Captulo VIII. Pepe Borrego, bohemio
Publicado en Nov 25, 2012
Capitulo VIII "Crónica de una familia"
Al tocar el turno a nuestro nuevo protagonista, Pepe Borrego, comentamos que la vida le trataba bien, incluso había conocido una chica del pueblo, Ana de sobrenombre Fuensanta, una joven encantadora como ella sola, hija de labradores humildes, pero esa circunstancia no impidió el inicio de un gran romance. En el pueblo, era conocido como Pepe Borrego, de carácter y condición bien distinta a sus hermanos. Contaba 23 años, una edad propia de contraer matrimonio, pero como persona reflexiva y previsora no le importó esperar un tiempo, su padre padecía de ciertas dolencias crónicas, y su hermano entendía no darse cuenta, a juzgar por los negocios que emprendía, a veces buenos, otras no tanto. A Casariche llegaban noticias de vez en cuando, que fueron coincidentes en la fecha de nuestra narración y que tuvieron al paso de los tiempos una influencia notable en la sociedad española. Por ejemplo en 1881 nace en Málaga Pablo Picasso, pintor español más influyente del Siglo XX, el 23 de noviembre del mismo otro nacimiento que daría mucho que hablar, nace en Moguer (Huelva) Juan Ramón Jiménez, poeta español que será galardonado con el Premio Nobel de Literatura en 1956 con la dulce narración "Platero y Yo" y por si fuera poco, el 8 de octubre de 1881 se inaugura la línea férrea entre Madrid y Lisboa, presiden el acto los monarcas de España y Portugal Alfonso XII y Luis I. Volviendo a Casariche observamos un Pepe Borrego que prácticamente dependía de su hermano, cualquier asunto debería contar con el visto bueno del primogénito de la familia ya que el abuelo había depositado en él toda responsabilidad. Imaginemos por un momento a un hombre que quería independizarse, contraer matrimonio e iniciar una vida propia, sin ataderos que dificultasen estos objetivos, comenzar con lo que le pudiera corresponder de herencia. Pero claro, hablar de eso en vida del padre era autentico tabú. En cambio su hermano sí podía hacer y deshacer a su antojo, facultades que el viejo le había otorgado algunos años antes. Pero el universo había ya preparado los últimos días al abuelo Juan Luciano, los achaques eran continuos, e inflexibles a la precaria medicina de entonces. La familia preocupada, habían requerido a los mejores médicos de la comarca, que pronosticaron degeneración de próstata, una enfermedad grave que acabó con la vida de aquel hombre cuando contaba 43 años. La viuda no pudo con tanto dolor y sufrimiento, después de tantos años juntos. Una seria depresión agudizó su estado de ánimo, nada podía consolar la perdida de Juan Luciano. Unos años después falleció en el mismo lecho que había dado a luz a sus hijos. Son las cosas del destino, que tratándose de la muerte nadie comparte. Sus desconsolados hijos lloraban sin tregua. Para nada sirvió la fortuna acumulada, las posesiones, el ganado y el gran patrimonio inmobiliario, casas solariegas en Alameda, Corcoya y Casariche. Para los hijos se trataba de un comienzo de ciclo, de una nueva etapa, con unos objetivos bien claros a cumplir por cada uno de ellos. Todo se resumía en la continuidad familiar, la vida sigue y aunque la pena embarga no ahoga. El notario de Estepa se encargó de leer el testamento, el único testamento tras la defunción de Concepción. No había ninguna sorpresa, todo estaba atado y bien planteado por el difunto Juan Luciano. Cuatro lotes para los cuatro herederos que había que designar por sorteo. Lo conformaban las haciendas, maquinaria agrícola, ganado, casas solariegas y de labranza, el molino, joyas, ajuar, mobiliario y dinero en efectivo. Tras el acto protocolario ante el notario, los hermanos se repartieron la inmensa fortuna y aunque los lotes no podían ser exactamente iguales por la disparidad dimensional de los dominios, y la indivisión de algunos bienes inmuebles, los hermanos salieron satisfechos de la herencia recibida y del modelo de reparto diseñado por su padre. A nuestro abuelo Pepe no le tocó precisamente el mejor de los lotes, pero era un hombre conformista, una persona seria y asumió sin más, el lote que en suerte le había correspondido. A partir de esta división de capital, se inicia una nueva andadura de cada uno de los hermanos, si bien fue notable la suerte inmensa de Luciano, que duplicó y triplicó el capital en poco tiempo, en un período nada favorables para la inversión, y si muy buenos para la especulación sin escrúpulos, que consistía simplemente en comprar latifundios a bajo coste debido a la ruina que atravesaban otros. Manuel triunfaba como ingeniero de caminos en diferentes puntos de España; a Casariche solo venía en feria por el mes de agosto y gustaba ir a Corcoya en septiembre a las fiestas de la Fuensanta, ya que era gran devoto de la Virgen. Pepe, como habíamos comentado, era bien diferente a los dos; intentaba salir adelante con los recursos recibidos de su padre, gustaba de las fiestas, el flamenco y las costumbres del pueblo. Daba la impresión que poco le atraía el campo, único negocio de entonces, pero poseía una gran habilidad conversadora, lo que se dice "don de gentes" que aprovechó para intermediar en operaciones de compra y venta, "corredor" como se decía en aquella época. Imprescindible para llegar a un acuerdo entre las partes intervinientes, actividad que benefició en buena medida a su hermano Luciano. Había transcurrido un tiempo prudencial cuando decidió casarse con aquella linda chica que conoció hacía un par de años, su única novia. Estaba completamente decidido, contaba 26 años y se consideraba un hombre maduro, con un buen futuro por delante, a pesar de la crisis que perduraba por aquellos años. La fortuna heredada le mantenía su estatus social con una solvencia suficiente, aunque mermada por su inactividad agrícola, pero nada le impedía contraer matrimonio. Según las reglas protocolarias, pidió la mano de Ana, en una cena preparada para la ocasión en casa de la novia en calle Las Monjas. Asistieron por su parte, sus hermanos Luciano y Cándida, con sus respectivas parejas, y los anfitriones, los padres de Ana, Francisco Sojo Sillero y María de los Dolores Marín Soria, acompañados de familiares y varios amigos. Su hermano Manuel se encontraba de viaje por motivos de trabajo. En el transcurso de la cena, le hizo entrega a Ana de una preciosa pulsera de pedida de oro blanco con brillantes. Por su parte, Francisco, el padre de Ana, le regaló un magnifico reloj de oro de bolsillo, grabado con las iniciales de ambos y una cadena de eslabones grandes igualmente de oro macizo para enganchar al ojal del chaleco. Ella no tenía dote, su padre era un modesto labrador propietario de un pequeño dominio de secano, suficiente para vivir desahogadamente. El era consciente que aquella familia no tenía riquezas, pero si era una familia querida en el pueblo, ya que a Francisco se le apreciaba por ser considerado una gran persona. Todo estaba preparado para la gran ceremonia, el banquete se celebraría en el salón del casinillo de los labradores, orquesta de Estepa contratada para amenizar el baile, y seleccionado el menú, bebidas, refrescos y la tarta nupcial que no podía ser inferior a diez plantas como corresponde a una familia de su abolengo. Llegó el día señalado en la Iglesia Nuestra Señora de la Encarnación, un 20 de Abril de 1902, tanto la misa como la ceremonia nupcial es dirigida por su titular don Francisco Mª León, por cierto, que sustituía al anterior Juan Nieto. Podemos decir que era la incipiente primavera del Siglo XX, al menos para los novios, la más hermosa de todas las primaveras, incluso de todos los tiempos, porque se trataba de la fecha elegida para unir sus corazones para siempre, y que nada ni nadie podría separar, salvo la muerte. En la partida oficial no consta quienes fueron los padrinos, que suponemos la hermana Cándida y el padre de la novia Francisco. Los testigos, Aurelio Muñoz del Pozo y Miguel Gant Pineda, amigos y naturales de Casariche. A la boda asistieron sus hermanos Luciano y Manuel acompañados de sus respectivas esposas. Luciano estaba casado con Carmen Cabezas Villalba, hija de terratenientes de Estepa. Con ella llegó a tener 4 varones y tres hembras a las que nos referiremos después. Manuel casó en Vigo, desconocemos el nombre de su esposa, pero sí tenemos constancia de que era padre de dos hijas; Conchita y Luchi, fue precisamente Conchita la que casó con Alfredo Borrego, su primo, del que nos referiremos más adelante. Pepe y Ana marcharon unos días de viaje de novios a Granada, ciudad de embrujo y de las mil y una noches. En Granada se alojaron en un hotel de la ciudad, en la ladera del Cerro San Miguel de la Alhambra, junto al barrio del Sacromonte, muy cerca las cuevas, el flamenco y tabernas donde se servía comidas. Admiraron los Jardines de Generalife y el Palacio de la Alhambra. Pasearon por la Alcaiceria, barrio típico de cultura musulmana, compraron regalos para la familia, la pareja disfrutaron del flamenco, de la cultura árabe de la ciudad, los paseos por los jardines de Generalife y las vistas a Sierra Nevada. Jamás olvidaran este romántico viaje al comienzo del siglo XX, un pasaje de la historia para contar a sus futuros hijos y nietos. Al regreso, Casariche, hora de empezar de nuevo, con Ana de compañera, la mujer ideal, con solo 21 años, sin aspiraciones sociales, solo una mujer para su marido, preparada para tener muchos hijos. Ana, mi abuela, llegó a tener nueve hijas, una mujer que entregó su vida a los seis meses de su ultimo parto. No te lo pierdas detalle en la próxima crónica: "Ana, esa madre"
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