II Captulo. Alameda, camino real entre Sevilla y Granada
Publicado en Nov 22, 2012
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II Capítulo. "Crónica de una familia"
En  Alameda andaban tiempos revueltos, se decía que todos los males habían recaído en aquellos años, y no les faltaba razón. En Andalucía y en el propio país sufrían una
crisis general de desdichas inenarrables, nos retrotraemos a una época de calamidades naturales sin precedentes. 
Nos referimos a las sequias más importantes que se habían conocido en Alameda y en todos los alrededores, y como signo contrario las fuertes tormentas que azotaron la misma zona, como si el universo quisiera poner orden a tanta injusticia social que reinaba en aquella vieja España, a base de calamidades y adversidades.   
Como consecuencia llegaron las epidemias más inclementes al municipio. Pronto sus
campos se vieron arrasados por la langosta, que devastaba con todas las cosechas habidas y por haber. Cuando no eran saltamontes, aparecía otra enfermedad para el campo, como la filoxera, que arrasaba todas las cepas  vitivinícolas por donde pasara y que tanto daño hizo en municipios próximos como Lucena, Moriles o Puente Genil, por mencionar algunos. 
Epidemias una tras otra, donde la rentabilidad del campo era prácticamente cero, pero siempre mejor que la de los pobres jornaleros, esos que no tenían nada que llevarse a la boca y además padeciendo mil enfermedades casi siempre transmitida por el agua y alimentos en mal estado.
El jornalero de Alameda,  de Badolatosa o  Casariche era un hombre agradable, inteligente, activo y sufrido; resiste hambre y sed, calor y frío, humedad y polvo; trabaja tanto como su ganado y nunca roba ni le roban.
Pero la penuria estaba instalada en Andalucía, un  panorama desolador para los más
pobres de Alameda; no existía nada para el sustento, solo los patrones, los labradores poderosos tenían para comer y derrochar, sin que nada le faltase aunque tuvieran que acudir al contrabando.
Las penurias de la clase trabajadora y la indigencia de las clases necesitadas, son sin lugar a dudas situaciones que se mantuvieron en el municipio hasta mediados del siglo XX.
Mucha gente fueron socorridas asistencialmente por el Consistorio de entonces, pero
la verdad, poco podían hacer con los escasos recursos que contaban, prácticamente sin presupuesto.  Había que acudir a las clases más acomodadas, a los labradores, propietarios de  tierras y del poco o mucho ganado que existía.
Los Borrego se encontraba entre ellas, gozaban de ser familia generosa que socorría a los necesitados.
Como en todos los pueblos, habían gran diferencia de clases; muy pobres o muy ricos. En este siglo en Alameda se creó la fundación de obras pías como la Conferencia de San Vicente de Paul o el Asilo Hospital para los pobres, de Nuestra Señora de las Mercedes.
Pronto emergió el contrabando, para el consumo de los pudientes, a cambio de otros productos agrícolas, trigo, cebada, aceite o vino; resolvía la situación familiar por mucho tiempo.
Además, el patrimonio de los señores no era solo fincas rusticas, eran titulares de casas solariegas, acondicionadas con muebles artesanos de lujo, con artísticas tallas realizadas a mano por los mejores tallistas del momento; como así mismo vajillas traídas de la Cartuja sevillana, pinturas al oleo que lucían en grandes salones, mantelerías portuguesas y joyas con pedrería fina, donde no faltaban las esmeraldas y las perlas finas en el ajuar de las señoras. Y como no, dinero, dinero en efectivo y guardado hábilmente en cofres, escondidos donde nadie pudiera verlos. Y como en todas las casas señoriales, existía un servicio domestico que solo unos pocos podían mantener.
Había que estar pendiente de las riquezas, eso lo sabía bien la familia Borrego;  cerca, los
caminos de Alameda eran lugar preferido de bandoleros que campaban a sus anchas, a veces  por campos a través para robar cuanto podían y en el mejor de los casos perdonar la vida a los ocupantes de los cortijos, de las diligencias que asaltaban, ante la impasividad de las
autoridades, incapaces de poner orden en tanto desorden.
Alameda se había convertido en punto estratégico en el Camino Real entre Sevilla y Granada. El pueblo quedaba a mitad  entre ambas ciudades, donde se pasaba la noche,  parada y fonda
obligada, oportunidad para unos pocos, que aprovechaban para dedicarse al negocio de hostelería y servicios afines.  También reinaba la picaresca más grande del mundo, que se aprovechaban de los viajeros y residentes. Para unos pocos, otra forma de supervivencia.
Y es que Sevilla, empezaba a florecer un desarrollo económico tras los malos tiempos en los primeros años del siglo XIX, cuando  se instaló en Andalucía una gran epidemia que solo en  la capital fulminó a un tercio de la población, se trataba de la fiebre amarilla.
Por si esto era poco, la invasión francesa también afectó a la capital de nuestro pueblo. En Sevilla, el Rey Bonaparte ocupó la ciudad y según dicen sin realizar ni un solo disparo en febrero de 1810,  por haber sido pactada el rendimiento por las autoridades sevillanas para evitar el derramamiento de sangre en la poca población que existía en ese momento. 
Por suerte, recién proclamada  Isabel II heredera del trono de España, el signo cambió en el país a partir del 1835 con la desamortización de Mendizábal, los especuladores encontraron una fuente para enriquecerse rápidamente, de forma sencilla en nuestra tierra, llevándose
muchas obras artísticas de Sevilla  a otras ciudades como Granada.
Son tiempos de especulación y el dinero empezó a rodar en Sevilla. En la época de
Isabel II la clase política inició el desarrollo de la obra civil, construcción a doquier en toda la ciudad, obras públicas  como el Puente de Triana o la restauración de la Torre del Oro. También palacetes para los nobles de la burguesía sevillana.  Los Duques de Montpensier en el Palacio de San Telmo hicieron parecer de la ciudad,  la segunda Corte del Reino, completándose el alumbrado y la pavimentación de las calles.
Gran movimiento de mercancías y personas, congruencia para pillos y bandoleros que
aguardaban en las serranías, a veces para hacer justicia, otras para quedarse con todo cuanto llevaban.  En Granada, ciudad en declive político y económico en la primera mitad del Siglo XIX, recibió un gran impulso a la llegada de Isabel II.  Todo cambia a partir de ese reinado, que impulsó la modernización de la ciudad, la mejora de sus condiciones de salubridad y la construcción de casas palacio como ocurriera en Sevilla.
Este inesperado auge económico facilitó éste relanzamiento, impulsando el comercio y abriendo nuevas calles de hechura moderna, creando la calle Reyes Católicos o la Gran Vía de Colon.
El ir y venir de viajeros de Granada a Sevilla y de Sevilla a Granada supuso para Alameda un gran auge, un verdadero cruce de caminos, ya que desde Córdoba también se pasaba por Alameda en dirección a Málaga. 
Un lugar de paso. Las posadas donde paraban las diligencias para que los viajeros
descansaran se llamaban paradores, en Alameda existía varios paradores, como así mismo otros negocios similares en los alrededores. Estos establecimientos estaban bastante cuidados, con excelentes camas, se limpiaba la ropa y asistían a los caballos.
Por las calles de Alameda se veían buhoneros arrastrando carros vendiendo variedad
de cacharros, eran los que llevaban todo tipo de utensilios domésticos de uso diario, así como medicinas para curar los males.
También había pregoneros, cumplían una labor informativa en ocasiones al servicio de la
administración, otras a particulares para hacer propaganda de los productos de los ercaderes, también existían los charlatanes que eran simplemente intermediarios entre el artesano y los compradores. Los buhoneros también pregonaban sus artículos.
La gran mayoría de esta gente circulaba bajo las especies de mercaderes itinerantes. Son ellos los que han forjado la imagen más tópica de la época. Pero esta imagen nos disfraza el hecho real de que en los caminos podíamos encontrarnos una gama mucho más amplia de representantes de las diversas capas sociales, y que todos ellos tenían su propio estilo y recursos a la hora de desplazarse.
Se veían a pie, con el típico sombrero ancho de los caminantes  y un buen capote, y
transportaban sus enseres y mercancía ligera en las alforjas de un caballejo, sobre el que monta también su "escaparate": una percha en la que se exponen cinturones, bandas, collares, y otros diversos artículos de mercería.
Viajar con la bolsa llena ayudaba extraordinariamente a paliar los rigores del camino y allanar las cosas en general. Por llamarlo así, hacia caer barreras, las de los innumerables peajes
y tributos de los que sólo se sale pagando los derechos a base de propinas y sobornos. Ayuda a conseguir mejor alojamiento y comida -a veces echando de la cama a huéspedes menos afortunados-, a reponer equipo y cabalgaduras, a procurarse los servicios de médicos, barberos, herradores y veterinarios. Hay que pagar soldadas a los acompañantes, porteadores, acemileros y espoliques, guías y escoltas armadas, hacer regalos a los que han brindado hospitalidad, dejar propinas y limosnas por todas partes- solo un problema: cruzarte con un
bandolero.
Por Alameda y también por Badolatosa y alrededores era frecuente ver las galeras, que no era otro medio de transporte mas, era el mejor carruaje, consistía en un carro grande, de cuatro ruedas, ordinariamente con cubierta o toldo de lienzo fuerte, un enorme furgón, o mejor dicho, una pequeña casa colocada sobre cuatro ruedas, de una construcción tan sólida que parece tener desconfianza del tiempo. Solamente el bastidor era de madera; de los laterales colgaban esteras de esparto o paja y el fondo, en lugar de estar entablado, consistía en una red de cuerdas sobre la que se apilaba la carga.
Los pasajeros eran acomodados como fardos hasta hallar la postura conveniente. Todo era tapado por una cubierta de hierro sujeta por aros de madera y cañas transversales, y las aberturas de atrás y delante eran cerradas a placer por medio de unas cortinas de esparto.
En Alameda existían talleres para adaptar este tipo de carruajes, herreros, carpinteros, forjadores, artesanos del esparto, y cuantos oficios hiciera falta para el transporte de viajeros. Una zona de servicios donde no faltaba nada, bares, cantinas, mujeres de alterne,
casas de juego, fondas, comedores, cuadras para los caballos, herradores y un largo etc.
Luego  llegaron las diligencias, era el medio de viajar por antonomasia,  en esos años, se hace dueña de todos los itinerarios y carreteras principales. La diligencia, -este nuevo medio de
transporte- ha conseguido hacer viajar, en un mismo vehículo, a las distintas clases y estamentos sociales que antes usaban medios distintos: los coches, los poderosos; las galeras, las clases acomodadas; los carromatos y caballerías, los estudiantes y clérigos, etc.
Ahora todos comparten el mismo vehículo, aunque por la acertada estructura de tarifas, con tres o cuatro clases, cada uno puede elegir al gusto.
Podemos resumir que Alameda en la época de Francisco Borrego Medina, era un pueblo de los denominados camineros,  son términos inseparables al ser pueblo pasajero. Alameda ha sido testigo de la Historia de Andalucía. A lo largo de los siglos han ido transitando por este camino siempre lleno de trajines, cauce por donde iban y venían las mercancías, ganado y las personas, buhoneros,carreteros, artesanos itinerantes.
Su amistad y hospitalidad enseñó a los alamedenses a no considerar a nadie  cómo
forastero.
La historia y la leyenda nos habla también de la existencia en Andalucía de unos personajes que hacían lo posible por aprovecharse de este flujo de personas, ganado o cosas, eran  los bandoleros. Muchos de ellos lucharon como  soldados contra los franceses, por tanto
acostumbrados a la guerrilla, la emboscada y  al manejo de armas; otros simplemente por la
necesidad de no tener que llevarse a la boca y además tener que alimentar a una familia. Por unas causas u otras, echarse al monte era una de las salidas de los más extremistas.  Hasta los años cuarenta parece que bastantes bandidos pululaban por los caminos, de Sierra Morena para el Sur principalmente, siempre al acecho de cuantos circulaban  por allí, para practicar el robo y la violencia, que en muchas ocasiones acababan en el crimen.
Alameda por ser cruce de caminos no se libro de ellos, incluso uno de los más  famosos nació en Jauja una pequeña aldea de Lucena, se llamó José María "El Tempranillo" es, por el contrario, rocambolesca; bandolero de Sierra Morena, donde, según la leyenda, evita la
violencia y el crimen y, a cambio de sus robos y asaltos, protege a los viajeros de otros bandidos de poca monta, después de bastantes años de fechorías es indultado en 1832 por Fernando VII. Encontró su muerte en Alameda, enterrado en el patio de la Iglesia Ntra. Sra. de la Inmaculada Concepción, Patrona  del municipio.
Existe un pueblecito entre Alameda y Casariche muy querido por los habitantes de la zona, se trata de Corcoya su tradición íntimamente unida a la historia del culto a la Virgen de la Fuensanta, cuyo comienzo está datado en la Edad Media, hacia el año 1384 cuando se produce el hallazgo de la imagen de la Virgen. Aquí vivía el hermano de Luciano, Antonio Borrego
Cruz, de profesión labrador casado con Brígida Nieto, el que fuera padrino de sus hijos.
Antonio vivió también en Badolatosa, posiblemente tuvo algún cargo en el Ayuntamiento, quizás por los intereses anejos a sus propiedades en el término municipal.
En Corcoya existe la ermita en honor a la venerada Virgen de La Fuensanta donde, según distintos historiadores, recibió el indulto el bandolero José María Hinojosa Cobacho, alias "El Tempranillo". Este bandolero solía acudir al santuario a refugiarse en unas cuevas que hay junto a él, para pedir auxilio a la virgen, que, por cierto, tiene el título de Patrona de toda la
Comarca.
Otro hito importante que imprimiría su sello en la historia de Corcoya  sería las minas de hierro en la Sierra de la Cabrera. Esta mina funcionó a plena producción hasta los años 20, en que se hundió acabando con la vida de unas 300 personas. Después de esto la mina no volvió a reabrirse.
A partir de esa fecha, Alameda entra en una relativa calma, ya que las fechorías continuaban solo por parte de algunos bandoleros que aun quedaban en la zona, todo ello duró hasta 1855 aproximadamente.
En esa fecha fue cuando falleció Francisco Borrego, tenía cumplidos los 40 años, dejando viuda a su mujer quien heredó todos sus bienes.  
Pero no duró mucho tiempo la vida de Antonia, afectada por una larga enfermedad y achaques crónicos propios de la edad, una mañana resultó inconsciente en la cama. Fueron los sirvientes quienes se dieron cuenta al levantarla, había llegado la hora de Antonia, que al poco tiempo
murió.
Esta circunstancia, a faltar los padres, Antonio  y  Luciano heredaron todas las fincas, casas y
demás propiedades, iniciando por separado una nueva vida.  Luciano se hizo cargo de una gran hacienda en Casariche, otras en el término de Badolatosa que totalizaba el 50% de la
herencia.   Por su parte, Antonio se hizo cargo de la casa de Alameda y dos extensiones de terreno de regadío. Una próxima a Badolatosa y otra en Corcoya, lugar donde conoció a Brígida, casándose y trasladando su residencia definitivamente.
Pero mejor, invito a seguir el relato en el próximo capítulo: La gran boda en Casariche.

 
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Foto del autor RAFAEL GAMERO BORREGO
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Descripción

Alameda, camino real entre Sevilla y Granada, parada y fonda. Ao 1800. Usos y costumbres. El bandolerismo en Andalucia. Tiempos de epidemias y enfermedades. Ricos y pobres. Clase jornalera. La familia Borrego propietaria de fincas y cortijos.

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Categoría: Cuentos & Historias

Subcategoría: Relatos



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