que vengan llenos de espanto y lágrimas y mocos, agarrados con fuerza de las faldas de sus madres, como queriendo protegerse de alguna manera del horror.
Al primero lo trajeron amoratado y deforme, hinchado de tanto golpe. A rastras. Lo tiraron en el barro, apenas revolcándose como un gusano. Le dieron una dura cachetada para avivarlo. Lo levantaron y amarraron lentamente al seco tronco. El hombre negaba violentamente, gesticulaba presa del drama, pero no importaba lo que dijera, había sido condenado. Uno de los hombres se le acercó furtivamente paseándole el filo de un metal por la garganta con determinación. En un instante la sangre brotó y se derramó como savia por su torso desnudo y las arrugas del tronco, formando pronto un charco púrpura ávidamente bebido por la tierra. Fue entonces cuando comprendí que la vida se alimenta de la muerte, que otros nacerán de nuestros cadáveres descompuestos. La sangre se filtró a través de la tierra, subiendo luego por mis raíces. La bebí con fuerza y aplomo. Nutrido con la sangre de aquel anónimo cadáver pudriéndose a mis pies, seguiré viviendo. Pero la tierra se torna estéril y ocre con cada nuevo muerto. Mi tronco y mis raíces también. Adquieren el ocre color de la muerte del hombre. Mis frutos rebosan con los gusanos de la putrefacción. Terminaré embriagado, envenenado con el tóxico líquido de la sangre del hombre. Corrupto. Ahogado en sus muertes, encontraré mi muerte.
 
© Richard León
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* Cuento presentado en el marco del Uy Festival 2012, bajo el título de Los banquetes de la corrupción.
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Foto del autor Richard Len
Textos Publicados: 1
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Descripción

Palabras Clave: Naturaleza violencia literatura cuento muerte vctimas

Categoría: Cuentos & Historias

Subcategoría: Ficcin



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Julia Castillo

Muy bueno
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November 21, 2012
 

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busy