Entre Dos Mundos
Publicado en Nov 26, 2012
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La luz brillante y cegadora se fue alejando hasta convertirse en un destello apenas visible en la distancia. Parpadeé una vez, pero el pequño destello se mantuvo estático. Lo intenté una segunda vez. El punto seguía ahí. ¿No debería haber desaparecido ya? Mantuve mi mirada fija en el lugar, esperando de una vez por todas que desapareciera, pero no lo hizo. Por último, extendí mi brazo como si quisiera alcanzarlo, por supuesto, estaba demasiado lejos para que lo lograra. Pero el acto me sirvió para darme cuenta de varias cosas: estaba echado de espaldas, era de noche, el destello era una estrella y no tenía idea de qué estaba haciendo en ese lugar exactamente. 
Volví mi brazo a su lugar original y arrastré mi mano por la superficie áspera, esperando reconocerla, pero no ayudó en nada. Y lo que es más, no sentí ningún tipo de dolor.
Frustrado, me levanté. Por un momento el mundo dio vueltas y me sentí ligero, tanto que pensé que iba a flotar. Pero como la física muy minuciosamente lo ha explicado a través de los años, eso no pasó.
En cuanto me paré, una sensación rara comenzó a jugar en mi estómago, como un presentimiento o recordatorio. El mismo que aparece cuando recuerdas que dejaste la luz encendida en tu cuerto, sólo que mucho más fuerte. Y subconscientemente sabía, que no era tan simple como una luz en mi cuarto.
Avancé unos pasos y reconocí poco a poco el lugar. Era una calle oscura, con tiendas cerradas y algunas casas abandonadas. El asfalto estaba desgastado y un par de huellas recientes de ruedas había dejado su marca justo en el lugar en el que estaba. ¿Qué estaba yo haciendo ahí? Todavía no llegaba a acordarme. Seguí caminando, sintiendo un molesto nudo en la garganta. Con cada paso que daba, el nudo parecía extenderse y estrecharse más y más. En menos de dos metros, mis pulmones enteros parecían estar siendo apretados por una mano gigantesca que me impedia respirar y avanzar. Volví sobre mis pasos y respiré profundo. Pero no fue un alivio exactamente, era más bien como si estuviera respirando agua y no aire, lo cual de por sí era extraño. Me di la vuelta, y entonces sí que mi confusión llegó a su máxima expresión: Mi cuerpo estaba detrás de mí.
Y no hablo de un maniquí, o una ilusión o cualquier cosa así. Mis venas ligeramente sobresalidas en mi antebrazo lucían más azules de lo normal, mi cabello despeinado y casi hasta los hombros rodeaba mi rostro como una aureola oscura y fina, y mi piel... jamás la había visto tan translúcida y fría. Es cierto que necesito un poco de ejercicio al aire libre, broncearme un poco, tener más vitamina D como mi madre dice, pero ahora, a la luz de la luna, lucía fantasmal.
Me acerqué con recelo. Ese no podía ser yo, alguna explicación lógica tenía que haber, el dilema era que todavía no la había encontrado. Me agaché junto a mi cuerpo, y lo toqué. Varias imágenes y sensaciones aparecieron en mi mente: una chica de cabello rojo gritándome, una farola rota, dos luces acercandose rapidamente, el sonido de un golpe, una sensación de ingravidez, y luego oscuridad.
Me separé de un salto, cayendo nuevamente de espaldas. 
–Primera etapa: miedo –dijo una voz detrás mío.
Me volqué. Una chica, de cabello negro y largo hasta la cintura, ojos oscuros y piel morena estaba parada frente a mí, con sus dos manos apoyadas en su cintura. Un tatuaje se extendía por su cuello hasta debajo de su blusa. Si bien mi táctica con las mujeres es por lo general usar el humor inteligente, esta vez ni siquiera lo intenté.
–¿Quién eres? ¿De dónde saliste? ¿Qué me pasó?
–Segunda etapa: confusión –canturreó, como si le divirtiera verme en esa situación tan desesperada.
–¿Segunda etapa de qué? –la interpelé, bruscamente.
–Tercera etapa: ira –asintió con simpatía y una sonrisa mal disimulada.
Respiré profundo e intenté tranquilizarme. No estaba funcionando. La chica bonita no parecía estar aquí para ayudarme, y si lo estaba, pues no era buena en su trabajo. Así que renuncié a seguir haciendo preguntas y comencé a pensar, juntando todas las piezas que hasta ese momento tenía. No era difícil: mi cuerpo, la sensación de ligereza, la falta de dolor, mi incomodidad con repirar, todo formaba una sola imagen. 
Un escalofrío recorrió mi cuerpo. No estaba dispuesto a siquiera considerar la idea.
–No estoy muerto –aseveré seriamente, mirando a la chica a los ojos. Eran grises, opacos y antiguos. Su mirada ya no expresaba simpatía, más bien impaciencia.
–Cuarta etapa: negación.
Apreté mis puños.Si la empujaba o la sacudía, ¿la atravesaría? Todo eso de la cosa fantasma todavía no era clara. Sacudí mi cabeza. Yo no era un fantasma... ¿o si?
–¿La siguiente etapa? –pregunté.
Sonrió levemente. Sus labios eran rosados y delgados. 
–Aceptación –contestó. 
Tragué saliva, aún cuando no tenía la necesidad de hacerlo. Simplemente por costumbre. 
–Mi nombre es Anabella –se presentó–. Seré tu guía hasta el otro lado.
Me tendió su mano y se acercó a mí. Extendí la mía y la detuve unos centímetros antes de alcanzarla, justo cuando observe sus uñas. Largas, negras y afiladas. Un miedo incomprensible se apoderó de mí y un grito se quedó atrapado en mi garganta.
Ella sonrió. Sus ojos brillaron y sus pupilas se dilataron por completo. Sus dientes cayeron uno a uno, tintieneando sobre el asfalto. Su piel se marchitó y se arrugó como una ciruela, oscureciendose como una fruta podrida.
Podría haber hecho algunos comentarios sobre la existencia de Botox, o de cremas naturales para la mejora de la piel como la Baba de Caracol, pero la verdad mi mente en ese momento estaba pasando por algo como: Ella... monstruo... arrugas, ugh!... muerto... ¡Mierda! 
Así que no, ninguna sugerencia mal intencionada.
Me arrastré como pude sin siquiera intentar levantarme, todo para alejarme de ella. Y una luz cegadora apareció entre los dos. Me perdí del gran acontecimiento, para cuando logré abrir los ojos, el monstruo arrugado ya no estaba y en su lugar dos adolescentes casi idénticos me miraban preocupados. Una chica y un chico de cabellos dorados que brillaban como oro y ojos claros me miraban preocupados. Traté de sostener la mirada a la chica, pero no pude. Era como si ella pudiera ver literalmente mi alma. Puede que yo no sea un psicópata asesino en serie, pero tengo mi lista de pecados, y limpiar mi armario de errores no es una tarea que estaba dispuesto a realizar, mucho menos en ese momento. Ni mucho menos con ellos.
–¿Se fue? –logré preguntar a media voz.
–Sí –contestó el chico con voz suave y melodiosa. Puede sonar afeminado, pero cuando lo ves, jamás se te ocurriría decir aquello, ni frente a él, ni a su espalda.
–¿Entonces cuál es el problema? –pregunté. Claramente había uno, eso lo deduje de sus miradas, solo que tal vez por el trauma post-mortem yo no era capaz de verlo.
La chica me miró, la seriedad en sus ojos se suavizó y sentí un cálido abrazo que me envolvía, como si ella misma estuviera junto a mí dándome su calor. Se agachó junto a mí: 
–Fernando, tú no estas muerto.
Tal vez por tercera vez en menos de una hora, me quedé sin palabras: –¿Eso no es bueno?
Sus ojos reflejaron una tristeza profunda, estuve tentado de levantarme, abrazarla y consolarla. Y créanme, yo no soy de esos tipos.
–Lo es, sí –coincidió ella. 
–Pero no, si tu cuerpo no está –completó su hermano.
Antes, cuando dije que mi día había llegado a su cúspide, me equivoqué. Morir, conocer a una chica-monstruo, ver a dos angeles-mellizos-guardianes no era suficiente. Encima, me tenían que robar mi cuerpo. Mi cuerpo. Eso era enfermo.
Perfecto, simplemente perfecto. ¿Podía mi noche ir peor?
Por supuesto que sí. Murphy siempre se las había arreglado para joderme en vida, mi muerte no iba a cambiar en nada eso.
–Entonces... si lo recupero, ¿vuelvo a la vida? –pregunté. Alguna noticia buena tenía que haber.
Una comunicación visual se llevó a cabo entre los hermanos. Luego de unos segundos, la chica me miró. –Sí, pero hay una condición.
Suspiré. –¿Cuál?
–Tienes un día. 
Sencillamente genial. 
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Foto del autor Ana Cecilia Castaño
Textos Publicados: 1
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4 Comentarios 674 Lecturas Favorito 1 veces
Descripción

Un joven, perdido, confundido, y casi muerto. El único lazo que lo ata a la vida es robado. Un día es todo lo que tiene para encontrarlo, o jamás volvera a caminar entre los vivos.

Palabras Clave: fantasma muerte ángeles adolescente accidente joven

Categoría: Cuentos & Historias

Subcategoría: Fantasía



Comentarios (4)add comment
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henry

El cuento me parece predecible desde el comienzo. Hay un dejo de suspenso y un trato interesante en el manejo del texto pero con muchos vacíos que me despistaron. La idea me parece chevere felicitaciones.
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November 30, 2012
 

Joderick Morgan

Me encanta. Tienes una chispa del escritor no tan novato, eh. Parece que ya tienes tiempo con las letras, que lees, y eso es bueno, eso es lo que debería hacer un escritor, no escribir sin leer, ni leer sin escribir. Defines muy bien los escenarios y le das una especie de lucidez a los misterios que envuelven el personaje. Claro que para que entiendas todo el texto, debes leerlo de principio a fin y á mí me llamó la atención más que todo tu forma de narrar. Es exquisita, sigue cultivándola, y recuerda que la palabra clave aquí es EMBELLECER, trata de embellecer lo que escribes, sé tú misma la protagonista.

Veo que el protagista es un hombre y tú eres una mujer, al igual que yo, he escrito varios cuentos que los protagonistas son mujeres, espero que leas algunos, te encantarán. :D

Saludos!
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November 30, 2012
 

Jota

Tiene un noséqué que nosécómo decirlo, pero me gusta.
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November 29, 2012
 

jorge alberto martinez valdez

creo un poco muy descriptibo por momentos pero en general me gusta claro opinion personal
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November 26, 2012
 

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busy