Romance de la Sandrita y el Canguro – Francisco Fernández
Publicado en Nov 22, 2012
Ninguna historia de amor tan marginal como la de la Sandrita y el Canguro. Hijos del costado más oscuro y cruel de la ciudad, sellaron su pacto de amor frente al cementerio del Oeste, bajo el centenario gomero que da sombra a las floristas.
Ahí, en ese rinconcito del parque Avellaneda, los vi durante años curarse las heridas, siempre al calor del paco y el tolueno. El con los dedos quemados por mil encendedores. Ella ocultando su tesoro de plástico bajo la manga, con los pulmones quemados por el pegamento. A la Sandrita le hicieron mal la calle y los linyeras de la ex papelera de avenida Pellegrini. En ese puto decampado fue víctima de todas las maldades. Sabía que de otra no había: en casa sería peor, siempre. Cuando no estaba ahí, estaba internada. Desaparecía durante meses para regresar más flaca que antes, con la cabeza rapada y la misma mirada dolorosamente extraviada. “Eramos vecinos. Era muy linda cuando era changuita, a mí me gustó siempre”, me contó una vez un tachero que tiene la parada al costado de la torre de la avenida Mate de Luna. Al Canguro lo apaleó la desgracia como si cargara con la culpa de miles de infelices. Hace años se durmió sobre las vías del tren, en el puente del complejo Avellaneda. La máquina, despiadada, sin alma, le arrancó un brazo y una pierna. Por eso lo de Canguro. Ayudado de una muleta, va saltando entre los autos, pidiendo una ayuda. Pero lo bello, lo salvajemente bello, es que supieron amarse y hasta tuvieron un hijo. Durante nueve meses, el Canguro la protegió a sol y sombra. Dormían juntos en el parque. Bien pegaditos. El pedía monedas sobre la platabanda de la avenida. Ella lo miraba desde uno de los bancos frente al piletón. La última vez que los vi, ella cargaba en brazos al recién nacido. El, orgulloso, caminaba a su lado. No hace falta ser un genio para saber que la historia no tuvo un final feliz. No sé porqué (miento, sí lo sé), pero el romance de la Sandrita y el Canguro me persigue desde hace años. Regresa siempre, a veces en sueños y otras me asalta a pleno día, justo en esos momentos en que comienzo a pensar que la vida es una mierda que no vale la pena para nada. Vuelvo a recordar la última imagen que tengo de ellos: ella besa a su hijo y él la mira desde lejos, extraviado por la pasta base, pero lúcidamente orgulloso de su semilla. Ahora ustedes también lo saben. Ahora me creen cuando les juro que no existió ni existirá otra historia de amor tan marginal como el romance de la Sandrita y el Canguro.
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