Historias (por Ángel González y Diesel)
Publicado en Nov 23, 2012
El silencio más grande de la historia.- Maracaná, Río de Janeiro, 16 de agosto de 1950. Oficialmente, 199.854 espectadores, entregados a un equipo invencible. Incluso el empate les valía a Brasil para ser campeón. Más seguro parecía en el minuto 47, tras el gol de Friaça. Pero entonces, Obdulio Varela, el faro uruguayo, discute con el árbitro y los rivales; frena la euforia. Pronto, gol de Schiafino. Y en el 79, Gigghia convierte Maracaná en el más grande cementerio de todos los tiempos. Brasil no volvería a vestir la camiseta blanca y Ary Barroso, el más famoso locutor de radio de la época -el que gritó "¡lo sabía, lo sabía!"- no volvería a radiar un partido. Gigghia resumió: "Sólo tres personas callan Maracaná: Sinatra, el Papa y yo". En el otro rincón, Barbosa, el portero, concluyó: "La pena máxima es 30 años de cárcel. Yo llevo 43 años pagando por un crimen que no cometi". Murió en 2000, en la miseria. Seis años antes no le dejaron visitar la concentración brasileña porque traía "mala suerte". Testamento: prohibido pedir la plata.- Múnich, 10 de septiembre de 1972. Final de los Juegos. Estados Unidos, pese a jugar con universitarios, se había mantenido imbatible siempre: 63 partidos, siete oros desde 1936. Enfrente, la URSS de Sergei Belov, con más de 400 partidos de preparación. Ambos llegan invictos a la final, donde Estados Unidos no despega, pero sí reacciona y con dos tiros libres de Doug Collins, a tres segundos del final... ¡50-49! Luego, el escándalo. Los rezagados sacan, se ven encerrados y el árbitro para el partido, porque el técnico soviético había pedido tiempo muerto. La URSS saca de fondo de nuevo, un desesperado tiro de 25 metros no entra, pero... El técnico vuelve a la carga, porque el bocinazo suena antes de tiempo. El mismo presidente de la FIBA baja a la cancha y se vuelve a dar la razón a la URSS. A la tercera, el balón cruza la pista y Aleksander Belov logra la canasta de la Guerra Fría. Los yanquis no recogen la plata, ni firman el acta ni participan en la ceremonia final. Un comité ratifica, tres notas (Cuba, Hungría, Rumanía) a dos (Italia y Puerto Rico). El éxito rojo. El CIO, cada año, manda una carta a los perdedores para que acepten sus medallas, que esperan en el Museo Olímpico de Lausana. Varios han dejado escrito en sus testamentos que los herederos tampoco puedan recoger la plata maldita. En las antípodas, el título se voltea.- Ha habido múltiples remontadas en el último día de la F1, la última sucede en 2007, el día en que Hamilton, con 4 puntos de ventaja sobre Alonso y 7 sobre Raikkonen, perdió el título por una salida de pista y un ¿bocinazo? de novato sobre el limitador de velocidad que paró su Mc Laren. Pero en 1986 fue el año mítico por excelencia. Cuatro magníficos como Senna, Prost, Mansell y Piquet por la corona. A dos carreras del final, Mansell sumaba 70 puntos, mientras Piquet le seguía con 60. Detrás aparecía el campeón vigente, Alain Prost, cn 57 puntos, y ya sin opciones, Senna con 51. Al llegar la última estación, en Australia, la puja aún es más favorable a Mansell. Todo preparado para su primer campeonato. Pero no: un reventón en una rueda, a 20 vueltas del final, lo sacó de la pista. Prost entraba en primer lugar, delante de Piquet, y se coronaba. Segundo entorchado seguido. La doble baza de Williams, para ganar, quedó hecha fosfatina. 8 segundos, "cabra" y rozaduras.- Fignon versus Lemond, París, 23 de julio de 1989. Para una vez que la Gran Boucle acabó en crono... Aquella edición arrancó con un despiste monumnetal de Perico Delgado en el prólogo de Luxemburgo y terminó con la traca final en París. Ni el perdedor -en la ciudad que le vio nacer 29 años antes- ni el ciclismo francés se recuperaron nunca. Laurent Fignon, bicampeón del Tour y el ciclista más joven en conquistarlo, hombre arrogante, estaba seguro. Versalles-París, 24'5 kilómetros y 50 segundos de ventaja para un especialista contra el cronómetro, el campeón "mucha baba" que un día antes escupió a una cámara de TVE. Pero Greg Lemond le sorprendió con estampa de ciclista de futuro, casco aerodinámico y manillas de triathlón. Últimos kilómetros, París, Francia y el universo ciclista entero contienen la respiración cuando Laurent, reventado, cruza la meta, se tira al suelo y pierde el Tour por la diferencia más baja de la historia: ¡8 segundos! "Unas rozaduras en la entrepierna me causaban door en el sillín", se excusó. El minuto (y pico) del siglo.- Bayern Múnich-Manchester. Barcelona, 26 de mayo de 1999. El United, con un joven Beckham a la cabeza, es un quiero y no puedo... Hasta el descuento más inverosímil conocido. Entre el minuto 91 y 93, Europa se da la vuelta. Dos goles en 96 segundos de los dos jugadores que entraron en el segundo acto (Sheringham y Soljskjaer). Quedó una instantánea impactante: Collina, el árbitro, intentando levantar a jugadores del Bayern, llorosos, desconsolados, sin querer jugar lo que restaba. La remontada europea, ¡por Seva!.- 30 de septiembre de 2012. Chicago. Europa pierde de paliza 10-6 a falta de los individuales del último día, donde los americanos son mejores tradicionalmente. Y se produce una reacción histórica, en cadena. ¡Guau! Luka Donald, Ian Poulter, Rory Mc Ilroy, Justin Rose y Paul Lawrie se escapan y el equipo USA empieza a dudar. De la duda, a la zozobra y después, a temblar y llorar cuando Sergio García y Martin Kaymer, a remolque toda la Ryder, levantan sus partidos en los hoyos 17 y 18. Puntos supremos. Europa devolvía la mayor remontada de la historia, con la fecha de una inversa de 1991. El capitán europeo, Olazábal, no puede ni casi hablar. Eso sí, acierta a decir: "!Va por ti, Seve, amigo". Solamente para hombres de verdad.- Invierno de 1971 o invierno de 1972. Da lo mismo que fuese invierno de 1971 o fuese invierno de 1972 porque en invierno, sea cual sea el año, el circuto de atletismo de la Casa de Campo de Madrid, es igual de fangoso, embarrado y pesado para las piernas de los atletas. Es la primera vez que me enfrento a una prueba de campo a través en mi vida sanamente deportiva y nadie cree que lo voy a lograr. Allí estamos, para participar y ya en la línea de salida, todo el Grupo de los Independientes. Comienza la lucha contra los elementos: frío, charcos de agua, barro, lodo, cuestas hacia arriba, bajadas, cansancio y la envidia... ¡siempre la cochina envidia de quien se cree superior proque tiene complejo de inferioridad!. José Luis, siempre tan prudente y sensato, decide no participar en la prueba y deja su dorsal clavado en la rama de un arbusto. A menos de 100 metros de iniciada la dura prueba, se hunde, completamente rilado, Alfonso y, después, van abandonando todos los independientes excepto Bonifacio y yo. Yo sé que puedo aumentar mi velocidad para ir más rápido porque tengo fuerzas físicas para hacerlo, pero me gusta continuar con el ritmo que llevo y que para mí es lo importante. Pienso, durante la dura prueba, que lo importante no es llegar sino que lo importante es saber llegar. Alguien le dice a Bonifacio que yo he abandonado. Bonifacio, que va muy cansado porque no sabe dosificar bien sus fuerzas, cae en la trampa que le han tendido y decide abandonar. Pero yo sigo en carrera. Ante los ojos atónitos de Bonifacio sigo siendo el único superviviente de los independientes cuando queda por dar la última vuelta al circuito. A medida que la distancia se hace cada vez más larga más fresco me mantengo tanto en lo físico como en lo mental y, sobre todo, sigo con mi buen humor de siempre, hasta contando chistes para compensar el esfuerzo. Según voy alcanzando a algunos rivales, que ya están agotados, éstos van abandonando la prueba, reduciéndose en gran número los que cumplen con todo el recorrido. Según voy pasando rivales y según van abandonando en la última vuelta, los jueces de carrera, al pasar yo, van quitando las banderitas que señalan el trayecto de la carrera. Hasta que por fin llego a la meta cuando ya están entregando los trofeos a los vencedores. Alguien aplaude cínicamente, como para tomarse a broma el asunto, pero, ante el asombro del cínico, otros y otras aplauden de verdad. Mas todavía tengo algo más importante que demostrar al cínico, delante de todo el Grupo de los Independientes y de las chicas que el cínico ha invitado para que vean la prueba. Así que ante todos y todas me quito las zapatillas deportivas totalmente embarradas, me quito las medias completamente mojadas y enseño mis dos pies. Por entre todos los dedos de mis dos pies recorren regueros de sangre. Y es sangre de verdad. No sé si, aquella mañana, Alfonso aprendió algo de mí para saber cómo se comporta todo un hombre de verdad; pero yo, aquella mañana, aprendí de Alfonso, y con la presencia de las chavalas del Banco Hispano Americano (invitadas por él porque yo no necesité nunca invitar a ninguna de ellas pues me sobraban otras para pasarlo mejor), cómo actúa un cobarde y más Judas que Iscariote. Y es que lo que tenía José Luis de sincero y amigo, lo tenia Alfonso de falso y traidor. Y si alguien quiere comprobar este dato puede consultar la revista mensual de la Federación Madrileña de Atletismo de aquellos años.
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